miércoles, 14 de abril de 2010

ANOTACIONES AL MARGEN XXIV

* ¿Santidad o separación?

El libro del Levítico amonesta: “Seréis santos porque yo el Señor vuestro Dios soy santo”. (Lv 19:2) La palabra hebrea kadosh quiere decir en realidad separado, apartado. (Nota 1) Generalmente hemos interpretado esta exigencia en el sentido de una separación individual del hombre piadoso respecto del incrédulo. Pero en verdad lo que Dios pide al pueblo hebreo en este pasaje es que se mantenga separado de los pueblos paganos, para no contaminarse con sus prácticas idolátricas. Por eso es que el pueblo judío a lo largo de la historia ha tratado siempre de mantenerse aparte de los demás pueblos, incluso vecinos. En la práctica se trató inicialmente de una separación voluntaria, que se convirtió en el curso del tiempo en una separación impuesta por el entorno que los rechazaba, especialmente en la Europa cristiana.

* Dios permite el mal –es decir, el pecado- para sacar un bien. Eso es algo que sólo Dios puede hacer. Por ejemplo, -y éste es el ejemplo supremo- Dios permitió el pecado de Adán y Eva, que Él fácilmente hubiera podido impedir, para generar un bien muchísimo mayor, esto es, la encarnación de Jesús y la redención del género humano a través de la cruz.

* El mal que algunos me hacen me puede hacer más bien que la bondad de muchos.

* Los malvados que maquinan males contra el prójimo de un lado le hacen daño, y de otro, son instrumentos de la justicia divina.

* Cuando tú das gracias a Dios por el mal que te ocurre, lo conviertes en un bien.

* Hay ocasiones en que Dios nos protege del daño ajeno, como dice el Salmo 34: “El ángel del Señor acampa en torno de los que le temen, y los defiende.” (v. 7). Pero hay otras en que pareciera que Dios no interviene a favor nuestro. ¿Por qué no lo haría? Hay tres motivos por los que Dios permite que nos sobrevengan molestias y tribulaciones: castigar nuestros pecados, probar nuestra paciencia, y multiplicar nuestra recompensa al aceptar sin protestar lo que Él nos manda.

Sin embargo, el bien que redunda de un mal hecho a alguno, no disminuye la culpa del que obró mal.

* ¡Qué extraño sería que alguien le pidiera a Dios “bendíceme”, como en la oración de Jabes, y que quisiera que Dios le envíe sufrimientos! Sin embargo, las torturas que muchos mártires sufrieron fueron bendiciones encubiertas. Eso es algo que sigue ocurriendo en nuestros días en los países donde los cristianos son perseguidos. El obispo Ignacio de Antioquía, de comienzos del segundo siglo, cuando era llevado a Roma como Pablo, para ser juzgado, escribía a las iglesias que oraban por él, pidiéndoles que no intervinieran a su favor, ni que abogaran para que los jueces fueran clementes con él, porque él, por amor a Cristo, ardía en deseos de ser triturado por las fieras, y así poder dar testimonio de su fe en el estadio ante la multitud enardecida, sedienta de sangre, como efectivamente ocurrió.

* La historia sagrada está llena de paradojas. El rey Asa que había sido un rey piadoso, al final de su vida se enorgulleció y fue castigado por ello con una enfermedad en las piernas. (2Cro 16:7-13). En cambio Manasés, que figura en la historia como el más impío de los reyes de Judá, al final de su vida se arrepintió y fue perdonado. (2Cro 33:1-20).

* En el libro de los Hechos hay un ejemplo de cómo Dios a veces no contesta de inmediato a nuestras preguntas, sino lo hace más adelante y a través de una persona que no conocemos. Cuando Pablo, camino a Damasco, fue derribado a tierra por la visión de Jesús resucitado, al levantarse, cegado por el resplandor, preguntó: “Señor, ¿qué cosa quieres que haga?” Y el Señor le contestó. “Levántate y anda a la ciudad, y allí se te dirá lo que tienes que hacer.” Llegado a Damasco, y estando en ayuno por tres días, el Señor envió a un discípulo llamado Ananías, a quien no conocía, para que le impusiera las manos a fin de que recobrara la vista, fuera lleno del Espíritu Santo, y se bautizara. Y de inmediato comenzó a predicar en las sinagogas impulsado por el Espíritu. Eso era lo que Dios quería que hiciera (Hch 9:1-22). Dios nos contesta, en efecto, a veces de manera inesperada.

