lunes, 12 de julio de 2010

EL TEMOR DE DIOS II

Por José Belaunde M.
Un Comentario del Salmo 34:11-14
Este artículo, y el anterior del mismo título, están basados en la trascripción de una charla dada hace más de veinte años en un grupo de oración carismático, lo que explica el estilo libre e improvisado.
Volvamos al salmo 34: “Venid hijos, oídme, el temor del Señor os enseñaré” (vers. 11) Aquí se enseña lo que es el temor de Dios. Dios va a usar como estrategia pedagógica el método conocido del palo y la zanahoria. La zanahoria que se pone delante del burro para que camine queriendo comérsela, y el palo con que se le pega para azuzarlo cuando se queda parado. Dios obra de manera semejante con el hombre. Él no usa solamente el castigo, del que hemos hablado bastante, sino que le ofrece algo nuevo y bueno: “¿Quién es el hombre que desea vida, que desea muchos días para ver el bien?” (v. 12) Le ofrece una recompensa, ya no el castigo como consecuencia de la desobediencia, sino un premio como consecuencia de su obediencia.
¿Quién no quiere larga vida? El hombre no quiere larga vida para sufrir, sino para ver el bien y ser feliz. ¿Qué debe hacer para ello? “Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño”. (v. 13) Guarda tu lengua del mal, esto es, de insultos, de chismes, de ofensas. Efesios 4:29 lo corrobora: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.” Si no hemos de dar gracia a los que nos escuchan, mejor es que no hablemos. Pero, como dice Santiago, ¡cuántas veces pecamos con nuestra lengua! (St 3) Por eso el salmo nos exhorta: “Guarda tu lengua del mal”. Es decir, nada de chismes, de calumnias, de pleitos, de seducciones, de fraude; sino sólo palabras buenas. Más adelante la misma epístola advierte: Griteríos y maledicencias no se oiga entre vosotros, “antes bien sed benignos unos con otros, misericordiosos; perdonándonos unos a otros…” (Ef 4:31,32) Eso es lo que Dios espera de nosotros.
El salmo sigue diciendo: “Apártate del mal, y haz el bien” (v. 14ª). Está enseñando acerca del temor de Dios. ¿En qué consiste el temor de Dios? En apartarse del mal y hacer el bien. En muchos lugares de las Escrituras se exhorta al hombre a apartarse del mal, de todo aquello que Dios prohíbe, de todo pecado. Con ese fin se dieron los mandamientos en el Sinaí que guardan al hombre de cometer los delitos más graves, como matar, robar, mentir, etc.
Pero este salmo no es el único lugar en que se dice que el temor de Dios es apartarse del mal. Vamos a Proverbios 8:13: “El temor de Dios es aborrecer el mal”. No sólo apartarse del mal, sino aborrecerlo, ni siquiera mirarlo. En la vida práctica el temor de Dios se manifiesta en el aborrecimiento del mal. No solamente del mal en actos concretos, sino también en los sentimientos, como la soberbia, o la arrogancia, o el mal camino o la boca perversa.
Más adelante Pr 16:6b nos da la fórmula para hacer que los hombres eviten el mal: “Con el temor de Dios los hombres se apartan del mal.” ¿Porqué se apartan del mal? Por miedo al castigo. Esa es una de las funciones del temor de Dios: hacer que los hombres se alejen del mal porque temen las consecuencias. De allí podemos deducir: El temor de Dios es igual al temor al castigo que viene de parte de Dios, aunque opere mediante medios naturales.
Pero no todo es advertencia negativa en el temor de Dios, sino que se trata de una cualidad que atrae el favor de Dios, tal como dice el Salmo 147:11ª: "El Señor se complace en los que le temen, y en los que esperan en su misericordia." Temer a Dios lleva de una manera natural a esperar en su misericordia. Es decir, así como está ligado a la fe y al amor, el temor de Dios está también ligado a la esperanza. Si yo no tengo mérito alguno de qué jactarme, sí puedo poner mi esperanza en un Dios que es no sólo severo en sus juicios, sino que también es misericordioso. Este es un tema que, como veremos luego, desarrolla el Nuevo Testamento.
El temor de Dios, según anunció el profeta Isaías, es una de las cualidades que adornarían al Ungido, a la vara que brotaría del tronco de Isaí: “Y reposará sobre Él el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor.” (Is 11:2).
Ahí el temor de Dios está unido al conocimiento, pues el Mesías tendría una mente penetrante que miraría más allá de las apariencias, como lo demostró Jesús más de una vez. Dice que el Espíritu del Señor que reposaría sobre Él lo haría diligente en el temor de Dios. ¿Con qué fin? Para que juzgara no “según la vista de sus ojos, ni …por lo que oigan sus oídos, sino… con justicia a los pobres…y con equidad a los mansos de la tierra.” (Is 11:3) ¿A cuántas buenas cosas no puede llevar el temor de Dios?
