miércoles, 14 de abril de 2010

LA ADMINISTRACIÓN DE LAS COMPRAS Y DEL CRÉDITO

Hoy vamos a hablar de la administración de las compras y del crédito en el seno del hogar. Pero para poder abordar ese tema inteligentemente necesitamos tener una idea clara de lo que es el dinero, cuál es su naturaleza, porque la mayoría de la gente no sabe lo que es el dinero. Los economistas tampoco saben lo que realmente es el dinero, aunque lo estudian. Porque lo que el dinero es, es un secreto. Un secreto en verdad muy sencillo, tan sencillo que permanece ignorado.

Si tú eres funcionario, o empleado u obrero, cuando llega el fin de semana, o de la quincena, o del mes, tu empleador te entrega unos billetes, o un cheque, o te abona determinada suma en tu cuenta. Es decir, te paga tu salario. Pero no lo hace por tu linda cara, o porque tú le caigas simpático.

Él no se dice: "¡Qué bien me cae este muchacho! ¡Qué simpático es! Le voy a regalar unos cuantos billetes para que esté contento y siga viniendo a mi compañía."

No. Él te paga tu sueldo porque tú has realizado un trabajo que él valora, que para él es necesario en su negocio o en su empresa. Es decir, porque has empleado tu tiempo y tus fuerzas haciendo algo que él considera útil para sus intereses, que lo beneficia, y porque lo has hecho bien. De lo contrario, no te daría nada y te despediría.

En buenas cuentas, tú le has entregado durante la semana, o durante el mes, una parte de tu vida, es decir, de tus fuerzas y de tu tiempo, que son tu vida, y él te compensa pagándote lo que él piensa que vale en billetes esa pequeña porción de tu vida que tú le has dado.

Los billetes que recibes son el contravalor del tiempo y de las fuerzas que has empleado en su servicio. El dinero de tu sobre de pago es eso: lo que tú recibes a cambio de tu vida. Y fíjate que en el mercado del trabajo la vida de unos vale mucho y la de otros vale poco. Y a veces ese valor guarda poca relación con el esfuerzo desplegado.

Así pues, cuando tú vas a una tienda, o al mercado, a comprar alimentos o alguna cosa, no la estás pagando con billetes como crees. Esos son sólo un símbolo que facilita el intercambio de bienes. La estás pagando en verdad con tu vida. Eso que compras lo pagas con un pedazo de tu tiempo y de tus energías, que ahora se han convertido en billetes. Y como tu vida es limitada, porque algún día has de morir, y tus fuerzas también lo son, porque algún día flaquearán, lo estás pagando con algo de ti mismo que es irreemplazable, que nunca volverá y que entregas para siempre.

Sí, eso que tú adquieres lo recibes a cambio de algo de ti mismo que nunca vas a recuperar. ¿Te das cuenta?

Ahora bien, eso que compras, examínalo bien, ¿vale un pedazo de tu vida? Tienes tantas ganas de poseerlo, o te han hecho creer que es tan necesario para ti, que no vas a poder ser feliz si no lo tienes. Pero, si en lugar de dártelo a cambio de algunos billetes, te dijeran: “Te lo damos gratis si vienes a trabajar aquí en la tienda algunos días”, ¿estarías dispuesto a dar tus horas y tus días y tu cansancio para poseerlo? ¿O lo dejarías pasar? Piensa bien antes de comprar, si lo que deseas vale lo que das a cambio.

Ese celular sofisticado, ese equipo de sonido tan potente, ese vestido tan bonito, ¿valen realmente un pedazo de tu vida?

Toma en tus manos ese billete que tienes en el bolsillo y que has ganado con tanto esfuerzo. Y dile a ti mismo: “Esto es un pedazo de mi vida. No es papel como parece. Es vida.”

Más aun. Cuando compras al crédito, o pides un préstamo con algún fin, lo que estás empeñando es un pedazo de tu vida. Estás hipotecando tu tiempo futuro, tu sudor del mañana, de muchos mañanas.

Cuando firmas el contrato que te alcanzan, y que no has tenido tiempo de leer ni entiendes, y pones tu nombre en la línea punteada, estás poniendo tu firma debajo de una cláusula no escrita, que es implícita, pero que es tan verdadera: "Por este documento yo entrego a la firma tal y tal una parte de mi sudor, de mis fuerzas y de mi vida." Y debajo pones tu nombre para que no queden dudas de que estás de acuerdo.

Los intereses que te cobra la empresa, o el banco, tú los pagas con tu vida, y muchas veces terminas pagando en intereses mucho más del doble del precio que pagarías si compraras al contado. ¿Te das cuenta de que es tu vida la que entregas? Eso que compras, ¿vale un pedazo de tu vida?

