viernes, 30 de julio de 2010

CONSIDERACIONES ACERCA DEL LIBRO DE HECHOS II

Por José Belaunde M.
El Ministerio de Pedro

Después del martirio de Esteban (Hch 7), y contrariando la prudencia aconsejada por el fariseo Gamaliel al Sanedrín (Hch 5:34-39), se desató en Jerusalén una gran persecución contra los discípulos, que los obligó a dispersarse por las ciudades vecinas de Judea y Samaria. Esa represión, que tenía por fin suprimir en brote la naciente fe, tuvo el efecto contrario, pues contribuyó a difundir el Evangelio por todos los lugares donde los perseguidos se refugiaban, pues ellos, llenos de fuego evangelístico, no dejaban de anunciar a Cristo adonde quiera que fueran. (Hch 8:4). Aquí se cumple el dicho: “No hay mal que por bien no venga.” En cristiano: “A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.” (Rm 8:28). Podemos ver también cómo los propósitos de Dios se cumplen a veces a través de las persecuciones y pruebas que sufren sus siervos.

El hecho de que los discípulos al huir de Jerusalén se refugiaran también en Samaria y predicaran allí el Evangelio es un hecho fuera de lo común para quienes eran judíos piadosos, ya que los judíos despreciaban a los samaritanos, como bien sabemos (Jn 4:9; Nota 1). Los samaritanos no eran paganos como algunos creen, sino adoraban al Dios verdadero en el templo que tenían en el Monte Gerizim (que fue destruido es cierto por los judíos el año 128 AC, es decir, casi doscientos años antes de los episodios que narramos acá). Ellos eran, por decirlo de alguna manera, israelitas “mestizos”, es decir, descendientes del remanente de los miembros de las diez tribus de Israel que formaban el reino del Norte o Samaria, que se habían juntado con los pueblos extranjeros que los asirios habían establecido allí cuando conquistaron ese reino, deportando a la mayoría de sus habitantes de acuerdo a la política de dominación que ellos aplicaban (Es 4:2. Nota 2). Pero los apóstoles deben haber recordado que Jesús había predicado a los samaritanos a su paso por esa región, después de haberse revelado como Mesías a una mujer que había ido a buscar agua al pozo de Jacob (Jn 4:5-42).

Pedro que, junto con los otros apóstoles, se había quedado en Jerusalén durante la persecución, fue a Samaria acompañado por Juan “cuando oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios” (Hch 8:14), gracias a la predicación de Felipe –el diácono, no el apóstol (Hch 6:5; 8:5-13). Estando allí Pedro y Juan imponían las manos a los nuevos creyentes, porque éstos, dice el texto, sólo habían sido bautizados, pero aún no había descendido sobre ellos el Espíritu Santo (Hch 8:15-17). Esta corta anotación nos hace ver claramente que el bautismo en el Espíritu Santo es una experiencia diferente a la conversión, en la cual, ciertamente, el Espíritu Santo viene a habitar en el convertido.

Es curioso que Felipe, además de predicar el Evangelio a los samaritanos, y seguramente de bautizarlos en agua, no les hubiera impuesto las manos para que reciban el Espíritu Santo. ¿Pensaría él que ésa era una función que estaba restringida a los doce apóstoles, y que él no estaba autorizado a hacerlo? Es posible, pero más adelante vemos que un simple creyente como Ananías, el de Damasco, le impone las manos a Pablo para que recobre la vista y reciba el Espíritu Santo (Hch 9:17,18).

En Samaria también Pedro confrontó a Simón el Mago quien, antes de la venida de Felipe, atraía con sus artes mágicas a mucha gente que después lo abandonó al adherirse al Evangelio. Él mismo creyó y fue bautizado y se hizo discípulo, no sabemos cuán sinceramente (Hch 8:9-13). Pero cuando vio cómo, por la imposición de manos de Pedro, los creyentes recibían el Espíritu Santo y hablaban en lenguas, le ofreció dinero para que le transmitiera ese poder y que él pudiera hacer lo mismo. Pedro, naturalmente, rechazó esa pretensión y lo reprendió severamente (Hch 8:18-24).

