LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA REVANCHA DE DIOS
Este artículo fue publicado hace
nueve años en la revista “Testimonio” del Instituto de Estudios Social
Cristianos. Su texto se refiere al intento fallido que hizo la Comunidad
Europea de dotarse de una constitución. Lo publico ligeramente revisado en este
marco porque creo que contiene una enseñanza muy actual en el contexto
histórico que vivimos.
Dos referendos sucesivos en Francia y
Holanda han rechazado la Constitución que la Unión Europea quería darse para
consolidar su estructura política y económica. Esta negativa inesperada de las
poblaciones de dos países que han sido actores principales de la unificación
europea es sorprendente pues rechaza lo que en términos generales es de gran
beneficio para ellos. ¿Cómo explicarse ese resultado?
En el rechazo inesperado del proyecto de Constitución, cuya aprobación se
daba por descontada, debe verse la revancha de Dios por el hecho de que los
redactores del texto de la Constitución se negaron obstinadamente a incluir en
el Preámbulo de la misma toda referencia al origen cristiano de la civilización
europea. Ésa es una actitud de ingratitud increíble hacia la fe que bien puede
considerarse como la madre de una cultura que ha sido llamada con razón
“occidental cristiana”.
Así como Dios confundió la lengua de los que construían una torre que
pretendía llegar al cielo (Gn 11:1-9), Dios ahora ha confundido las mentes de
los ciudadanos de esos países que pretenden edificar una unidad política
poderosa a sus espaldas. Como los constructores de Babel tuvieron que abandonar
su proyecto, los pueblos europeos, presos de un secularismo fundamentalista que
pretende borrar a Dios de la historia y de su vida, tendrán que reformular su
proyecto político, y repensar las bases históricas sobre las que quieren fundar
su prosperidad futura.
La civilización europea –la más alta forma de desarrollo cultural,
científico y económico que ha alcanzado la especie humana en la historia, y que
en el último siglo se ha extendido por el mundo entero- fue gestada y amamantada
por el Cristianismo, sobre la base de las ruinas de la civilización greco
romana arrasada por las invasiones de los pueblos bárbaros. Los pueblos
invasores que se establecieron en el Sur de Europa fueron civilizados a medida
que eran evangelizados, de manera que ambos procesos avanzaron a la par. Las
tribus germánicas que se establecieron al Norte del Rin y del Elba fueron
incorporadas a la civilización por los monjes que les llevaron el Evangelio
junto con la cultura. Los restos escritos de la sabiduría antigua, que
escaparon al pillaje, se refugiaron en los monasterios, en torno a los cuales
surgieron nuevas ciudades. Durante siglos de ignorancia generalizada los
clérigos eran los únicos que sabían leer y escribir, y eran por eso los
ministros y consejeros de los reyes analfabetos. Las universidades –gloria de
la cultura europea y cuna de la ciencia moderna- nacieron y crecieron a la
sombra de las catedrales.
Una sola fe daba unidad a pueblos de lenguas y origen diversos que, antes
de que se constituyeran las naciones modernas, tenían una patria común, la
Cristiandad. Todavía en el siglo XVI, cuando ya el vigor de la fe declinaba, la
ética protestante del trabajo y del ahorro promovió la acumulación del capital
que permitió dos siglos después el surgimiento de la revolución industrial que
aún perdura.
Los misioneros europeos plantaron la fe en las costas que iban
descubriendo y colonizando; los emigrantes puritanos del Mayflower le dieron a
las colonias británicas de Norteamérica un imborrable sello cristiano; y el
avivamiento metodista del siglo XVIII salvó a Inglaterra de sufrir una suerte
parecida a la que sufrió Francia con la sangrienta Revolución Francesa; por no
hablar del movimiento luterano pietista que marcó la cultura alemana de los
siglos XVII al XIX.
¿Cómo puede la hija ingrata renegar de la madre que le dio a luz, la
alimentó, le enseñó a hablar, la ayudó a dar los primeros pasos, y la guió en
su desarrollo?
Visto desde otra perspectiva la abjuración de sus orígenes cristianos es
una forma de traición a los ideales de los tres impulsores principales de la
Comunidad Europea en sus comienzos (Robert Schuman de Francia, Konrad Adanauer
de Alemania y Alcide de Gasperi de Italia) que eran creyentes convictos y
confesos, y que hallaban en su fe la inspiración para su accionar político
cuando, terminada la segunda guerra mundial, el comunismo ateo amenazaba
avasallar Europa.
A lo anterior se podría agregar que la apostasía de la gran mayoría de la
población europea se manifiesta en nuestros días en el rechazo que toda
referencia a Dios suscita en los debates públicos, en la persecución efectiva
que experimentan las iglesias independientes (evangélicas) a las que se
califica de sectas, negándoles la apertura de locales de culto o de estudio; en
la marginación de las personas que tienen la osadía de confesar su fe
abiertamente.
¿Tendrá esta actitud de rechazo de Dios consecuencias para su futuro? El
hecho es que Europa, como ya sus autoridades alarmadas lo han anunciado, parece
haberse condenado a sí misma a la extinción, porque las parejas se niegan
egoístamente a tener hijos, para evitar el sacrificio económico y de su
libertad que tenerlos conlleva. El resultado es que la población de origen
europeo del continente está disminuyendo progresivamente, al mismo tiempo que
aumenta la población de origen turco o árabe, sea por la alta tasa de
nacimientos de los que están allí ya establecidos, sea por la constante
inmigración proveniente de países islámicos.
Como se jactaba orgullosamente el fallecido dictador de Libia, Muamar
Gadafi, en cincuenta años el Islam habrá conquistado Europa sin disparar una
bala, porque la mayoría de la población será musulmana.
En cuanto a nosotros en el Nuevo Mundo, nuestra firme esperanza es que el
Evangelio seguirá creciendo vigorosamente como la ha venido haciendo en las
últimas décadas.
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