martes, 3 de agosto de 2010

CONSIDERACIONES SOBRE EL LIBRO DE HECHOS III

Por José Belaunde M.
El Ministerio de Pedro
Algún tiempo después de los acontecimientos en casa de Cornelio –que he evocado en el artículo anterior de esta serie- Pedro afrontó un serio peligro a su vida, y aquí no puedo hacer mejor cosa que atenerme al relato que hace Paul L. Meier en el capítulo 29 de su libro “In The Fullness of Time” (“Llegado el Cumplimiento del Tiempo”). (Nota 1)

El año 41 DC se produjo un cambio muy importante en la administración de Judea. El emperador Claudio retiró al gobernador romano de Judea e instaló en su lugar como rey a Herodes Agripa I, un nieto de Herodes el Grande, el de la matanza de los inocentes. (2)

La familia herodiana jugó un papel muy importante en ese territorio en la época en que Jesús vino al mundo y en las décadas posteriores. (3) Uno de esos miembros ilustres de esa familia inescrupulosa fue Herodes Agripa I. Él era hermano de Herodías, la que se había divorciado de su tío Herodes Felipe y casado con el medio hermano de éste, Herodes Antipas, el Tetrarca, matrimonio que Juan el Bautista había denunciado públicamente como incestuoso (Lc 3:19,20). Ella había obtenido, mediante el baile voluptuoso de su hija Salomé, que su marido le entregara en una fuente la cabeza de Juan, su odiado enemigo, pese a los escrúpulos que tenía el Tetrarca (Mr 6:14-29).

Herodes Agripa I era hijo de Aristóbulo, uno de los hijos de Herodes el Grande que el anciano y celoso rey había hecho asesinar porque temía que, según sus obsesivas sospechas, estuviera complotando contra él. No obstante, tal como convenía a su condición real, el joven Agripa fue enviado a Roma para su educación, junto con su madre, Berenice (sobrina de Herodes el Grande), quien se hizo amiga íntima de la madre del futuro emperador Claudio, sobrino de Tiberio, -hijastro y sucesor de César Augusto- que reinaba en Roma cuando Juan Bautista y Jesús comenzaron sus ministerios (Lc 3:1). Agripa y Claudio eran exactamente contemporáneos, y debido a la amistad de sus respectivas madres, se conocían y eran amigos desde la infancia, hecho que tendría gran influencia en la carrera de ambos.

Agripa se encontraba en Roma cuando el emperador Calígula fue asesinado, y Claudio dudaba si asumir el trono o no. Agripa lo animó a hacerlo, e incluso lo ayudó a obtenerlo, haciendo campaña a favor suyo en el Senado romano. En pago de sus servicios Claudio lo nombró rey de prácticamente todos los territorios que su abuelo había gobernado en lo que es hoy Palestina. (Véase la Nota 2) Al emperador Claudio lo conocemos por una referencia furtiva en el capítulo 18 del libro de Hechos en que se dice que los esposos Aquila y Priscila (luego colaboradores eficaces de Pablo) habían salido de Roma debido a que Claudio había expulsado a todos los judíos de la capital (Hch 18:2). (4) Fueron expulsados, según el historiador Suetonio, debido a los constantes disturbios que causaban los judíos en la ciudad por instigación de un tal Chrestos. Esta es una referencia temprana al cristianismo en la literatura de la época. En esos años para los observadores externos, los discípulos de Jesús eran indistinguibles de los judíos. Los disturbios a los que se refiere Suetonio eran posiblemente las disputas que entonces eran ya frecuentes entre los miembros de la sinagoga y los de la iglesia a propósito de Jesús.

