jueves, 29 de abril de 2010

¿QUÉ ES EL JUDAÍSMO? VII

Por José Belaunde M.
Los dos yetzer, el libre albedrío, el pecado

Yendo más allá del estudio de la Torá, en este artículo, y en los dos o tres siguientes, se describirán algunos aspectos importantes del judaísmo que es necesario conocer para tener una idea cabal de esta religión. Nótese que, salvo indicación en contrario, todo lo que a continuación se expone no son ideas propias del autor sino lo que, en su mejor entender, la literatura rabínica afirma.

1. El Judaísmo no cree en la doctrina del pecado original, según la cual la naturaleza humana fue corrompida a consecuencia del pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva, en el Paraíso. Más bien cree que el ser humano no es bueno ni malo, pero que en él habitan dos tendencias o inclinaciones innatas, una hacia el bien, llamada yetzer ha tov, y otra hacia el mal, llamada
yetzer ha ra.

La noción del impulso malo fue derivada de Gn 8:21: “Porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud.” De la presencia de dos yods en el verbo “formar” (vayyitzer) en Gn 2:7, (“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra…”), los rabinos dedujeron la existencia de dos yetzarim (plural de yetzer) en el hombre. Dicho sea de paso, yod es la letra más pequeña del alfabeto hebreo, que en la traducción al español de Mt 5:18, Jesús llama “jota” (iota en griego): “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”.

El yetzer ha tov es la conciencia moral, la voz interna que recuerda al hombre la ley de Dios y lo refrena cuando está a punto de hacer algo malo. Curiosamente la inclinación al bien apenas es mencionada en los escritos rabínicos, mientras que la inclinación al mal recibe mucha atención. Esto se debe a la observación natural de que hay un número mayor de malvados en el mundo que de buenos. La inclinación al mal es vista como una fuerza egoísta interna que impulsa al hombre a satisfacer sus necesidades más profundas (comida, alimento, sexo, etc.) actuando, si fuera necesario, en contra de su mejor conocimiento y de su conciencia, esto es, al margen de consideraciones morales. Pero el hombre bueno es capaz de conquistar el impulso del mal mediante la templanza y las buenas obras (Ned 32b). Según San Pablo, sin embargo, (caps 7 y 8 de Romanos), el hombre es incapaz de hacer eso sin la ayuda de la gracia sobrenatural.

El carácter de la persona es determinado por cuál de los impulsos predomine. Sin embargo, mientras que el impulso al mal se manifiesta desde la más temprana edad –y es lo que impulsa al niño a hacer travesuras- el impulso al bien empieza a manifestarse recién a partir de los trece años, como resultado de la reflexión que aparece en esa edad, al llegar a la cual el adolescente recibe el Bar Mitzvá (hijo del mandamiento), ceremonia mediante la cual el joven se convierte en un miembro adulto de la comunidad judía, y está obligado a cumplir todos los mandamientos (mitzvot). Nótese, que según la doctrina cristiana, el niño a la edad de siete años entra en lo que se llama “la edad de la razón”, y es responsable moralmente de sus actos.

El gran peligro de la mala tendencia es que si no es controlada desde temprano, se vuelve cada vez más fuerte y puede empujar al hombre a cometer cada vez excesos mayores y hasta crímenes. Según un dicho conocido, el mal impulso es al comienzo como un viajero, después es como un huésped; finalmente se convierte en el dueño de casa. (Suk 52b). Según otro dicho el mal impulso es dulce al comienzo, pero amargo al final. (Shab 14c)

De otro lado, a pesar de su nombre, se considera que el yetzer ha ra no es esencialmente malo, porque todo lo que Dios ha creado es bueno, según Gn 1:31. Es malo sólo en tanto que pueda ser usado para el mal, porque si no fuera por ese impulso el hombre no emprendería ninguna de las cosas que constituyen los aspectos prácticos de su vida, esto es, no construiría una casa, no se casaría, no engendraría hijos y no conduciría sus negocios. (Genesis Rabba 9.7). Sentir hambre es un deseo natural de la naturaleza humana que le permite subsistir, pero puede llevar al hombre a robar alimento. El deseo sexual no es algo malo en sí mismo pero, si no es controlado, puede empujar al hombre a cometer un incesto, o un adulterio, o a violar a una mujer.

A la vez, la tendencia al mal le da al hombre la oportunidad de convertirse en un ser moral, venciéndola. El mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón.” (Dt 6:5) recibió de un rabino el siguiente comentario: “Con los dos impulsos.” (Sifré Deut 73ª). Aun el mal impulso puede ser empleado en el servicio de Dios y ser un medio para demostrar nuestro amor a Él.

Cuanto más grande es el hombre, mayor es el yetzer ha ra en él. Esta observación es muy certera porque la posición que ocupe un hombre en el mundo y en la sociedad, depende en gran medida de la energía vital de que disponga, la cual está inevitablemente ligada al yetzer ha ra. Según algunos la frase del Padre Nuestro: “líbranos del mal” (Mt 5:13) querría decir “líbranos del mal impulso”.

