lunes, 12 de julio de 2010

¡CUÁN AMABLES SON TUS MORADAS! I

Por José Belaunde M.

Un Comentario del Salmo 84

Este es uno de los salmos más bellos de todo el Salterio, según la mayoría de los comentaristas. Es uno de los salmos compuestos “para los hijos de Coré”, que posiblemente era uno de los coros que cantaban en el templo. Algunos atribuyen su composición al rey David, sea por su estilo, o porque no figura el nombre de otro autor al inicio. El encabezamiento (“Al músico principal; sobre Gitit”) es idéntico al del salmo 8, que menciona el nombre de David, pero también al del salmo 81, que fue escrito por Asaf, de manera que ése no es un argumento conclusivo a favor de la autoría davídica. El autor bien pudiera ser un cantor o sacerdote. “Gitit” es un instrumento musical, posiblemente un arpa, o cítara de ocho cuerdas.
No se tiene idea de cómo pudo haber sido la melodía con que se cantaba en el templo, que naturalmente no ha llegado a nosotros. Pero el compositor alemán del siglo XIX, Johannes Brahms, compuso sobre este texto uno de los movimientos más bellos de su “Réquiem Alemán”, para solistas, coro y orquesta, refiriendo la palabra “moradas” a las moradas celestiales.


1. "¡Cuán amables son tus moradas, oh Señor de los ejércitos!" (Nota 1)
Este salmo expresa el deseo de un israelita piadoso, posiblemente un levita o sacerdote, de habitar en el templo, en la casa del Señor, o, por lo menos, de vivir lo más cerca posible para poder visitarlo con frecuencia. Recuérdese que los sacerdotes oficiaban en el templo por turnos de 15 días una vez al año, y que su número estaba dividido en 24 “cursos” anuales (1Cro 24:3-19). Terminado el tiempo de su servicio regresaban a la ciudad de residencia que les estaba asignada.

El salmista empieza pregonando lo amables que son las moradas del Señor, agradables, deleitosas. ¿Por qué lo serían? Porque en ellas se sentía la presencia del Señor, expresada en la solemnidad del culto y de los sacrificios, en la belleza de los cánticos de alabanza, y en el perfume del humo del incienso. (Nota 2)

2. “Anhela mi alma, y aun ardientemente desea los atrios del Señor; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo.”
Los pensamientos expresados por este versículo están inspirados por un intenso amor al Señor. Mi anhelo y aun más que eso, mi ardiente deseo (la repetición refuerza el ansia), es estar en los atrios del templo del Señor, que los tenía varios en su recinto. Este amor que palpita en mí es tan fuerte que mi corazón (es decir, mi alma) y mi carne (es decir, mi cuerpo) cantan al unísono a Dios, que no es inmóvil como los ídolos que están muertos, sino que, en verdad, aunque sea invisible, se mueve y es real en nuestras vidas.

¿Puede el hombre amar a un ídolo inmóvil y que no habla? Difícilmente, pero sí puede amar a un Dios que está vivo y que habla silenciosamente al corazón.

De conformidad con la interpretación brahmsiana –que es la tradicional- podemos considerar que estos dos versículos iniciales expresan el deseo del alma de llegar al término de su carrera terrestre, y de entrar en las mansiones celestiales, cuya belleza no puede compararse con ninguna morada o templo acá abajo. Jesús dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay.” (Jn 14:2), y que Él iba a prepararnos un lugar que sería nuestra morada definitiva.

3.
“Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos, cerca de tus altares, oh Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío.”
El salmista siente una santa envidia por dos géneros de avecillas –el gorrión y la golondrina- que hacen su nido en los recovecos de la arquitectura del templo, no lejos del altar de los sacrificios. ¡Quién pudiera ser como ellos que viven constantemente tan cerca de ti, oh Señor, mi rey y mi Dios!

4. “Bienaventurados los que habitan en tu casa; perpetuamente te alabarán.”
¡Qué felices son esas criaturas que no siendo sino avecillas, que hoy están vivas, y que en poco tiempo estarán muertas; y que se venden en el mercado por unas cuantas monedas, pero que residen en tu casa! Los que tienen ese privilegio tienen sobradas razones para alabarte sin cesar. ¡Bien pueden considerarse, y ser llamados bienaventurados, porque lo son realmente!

