lunes, 12 de julio de 2010

INTEGRIDAD I

Por José Belaunde M.
Hoy vamos a hablar de uno de los aspectos más importantes de la vida no sólo cristiana, sino de la vida humana en general, y ése es la integridad. Y hoy, que estamos “ad portas” de un proceso electoral, comprender lo que es la integridad es más importante que nunca.

La palabra de Dios nos da a entender que Dios ama al íntegro de corazón, y habla de la integridad en numerosos pasajes (Sal 15:2; Pr 10:9; 19:1, etc.).

¿Qué cosa es la integridad? La integridad va más allá de la honestidad, aunque la honestidad sea uno de sus componentes. La integridad comprende un conjunto de cualidades morales que se complementan y se integran en un todo. Decimos que algo es íntegro, cuando es algo completo, algo a lo que no le falta nada.

La persona íntegra es la que tiene todos aquellos elementos de carácter -y subrayo la palabra "carácter"- que hacen que no haya contradicción entre lo que es en público y lo que es en privado; entre lo que dice y lo que hace, y que aseguran además que sea una persona confiable, de una sola cara.

Es aquí especialmente donde podemos apreciar la integridad de una persona: ¿Hace esa persona lo que dice y preconiza? Si la observamos en su intimidad ¿es tal cual se presenta ante los demás o en público? ¿O tiene un comportamiento que cambia según quiénes sean los que lo observan? La persona íntegra es de una sola pieza y se comporta siempre igual, sea quien sea el que tiene delante.

Hay otras preguntas reveladoras que se pueden hacer para apreciar la integridad de un hombre o de una mujer, preguntas que podríamos también plantearnos en primera persona, es decir, dirigidas a nosotros mismos, para evaluar cuán íntegros somos nosotros y así podernos juzgar con objetividad.

¿Cumple esa persona las promesas que hace, o tiende a olvidar lo que ha prometido? ¿Ofrece y luego se retracta? (Nota) ¿Asiste a las citas concertadas, o las olvida con frecuencia? ¿O llega tarde a ellas? La puntualidad es un elemento muy revelador de nuestro carácter. El que es impuntual tiende también a ser incumplido en sus compromisos y es, por tanto, poco confiable. El hombre íntegro es siempre confiable. Es decir, es alguien en quien se puede confiar.

¿Cambia con frecuencia las intenciones de su accionar? La persona íntegra sigue el rumbo fijado sin vacilaciones. No se comporta como una veleta. El apóstol Santiago escribe que "el hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos" (St 1:8).

¿Sabe esa persona guardar los secretos que se le confían, o los publica a los cuatro vientos? Ten cuidado a quién haces tus confidencias. No vaya a ser que te encuentres después con que todos conocen tus asuntos más íntimos.

¿Devuelve esa persona los objetos o los libros que se le prestan? ¿Los devuelvo yo? Dicen los cínicos que hay dos clases de tontos: los que prestan un libro y los que lo devuelven. Es bueno que pertenezcamos a la segunda clase de tontos y que devolvamos los libros prestados; aunque también sería bueno que seamos de la primera clase de tontos, no siendo egoístas, siempre y cuando nos fijemos bien a quién prestamos los libros que no queremos perder.

¿Da cuenta esa persona de las pequeñas sumas de dinero ajeno que le son confiadas? Buenos amigos, dice el dicho, hacen buenas cuentas.

He mencionado algunos signos exteriores que nos dicen mucho acerca de la integridad de una persona. Convendría que los tengamos en cuenta cuando tengamos que depositar nuestra confianza en alguien. Pero examinemos más de cerca los elementos de la integridad.

El primero y más importante es la santidad de vida. En la sociedad contemporánea no se da importancia a la santidad; más bien provoca a risa cuando se la menciona, porque vivimos en un mundo inmoral y amoral. La santidad está pasada de moda y se opone a la forma cómo vive la mayoría. Pero la palabra de Dios dice: "Como Aquel que os llamó es santo, sed vosotros también santos en toda vuestra manera de vivir; pues está escrito: Sed santos porque yo soy santo." (1P 1:15,16).

¿Quién es el que nos llamó, según se dice ahí? Dios es el que nos ha llamado a formar parte de su reino. Ese es un gran privilegio, inmerecido ciertamente por todos. Yo no sé si tú quieres formar parte de su reino. Pero si lo quieres, escucha bien lo que Dios te dice: "Si deseas ser uno de los míos, si quieres llamarte cristiano de verdad y no de palabra, sé santo porque yo soy santo. No puedes pertenecer a mi rebaño, si no vives santamente."