* Este es un gran principio: Lo que agrada a la voluntad humana, suele desagradar a Dios. Como escribe Pablo en Gálatas: “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.” (Gal 1:10). Pero lo contrario es también cierto: Lo que agrada a Dios provoca con frecuencia el rechazo de los hombres. Y muchas veces tenemos que pagar duramente por ello.

* ¿Quieres saber cuál es la voluntad específica de Dios para ti? Sé celoso en cumplir la voluntad de Dios que ya conoces.

* ¿Para qué revelaría Dios su voluntad al que no le obedece?

* Dios “quiere que todos se salven y vengan al conocimiento de la verdad” (1Tm 2:4), pero no todos hacen lo que Dios ha puesto como condición para salvarse.

* Estamos acostumbrados a pensar que lo bueno viene de Dios (es decir, prosperidad, éxito, salud, etc.) y lo malo del diablo, y es cierto que él lo causa. Pero no podría hacerlo si Dios no lo permitiera. De modo que si Él lo permite es porque me conviene y debo aceptarlo gozoso.

* Los sufrimientos que Dios permite nos purifican.

* La cruz divide a la humanidad en dos. De un lado están los que creen en ella y se salvan; de otro, los que rechazan creer en ella y se condenan. De un lado está el buen ladrón; del otro, el malo.

* A partir de inicios del siglo XIX, los eruditos racionalistas que estudiaban el Nuevo Testamento y la vida de Jesús, empezaron a distinguir entre lo que ellos llamaron el “Cristo de la fe” (lo que los evangelios dicen de Él) y el “Cristo de la historia” (lo que a su juicio se puede rescatar de los relatos evangélicos como evidencias verificables, o creíbles de su existencia, o de la autenticidad de las palabras que los evangelios le atribuyen). A juicio de algunos de ellos lo que queda como evidencias creíbles son apenas migajas.

Migajas es el fruto de su pseudociencia, porque nosotros sabemos que el Cristo de la fe es el Cristo de la historia. Sin el Cristo de la historia el Cristo de la fe no existiría. En otras palabras, son el mismo.

En cambio, el Cristo mutilado de la historia que ellos reconstruyen, sí es una fábula increíble.

En apoyo de la verdad cristiana han surgido en los últimos tiempos estudiosos –algunos de ellos agnósticos- que afirman, respaldados por argumentos muy sólidos, que todos los libros del Nuevo Testamento fueron escritos antes de la destrucción del templo de Jerusalén, es decir, antes del año 70; y que los evangelios fueron escritos pocos años después de la muerte de Jesús, alrededor del año 50 ó 60, (Véase “Redating the New Testament” de John A.T. Robinson y “The Hebrew Christ” de C. Tresmontant) contrariamente a la teoría liberal que sostiene que son documentos tardíos, que datan de fines del primer siglo, o de mediados del segundo, y por tanto, muy alejados de los acontecimientos que narran.

* Si la información acerca de la huida a Egipto de los padres de Jesús hubiera sido negada por sus contemporáneos, antes o después de su muerte, como lo hubiera sido inevitablemente de haber sido falsa, ¿por qué le prestaría credibilidad un enemigo declarado del cristianismo como el filósofo Celso, que escribió a mediados del siglo segundo?

Por su lado, el historiador fariseo Josefo, que después de haber combatido heroicamente al lado de los suyos, se pasó al bando de los romanos (2), escribió hacia el año 90 su libro “Antigüedades de los Judíos”. Si él no niega la historicidad de Jesús, si no niega que existiera y que realizó milagros, sino al contrario lo afirma, así como que fue crucificado por orden del procurador romano Poncio Pilato, ¿por qué lo haría si él no era cristiano? Porque la vida y la muerte de Jesús eran entonces hechos conocidos de todos, que a nadie se le hubiera ocurrido negar, y que él, como historiador veraz, no podía dejar de consignar.