Es interesante, no obstante, que el episodio de Simón el Mago, haya pasado a la historia, porque de él deriva el término de “simonía”, con que se designa la práctica corrupta de vender por dinero los cargos eclesiásticos, que estaba muy difundida durante la Edad Media, y que fue una de las causas de la Reforma.

Después de su visita a Samaria Pedro se puso a recorrer las poblaciones cercanas en donde habían surgido congregaciones de discípulos, posiblemente como consecuencia de los acontecimientos de Pentecostés. La frase “visitando a todos” (Hch 9:32) nos sugiere que Pedro se había propuesto visitar a todas la iglesias que se habían formado recientemente fuera de Jerusalén. En la ciudad de Lida, al sur de la llanura de Sharon, “halló a uno que se llamaba Eneas, que hacía ocho años que estaba en cama, pues era paralítico. Y Pedro le dijo: Eneas, Jesucristo te sana; levántate y haz tu cama. Y en seguida se levantó.” (Hch 9:33,34). Ya Pedro tenía experiencia en sanar paralíticos. Diríamos que era “canchero” en ese oficio. El que le dijera “arregla tu cama” significa que ya no iba a necesitar más de ella para estar echado durante el día, porque había recibido una sanación completa. El texto comenta que, impresionados por el milagro, muchos de la ciudad y de la vecindad creyeron en Jesús.

Enseguida fue llamado por los discípulos de Jope para orar por una enferma muy querida por todos. Jope había sido antes de que Herodes fundara la ciudad de Cesarea a orillas del mar, el puerto principal de Palestina. Allí había hecho desembarcar Salomón los troncos de cedro del Líbano que había adquirido para construir el templo de Jerusalén (2Cro 2:16), y allí se había embarcado Jonás para ir a Tarsis (Chipre) huyendo del mandato del Señor de predicar el arrepentimiento de los pecados en la ciudad de Nínive (Jon 1:3).

Cuando Pedro llegó a Jope halló que Tabita, como se llamaba la hermana enferma (Dorcas en griego), ya había fallecido. Ella era muy amada por las obras de caridad que hacía, y por las túnicas y mantos que tejía para las viudas. Lo llevaron al aposento alto donde habían puesto el cadáver después de lavarlo, según la costumbre. Pedro entonces, después de hacer salir a todos, “se puso de rodillas y oró; y volviéndose al cuerpo dijo: Tabita, levántate. Y ella abrió los ojos, y al ver a Pedro se incorporó. Y él, dándole la mano, la levantó; entonces, llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva.” (Hch 9:40,41). Nótese, primero, que antes de hacer nada, Pedro oró; y, segundo, que para resucitar a Tabita, él usó palabras semejantes a las que Jesús había pronunciado en una ocasión similar, cuando resucitó a la hija de Jairo (Mr 5:41).

Ya pueden imaginarse la conmoción que este milagro produjo en la ciudad y cuántos, como consecuencia de ese acontecimiento, creyeron en el Salvador que Pedro anunciaba. Aquí podemos ver cuán fielmente se estaban cumpliendo las palabras de Jesús de que sus discípulos, después de su partida, harían cosas iguales y aun mayores que las que Él hacía (Jn 14:12). Pues no sólo se produjeron los hechos que hemos relatado, sino que en Jerusalén era tal la expectativa que la curación del paralítico en la puerta del templo había causado (Hch 3), que ponían a los enfermos sobre lechos en las calles para que la sombra de Pedro cayera sobre ellos y los sanara, “y aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran sanados.” (Hch 5:15,16).