El temor de Dios es además fuente de larga vida, según Proverbios 10:27: “El temor de Dios aumentará los días”, porque aleja de la vida licenciosa que agota el cuerpo. Si quieres pues tener larga vida, teme a Dios. Lo contrario también es cierto, pues “los años de los impíos –que no temen a Dios- serán acortados”. ¿Por qué motivo? Porque la misma vida que llevan, su arrogancia, su búsqueda insaciable de dinero y de placer, los expone a muchos peligros; y porque su desconsideración con los demás, atrae el odio de la gente. ¿No lo estamos viendo patentemente en un caso policial vigente?
Más adelante Pr 14:27 nos dice que “el temor de Dios es manantial de vida para apartarse de los lazos de la muerte.” Los lazos de la muerte son muchísimos, pero el primero de ellos es la enfermedad, que es una de las consecuencias del pecado, y es, como sabemos bien por experiencia, embajadora de la muerte. Por eso decimos en el habla común, que alguno padece de una “enfermedad mortal” cuando no hay esperanza de curación. Pero no todas las enfermedades son ahora mortales, porque los avances de la medicina, que Dios ha permitido, han encontrado cura para muchas de ellas. Sin embargo, las antiguas enfermedades mortales que antes hacían estragos, han sido reemplazadas por dolencias nuevas, antes desconocidas, que acortan la vida. Pero de todas ellas puede librarnos el temor de Dios, que por eso es “manantial de vida”.
Proverbios dice además: “Riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad y del temor de Dios.” (Pr 22:4) ¿Quién no quiere tener esas tres cosas? Aunque no toda riqueza es material, pues Pablo aconseja ser “rico en buenas obras” (1Tm 6:18), todos deseamos –y debemos- gozar de buen nombre para que el Evangelio no sea vituperado por nuestra causa, y para satisfacción de nuestros hijos.
Este proverbio menciona al temor de Dios junto con la humildad, porque ambos van juntos por necesidad. ¿Podríamos imaginarnos a una persona que sea a la vez temerosa de Dios y arrogante? Difícilmente, porque el temor de Dios nos vuelve humildes.
El libro de Proverbios dice tantas cosas acerca del temor de Dios que podríamos dedicar todo un artículo al tema. Pero volvamos al Salmo 34 donde dice: “Haz el bien”. No solamente huye del mal, sino positivamente, haz el bien, todo el bien que puedas, porque cosecharás tu recompensa. ¿Qué cosas buenas podemos hacer? La ayuda, la generosidad, el consolar, el confortar, visitar enfermos, todo lo que menciona Jesús en Mateo 25: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis…” etc. (v. 35). Todo eso es hacer el bien.
Pablo tiene también mucho que decir al respecto: “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra.” Luego dice algo que no solemos poner en práctica: “No debáis nada a nadie sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo ha cumplido la ley.” (Rm 13:7,8) Entonces, haz el bien. Deja que el temor de Dios te impulse a hacer todo el bien que puedas. Pero también no incurras en deudas, salvo en casos de urgencia, o para adquirir una vivienda propia.
Del impío dice la Escritura que “no hay temor de Dios delante de sus ojos” (Sal 36:1) ¿Por qué actúa de esa manera? ¿Por qué es un criminal? ¿Por qué se ensaña cruelmente con sus semejantes? Porque no tiene temor de Dios. Si tuviera temor de Dios no actuaría así. El temor de Dios retiene a las personas de hacer el mal. Su ausencia es una característica de los malvados.
El Salmo continúa diciendo: “Busca la paz, y síguela.” (v. 14b). Sigue todo aquello que conduce a la paz y sé tú mismo un pacificador, para que seas uno de esos bienaventurados que son “llamados hijos de Dios.” (Mt 5:9).
Pablo nos ha dado una fórmula práctica perfecta acerca de la paz en la vida diaria: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.” (Rm 12:18). A veces no es posible estar en paz con todo el mundo, porque algunos pueden tenernos una antipatía irreconciliable, con frecuencia fruto de la envidia; o quizá nuestra propia fe nos pone en conflicto con personas que odian la cruz de Cristo. Pero en cuanto dependa de nosotros, debemos procurar estar en paz con todos, como lo promete Proverbios al que busca agradar a Dios: “Cuando los caminos del hombre son agradables al Señor, aun a sus enemigos hace estar en paz con él.” (Pr 16:7).