Agripa, como rey vasallo bajo el imperio, fue un soberano sumamente popular. Lo era en primer lugar porque, por su desdichada abuela Mariamme, pertenecía a la dinastía asmonea, descendientes de los macabeos, que habían gobernado Judea durante unos cien años hasta que el país fue conquistado por el general romano Pompeyo, el año 63 AC. Pero Agripa aumentó su popularidad gracias a algunos gestos diplomáticos y oportunos. La Mishná narra cómo en la fiesta de los Tabernáculos del año 41 DC Agripa asumió la tarea de leer del libro del Deuteronomio en voz alta al pueblo congregado delante del santuario. Se había colocado una gran plataforma de madera en el atrio del templo y sobre ella un trono para el rey. Agripa al recibir el rollo, en lugar de sentarse, como era su privilegio siendo rey, permaneció de pie como señal de reverencia al texto, para leerlo. Al llegar al pasaje en que se habla de las instrucciones acerca de un rey en Dt 17:14-20, prorrumpió en lágrimas al leer las palabras: “Ciertamente pondrás por rey sobre ti al que Jehová tu Dios escogiere; de entre tus hermanos pondrás rey sobre ti; no pondrás sobre ti a hombre extranjero, que no sea tu hermano” (vers. 15). Sin duda él recordó en ese momento que él, como nieto de Herodes el Grande, pertenecía a la dinastía idumea, es decir, extranjera que, no siendo judía, había usurpado el trono de Jerusalén. Pero el pueblo comenzó a gritar: ‘No temas, tú eres nuestro hermano, tú eres nuestro hermano’, posiblemente pensando en su ancestro asmoneo.

Años atrás, cuando aún no había sido ungido rey, él había logrado que el emperador Calígula no llevara a cabo su loco proyecto de hacerse erigir una estatua en el templo de Jerusalén para que se le rindiera culto, evitando lo que hubiera provocado una insurrección sangrienta. Al entrar por primera vez como rey a Jerusalén él había ofrecido sacrificios de acción de gracias en el templo y pagado los gastos de numerosos nazareos que al expirar su voto según el rito, debían cortarse el pelo y hacer diversas ofrendas (Nm 6:13-21). (5)

Siendo ya popular Agripa trató de serlo aun más ganándose el favor de las autoridades religiosas de Jerusalén. No se le ocurrió nada mejor que apresar a Santiago (o Jacobo), hijo de Zebedeo y hermano de Juan, y hacerlo decapitar (Hch 12:1,2).

Como esta ejecución agradó a las autoridades del templo, hizo apresar también a Pedro, durante la fiesta de los panes sin levadura. Pero como no podía hacerlo ajusticiar durante la fiesta, lo encerró en la Torre Antonia, custodiado por cuatro grupos de cuatro soldados cada uno. Ordenó retenerlo por una guardia tan numerosa porque ya en una ocasión anterior Pedro y Juan habían sido liberados de la prisión por un ángel que les abrió las puertas de la cárcel (Hch 5:19). Era pues prudente tomar precauciones para que no volviera a ocurrir algo semejante, aunque él no entendiera cómo pudieron ellos haber escapado entonces. (Véase el primer artículo de esta serie)

El capítulo 12 de Hechos relata cómo Pedro, que dormía plácidamente confiado en que el Señor nuevamente lo sacaría de apuros, fue liberado por un ángel que se le apareció en visión, y que hizo que se le cayeran las cadenas que sujetaban sus pies, y las que ataban sus muñecas a dos soldados, uno a cada lado suyo.

El ángel ordenó a un aturdido Pedro que lo siguiera. Pasaron lo primera y la segunda guardia y, llegados al portón exterior de hierro, éste se abrió por sí solo, y Pedro salió a la calle, con lo que el ángel desapareció. (Véase mi artículo “La Liberación de Pedro” del 18.04.04) Vuelto en sí Pedro se dirigió a la casa de María, la madre de Juan Marcos, el futuro autor del segundo evangelio, donde estaban reunidos los discípulos orando por su liberación. Cuando Pedro tocó la puerta de la casa, acudió una muchacha llamada Roda quien, al reconocer a Pedro, en lugar de abrirle la puerta y dejarlo entrar, se fue corriendo alocada a avisar a los demás que Pedro estaba en la calle. Mientras ellos discutían si podía ser verdad lo que decía la muchacha (¡hombres de poca fe!), Pedro seguía tocando afuera, seguramente desesperado de que no le abrieran. Cuando por fin lo hicieron, les contó cómo había sido liberado por un ángel. Les pidió que dieran aviso a Santiago, el hermano del Señor, y enseguida partió a otro lugar, posiblemente porque temía que Agripa lo hiciera buscar entre los discípulos de la ciudad.