Seguramente para aprovechar el clima favorable al Evangelio creado por la resurrección de Tabita, Pedro se quedó un tiempo en Jope, alojándose en casa de un tal Simón, que era curtidor (Hch 9:43). Este dato es muy significativo, porque debido al hecho de que por su profesión los curtidores debían manipular cadáveres (lo que los volvía impuros según Lv 11:39), su oficio no era muy bien visto en Israel, ya que los judíos eran muy celosos en cuestiones de pureza ritual. Pero para el Evangelio no hay persona, ni el peor pecador, que no pueda ser acogido, cualquiera que fuese su ocupación, pues hasta con las prostitutas y los publicanos había departido el Señor, para escándalo de muchos (Mr 2:16; Mt 11:18,19).

En esa época el gobernador romano de Judea contaba con tres mil soldados para mantener el orden, repartidos en cinco “cohortes” de seiscientos hombres cada una, los cuales no eran ciudadanos romanos, sino que eran enrolados entre las poblaciones vecinas, como Samaria o Siria. Los judíos estaban exentos de prestar servicio militar por dos motivos: primero, a causa de las restricciones alimenticias a las que la ley de Moisés los obligaba, pues las tropas romanas se alimentaban principalmente de carne de cerdo, que era inmunda para los judíos (Lv 11:7); y segundo, debido a que la misma ley no les permitía desplazarse los sábados sino dentro de estrechos límites. (3).

Los soldados mercenarios reclutados de los países vecinos no les tenían mucha simpatía a los judíos que debían vigilar, lo cual no era muy favorable para el cumplimiento de sus tareas, ni para el clima de paz deseable, y a veces suscitaba conflictos. Ese hecho motivó que en cierto momento, el gobernador –quizá el propio Poncio Pilatos- solicitara que se le enviara una “cohorte itálica”, formada por ciudadanos romanos voluntarios.

A esa cohorte, o compañía italiana, pertenecía el centurión romano Cornelio, de quien nos vamos a ocupar enseguida. Él era un hombre “piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre.” (Hch 10:2). El Nuevo Testamento distingue dos clases de adherentes a la religión judía, los “prosélitos” y los “temerosos de Dios”. Los primeros eran gentiles que se habían convertido al judaísmo, que se habían circuncidado y ofrecían sacrificios en el templo, y obedecían a la ley judía. Los segundos, sin haberse circuncidado ni adoptado todas las costumbres judías, creían en el Dios de Israel y asistían a la sinagoga. De entre los prosélitos y los temerosos de Dios, dicho sea de paso, se reclutaron la mayoría de los creyentes gentiles que se convirtieron bajo el fecundo apostolado de Pablo.

También sea dicho al pasar que los evangelios mencionan a otro centurión, sin duda también “temeroso de Dios”, el cual pronunció aquella frase famosa que se ha afincado en el culto (“Yo no soy digno de que vengas a mi casa…”) y cuya fe asombró a Jesús (Mt 8:5-10). En su amor por la religión judía había llegado a construirles una sinagoga (Lc 7:5). ¿Qué atractivo podía tener esta religión que volvía a los gentiles tan generosos? No era la religión judía en sí misma la que poseía ese atractivo, sino el Dios verdadero que ella adoraba. El hombre sincero, de cualquier raza y nación, tiene una gran sed de la verdad y cuando la encuentra en algún lugar la abraza de todo corazón.

Este Cornelio, estando en oración, tuvo una visión en la que un ángel lo instó a enviar a buscar a un hombre que no conocía –a Simón Pedro- y a una casa en la que él nunca había puesto el pie –la casa de Simón el curtidor- en Jope, junto al mar, porque “él te dirá lo que tienes que hacer.” (Hch 10:3-6). “Al día siguiente…Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta (es decir, al mediodía). Y tuvo gran hambre, y quiso comer; pero mientras le preparaban algo, le sobrevino un éxtasis; y vio el cielo abierto, y que descendía algo como un gran lienzo, que era…bajado a la tierra; en el cual había todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo.” Y oyó una voz que le ordenaba: “Levántate Pedro, mata y come.” (Hch 10:9-13).

