viernes, 30 de abril de 2010

CONSIDERACIONES ACERCA DEL LIBRO DE JEREMÍAS I

Por José Belaunde M.

3:8. "Ella vio que por haber fornicado la rebelde Israel yo la había despedido y dado carta de repudio; pero no tuvo temor la rebelde Judá, su hermana, sino que también fue ella y fornicó."

¡Adónde llegó la dureza de corazón de Judá, que no obstante haber visto el castigo que venía sobre el reino de Israel, ella hizo lo mismo! Así somos los hombres: no escarmentamos en pellejo ajeno. Creemos que aunque el vecino, el amigo, el conocido, sufren las consecuencias de sus maldades, nosotros somos más listos o más suertudos que ellos y que a nosotros no nos tocará. Creemos que Dios tendrá una especial misericordia de nosotros. Esa no es confianza en Dios sino presunción. Olvidamos lo que se dice en Pro 22:3: "El avisado ve el mal y se esconde; mas los simples pasan y reciben el daño".

3:9. "Y sucedió que por juzgar ella cosa liviana su fornicación..."

Este es el secreto de la dureza de corazón del hombre: juzga cosa liviana su pecado. El peruano juzga cosa liviana el adulterio, el concubinato, la poligamia de hecho, el robo, la coima, etc., y después se sorprende de los males que afligen al país.

3:10. "Con todo esto... no se volvió a mí de todo corazón, sino fingidamente".

Nuestro pueblo se vuelve fingidamente a Dios porque no corrige su conducta. Multiplica sus actos de culto externos como si Dios se pudiera complacer en ellos. Pero Él les dice: "Circuncidaos a Jehová y quitad el prepucio de vuestro corazón" (4:4), palabras que ellos no entienden y persisten en sus ceremonias vacías, aunque Dios les diga: "¿Para qué a mí este incienso de Sabá y la buena caña olorosa de tierra lejana?" (6:20). Esta es la ceguera de los pueblos hipócritas: creen que aunque su conducta viole todo precepto, todavía pueden levantar sus manos a Dios. Pero ya lo había dicho Dios por boca de Samuel: "Mejor es la obediencia que los sacrificios..." (1S 15:22).

4:14. "Lava tu corazón de maldad, oh Jerusalén, para que seas salva."

Los castigos preparados por Dios pueden ser desviados si es que el pecador se arrepiente de su maldad y se vuelve hacia Él. Entonces es cuando se apacigua la cólera divina y cede su furor. Pero si el hombre persiste en su mal camino la ira de Dios se descargará sobre él con toda su fuerza. No obstante, Dios no se cansa de llamar al hombre al arrepentimiento: "Convertíos hijos rebeldes y sanaré vuestras rebeliones..." (3:22) y "Si te volvieres, oh Israel, vuélvete a mí..." (4:1). Su paciencia con nosotros parece infinita porque Él "no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento." (2P3:9) y "que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad." (1Tm2:4).
"¿Hasta cuando permitirás en medio de ti los pensamientos de iniquidad?" El mal que obra el hombre se origina en su pensamiento. Si el hombre no pensara pensamientos inicuos no haría iniquidad. El ladrón no piensa en trabajar honestamente sino en robar, y el trabajador honesto no está urdiendo planes para desvalijar a su patrón, sino quiere quedar bien con él. Aunque a veces nos abandonamos a pensamientos que nunca pondríamos en práctica, nuestras acciones, en términos generales, han sido prefiguradas mentalmente, o responden a nuestros sentimientos habituales.
Una idea semejante se expresa en 6:19: "Oye tierra: He aquí yo traigo mal sobre este pueblo, el fruto de sus pensamientos..." No dice que trae el fruto de sus actos, sino de sus pensamientos, porque los primeros responden a los segundos. Él dice que trae las consecuencias, a pesar de que éstas sobrevienen solas, como los frutos de un árbol crecen solos. Es que Él ha hecho el mundo de tal manera que ninguna causa quede sin efecto y que aun los pensamientos secretos del corazón traigan su fruto. ¡Oh, si pudiéramos tener esto siempre en cuenta! "Guarda tu corazón con toda diligencia, porque en él están las fuentes de la vida." (Pr 4:23). No hay pensamiento consentido, aunque sea fugazmente, que no deje una huella en nuestra alma. Y no es sólo diciendo: “Yo cancelo este pensamiento” como lo neutralizamos, sino arrepintiéndonos de haberlo consentido.