* Hay quienes rechazan el relato del nacimiento virginal de Jesús como una fábula inverosímil. Pero pensemos un momento: el que creó el mundo de la nada y creó al hombre del polvo de la tierra, ¿no sería capaz de hacer que una mujer conciba sin intervención de varón? ¿Esto es, de sustituir al espermatozoide con su poder creador?

* Gracias a la predicación del Evangelio el Dios de Israel se convirtió en el Dios de todas las naciones de la tierra, porque es el único Dios que existe; y si es el único y no hay otro, Él es el Dios de todos.

* Aunque al comienzo la secta de los nazarenos, como llamaban a los discípulos de Jesús, era un movimiento más de los varios que convivían en Palestina en el primer siglo, pronto surgió un antagonismo entre ellos y buen número de los judíos. La hostilidad mutua es visible a partir del 3er capítulo del libro de Hechos, y viene del hecho de que las autoridades del pueblo rechazaron a Jesús y complotaron para hacerlo crucificar. Era inevitable que si rechazaron al Maestro, rechazaran también a sus discípulos. Pero éstos no rechazaban a los que los rechazaron sino, al contrario, trataban de ganarlos, al comienzo con buen resultado, pero después cada vez con menos éxito, a medida que aumentaban los creyentes gentiles, muchos de los cuales creyeron en el Evangelio cuando asistían, como “temerosos de Dios”, o como prosélitos judíos, a las sinagogas donde Pablo predicaba. Esa es la historia que nos pinta ese libro que narra los comienzos de la iglesia y del ministerio de Pablo.

* El judaísmo rabínico que surgió después de la destrucción del templo el año 70, es la cristalización persistente y organizada del fenómeno que describe Jn 1:11: ”Vino a lo suyo, y los suyos no lo recibieron.” Rechazaron el don de Dios que vino a ellos, y se encerraron en sí mismos después del castigo que Jesús había previsto y anunciado; y se endurecieron porque no reconocieron el motivo por el cual les había sobrevenido esa desgracia.

Después de la primera destrucción del templo y del exilio babilónico, ocurridos el año 586 AC, (2 R 25:8-10) los judíos reconocieron que esa calamidad les había venido porque habían adorado a otros dioses y sido infieles a Dios, y nunca más fueron idólatras. Pero después de la segunda destrucción, que fue más terrible que la primera porque no quedó piedra sobre piedra, como Jesús había anunciado –la catástrofe que ellos llaman Hurbán- ya no quisieron reconocer su verdadera causa, sino que, más bien, aun reconociendo que Dios los estaba disciplinando por sus pecados, se dijeron: “No necesitamos de templo alguno. Nos basta con asistir a la sinagoga y cumplir la ley,” y empezaron a consignar por escrito las tradiciones orales que Jesús había criticado, a las que dieron igual o mayor valor que a la Torá escrita, convirtiéndolas en la norma suprema de su vida.

* Podría preguntarse si la fe cristiana contiene en sí misma la semilla de la hostilidad hacia los judíos. Pero no es así. Ellos se condenaron a sí mismos cuando sus dirigentes exclamaron: “Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos.” (Mt 27:25). Esas palabras han resonado ominosamente a través de los siglos y no cabe duda que han inspirado sentimientos anti judíos en la población cristiana. De otro lado Pablo escribe que las ramas naturales fueron desgajadas del tronco del olivo a causa de su incredulidad (Rm 11:19,20). Ellos mismos provocaron su caída, como también la provocan los cristianos apóstatas. Pero a las ramas naturales les está prometido que algún día serán reinjertadas en el olivo si no permanecen en su incredulidad. (Rm 11:23,24). Es cierto que la enemistad mutua de judíos y cristianos fue adquiriendo con el correr de los años un carácter cada vez más violento, -especialmente a partir de la conversión al cristianismo del Imperio Romano en el siglo IV- con quema recíproca de sinagogas y de iglesias, y ataques de las masas fanáticas de uno y otro lado, hechos que hoy a nosotros nos avergüenzan.