¡Oh, la santidad de Dios es algo tremendo! Al profeta Isaías en su juventud le fue dado contemplar en visión la santidad de Dios y, anonadado, exclamó: "¡Ay de mí, que soy muerto; porque siendo un hombre inmundo de labios y habitando en medio de un pueblo de labios inmundos, mis ojos han visto al Rey, al Señor de los Ejércitos!" (Is 6:5).

Es imposible ciertamente para el hombre alcanzar una santidad perfecta, pero todos debemos aspirar a ella. Y de cuánto nos acerquemos a ese ideal, depende nuestra recompensa futura.

Ahora bien, la santidad no es algo abstracto, etéreo, sino es algo muy concreto, específico. Se desarrolla en la vida diaria, en las actividades de todos los días. Y podemos analizarla bajo sus aspectos más esenciales. El primero de ellos es la pureza de pensamiento y de acción.

Guardar la pureza de pensamiento no es fácil, porque el pensamiento es veloz como un relámpago y esquivo. Si controlar la lengua es difícil, más difícil aún es controlar nuestra imaginación.

El filósofo francés, Blas Pascal, llamaba a la imaginación "la loca de la casa", porque corre de aquí para allá en un instante y casi no la podemos sujetar. En un instante y sin quererlo, imaginamos las cosas más terribles. ¿Por qué es así?

En primer lugar, la mente es un motor que nunca cesa, que está siempre en actividad. Y en segundo, nuestros pensamientos y nuestra imaginación están sujetos a toda clase de influencias interiores y exteriores que determinan su curso. Las influencias exteriores son las cosas que vemos: imágenes, espectáculos, lecturas, etc.; y las cosas que oímos (palabras, sugerencias, músicas) que impresionan nuestra sensibilidad y que dejan una huella en ella.

Las influencias interiores provienen de nuestros recuerdos, de nuestras heridas, de nuestros rencores, de nuestros deseos, de nuestras apetencias, de nuestras frustraciones, de nuestros afectos y de nuestras pasiones. Y todo ello influye en nuestra imaginación.

Jesús dijo: "Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mire a una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio con ella en su corazón." (Mt 5:27,28).

Cometer un pecado de adulterio no es una empresa sencilla; es complicado, pues supone dar una serie de pasos, exponerse a ciertos riesgos y asumir sus consecuencias, quizá impensadas. Por eso hay muchas personas que se abstienen de cometer el adulterio que desearían, simplemente por prudencia, para no complicarse la vida. Hacen de su temor una virtud.

Pero pensar no cuesta nada; deleitarnos imaginando lo que está fuera de nuestro alcance, es gratis y sin peligros, al menos aparentes. Por eso es que tantas veces hemos pensado en cosas que nunca haríamos, aunque las deseamos, o que nos sería difícil llevar a cabo.

Sin embargo, los pensamientos inmorales que cultivamos en nuestra mente nos contaminan igual y manchan la pureza de nuestras almas, aunque no se manifiesten hacia afuera.

Aunque no se note exteriormente, la impureza de pensamientos es peligrosa y traicionera, porque los pensamientos llevan a la acción, tienden a convertirse en actos concretos. Si nos detenemos a pensar en una cosa con insistencia, esa cosa puede convertirse en una obsesión, que suscite un deseo irresistible que nos empuje a actuar. Y he aquí que, una vez cometidos, nuestros actos son irreversibles. Las consecuencias echan a andar y darán su fruto en nuestra vida. Como dice la Escritura: "Vuestros pecados os alcanzarán." (Nm 32:23).

Pablo escribió: "Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa queda fuera del cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo." (1 Cor 6:18).

Hoy día vivimos en la era de la libertad sexual. Todo es lícito. Hombre y mujer, y, a veces, personas del mismo sexo, se aparean sin el menor escrúpulo. El sexo se ha convertido en un juguete, en una fuente de recreación. Pero el apóstol dijo: el que fornica, y peor, el que adultera, contra su propio cuerpo peca. ¿Qué es lo que quiso decir?

Él mismo lo explica: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habita en vosotros?" (1Cor 6:19) Si nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo ¿no debemos mantenerlo limpio? ¿Le brindaremos a Dios un santuario sucio, contaminado por impurezas? La inmoralidad sexual profana el templo de nuestro cuerpo.

Dios dio al ser humano una naturaleza sexual y creó la unión física para que hombre y mujer expresaran en la intimidad el amor mutuo que Dios puso en el corazón humano; y para que se manifestara a través de los esposos su poder creador. El acto sexual es santo cuando es practicado en el matrimonio, como dice la Escritura en otro lugar: "Honroso sea el matrimonio y el lecho sin mancilla" (Hb 13:4) Pero es inmundo fuera de él.

Dios creó el sexo para deleite de los que se unen en matrimonio casto, pero para maldición de los que hacen uso de él fuera del matrimonio. Los que lo hacen creen que gozan, pero ¿por cuánto tiempo?