Algunos creen que el temor de Dios es un concepto exclusivo del Antiguo Testamento. Pero también el Nuevo Testamento habla de él, comenzando con Jesús, que nos dice que no debemos temer “a los que matan el cuerpo”, sino que debemos temer “a Aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno.” (Lc 12:4,5). Algunos creen que Jesús se está refiriendo ahí al diablo. Pero el diablo no puede echar al infierno a nadie; sólo Dios puede hacerlo; sólo Él puede condenarnos. Con mayor motivo debemos temer ofenderlo.
Nótese que en ese pasaje que hemos citado Jesús anuncia implícitamente a sus discípulos que serán perseguidos, y que algunos, incluso, perderán la vida por su causa. Pero que aun, si así sucediere, estarían siempre en las manos de su Padre porque, como se dice en el evangelio de Juan, nadie podrá arrebatarlas de su mano (Jn 10:28).
Más adelante, en los primeros tiempos de la predicación del Evangelio, las iglesias eran fortalecidas por el Espíritu Santo porque “andaban en el temor del Señor.” (Hch 9:31). (Nota) Pablo aconseja a los fieles de Corinto perfeccionar “la santidad en el temor de Dios.” (2Cor 7:1). Y a todos los creyentes los insta a someterse “unos a otros en el temor de Dios.” (Ef 5:21). A los creyentes de Filipos les aconseja: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor.” (Flp 2:12).
Ahora bien, algunos pueden decir: ¡Temor! ¡No! El temor es muy feo. Siendo Él un Dios bueno, ¿cómo puede pedirle al hombre que le tema? No, el temor de Dios en la Biblia quiere decir respeto. También es respeto, pero temor significa en primer lugar temor. Pero Juan dice otra cosa, alegan algunos. No. Juan dice lo mismo.
Hay quienes contraponen lo que yo sostengo con lo que Juan dice en su primera epístola. Pero no es así. Juan confirma lo que estoy diciendo, si leemos con los ojos abiertos.
“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo.” (1Jn 4:18) Es decir, el que teme, teme el castigo. “De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.” Juan yuxtapone el amor al temor. Lo que él dice es que cuando el amor es perfecto ya no hay temor. Ya no se obra por temor sino por amor. Ya no se obra por temor al castigo, sino se obra porque se ama. Jesús lo dijo: “Si alguno me ama, guardará mi palabra.” (Jn 14:23) ¿Por qué la guarda? Por amor. No dice: “Si alguno me teme, guardará mi palabra”, sino “si alguno me ama”. O sea que el amor sustituye al temor cuando el amor es profundo, cuando el amor ha sido perfeccionado.
Entonces, ¿qué es lo que impulsa a los creyentes a la obediencia? Obedecen porque quieren agradar a Dios; porque su alegría, su gozo, consiste en agradarlo, así como el niño hace ciertas cosas porque quiere agradar a su padre. Ya no las hace por temor al látigo, sino porque quiere agradarle, porque quiere que su padre esté contento con él. Igual actuamos nosotros cuando el amor ha sido perfeccionado.
El temor de Dios –dijimos al inicio- es el principio, o comienzo, de la sabiduría. Por ahí empieza el aprendizaje de la obediencia. Pero cuando el amor ha sido perfeccionado, el temor ya cumplió su misión, ya hizo su papel. Por eso el amor de Dios es la culminación de la sabiduría que comenzó por el temor. No hay conflicto. Al contrario. Lo uno completa lo otro. El amor completa, perfecciona, el temor. Se comienza temiendo y se termina amando.
¿Quién puede decir que su amor sea perfecto? En el camino a veces obedecemos impulsados por el temor; otras veces obedecemos impulsados por el amor. Ésa es la realidad. No podemos dejar de lado el temor, porque somos testarudos. Yo no tengo solamente temor de Dios. Yo tengo pánico; pánico de lo que Dios pueda hacer si le desobedezco, porque Él me ha dado tanto, que si yo le fuera infiel en tan solo una cosa pequeñita, me caería con todo. Eso no es algo que me apena, sino que al contrario, me alegra, y yo le agradezco que me cuide así y me conduzca con una rienda corta. Es una muestra de amor.
Nuestro progreso, nuestro avance, en los caminos del Señor se manifiesta en cómo el amor, como motivación de nuestros actos, sustituye poco a poco al temor.
Así que agárrate de las dos cosas: agárrate del temor y agárrate del amor, y que las dos cosas te guarden. Amén
Nota: Recuérdese a ese respecto el episodio de Ananías y Safira en Hch 5:1-11, en especial el vers. 11, donde se dice que, como consecuencia de la muerte de ambos esposos que habían mentido al Espíritu Santo, vino gran temor de Dios sobre toda la iglesia.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#632(20.06.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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