Pero nosotros, que no tenemos un templo visible como tenían los antiguos israelitas en Jerusalén, sabemos que nuestro cuerpo es un templo del Espíritu Santo (1Cor 3:16) y que, por tanto, podemos entrar en todo momento en los atrios de su presencia dentro nuestro sin desplazarnos, para alabarlo sin cesar.

La palabra “bienaventurados” nos recuerda a personas como el anciano Simeón, que vivía tan cerca del templo de Jerusalén como para ir rápidamente, movido por el Espíritu Santo, a tomar al niño Jesús en sus brazos (Lc 2:25-27); o como la profetisa Ana, que “no se apartaba del templo, sirviendo de día y de noche con ayunos y oraciones.” (Lc 2:36,37).

5. “Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos.”
El salmista prosigue llamando feliz al hombre que vive en la cercanía del Señor, esta vez por dos motivos nuevos y diferentes. El que tiene en Dios sus fuerzas es el que no se apoya en las propias, sino que descansa enteramente en las de Dios. Es bienaventurado porque Dios es omnipotente y sus fuerzas son inagotables e incontrastables. Pero lo es además, en segundo término, y con mayor motivo, si los caminos del Señor están grabados en su corazón indeleblemente, de modo que nunca se aparte ni se desvíe de ellos.

Todos hemos experimentado alguna vez, estando en una situación apremiante, cómo de una manera inesperada el Señor ha intervenido para ayudarnos, o para guiarnos a buen puerto. De ello hay abundantes promesas en la Biblia: “Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él.” (Is 30:21). O “En todas estas cosas somos más que vencedores, por medio de Aquel que nos amó.” (Rm 8:37).

Algunas versiones traducen: “En cuyo corazón están los caminos de peregrinaje,” lo que haría que este cántico fuera afín a los salmos llamados graduales o de las subidas (120 al 134), que entonaban los peregrinos que subían a Jerusalén para las fiestas.

6. “Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los estanques.”
De este versículo viene probablemente la expresión “valle de lágrimas” con que se designa a este mundo terreno donde existe tanta aflicción. Las lágrimas en cuestión son las que derrama el hombre o la mujer afligidos. En la visión del salmista es como si el valle estuviera inundado por su llanto. Pero gracias a la ayuda de Dios esa inundación se transforma en una fuente alimentada por la bendita lluvia del cielo que llena los estanques donde se almacena el agua que regará la tierra y que beberá la gente para calmar su sed.

Algunas versiones traducen: “atravesando el valle de Baca”, que habría sido un paraje desértico sumamente seco, y que es, por tanto, símbolo de las dificultades que uno puede encontrar en el camino de la vida o, como lo sugiere el versículo siguiente, en el trayecto hacia la montaña de Sión.

7. “Irán de poder en poder; verán a Dios en Sión.”
¿Quién es el sujeto de esta frase? Los hombres que tienen en Dios sus fuerzas, los que mediante su ayuda transforman el valle de lágrimas en uno donde crece una cosecha abundante de toda clase de frutos. Porque confían en Dios ellos verán cómo su poder aumenta de día en día y de victoria en victoria, hasta llegar a la cima del monte santo. (Nota 3)

En el monte Sión estaba ubicado el templo construido por Salomón como casa de Dios en la tierra, para que la gloria del Señor habitara en ella (1R 6). Los que ponen su esperanza en Dios podrán contemplar en el templo en el que sirven como sacerdotes o levitas, o al que se acercan como peregrinos para adorarlo, la manifestación de su gloria, que es como si lo vieran a Él mismo.

8.
"Señor Dios de los ejércitos, oye mi oración; escucha, oh Dios de Jacob.”
¿Por qué se le llama a Dios “Señor de los ejércitos”? En esa época eminentemente guerrera -en la que la principal ocupación de los pueblos, además de las labores agrícolas, consistía en hacerse mutuamente la guerra- los ejércitos concitaban una gran parte de la atención de la gente. El tamaño del ejército era una manifestación del poder del rey (Véase a ese respecto Pr 14:28).

Contar con ejércitos bien armados y poderosos, pero sobre todo, contar con la ayuda de Aquel que podía decidir el desenlace de las batallas, era una preocupación vital. Al dirigirse a Dios de esa manera el salmista le está diciendo que el ejército de Israel es suyo, y que suyas son las batallas que libra su pueblo.