Podríamos hablar durante horas de las consecuencias nocivas de la inmoralidad sexual en la vida de las personas. Los hombres no las ven, aunque las sufren, porque están ciegos, engañados. Sufren como la bestia que no sabe quién la golpea. Pero muchas de sus desdichas vienen por haberse entregado a la lascivia.

El libro de Proverbios nos advierte: "No des a los extraños tu honor y el vigor de tus años al cruel. No sea que extraños se sacien de tus bienes y el fruto de tus trabajos vaya a parar a casa del extraño, y gimas al final cuando tu carne y tu cuerpo se hayan consumido." (6:9-11).

Pérdidas económicas, ruina, angustias, remordimientos, enfermedades del cuerpo, decisiones equivocadas, vidas descarriadas, tragedias humanas, infidelidades, rompimientos, separaciones, divorcios, depresiones, suicidios. He ahí algunas de las consecuencias de la inmoralidad sexual en la vida diaria de los individuos.

Mucha gente sufre de estas cosas pero no saben de dónde provienen, tienen la memoria corta, no hacen la conexión; ignoran que ellos mismos las originaron con sus actos inmorales.

Pero las consecuencias de este pecado no se detienen ahí, en el sufrimiento. Van más lejos. La sensualidad corrompe el carácter del hombre y abre la puerta de su alma a toda clase de influencias perniciosas. Es muy difícil que el que se entrega a la lujuria sea honesto. El que es inmoral en los asuntos del sexo tenderá a serlo también en lo tocante al dinero. El que es corrupto en esos aspectos de su vida, lo será en todos, porque el hombre está hecho de una sola pieza y no hay compartimentos estancos en su alma.

El inmoral en su vida privada lo es también en su vida pública. Si se introduce en el huerto ajeno, meterá también la mano en el bolsillo ajeno. Si no resiste al encanto de unos ojos seductores, tampoco resistirá al atractivo de un fajo de billetes. El que vende su conciencia no tiene reparos para cometer otras bajezas porque, como suele decirse, todo tiene su precio.

He aquí la cara opuesta a la integridad. La he expuesto en algo de su crudeza para que apreciemos cuánto vale la santidad de alma y cuerpo, y cuáles son los frutos de su ausencia.

Si en nuestro país sufrimos las consecuencias de la corrupción del gobierno, de la administración pública y de los tribunales, es bueno que sepamos que esa corrupción tiene su origen en la vida inmoral, corrupta de sus ciudadanos. Si nosotros somos así, corruptos en nuestras vidas personales, estamos viviendo en el país que merecemos y no podemos quejarnos.

En pocos meses vamos a elegir a nuevos alcaldes y presidentes regionales, y dentro de un año, a un nuevo presidente. Es importante que estudiemos el carácter de los que se disputan nuestro voto. Porque el que no es íntegro en su vida privada, tampoco lo será en la pública. La integridad de las personas en autoridad, esto es, su carácter, es mucho más importante para el país que su simpatía, que su labia, que su programa económico, y hasta que sus alianzas políticas.

Pascal decía que el carácter de una persona decide su destino. Parecidamente podemos decir que el carácter de un gobernante marca el destino de su nación. Aunque ciertamente hay muchos factores que influyen, podemos decir que el carácter de las autoridades que lo gobiernan hacen el destino del país. Cómo le fue al Perú en los últimos quinquenios fue fiel reflejo del carácter de sus presidentes. Cómo le vaya a nuestros distritos, a nuestras provincias, a nuestras regiones, en los próximos años, será fiel reflejo del carácter de las autoridades que elijamos. ¿De qué depende pues la calidad de vida de nuestro país en el futuro próximo? En gran medida del carácter de los candidatos que salgan vencedores. Me temo que la mayoría de los que votan no ha pensado en ello.

Postdata: Aquí podemos hacernos una pregunta: ¿Le confiaríamos a ciegas nuestro dinero a tal o cual candidato? Y si no se lo podemos confiar, ¿podemos confiarle nuestro país?

Nota: Es muy malo cuando los padres incumplen las promesas que hacen a sus hijos, porque les enseñan con su ejemplo a ser incumplidos. Si se vieran obligados, por razones de fuerza mayor, a dejar de cumplir lo prometido, deben explicárselos claramente y ofrecerles alguna compensación, para que no guarden resentimiento o no piensen mal de sus padres. Con tanto mayor motivo hay que pensar bien antes de prometer algo, y no hacerlo locamente.

NB. El presente artículo y el segundo del mismo título fueron publicados el año 2001, en víspera de las elecciones presidenciales. Los he revisado y adaptado ligeramente a las actuales circunstancias.

#633(27.06.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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