El antídoto contra el mal impulso es la Torá. Stephen Wylen dice que el estudio de la Torá mejora el corazón, pero no es suficiente. El ser humano necesita que se le diga lo que es malo y lo que es bueno. En última instancia, según él, la educación determinará si la persona se inclina mayormente al bien o al mal, lo cual la experiencia enseña que es sólo parcialmente cierto. El conocimiento de la Torá purifica el corazón (lo cual es cierto) y permite que las acciones buenas prevalezcan sobre las malas. Si las acciones buenas pesan en la balanza más que las malas la persona se salva; de lo contrario se condena (Nota 1), pero no se descarta que el hombre impío pueda arrepentirse antes de morir y salvarse. Esa noción no es muy lejana de lo que sostiene el cristianismo, de que aun el peor pecador puede al último momento salvarse si se arrepiente, e invoca el nombre del Señor (Rm 10:13).

El yetzer ha ra pertenece sólo a este mundo y no lo tienen los ángeles ni ningún ser celestial. Por ese motivo en el mundo venidero (olam ha ba) no se come ni se bebe, no hay procreación ni comercio, ni odio ni envidia (Ber 17ª). Compárese ese concepto con la respuesta que dio Jesús a la pregunta maliciosa que le hicieron los saduceos acerca de la resurrección: “Porque en la resurrección no se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo.” (Mt 22:30). Cabría preguntarse quién influyó en quién en este asunto, si la concepción de los fariseos -predecesores de los rabinos- en Jesús, o el Evangelio en el pensamiento rabínico.

Como el Yetzer ha ra fue creado principalmente para la preservación de la especie humana, al final de los tiempos, en el más allá, Dios lo destruirá en presencia de los justos y de los inicuos.

El mal impulso no es exclusivo del cuerpo, pues está íntimamente asociado al impulso bueno que reside en el alma. De lo dicho puede inferirse que, aunque sean conceptos en el fondo diferentes, no se puede negar que la antinomia yetzer ha ra/ yetzer ha tov tiene cierta afinidad con la oposición entre la carne y el espíritu que describe Pablo en Gálatas 5:16,17. Se trata de dos tendencias básicas que moran en el individuo y que moldean su conducta. La diferencia entre ambos conceptos es que el hombre, según Pablo, privado de la gracia de Dios, es incapaz de resistir a las incitaciones de la carne. Esta es una noción que, como se verá a continuación, los rabinos no comparten.

2. Puesto que la tendencia al mal es una parte inherente e indispensable de la naturaleza humana, ¿no está el hombre, en cierta manera, obligado a pecar? La respuesta de los rabinos es categóricamente negativa. Esa tendencia de la naturaleza está bajo su control. En su apoyo suelen citar Gn 4:7b: “A ti será su deseo (el del pecado), y a ti te será sujeto”. Compárese esa concepción con el lamento contrario de Pablo: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.” (Rm 7:16) El hombre pecador sin Cristo no puede evitar el pecado.

Una máxima rabínica muy citada es: “Todo está en manos del cielo (e.d. de Dios) menos el temor del cielo”, (Ber 33b), lo que significa que si bien Dios decide el destino del individuo, no decide el carácter moral de su vida.

Esta noción de la libertad del individuo se apoya en la frase que Dios dirige a los israelitas: “He aquí yo pongo delante de vosotros la bendición y la maldición” (Dt 11:26), se entiende, para que escojas. Y más adelante se les dice: “Mira, yo he puesto hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal.” (Dt 30:15), añadiendo: “Escoge pues la vida para que vivas tú y tu descendencia.” (Dt 30:19).

Los rabinos no trataron de resolver el misterio de la relación entre el preconocimiento divino y la libertad humana (como sí lo haría Agustín), pero admitían que ambas cosas se daban juntas. Sin embargo, según ellos, Dios interviene hasta cierto punto por el hecho de que una vez que el hombre ha tomado su decisión, se le da la oportunidad de perseverar en el curso tomado: “El hombre es guiado en el camino en que desea caminar.” (Mak 10b). Es decir, si el individuo escoge el bien, será guiado para hacerlo; si escoge el mal, el diablo le inspirará la manera de practicarlo. Eso explica porqué los impíos encuentran tantas ocasiones para hacer el mal, y los buenos para hacer el bien.

Sin embargo, para algunos rabinos el hecho de que Dios sepa de antemano todo lo que el hombre va a hacer, significa necesariamente que todo está predeterminado. El tema es demasiado complejo para tratarlo aquí.

La ética rabínica tiene como fundamento la convicción de que la voluntad humana no está sujeta a restricciones y, por consiguiente, la naturaleza de su vida es moldeada por sus deseos. El hombre puede desaprovechar las oportunidades que le ofrece la vida, si lo desea, pero nada le obliga a desaprovecharlas. El mal impulso lo tienta constantemente, pero si cae, la responsabilidad es enteramente suya. En esto la ética de los rabinos no difiere de lo que afirma Santiago: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.” (St 1:13-15). La noción de la concupiscencia está definitivamente emparentada con el concepto del
yetzer ha ra.