Pero eso no impedía que en algunas ciudades durante los primeros siglos, los cristianos fraternizaran con los judíos y asistieran a las sinagogas, atraídos por su conocimiento de las Escrituras; al punto de que las autoridades de unos y otros se vieron obligados a tomar medidas para disuadirlos de asistir.
* Una de las ventajas que para mí ha significado haber dedicado tiempo al estudio del judaísmo es que he llegado a comprender que Jesús, el hombre, no fue un maestro cristiano que caminó, enseñó e hizo milagros en un país exótico para Él, sino que Él fue un rabí judío, que se vestía como judío, que llevaba una túnica con tzitzit bordados en sus cuatro extremos (3), como manda Moisés; que llevaba el pelo y la barba largos a la manera de los nazareos; que hablaba arameo (o hebreo) y posiblemente también griego; que no comía nada impuro (sólo comida kosher diríamos hoy día), y que guardaba el sábado como todo judío; que celebraba la Pascua y asistía a la sinagoga como todo judío, y oraba en el Templo; que vivió en un país judío (ocupado por los romanos), teniendo poco contacto con los no judíos, y que se rodeó de discípulos judíos como Él, celosos de la Torá (o de la ley, como decimos nosotros). Aunque no se sabe cómo era su semblante se han pintado muchísimos cuadros en que aparece un Jesús de bello aspecto europeo, de pelo largo y barba cuidada, pero no he visto uno solo en que se le retrate como el judío oriental que era, probablemente de piel cetrina, barba hirsuta y cabello que le caía hasta los hombros. Si se pintara, la mayoría de nosotros no reconocería a su Maestro y más bien se escandalizaría. (4)
¿Por qué entonces no vivimos nosotros cumpliendo la ley mosaica fielmente como la cumplió Jesús? Porque, como dice Pablo, la ley fue nuestro ayo (o pedagogo) para llevarnos a Cristo pero, venida la fe, una vez Él resucitado, la ley antigua con sus preceptos minuciosos –exceptuado el Decálogo- dejó de estar vigente. (Gal 3:23-29; Ef 2:14-16).

Notas: 1. La Septuaquinta la traduce como hágios, que quiere decir: santo, separado, santificado, consagrado.

2. El año 66, como consecuencia de los abusos que cometían los romanos, los judíos se rebelaron y estalló la guerra feroz que Jesús había predicho, y que terminó con la destrucción del templo y de Jerusalén. (Lc 21:5,6, 20-24). Los romanos, que no conocían las palabras de Jesús, las cumplieron con una exactitud asombrosa porque, tomada la ciudad, la destruyeron totalmente, y para que no quedara huella de ella, arrojaron a los valles circundantes todas las piedras de sus grandes construcciones, y araron su superficie, de modo que sólo quedó en pie el muro de los lamentos.

3. Mateo consigna dos episodios en que personas enfermas tocan el borde del manto de Jesús y son sanadas (9:20 y 14:36. Véase también Mr 6:56 y Lc 8:44). El borde de que ahí se trata es el tzitzit, o franja, que la ley mosaica ordena a todo hebreo poner en sus vestidos (Nm 15:38-40). La especificación de coser franjas en los cuatro extremos del manto está consignada en Dt 22:12. Debido a la dificultad de coser esas franjas en la vestimenta moderna los judíos piadosos se ponen para orar el talit, una especie de chal que lleva cosidas las cuatro franjas.

4. La sábana de Turín, que es el lienzo con el que el cadáver de Jesús fue envuelto, tiene grabados ambos lados de la huella de su cuerpo a la manera de un negativo fotográfico, el cual, al ser fotografiado con una máquina de las antiguas, muestra nítidamente en la placa los rasgos de su cara y las huellas de las heridas de su pasión. El rostro de Jesús aparece en ella alongado y de una expresión severa. La imagen se grabó posiblemente en el instante en que fue vivificado, porque el ángulo en que están los pies es el de una persona que está siendo alzada y que no toca el suelo.

#622 (11.04.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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