Los que venden artefactos, o autos, a plazos, o los que prestan con ese fin, no están pensando en el servicio que su propaganda engañosa dice que te prestan, o en las ventajas que mentidamente dicen que te ofrecen, sino en el pedazo de tu vida que tú les vas a entregar.

Por eso es que la Biblia, para ahorrarte ese desperdicio de tu vida, te dice: No tomes prestado. En Romanos San Pablo nos advierte: "No debáis nada a nadie sino el amor mutuo." (Rm 13:8). Eso es todo lo que puedes deber a otros, sin experimentar una pérdida.

Y el libro de Proverbios recalca: "El que toma prestado es siervo del que presta" (22:7).
Sí, siervo. Una vez que tomas prestado ya no eres dueño de tu dinero -es decir, de tu vida. Ya no puedes disponer de ella a tu antojo. Antes de pensar en cuánto vas a gastar en esto o en aquello, tienes que separar la parte que necesitas para pagar las cuotas de tu préstamo. Sólo el saldo que queda es tuyo. Una parte de tu sueldo ya lo entregaste de antemano.

Veamos las cosas desde otro punto de vista. Cuando el comerciante, o el fabricante, recarga el precio de un artículo mucho más allá de su costo, al recibir los billetes con que pagas para tenerlo, te está chupando un pedazo de tu vida.

Cuando el delincuente asalta un banco, no se está llevando billetes. Se está llevando el esfuerzo ajeno, la vida ajena, de la que quiere apoderarse sin dar nada a cambio.

Cuando el financista monta una estafa y se queda con el dinero de los ahorristas, o cuando el timador hace una operación dolosa que desvía de su destino una ingente suma, ambos se están apoderando de muchas vidas ajenas.

Por eso es que Jesús llama al dinero: "riquezas injustas" (Lc 16:9). Porque los que tienen riquezas muchas veces las acumularon al precio del sudor y lágrimas de otros. Lamentablemente, tal como está estructurado, el sistema legal condona las trampas de los comerciantes y banqueros.

¿Cuándo dijo Jesús: “Bienaventurados los ricos porque de ellos es el reino de los cielos”? Al contrario. Él dijo: “Bienaventurados los pobres….(Mt 5:3) Él dijo también que era más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos (Mt 19:24).

La vida está llena de ironía. Los billetes que llevamos en la cartera han sido diseñados con arte y buen gusto. Llevan a ambos lados algunos dibujos bonitos y el retrato de algún personaje de nuestra historia.

Pero, en realidad, el retrato que deberían llevar es el de cada uno de nosotros, y las figuras que llevan deberían ser dibujos de gotas de sangre, de sudor y de lágrimas. La sangre, el sudor y las lágrimas que derramamos para ganar esos billetes.

¿Y los que viven del dinero que han heredado y que ellos nunca ganaron? Pues están viviendo de lo que otros con su vida acumularon para sus descendientes. Es también vida aunque no sea propia.

¿Es el mundo injusto? Sabemos que sí lo es, porque también es injusto el príncipe de este mundo que lo controla.

Hay una gran disparidad entre lo que unos y otros reciben a cambio de su vida. El jornalero suda bajo el sol desde que amanece hasta que anochece y no tiene descanso. Pero recibe una pequeña suma a cambio. Otro, por el contrario, trabaja en una oficina alfombrada y con aire acondicionado. Él no suda ni hace ningún esfuerzo físico. Otros lo hacen por él. Él sólo da órdenes y piensa. Pero recibe diez o veinte veces más que el jornalero. ¿Vale su vida acaso más que la del otro? Y si no, ¿por qué la diferencia?

Es que la recompensa que recibe el ejecutivo es no sólo por el tiempo y el esfuerzo que él dedica a su trabajo, sino también por el tiempo que dedicó a formarse, a adquirir la educación y la capacidad profesional que le permiten desempeñar el cargo que ocupa. Pero también por el esfuerzo de aquellos que están a sus órdenes y cuya vida, en cierta medida, él controla. Él es dueño de parte de la vida de sus subordinados. Y cuanto más alto se encuentra en la jerarquía de una organización, mayor será el fruto de la vida de otros que reciba.

¿Entiendes ahora lo que es el dinero y por qué la Biblia y Jesús hablan tanto de él? Porque el dinero no es lo que la gente piensa. Tiene mucho más valor. Vale lo que vale la vida.