4:22. "...sabios para hacer el mal..."

Hay una sabiduría de este mundo que los hijos de este siglo poseen y que los capacita para llevar a cabo sus malas acciones (St 3:14-16). Son astutos, prudentes, precavidos, solapados y engañadores. ¡Cuánta astucia despliegan los secuestradores, por ejemplo! Hay que ser muy inteligente, y hasta sabio, para hacer el mal con tanto éxito. Esto lo vemos no sólo en el ambiente de la delincuencia o del terrorismo, sino también en la vida de los individuos, en el mundo de los negocios y en la política, donde se engaña tan hábilmente a la gente.
¡Con cuánta frecuencia cuando queremos hacer el bien, fracasamos porque no sabemos hacerlo! Nos falta la sabiduría necesaria, somos ingenuos, presuntuosos para evaluar las circunstancias, imprudentes... De ahí que debamos pedirle a Dios que nos dé sabiduría para hacer su obra, ya que muchas veces fallamos por carecer de ella y obramos en nuestra sabiduría propia que es limitada. “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.” (St 1:5).
La sabiduría de este mundo es impura; no tiende a la paz sino, al contrario, promueve conflictos, porque "a río revuelto ganancia de pescadores". Encubre sus malas intenciones con palabras halagüeñas y falsas sonrisas. O en otras ocasiones es dura e implacable para ablandar al contrario; persigue hacer daño para beneficio propio sin importarle las consecuencias, porque carece de escrúpulos. Los buenos frutos que acarrea son más aparentes que reales, se pudren rápidamente. Con frecuencia las normas que enuncia son inciertas y producen confusión en los que quieren seguirlas. Y, al final, no llevan a la paz sino a conflictos. ¿No lo vemos a cada rato en la política?

15:1-4. “Me dijo el Señor: Si Moisés y Samuel se pusieran delante de mí, no estaría mi voluntad con este pueblo; échalos de mi presencia, y salgan. Y si te preguntaren: ¿A dónde saldremos? Les dirás: Así ha dicho el Señor: El que a muerte, a muerte; el que a espada, a espada; el que a hambre, a hambre; y el que a cautiverio, a cautiverio. Y enviaré sobre ellos cuatro géneros de castigo, dice el Señor: espada para matar, y perros para despedazar, y aves del cielo y bestias de la tierra para devorar y destruir. Y los entregaré para terror a todos los reinos de la tierra, a causa de Manasés hijo de Ezequías, rey de Judá, por lo que hizo en Jerusalén.”

Moisés y Samuel habían intercedido por el pueblo en numerosas ocasiones e impedido el castigo que Dios iba a descargar sobre ellos. Pero aquí Jeremías dice que el pecado de Manasés es tan grande que ni aquellos intercesores habrían podido salvar a Judá de la destrucción. Manasés, según 2R21, hijo del piadoso rey Ezequías, fue el más impío de los reyes de Judá, pero, según 2Cro33, se arrepintió al final de su vida, e incluso rectificó parcialmente el mal que había hecho.
Los castigos con que Dios, por medio del profeta, amenaza al pueblo a causa del pecado de su rey son terribles. ¿Por qué al pueblo y no al rey? El rey también fue castigado cuando fue llevado en cautiverio por los asirios. Pero el pueblo se había hecho su cómplice en sus crímenes, cuando debió haberle resistido (2R 21:9; 2Cro 33:9).

15:6. “Tú me dejaste, dice el Señor; te volviste atrás; por tanto, yo extenderé sobre ti mi mano y te destruiré…”.