Debe recordarse que la ley de Moisés prohibía a los judíos comer la carne de reptiles –que eran para ellos abominación- de aves y de animales que no tuvieran la pezuña partida, es decir, de burros, caballos, camellos, entre otros (Dt 14:7-19). Pedro, como judío piadoso que era, así como todos sus compañeros, guardaba celosamente esas prescripciones. Pero la visión le dijo tres veces: “No llames impuro lo que Dios ha limpiado”, a cada negativa de Pedro, antes de desaparecer (Hch 10: 14-16).

Pedro estaba atónito pensando en lo que esa visión podía significar, cuando llegaron los tres hombres enviados por Cornelio preguntando por él. La voz del Espíritu le advirtió que él debía ir con ellos, “porque yo los he enviado.”. Entonces él los hospedó y al día siguiente partió con ellos, acompañado por algunos hermanos de Jope (Hch 10:17-23).

¿Con las palabras sorprendentes que había pronunciado la visión le estaba Dios advirtiendo a Pedro que las leyes dietéticas promulgadas por Moisés habían sido abolidas para la nueva dispensación? Sí, indudablemente (ya lo había hecho Jesús en Mr 7:19), pero más importante aun, le estaba diciendo que los pueblos paganos a quienes los judíos consideraban impuros, y en cuyas casas ellos no podían entrar a riesgo de contaminarse, dejaban de serlo; y que, en adelante, los creyentes en Jesús podían tener amistad con todos los hombres de todas las razas, naciones y pueblos de la tierra.

Pablo lo expresó claramente cuando escribió que Cristo había derribado la barrera que separaba a judíos y gentiles (Ef 2:14) y que, de ahora en adelante: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús.” (Gal 3:28). Es decir, que el mensaje de salvación que trajo Jesús era también para los no judíos, algo que los primeros discípulos, que eran todos judíos, todavía no habían comprendido del todo, pese a que Jesús, después de resucitado, les había mandado hacer discípulos en todas las naciones de la tierra (Mt 28:19). (4) En este episodio de Hechos el universalismo cristiano se opone al particularismo de la religión judía abriendo una brecha para la predicación del Evangelio a todos los hombres.

Llegado Pedro al día siguiente a casa de Cornelio, que había congregado a amigos y parientes, después de los saludos y las explicaciones mutuas acerca de porqué Cornelio había llamado a Pedro, y éste había acudido a la invitación, pese a que ningún judío podía juntarse con extranjeros, el apóstol empezó a hablarles de Jesucristo. Les narró sucintamente la obra de bien que Jesús había hecho, y cómo lo habían matado crucificándolo cruelmente, pero cómo Dios lo había levantado al tercer día, y lo había constituido juez de vivos y muertos (Hch 10:34-42). Llegado al punto en que Pedro proclamó que todos los que creen en Jesús reciben el perdón de sus pecados, el Espíritu Santo cayó sobre los que oían su discurso, para asombro de los judíos que lo acompañaban, pues los oían hablar en lenguas y alabar a Dios (Hch 10:44-46).

¿Cómo pudo el Espíritu Santo haber venido sobre los que no creían en Jesús, sobre los que no habían sido bautizados? En primer lugar debemos tener en cuenta que Cornelio y los suyos creían en el Dios de Israel, es decir, no eran paganos. Tenían una base de fe en el Dios verdadero, aunque aún no se les había predicado a Cristo. Y segundo, podemos pensar que en el momento en que Pedro habló del perdón de pecados mediante la fe en Jesús, ellos creyeron y fueron salvos. E inmediatamente vino el Espíritu Santo sobre ellos. El hecho de que ellos recibieran el Espíritu Santo antes de ser bautizados quiere decir que Dios no sigue las reglas que establecemos los humanos, y que en cada ocasión Él actúa de acuerdo a lo que demandan las circunstancias y el bien de todos. Recordemos que también Pablo recibió el Espíritu Santo por la imposición de manos de Ananías antes de ser bautizado en agua (Hch 9:17,18).