Al día siguiente Agripa se dio con la sorpresa de que, pese a las precauciones que había tomado y a la fuerte guardia que lo custodiaba, Pedro se había esfumado. Furioso, pensando seguramente que eso se debía a complicidades internas, hizo matar a los inocentes guardias, según la costumbre romana de que los soldados que dejaran escapar a un preso fueran castigados con la misma pena que correspondía al fugado. (6)

Tres años más tarde, estando Agripa en su palacio en Cesarea, teniendo dificultades con las ciudades portuarias de Tiro y Sidón, decretó un embargo sobre el trigo con que sus dominios abastecían a esas ciudades. Una delegación de las ciudades hambrientas fue donde el rey a pedirle la paz. Agripa los recibió sentado en su trono y los arengó de una manera que seguramente agradó a todos, porque la multitud gritó adulonamente: “¡Voz de Dios y no de hombre!” Hechos concluye el relato con parcas palabras: “Al momento un ángel del Señor le hirió, por cuanto no dio gloria a Dios; y expiró comido de gusanos.” (Hch 12:23).

El historiador judío Josefo también reporta el incidente dando algunos detalles que es interesante mencionar. Siete años antes, cuando Agripa no era aún rey, y estando preso en Capri por orden de Tiberio a causa de sus muchas deudas, un búho se posó cerca de él. Un vidente germano que también estaba cautivo, le anunció que el búho le traía suerte y que sería pronto liberado –como en efecto ocurrió- pero agregó ominosamente: “Cuando vuelvas a ver al buho, en cinco días morirás.”

Josefo no menciona la embajada de las ciudades fenicias sino sitúa el encuentro de Agripa con las multitudes en el marco de unos juegos en honor del César. El segundo día Agripa llevaba puesto un manto que había sido entretejido con hilos de plata y que, al ser alumbrado por el sol naciente, brillaba de una manera maravillosa. Cuando los asistentes le dirigieron palabras halagüeñas comparándolo con un dios, el rey no rechazó el elogio impío. Inmediatamente vio un búho que se posaba cerca, y al instante sintió un fuerte dolor en el vientre. Agripa, según Josefo, se puso de pie, y dirigiéndose a los que lo rodeaban, les dijo: “Yo, un dios a vuestros ojos, debo ahora rendir mi vida”. Llevado a su palacio, murió cinco días después en medio de grandes dolores. Recién había cumplido 54 años y siete años de reinado. Es posible que la dolencia que lo arrebató fuera una peritonitis, consecuencia de una apendicitis. (7)

Muchos escépticos acusan al autor del libro de los Hechos de los Apóstoles de inventar fábulas. Pero en este caso el lacónico relato de Lucas está corroborado por la crónica –aderezada con las supersticiones de la época- escrita por un historiador judío que no tenía motivos para avalar la narración hecha por un cristiano, y que seguramente nunca había leído el libro de los Hechos.

La muerte prematura de Agripa tuvo trágicas consecuencias para Israel porque, de haber vivido más tiempo, es posible que los acontecimientos que llevaron a la sublevación del pueblo judío, y a la destrucción de Jerusalén y del templo hubieran podido ser evitados. Pero entonces la profecía que pronunció Jesús sobre el templo (Lc 21:5,6) no se habría cumplido. En esta concatenación de sucesos podemos ver cómo los hechos de la historia están gobernados por la Providencia divina, que todo lo dispone para que se cumplan sus propósitos.

