martes, 4 de mayo de 2010

CONSIDERACIONES ACERCA DEL LIBRO DE JEREMÍAS II

Por José Belaunde M.
En la carta que dirige Jeremías a los deportados en Babilonia hay una frase que debe haber sorprendido, y quizá hasta irritado a los atribulados judíos: "Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz". (Jr 29:7). Hay que tener en cuenta que Babilonia era la capital de sus enemigos, que los habían tratado cruelmente y deportado en gran número a esa ciudad extraña para ellos. Sin embargo, Dios les ordena que oren por ella; les ordena que oren por sus enemigos, diciéndoles, además, que ellos serán prosperados en la medida en que la odiada ciudad también lo sea (Nota).

Estas palabras deben haber sonado inusitadas a los oídos de los patriotas israelitas y contienen el comienzo de una lección que el pueblo escogido sólo absorberá poco a poco y que, aun para nosotros, que tenemos el ejemplo de Cristo, es difícil de digerir: el amor y el perdón de nuestros enemigos.

En cierto sentido todos estamos deportados en la tierra, pues nuestra patria verdadera es el cielo (Véase 1P 2:11). La frase de Jeremías citada arriba nos exhorta a desear el bien del país en que vivimos, seamos ciudadanos de él o emigrantes, pues nuestra prosperidad depende de su prosperidad.

Hay que notar, además, dos cosas:
1) Dios quiere que se ore por el país en que se vive, cualquiera que sea, y que se ore por su bienestar, lo cual incluye –y esto es muy importante- ser buenos ciudadanos, porque si no lo fuéramos nuestras acciones serían contrarias a nuestra oración.
2) Los vers. 4-6 (“Así ha dicho el Señor de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas, y habitadlas; plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis.”) nos muestran que la prosperidad que Dios desea para su pueblo comporta todo aquello que normalmente la acompaña; es una prosperidad completa que incluye construir casas, sembrar y cosechar, casarse, ser fecundos y procrear familias numerosas.

Pero el vers. 29:7 contiene una lección adicional: Dios necesita de nuestras oraciones para llevar a cabo lo que Él se ha propuesto realizar. Pero, ¿por qué podría Él tener necesidad de nuestra colaboración? ¿Acaso no es Dios omnipotente? Pienso que no es que Él tenga necesidad de nuestras oraciones para llevar a cabo lo que Él se propone, ya que Él realiza muchas cosas sin nuestro conocimiento, que nosotros ni siquiera soñamos, y mal podríamos orar por ellas si las desconocemos. Lo que ocurre es que Él ha dado a los hombres la responsabilidad del mundo en que vivimos, así como nos ha hecho responsables de nuestras propias vidas. Por tanto, quiere que nosotros tomemos nuestro destino en nuestras manos, orando en aquellas situaciones en que podamos necesitar su ayuda. De lo contrario Él tendría que estar constantemente interviniendo para corregir las consecuencias de nuestros errores, o para impedir que seamos víctimas de injusticias, o para prevenir catástrofes, etc., situaciones que nosotros podríamos evitar orando. Pero Él no quiere hacerlo porque quiere que el hombre experimente las consecuencias de sus actos y omisiones, y que, en ese proceso, se vuelva sabio.

Por ese motivo cuando Él desea intervenir en favor de alguno, Él busca personas que intercedan, generalmente parientes o amigos. El testimonio de muchos creyentes nos muestra que si Él nos impulsa a orar por algún motivo, es porque Él ya tiene la intención de concedernos aquello por lo cual oramos. Algunos se han enterado “a posteriori” de que la persona por la cual sintieron súbitamente una carga y por la cual oraron, atravesaba en ese preciso momento por una situación difícil, o afrontaba un grave peligro, del cual fue milagrosamente salvado. ¿Qué habría pasado si la persona que sintió el impulso de orar hubiera sido indolente y no lo hubiera hecho? No lo sabemos, pero es muy probable que Dios no hubiera cumplido su propósito, y se habría abstenido de intervenir. Eso es lo que enseña Ez 22:30,31: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé. Por tanto, derramé sobre ellos mi ira; con el ardor de mi ira los consumí; hice volver el camino de ellos sobre su propia cabeza, dice el Señor.”. Si alguien hubiese intercedido, Dios habría retenido el castigo, o lo habría moderado.

"Aún te edificaré y serás edificada, oh virgen de Israel..." (Jr 31:4). Este "aún" está diciendo: a pesar de lo que ves ahora, de las circunstancias adversas, de la casi total destrucción de tu país, todavía hay esperanza para ti, todavía hay esperanza para tu tierra. Y esto le dice Dios a cada ser humano: cualesquiera que sean las circunstancias desfavorables en que te encuentres, aún hay un porvenir y una esperanza para ti, si confías en mí, "porque yo sé los pensamientos (planes) que tengo acerca de vosotros, pensamientos de paz y no de mal..." (Jr 29:11)

“Serás edificada”, esto es, reconstruida, restaurada, alma mía, a tu antigua fuerza. Más aun, serás adornada, embellecida y te regocijarás en tu nueva prestancia. En los lugares que parecían desolados, ahí mismo plantarás tus viñas, tus empresas, tus planes, y te darán el fruto que esperas. (31:4,5).