La frase siguiente: "estoy cansado de arrepentirme," indica porqué Dios castiga sin remedio: todas las veces que ha perdonado a Judá anteriormente han sido inútiles, porque no escarmienta; una y otra vez cae en lo mismo.

l6:5. “Porque así ha dicho el Señor: ‘No entres en casa de luto, ni vayas a lamentar, ni los consueles; porque yo he quitado mi paz de este pueblo’, dice el Señor, ‘mi misericordia y mis piedades.’”.

La misericordia de Dios sostiene a todos los pueblos y les da paz, orden, tranquilidad, sean creyentes o no. Pero cuando Él les retira su misericordia se desatan toda clase de males sociales, guerras, divisiones internas, plagas y catástrofes. Eso lo hemos vivido en el Perú con el terrorismo en la década del ochenta.

16:13. "Por tanto, yo os arrojaré de esta tierra a una tierra que ni vosotros ni vuestros padres habéis conocido, y ahí serviréis a dioses ajenos de día y de noche."

Como me habéis sido infieles y habéis servido a dioses ajenos en la tierra que yo os di para que me sirvierais solo a mi, yo haré que en adelante sirváis a dioses ajenos hasta hartaros, pero en otra tierra que nunca habíais conocido, pues ésta la habéis perdido por haberme desechado.
"No os mostraré clemencia". La dureza de mi trato corresponde a la dureza e impiedad de vuestro corazón.

17:1. "El pecado de Judá está..esculpido en la tabla de su corazón".

Por eso gobierna todos sus actos. Ha sido grabado en sus corazones principalmente por los pensamientos inicuos que entretuvieron sus madres durante el embarazo, los cuales, a su vez, eran los pensamientos que prevalecían en sus vidas diarias: frivolidad, envidia, chismes, sensualidad, adulterio, etc. Ese pecado escrito en el corazón del ser humano determina su naturaleza y su conducta. "Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él". (Pr 23:7).
El versículo que comentamos debe contrastarse con Jr 31:33,34, en donde se dice que el pueblo escogido tendrá la ley de Dios escrita en su corazón y nadie tendrá necesidad de ser enseñado, porque todos conocerán a Dios: “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice el Señor; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.”. ¿Qué es lo que determina la diferencia entre uno y otro estado? En gran medida la vida interior de la madre durante el embarazo, sus pensamientos y sentimientos, su comunión con Dios, o su comunión con el diablo. En un caso el niño nace santificado; en el otro, nace corrompido. Por eso dice un salmo: "Los impíos se desviaron desde el seno materno." (Sal 58:3).
En cambio, muchos grandes hombres de Dios, como Samuel, fueron piadosos desde su infancia. ¿Por qué? Ciertamente por una gracia especial de Dios, pero también, en el caso de Samuel, porque tuvo una madre sinceramente piadosa que, antes de que lo concibiera, lo consagró a Dios.

18:1-10. “Palabra del Señor que vino a Jeremías, diciendo: Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra del Señor, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, o casa de Israel? dice el Señor. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel. En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles, y en un instante hablaré de la gente y del reino, para edificar y para plantar. Pero si hiciere lo malo delante de mis ojos, no oyendo mi voz, me arrepentiré del bien que había determinado hacerle.”

Dios tiene un propósito para cada pueblo y para cada individuo, así como el alfarero se propone hacer una vasija con determinada forma, o para determinado uso. Pero los seres humanos se diferencian de la arcilla en que tienen libre albedrío. Al alfarero el vaso se le malogra por accidente; no así a Dios, sino porque el vaso mismo se niega a plegarse a los movimientos de su mano. Dios le ha dado esa facultad. Pero así como el alfarero desecha el vaso que le salió mal, Dios desecha también al pueblo, al grupo humano, o a la persona que no se pliega a sus deseos, que no sigue el camino que Él le ha trazado.
Sin embargo, por la misericordia divina el desechar de Dios no es definitivo; el vaso puede recapacitar y dejarse moldear nuevamente al gusto de Dios. Entonces Dios no lo bota sino lo restaura. Del mismo modo, si el vaso que al principio fue dócil de pronto se resiste y no se deja moldear, aunque al comienzo se plegara, si no rectifica su rebeldía, Dios puede desecharlo.