La última aparición de Pedro en el libro de los Hechos se produjo en el Concilio de Jerusalén (Hch 15) que debió decidir acerca de la delicada cuestión planteada por “algunos de la secta de los fariseos que habían creído”, sobre qué requisitos de la ley judía debían imponerse a los gentiles convertidos (Hch 15:5). Pedro, como de costumbre, fue el primero que se dirigió a la asamblea para acallar la discusión, recordando cómo el Espíritu Santo había venido sobre los gentiles que habían creído en casa de Cornelio (Hch 15:7-11). Después de escuchar a Bernabé y a Pablo narrar las maravillas que Dios estaba haciendo entre los gentiles, Santiago, el hermano del Señor, propuso que sólo se les impusiera cuatro reglas: apartarse de lo sacrificado a los ídolos, de la fornicación (no sólo en un sentido general, que sería innecesario por obvio, sino en el más específico que tiene la palabra porneía, de relaciones incestuosas), de ahogado (es decir, de carne no desangrada) y de beber o comer sangre (Hch 15:19,20), lo que debería serles comunicado mediante una carta circular dirigida a todas las iglesias de la gentilidad y firmada por todos los presentes. Después de este episodio a Pedro no se le vuelve a mencionar y el libro se enfoca de ahí en adelante en los trabajos de Pablo, a los que espero dedicar también una serie de artículos.

Notas: 1. Sin embargo, buena parte de la información consignada sobre Agripa procede del libro “New Testament History” de F.F. Bruce.
2. Agripa ya era rey desde el año 37 de Calcis, al sur del Líbano, y desde el año 39, además de Galilea y de Perea.
3. Herodes el Grande reinaba en Jerusalén cuando nació Jesús. Él recibió a los magos que preguntaban por el rey de Israel que había nacido, y cuando ellos no retornaron para informarle donde lo habían hallado en Belén, hizo matar a todos los niños menores de dos años de esa ciudad y alrededores (Mt 2:1-8,16). Su hijo Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre cuando José retornó de Egipto con su Jesús y María (Mt 2:22). Herodes Antipas, el más hábil de los hijos de Herodes el Grande, a quien Jesús llamó zorra (Lc 13:32), era tetrarca de Galilea cuando Jesús fue crucificado (Lc 23:6-12). Herodes Agripa II, hijo del primer Agripa, era rey de Calcis cuando Pablo, preso en Cesarea, dio testimonio de su conversión y de su carrera como apóstol (Hch 26). De las mujeres, aparte de Herodías, de memoria infame, que era sobrina y fue luego esposa de Antipas, debe mencionarse a otra Berenice, hija de Agripa I, que escuchó con su hermano Agripa II el testimonio de Pablo ante Festo (Hch 25:13,23). Esta Berenice jugó años después un papel importante tratando de impedir la gran sublevación del año 66. (El poeta francés Racine escribió una tragedia sobre sus frustrados amores con el emperador Tito). Por último, Drusila, hija menor de Agripa I, estaba casada con el inescrupuloso gobernador Félix, ante quien Pablo hizo también su defensa (Hch 24, en especial los vers. 24-27).
4. También se menciona a Claudio en Hch 11:28 donde el profeta Ágabo anuncia que vendría una gran hambruna sobre toda la tierra, “lo cual sucedió en tiempo de Claudio.”
5. Recordemos que Pablo hizo algo semejante, por consejo de Santiago y los ancianos, al regresar a Jerusalén, con consecuencias trágicas para él (Hch 21:17-36).
6. Ese es un principio que sería muy oportuno aplicar en nuestro país.
7. La arqueología agrega una nota interesante a este episodio. En 1961 se excavó y se restauró parcialmente el teatro romano de Cesarea, que estaba situado frente al mar, y donde Agripa habría acogido pomposamente a la embajada tirosidonia. Las gradas ascendentes del anfiteatro miran al Oeste. Un orador situado en el terraplén inferior, donde estaría situado el estrado, miraría hacia el Este para dirigirse a la asamblea y sería directamente iluminado por el sol naciente de la mañana, tal como lo describe Josefo.
Fe de Erratas: En la 3ra columna del anverso del artículo anterior, 3er párrafo, penúltima línea, se omitieron las palabras “los sábados” después de “desplazarse”.
#638 (01.08.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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