Este versículo contiene la doble invocación de un hombre que pone su confianza totalmente en el Señor. La segunda invocación es dirigida al “Dios de Jacob”, al Dios del que fuera padre de las doce tribus del pueblo escogido, de quien descienden todos los miembros del pueblo que lleva el nombre que fue dado a su antepasado en Peniel (Gn 32:28-30).

Con frecuencia se usa en la Biblia la expresión “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, y a veces se le invoca solamente como el “Dios de Abraham”, o como el “Dios de Jacob”, pero nunca, que yo sepa, se le invoca sólo como el “Dios de Isaac”. ¿Cuál será el motivo? Creo yo porque en la historia del surgimiento del pueblo escogido, Isaac es un personaje menor, de transición; un personaje sin mayor brillo, que jugó un papel de puente entre Abraham, el padre de la fe, y su nieto Jacob, el progenitor de las doce tribus, y que no tuvo otro papel que ése, recibir las promesas y bendiciones hechas a su padre y transmitirlas al hijo que Dios había escogido, desechando al primogénito Esaú (Gn 27).

9. “Mira, oh Dios, escudo nuestro, y pon los ojos en el rostro de tu ungido.”
El salmista le pidió primero a Dios que oiga. Ahora le pide que mire y fije su mirada en el que clama. No sólo oye mi oración, le dice, sino mira además mis circunstancias para que comprendas cuál es mi situación –como si Dios no lo supiera y lo entendiera mejor que él.

La petición tiene un carácter bien preciso: Pon tus ojos en el rostro de tu ungido. ¿De qué ungido se trata? Podría ser el rey de Israel –el mismo David, si fue él quien compuso el salmo. Pero como el salmo fue escrito para “los hijos de Coré”, bien podría tratarse del sumo sacerdote, o también ¿por qué no? del Mesías esperado, que es el Ungido por antonomasia, que traducido al griego es “Cristo”.

Pero ¿por qué pide a Dios que ponga sus ojos en el rostro del que clama? En primer lugar, es una manera de decir: Fíjate en mí. Pero también porque la expresión del rostro delata el estado del alma, la aflicción de su espíritu. La expresión de nuestro rostro refleja nuestros sentimientos, nuestra angustia, nuestra pena, o nuestra alegría. Es como si dijera: Mira el estado en que me encuentro, mi aflicción, y socórreme.

Al dirigirse a Dios el salmista lo llama “escudo nuestro”. Esta expresión es también reflejo de la cultura guerrera de ese tiempo, que ya hemos mencionado. Dios es nuestro escudo contra los ataques del enemigo. San Pablo habla en Efesios del “escudo de la fe” que nos protege de los dardos encendidos del enemigo (Ef 6:16). Pero para el salmista Dios mismo es el escudo. Sea lo uno o lo otro, sabemos que nuestra protección viene de Dios. Estando en situaciones de peligro, es bueno mirarlo a Él como al escudo que nos guarda de toda clase de amenazas.

10.
“Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad.”
¿Podemos imaginar cuál sería el ambiente en los atrios del templo de Jerusalén en esos lejanos tiempos? ¿Qué atmósfera de piedad y de unción prevalecía? Ahí se sentía la presencia de Dios, la Shekiná, pues Dios lo había escogido como su casa. Por eso el salmista escribe que prefiere pasar un día en los atrios del templo que mil días gozando de toda clase de satisfacciones fuera de ellos. Si se tiene en cuenta, como ya hemos dicho, que los sacerdotes servían en el templo por turnos anuales de quince días, podemos imaginar cuánto ansiaban ellos que les llegara la oportunidad anual de ministrar en el templo y de vivir en las habitaciones reservadas para los sacerdotes. El salmista, que era él mismo probablemente sacerdote o levita, dice que prefiere estar a la puerta del templo, esto es, como portero o guardián (un oficio que era entonces muy apreciado), o incluso, estar fuera de su recinto bajo la lluvia o el sol inclemente, que estar con los malvados que prosperan, y participar en sus diversiones y deleites.