Posteriormente Pedro tuvo que justificar ante sus compañeros en Jerusalén que él hubiera entrado a casa de gentiles impuros y que hubiera comido con ellos, algo inaudito para un creyente judío.

Este acontecimiento, que ha sido llamado el “Pentecostés de los gentiles”, cambió el curso de la historia de la iglesia, que en adelante –contrariamente a lo que ocurría al comienzo- empezó a recibir en su seno a los no judíos como hermanos con los mismos derechos y prerrogativas, y herederos de las mismas promesas que los judíos, como los compañeros de Pedro tuvieron que reconocer como quien recibe una revelación inesperada: “¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hch 11:18) (4)

Sin embargo, las tensiones entre los del “partido de la circuncisión” y los que consideraban que no debía exigirse que se circuncidaran a los gentiles que creían en Jesús, no acabaron con este episodio. Demoró algún tiempo para que la iglesia de Jerusalén, que al principio era exclusivamente judía, aceptara que la universalidad del mensaje de Jesús exigía que se abolieran las prescripciones rituales de la ley. Ese es el tema polémico del que se ocupa Pablo en la epístola a los Gálatas. Pero notemos que si la iglesia no hubiera comprendido el propósito de salvación universal de Dios, los seguidores de Jesús no hubieran pasado de ser una secta más dentro del mundo exclusivo del judaísmo, y el Evangelio no hubiera sido predicado a todas las naciones, como lo había ordenado Jesús (Mt 28:19; Mr 16:15).

Notas: 1. En Esdras 4 se relata cómo al retornar los judíos del cautiverio, los samaritanos hicieron cesar la obra de la reconstrucción del templo de Jerusalén iniciada por el grupo de exiliados que retornó con Zorobabel. En Nehemías 4 se lee también cómo ellos, esta vez sin éxito, se opusieron a la reconstrucción de las murallas de la ciudad santa emprendida por Nehemías.
2. En 2R 17:24-40 se relata cómo los asirios, después de deportar a la mayor parte de los habitantes del reino de Israel, repoblaron Samaria con gente traída de diversos lugares de su imperio, la cual se volvió sincretista, porque siguieron adorando a sus propios dioses, al mismo tiempo que adoraban al Dios de Israel, cuyo culto habían encontrado en las ciudades a los que los habían traído.
3. Los límites precisos de esa restricción sabatina habían sido establecidos por las “tradiciones de los mayores”, que todos los judíos de entonces respetaban. Recuérdese, por ejemplo, la indicación “camino de un día de reposo” que figura al inicio del libro de los Hechos (1:12) para describir la distancia en que se hallaba el monte Olivar de Jerusalén.
4. Pero no sólo después de resucitado. Poco antes de morir Jesús les anunció a sus discípulos que su Evangelio sería predicado a todas las naciones de la tierra (Mt 24:14; c.f. 26:13). Es cierto que cuando Jesús envió a los doce a predicar Él les ordenó: “Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” (Mt 10:5,6) A la mujer sirofenisa le dijo “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” (Mt 15:24). Sin embargo, en su propio ministerio Él no se mantuvo dentro de esos límites porque fue la región de los gadarenos, que criaban cerdos (Lc 8:26ss), visitó las ciudades paganas de Tiro y Sidón (Mt 15:21), y pasó por la Decápolis (Mr 7:31), región en donde había diez ciudades griegas. Es de notar que si bien al ir a territorio pagano no dejó de hacer algún milagro, sí se abstuvo de predicar, aunque no en la ciudad de Sicar en Samaria (Jn 4:40-42).
5. Si a Pedro no le fue fácil convencer a los discípulos de Jerusalén que él había acudido a casa de un gentil obedeciendo a una visión del Señor, esta audacia suya hizo que él perdiera la estima de que hasta entonces él gozaba entre los judíos no cristianos, y que lo vieran como un transgesor de la ley que ordenaba una separación estricta entre judíos y gentiles.
#637 (25.07.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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La Vida y la Palabra dijo...
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