"...correrán al bien de Jehová, al pan, al vino, al aceite, y al ganado de las ovejas y de las vacas…." (31:12). ¡Qué promesa maravillosa que se hace al pueblo escogido y que se hace a nosotros! Como cuando a la gente que sufre hambre se le anuncia: ¡Aquí hay alimento en abundancia! Y la gente acude en desbandada. El pueblo que crea en el Señor será saciado del bien del Dios de Jacob (31:14).

¡Oh sí, no correrán en vano! Allí hallarán todo lo que buscaban, lo que ansiaba su alma. Así también nosotros seremos saciados "de la grosura de su casa" (Sal 36:8) cuando nos acerquemos a Él.

"...por eso mis entrañas se conmovieron por él..." (31:20). Las entrañas de Dios se conmueven por sus hijos. Él no los castiga por placer, sino a pesar suyo, por necesidad, y por amor. Pero le duele infinitamente el sufrimiento de sus hijos infieles, y está pronto a acogerlos apenas se arrepientan, apenas respondan al impulso que Él mismo les inspira de volverse a Él: "conviérteme y seré convertido" (31:18).

"¿Hasta cuándo andarás errante, oh hija contumaz?" (v. 22). ¿Hasta cuándo, oh alma extraviada, andarás errante? ¿Hasta cuándo andarás perdida, buscando sosiego donde no hay paz? Vuélvete a mí que soy tu Hacedor, el que te ha creado, el que te ha llevado en sus brazos y tiene todo lo que tú necesitas.

Quisiera ahora volver atrás para examinar un texto del 4to capítulo que creo es muy pertinente para nuestros días.

4: 23-28: “Miré a la tierra, y he aquí que estaba asolada y vacía; y a los cielos, y no había en ellos luz. Miré a los montes, y he aquí que temblaban, y todos los collados fueron destruidos. Miré, y no había hombre, y todas las aves del cielo se habían ido. Miré, y he aquí el campo fértil era un desierto, y todas sus ciudades eran asoladas delante del Señor, delante del ardor de su ira. Porque así dijo el Señor: Toda la tierra será asolada; pero no la destruiré del todo. Por esto se enlutará la tierra, y los cielos arriba se oscurecerán, porque hablé, lo pensé, y no me arrepentí, ni desistiré de ello.”

¿Son estos versículos una representación simbólica de la destrucción sufrida por la tierra de Judá como consecuencia de la invasión de sus enemigos anunciada por Jeremías? ¿O son la descripción literal de un acontecimiento futuro que abarca a toda la tierra, y que Jeremías percibió en la lejanía?

Si así fuera, la erupción de un volcán en Islandia -cuyo nombre es difícil de escribir y pronunciar- nos hace pensar que Dios está dando a la humanidad un grave aviso de que su ira está a punto de estallar por la desfachatez con que el pecado se exhibe en todas partes y por la forma cómo su nombre es blasfemado.

Pero miren: Ha bastado que la ira de Dios sople un momento para que el complejo sistema de vuelos internacionales que la orgullosa tecnología humana ha desarrollado se paralice durante unos días, dejando a millones de pasajeros abandonados a su suerte en los aeropuertos, y haciendo que las compañías de aviación tengan pérdidas de 200 millones al día; y que la paralización del transporte de alimentos perecibles cause también millonarias pérdidas a los productores. La fragilidad de la estructura de transporte aéreo construida por el hombre ha sido puesta de manifiesto.

Si esto ha sido el efecto de una erupción pasajera ¿qué consecuencias podría tener si la nube de humo siguiera fluyendo a torrentes al espacio? La tierra es un caldero de humo y fuego que puede explotar en cualquier momento, derramando por doquier nubes negras que oscurezcan los cielos y perturben las comunicaciones en todo el mundo, paralizando la actividad económica de toda la tierra.

El pasaje citado de Jeremías nos recuerda un pasaje de Apocalipsis cuando se abre el sexto sello: “…el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como de sangre; y las estrellas cayeron sobre la tierra (porque se oscureció su luz)… y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla…. (porque sólo se veía tinieblas en torno)… Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Ap 6:12-17)

En verdad de nada sirve la arrogancia humana que se atreve a desafiar en la cara a su Creador. Así como Dios aniquiló a la humanidad por medio del diluvio en tiempos de Noé, a causa del pecado de los hombres, puede Él también ahora destruirla por medio del fuego: “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.” (2P 3:7). Si la humanidad no se arrepiente, ese día terrible puede estar más cerca de lo que pensamos.

Nota : El Sal 137 expresa de forma conmovedora la nostalgia que los desterrados en Babilonia sentían por Sión, y los deseos de venganza que los dominaban. El mensaje de Jeremías que ellos no querían oír se dirigía a este segundo sentimiento.

NB. Este artículo, como el anterior, está basado en trabajos escritos para un curso de “Entrenamiento Ministerial” seguido hace más de veinte años. Ha sido actualizado y puesto al día para ésta su primera impresión.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que se desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#625 (02.05.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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