3. Siendo el hombre un ser libre y teniendo en su interior un poderoso impulso al mal, es inevitable que el hombre caiga en pecado ocasional o frecuentemente –según cuál sea el impulso que predomine en él.

Algunos rabinos se preguntaban si era posible que hubiera un hombre que estuviera exento de pecado. Aunque existía entre ellos la tendencia a idealizar a algunas de las grandes figuras de su pasado, haciéndolas impecables, esa opinión era contradicha por la frase inequívoca del Eclesiastés: “No hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque.” (Ecl 7:20).

Aunque el Talmud niegue la doctrina del pecado original, la mayoría de los rabinos reconocía que el pecado cometido por Adán y Eva en el Paraíso tuvo graves repercusiones en las generaciones futuras, siendo quizá la más grave de ellas la intrusión de la muerte en la existencia humana, como Dios le advirtió a Adán (Gn 2:17 y 3:19), lo cual supone que, de no haber pecado Adán, el hombre sería inmortal. En esto el pensamiento de Pablo expresado en Romanos 5:12 (“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” Véase también 1Cor 15:21,22) se enmarca dentro de la concepción del judaísmo. ¿Fue él influenciado por el judaísmo de su tiempo, o al revés, fueron influenciados los rabinos por sus enseñanzas, a pesar de que se le consideraba un apóstata? Difícil decidirlo porque no existen documentos que permitan elucidar la cuestión, pero lo que sí es cierto es que la carta a los Romanos es dos siglos anterior a la publicación de la Mishná.

Lo que ningún rabino estaría dispuesto a admitir es que la culpa se hereda de padres a hijos, es decir, que el ser humano pueda ser culpable de un pecado que él mismo no ha cometido (Véase Ez 18:20). Algunos textos del Talmud expresan la aspiración de que el hombre pueda vivir sin pecado: “Bienaventurado el hombre cuya hora de la muerte es como la hora de su nacimiento.” Es decir, que muera tan inocente como vino al mundo, lo cua,l sabemos, es humanamente imposible. Sin que ellos lo quieran admitir, esa aspiración suya apunta a Jesús que fue el único ser humano que “no conoció pecado.” (2Cor 5:21).

La concepción rabínica acerca del pecado coincide en muchos aspectos con la cristiana: El pecado es para ellos una rebelión contra Dios. Él ha revelado su voluntad en la Torá. Violarla es cometer una trasgresión (“el pecado es infracción de la ley.” 1Jn 3:4). La virtud consiste en conformar la propia conducta a sus dictados. El mérito del hombre consiste en refrenar sus impulsos egoístas para llevar una vida conforme a la voluntad de Dios.

Hay tres pecados que el hombre no puede cometer ni siquiera para escapar de la muerte en épocas de persecución: Idolatría, impureza y asesinato. (2) A ellas se añade la calumnia, que es una forma de asesinato moral. La idolatría es tan grave como las otras tres juntas y es el mayor de los pecados, porque implica negar la revelación y, por tanto, destruir la base de todo el sistema judío de culto y de moral.

La inmoralidad sexual es comparada en el Talmud con la idolatría. Hay una frase en un midrash que recuerda a la admonición de Jesús contra el que adultera mirando con codicia a una mujer (Mt 5:28): “No sólo el que peca con su cuerpo es llamado adúltero; también lo es el que peca con sus ojos.” (Lev Rabba 23:12).

El asesinato es una ofensa contra Dios porque supone destruir una vida que fue creada a Su imagen. El odio es denunciado, no como hizo Jesús con la ira, porque sea la negación del amor (Mt 5:22), sino con un sentido más bien pragmático, porque puede llevar fácilmente al asesinato. (3)

No sólo el calumniador es severamente denunciado; también lo es el que escucha la calumnia, y el que la repite, así como el que da falso testimonio. El Pirke Avot recoge un dicho del Rabí Eliécer: “Que el honor de tu prójimo sea tan valioso para ti como el tuyo propio.” Por un motivo semejante la mentira es equiparada al hurto. Hay un dicho talmúdico que expresa una verdad que confirma la experiencia: “El castigo del mentiroso consiste en que nadie le cree cuando dice la verdad.” (Sanh 89b).

Notas: 1. El judaísmo básicamente enseña que la salvación se alcanza mediante las obras.
2. Implícitamente se entiende que sí hay algunos pecados que el hombre puede cometer para salvar la vida. Para entender esta salvedad debe tenerse en cuenta que el pueblo judío estuvo sujeto durante la mayor parte de la era cristiana a una cruel persecución constante.
3. Según algunos autores recientes no judíos la condenación del enojo por Jesús constituiría una valla erigida por Él, a la manera de los rabinos, en torno al mandamiento que prohíbe el asesinato. A mi juicio esa es una distorsión del pensamiento de Jesús. Él condena la ira como un mal en sí mismo, no porque pueda ser en los hechos antesala de un pecado mayor.

NB. Este artículo está principalmente basado en el bello libro de A.Cohen, “Everyman’s Talmud”.

#623 (18.04.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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