Por eso es que cuando le damos a Dios la décima parte de lo que ganamos, le estamos dando en realidad una parte de nuestra vida. O mejor dicho, le estamos devolviendo una parte de lo que Él nos ha dado. Porque tus fuerzas, tu tiempo, tu vida y todo lo que tienes te lo ha dado Él. Te lo ha dado para que goces de ello, pero también para que le sirvas.

En vista de todo lo anterior podemos ahora preguntar: ¿Cuál debe ser la actitud del cristiano frente a la posibilidad, o a la tentación, de endeudarse, sobre todo frente a las ofertas seductoras de crédito fácil que publicitan las instituciones financieras para atraer a los incautos. ¿Quién no ha recibido ese tipo ofertas?

Quizá no esté de más recordar aquí el proverbio: “El avisado ve el mal y se esconde; mas los simples pasan y reciben el daño.” que por alguna buena razón figura dos veces en ese libro: 22:3 y 27:12.

El avisado es el que descubre la trampa detrás del seductor aviso y no muerde el anzuelo. El simple no se da cuenta y se deja pescar, y después gime bajo el peso de las cuotas que no puede pagar.

¡Cuántos incautos, atraídos por el señuelo de adquirir algo que está por encima de sus posibilidades, aceptan tarjetas de crédito de las casas comerciales, o se enganchan en créditos de los que después sólo pueden salir trabajosamente! Cuando terminan de pagar constatan que lo comprado les costó el doble, o el triple, de lo que les hubiera costado si lo pagaban al contado.

En esto consiste el engaño: Te ofrecen facilitarte la compra de lo que deseas, pero no te dicen cuánto te va a costar el capricho; no te dicen que te van a chupar la sangre.

Una vez más debemos recordar la frase de Pablo: “No debáis nada a nadie, salvo el amor mutuo.” (Rm 13:8ª), que debe regir nuestra conducta en este campo. La regla sana es: Si no lo puedes comprar al contado, no lo compres.

¿Quiere eso decir que no debemos endeudarnos en ningún caso? Dejando de lado las emergencias en las que puede ser inevitable endeudarse, hay algunos casos en que sí se puede justificar tomar un préstamo.

El más obvio es la vivienda. La compra de una casa, o de un departamento, al contado es algo que está por encima de las posibilidades de la gran mayoría de la gente. Para solucionar esa dificultad se han creado los créditos hipotecarios que ofrecen los bancos y otras instituciones financieras, a tasas que son por lo general razonables.

Una regla que siguen los bancos es que la cuota mensual no debe ser superior al 30%, es decir, a la tercera parte de los ingresos de la persona, o de la familia que adquiere la vivienda.

Es obvio que si se va a pagar un alquiler por la vivienda que uno ocupa, que es un dinero que nunca regresa, tiene mucho sentido dar esa misma cantidad, o una cantidad semejante, para adquirir un inmueble que luego será propio. El ideal es que todo hogar sea dueño de la casa que habita. Tener una casa propia da una gran seguridad a la persona, que se refleja en cómo se comporta.

Otro motivo por el cual puede justificarse contraer un préstamo sería para comprar un taller, o una oficina, o una herramienta de trabajo necesaria. Allí los factores que han de sopesarse son el rendimiento mensual esperado frente al monto de las cuotas del crédito. El rendimiento esperado de forma realista, y calculado sin vanas ilusiones, debe superar ampliamente la obligación mensual contraída. De lo contrario pueden surgir dificultades y hasta se puede sufrir la pérdida del bien comprado, así como del dinero pagado hasta ese momento.

Adquirir un automóvil es un deseo que todo el mundo tiene, y es explicable, porque el auto da gran libertad y facilidad de movimientos, aunque en los últimos tiempos, con el enorme aumento del tráfico que se ha vuelto pesado, y la dificultad para encontrar estacionamiento, esa libertad y rapidez de desplazamiento ha disminuido considerablemente. Hay lugares a los que a veces es mejor ir en taxi que en el carro propio.

Hoy día se puede comprar un auto usado a la cuarta o quinta parte del precio de uno nuevo. Por eso no tendría sentido endeudarse para comprar uno, salvo que se le vaya a usar como taxi.

Si no tienes a la mano el dinero para comprar el carro de tus sueños al contado, mejor es que esperes y ahorres. Hay que tener en cuenta que un carro genera gastos, que se van a sumar a las cuotas del crédito. Por lo pronto, la gasolina, el aceite, y las inevitables reparaciones, grandes y pequeñas. Luego vienen el seguro del auto y el SOAT. Pero si cedes a la tentación de comprar un auto nuevo al crédito –como mucha gente hace endeudándose al máximo- vas a terminar pagando por lo menos un 50% más de lo que te costaría pagarlo al contado. ¿Vale la pena hipotecar tus ingresos por dos o tres años para darte el gusto de pasearte en un carro nuevo?