26: 8-24. “Y cuando terminó de hablar Jeremías todo lo que el Señor le había mandado que hablase a todo el pueblo, los sacerdotes y los profetas y todo el pueblo le echaron mano, diciendo: De cierto morirás. ¿Por qué has profetizado en nombre del Señor, diciendo: Esta casa será como Silo, y esta ciudad será asolada hasta no quedar morador? Y todo el pueblo se juntó contra Jeremías en la casa del Señor. Y los príncipes de Judá oyeron estas cosas, y subieron de la casa del rey a la casa del Señor, y se sentaron en la entrada de la puerta nueva de la casa del Señor. Entonces hablaron los sacerdotes y los profetas a los príncipes y a todo el pueblo, diciendo: en pena de muerte ha incurrido este hombre; porque profetizó contra esta ciudad, como vosotros habéis oído con vuestros oídos. Y habló Jeremías a todos los príncipes y a todo el pueblo, diciendo: El Señor me envió a profetizar contra esta casa y contra esta ciudad, todas las palabras que habéis oído. Mejorad ahora vuestros caminos y vuestras obras, y oíd la voz del Señor vuestro Dios, y se arrepentirá el Señor del mal que ha hablado contra vosotros. En lo que a mí toca, he aquí estoy en vuestras manos; haced de mí como mejor y más recto os parezca. Mas sabed de cierto que si me matáis, sangre inocente echaréis sobre vosotros, y sobre esta ciudad y sobre sus moradores; porque en verdad el Señor me envió a vosotros para que dijese todas estas palabras en vuestros oídos. Y dijeron los príncipes de todo el pueblo a los sacerdotes y profetas: No ha incurrido este hombre en pena de muerte, porque en nombre del Señor nuestro Dios nos ha hablado. Entonces se levantaron algunos de los ancianos de la tierra y hablaron a toda la reunión del pueblo, diciendo: Miqueas de Moreset profetizó en tiempo de Ezequías rey de Judá, y habló a todo el pueblo de Judá, diciendo. Así ha dicho Jehová de los Ejércitos: Sión será arada como campo, y Jerusalén vendrá a ser montones de ruinas, y el monte de la casa como cumbres de bosque. ¿Acaso lo mataron Ezequías rey de Judá y todo Judá? ¿No temió al Señor, y oró en presencia del Señor, y el Señor se arrepintió del mal que había hablado contra ellos? ¿Haremos, pues, nosotros tan gran mal contra nuestras almas? ….Pero la mano de Ahicam hijo de Safán estaba a favor de Jeremías, para que no lo entregasen en las manos del pueblo para matarlo.”
En este pasaje se juega todo un drama. Los sacerdotes y profetas, furiosos de que Jeremías haya hablado al pueblo en un sentido contrario al que ellos profetizan, arman un alboroto para acusarlo públicamente y hacerlo condenar (en esto Jeremías es un tipo de Cristo). Pero ¡oh maravilla imprevista! Esta gran reunión de gente es ocasión para que Jeremías pueda predicar a una multitud aun más grande. Él, por su parte, no teme nada y está dispuesto a morir. Y he aquí que el mismo pueblo, sus príncipes y los ancianos, lo defienden de sus acusadores. ¡Cómo hubiera ocurrido lo mismo cuando Jesús fue acusado ante Pilatos! Pero Él en esa ocasión no predicó al pueblo ni se defendió, porque ser condenado a muerte y crucificado formaba parte del plan que Dios había concebido.

NB. Este texto y su continuación fueron escritos como trabajos para el curso de “Entrenamiento Ministerial” que seguí hace unos veinte años. Lo doy a publicación por primera vez.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#624 (25.04.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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