Pero nosotros podemos habitar en los atrios del Señor, esto es, en su presencia, todos los días sin restricción alguna, pues nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, según se dijo, y Él vive dentro de nosotros. Para gozar de su presencia sólo necesitamos retirarnos al interior de nuestra cámara secreta, de nuestro corazón, para tener intimidad con Él.

Y ciertamente para nosotros es mil veces preferible gozar de su compañía que la de los hombres, por muy atractiva que sea su conversación, o seductoras las comodidades que el mundo nos ofrece. ¡Oh, cómo debemos estimar la presencia del Señor en el interior de nuestra alma! Teniéndolo tan cerca ¿Cómo podemos vivir a diario tan lejos de Él? ¿Cómo despreciamos la compañía de Aquel a quien debemos todo, y que está esperando que le dirijamos tan sólo una mirada, una palabra? Se nos ha concedido un tesoro que no estimamos como debiéramos. ¿No es acaso la presencia de Dios en nosotros un adelanto del cielo?

11.
“Porque sol y escudo es el Señor Dios; gracia y gloria dará el Señor. No quitará el bien a los que andan en integridad.”
Dios es el sol en cuyos rayos nos calentamos apenas amanece y dirigimos nuestro pensamiento a Él. Es sol porque nos hace sentir el calor de su amor, y porque ilumina nuestra mente disipando las tinieblas de nuestra ignorancia y confusión. Y es escudo porque nos defiende y protege de los ataques del enemigo, que con sus dardos encendidos trata de perturbar nuestra fe y debilitar nuestra constancia, tentándonos con la duda.

Dios tiene reservada para nosotros una maravillosa recompensa si perseveramos en su amor, por encima de los halagos con que el mundo trata de desviarnos del recto camino.

La gracia es su favor, su benevolencia, con la cual Él derrama sus beneficios sobre nosotros; y la gloria es la exaltación con que premia a los que le son fieles hasta el final. Él revindica a los que le sirven y los defiende de sus acusadores.

La garantía más firme de que podemos contar con el favor de Dios es caminar en integridad. A los que lo hacen, Dios les promete que no les quitará el bien prometido. ¿Qué es la integridad? La integridad es más que honestidad, aunque la comprende. Abarca todos los actos, actitudes y palabras de la persona, e incluye la rectitud, la veracidad, la fidelidad, la santidad y la pureza. Sólo la persona íntegra es enteramente confiable.

12. “Señor de los ejércitos, dichoso (o bienaventurado) el hombre que en ti confía.”
¡Cuántas veces aparece en la Biblia esta frase! (Sal 34:8: Sal 2:12; Pr 16:20; Jr 17:7). Ella es la exclamación que profiere el hombre que ha experimentado los beneficios de la protección divina. ¿De qué depende el que podamos contar siempre con su protección? De que confiemos indesmayablemente en Él. La confianza en Dios es un aspecto de la fe y actúa como un seguro que nos cubre contra todo riesgo. Si confías en Él, lo tienes. Si no confías en Él, no lo tienes. La confianza es, por así decirlo, la moneda con que pagamos el derecho a su protección. ¿Quiere eso decir que a los que no confían en Él Dios los abandona a su suerte? No ciertamente, porque Él ama a todas sus criaturas, incluso a los que lo ignoran. Pero Él se ocupa de una manera preferente de los que ponen toda su confianza en Aquel que no defrauda a los que en Él confían, de los que voluntariamente “habitan al amparo del Altísimo y viven a la sombra del Omnipotente.” (Sal 91:1).

Notas: 1. La palabra hebrea que Reina Valera 60 y otras versiones traducen como “moradas”, es mishkán, tiene el sentido básico de residencia, y por eso se aplicó al santuario o “tabernáculo de reunión” construido por Moisés en el desierto (Ex 25:8,9), y más tarde al templo de Jerusalén, construido por Salomón. Por ese motivo la King James Version y la Vulgata la traducen como “tabernáculo”. Más tarde llegó a designar todo el gárea que rodeaba al templo.
2. Nótese que la solemnidad del culto litúrgico tiene un atractivo que toca el corazón de mucha gente.
3. Según algunos este salmo expresa los sentimientos del peregrino que acude a Jerusalén para asistir al festival de otoño, o de los tabernáculos, llamado Sucot en hebreo.

#635 (11.07.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

1 comentario:

Unknown dijo...

Edificante reflexión.