Otra cosa es si lo compras para hacer taxi. En ese caso se justificaría quizá endeudarse, siempre y cuando los intereses no sean leoninos, y el auto esté en buen estado.

Esto me lleva a hacer una grave advertencia. Nunca recurras a un prestamista informal, de esos que llaman tiburones, porque, aparte de que los intereses que suelen cobrar son exorbitantes, si no les pagas puntualmente pueden recurrir a tácticas delincuenciales para cobrar lo que les debes. No te metas con esa clase de gente, porque no suelen tener escrúpulos.

Otra advertencia importante: Nunca te endeudes para gastos de consumo (comida, bebida y otros rubros domésticos como luz y agua), salvo en casos de emergencia. Puede tener sentido comprar una refrigeradora, o una cocina, a plazos, siempre y cuando las cuotas no representen un incremento en el precio de más del 30%, y que puedas pagarlas sin dificultad. Pero es mucho mejor que ahorres y lo compres al contado. Si la refrigeradora cuesta al contado mil soles, y a plazos, mil cuatrocientos, ¿por qué quieres regalar cuatrocientos soles?

Me queda hablar de las tarjetas de crédito. Últimamente los diarios han venido hablando del gran abuso que cometen las casas comerciales y algunos bancos con las tarjetas que emiten. Felizmente la Superintendencia de Banca y Seguros ha empezado a ajustarle las clavijas a unos y otros.

Si usas una tarjeta para tus compras ordinarias, paga lo gastado puntualmente a fin de mes, o el día que te toque. Nunca compres en cuotas. Resulta carísimo. Hay bancos que cobran hasta un 200% al año de intereses. Eso significa que pagas el triple del precio al contado. Si te cobran el 100%, pagas el doble, sin contar las comisiones, y los cargos por cualquier pretexto. ¿Vale la pena? ¿Así administras el dinero que Dios te ha confiado? (Nota 1).

No caigas en la trampa de Navidad: el primer mes no pagas. Te ofrecen eso no por hacerte un favor, sino para chuparte tu vida, tu sudor y tus lágrimas. Ni muerdas el señuelo de las “cómodas cuotas mensuales”, a menos que quieras regalar tu dinero.

Hace años cuando trabajaba en Banca Corporativa de un banco local, me asignaron la cuenta de Sears, empresa que entonces estaba en su apogeo. Eso me permitió examinar sus estados financieros. Para gran sorpresa mía descubrí que sólo la mitad de sus utilidades provenía del margen entre el costo y el precio de venta de los productos que vendían. La otra mitad de sus utilidades provenía de la tarjeta rotativa de crédito que ofrecían a los ingenuos como yo, es decir, de lo que nos cobraban en intereses y comisiones por el privilegio de tener su tarjeta. (2).

Cuando me enteré de eso, rompí mi tarjeta y nunca he vuelto a usar una tarjeta emitida por una tienda comercial.

Para terminar diremos: Acatar la norma paulina de no deber nada a nadie salvo el amor mutuo, es cosa de sabios. Ignorarla es cosa de necios.

Notas: 1. El mes pasado se realizó en el Congreso un Foro sobre la Defensa de los Derechos del Consumidor convocado por la presidenta de la Comisión que lleva ese nombre, la congresista Alda Lazo, y en el cual participaron los presidentes de INDECOPI y de ASPEC, así como una funcionaria de la Superintendencia de Banca y Seguros. En esa reunión muy ilustrativa se expusieron las muchas mañas y trampas, lindantes con el delito, que usan los bancos y casas comerciales para abultar los cobros que hacen a sus ingenuos clientes por el crédito que les otorgan. Es un hecho que las utilidades que tienen los bancos actualmente son el triple de lo que solían ser hace unos años. Sus políticas crediticias están regidas por una codicia y angurria de ganancias insaciable, porque el nivel ético que gobierna sus actividades ha descendido mucho.

2. También me enteré de que su tienda en Lima era su filial internacional más rentable. Eso era porque los peruanos aguantamos que nos cobren en intereses lo que en otros países no permiten.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

NB. Este texto fue escrito para la cuarta de una serie de charlas sobre la “Administración del Dinero” propaladas en el programa “Llenos de Vida” por Radio del Pacífico en febrero pasado. En la redacción de su primera parte utilicé un articulo publicado en un periódico hace más de veinte años y luego en esta serie.

#620 (28.03.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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