viernes, 21 de noviembre de 2014

LA REVANCHA DE DIOS

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA REVANCHA DE DIOS
Este artículo fue publicado hace nueve años en la revista “Testimonio” del Instituto de Estudios Social Cristianos. Su texto se refiere al intento fallido que hizo la Comunidad Europea de dotarse de una constitución. Lo publico ligeramente revisado en este marco porque creo que contiene una enseñanza muy actual en el contexto histórico que vivimos.
Dos referendos sucesivos en Francia y Holanda han rechazado la Constitución que la Unión Europea quería darse para consolidar su estructura política y económica. Esta negativa inesperada de las poblaciones de dos países que han sido actores principales de la unificación europea es sorprendente pues rechaza lo que en términos generales es de gran beneficio para ellos. ¿Cómo explicarse ese resultado?
En el rechazo inesperado del proyecto de Constitución, cuya aprobación se daba por descontada, debe verse la revancha de Dios por el hecho de que los redactores del texto de la Constitución se negaron obstinadamente a incluir en el Preámbulo de la misma toda referencia al origen cristiano de la civilización europea. Ésa es una actitud de ingratitud increíble hacia la fe que bien puede considerarse como la madre de una cultura que ha sido llamada con razón “occidental cristiana”.
Así como Dios confundió la lengua de los que construían una torre que pretendía llegar al cielo (Gn 11:1-9), Dios ahora ha confundido las mentes de los ciudadanos de esos países que pretenden edificar una unidad política poderosa a sus espaldas. Como los constructores de Babel tuvieron que abandonar su proyecto, los pueblos europeos, presos de un secularismo fundamentalista que pretende borrar a Dios de la historia y de su vida, tendrán que reformular su proyecto político, y repensar las bases históricas sobre las que quieren fundar su prosperidad futura.
La civilización europea –la más alta forma de desarrollo cultural, científico y económico que ha alcanzado la especie humana en la historia, y que en el último siglo se ha extendido por el mundo entero- fue gestada y amamantada por el Cristianismo, sobre la base de las ruinas de la civilización greco romana arrasada por las invasiones de los pueblos bárbaros. Los pueblos invasores que se establecieron en el Sur de Europa fueron civilizados a medida que eran evangelizados, de manera que ambos procesos avanzaron a la par. Las tribus germánicas que se establecieron al Norte del Rin y del Elba fueron incorporadas a la civilización por los monjes que les llevaron el Evangelio junto con la cultura. Los restos escritos de la sabiduría antigua, que escaparon al pillaje, se refugiaron en los monasterios, en torno a los cuales surgieron nuevas ciudades. Durante siglos de ignorancia generalizada los clérigos eran los únicos que sabían leer y escribir, y eran por eso los ministros y consejeros de los reyes analfabetos. Las universidades –gloria de la cultura europea y cuna de la ciencia moderna- nacieron y crecieron a la sombra de las catedrales.
Una sola fe daba unidad a pueblos de lenguas y origen diversos que, antes de que se constituyeran las naciones modernas, tenían una patria común, la Cristiandad. Todavía en el siglo XVI, cuando ya el vigor de la fe declinaba, la ética protestante del trabajo y del ahorro promovió la acumulación del capital que permitió dos siglos después el surgimiento de la revolución industrial que aún perdura.
Los misioneros europeos plantaron la fe en las costas que iban descubriendo y colonizando; los emigrantes puritanos del Mayflower le dieron a las colonias británicas de Norteamérica un imborrable sello cristiano; y el avivamiento metodista del siglo XVIII salvó a Inglaterra de sufrir una suerte parecida a la que sufrió Francia con la sangrienta Revolución Francesa; por no hablar del movimiento luterano pietista que marcó la cultura alemana de los siglos XVII al XIX.
¿Cómo puede la hija ingrata renegar de la madre que le dio a luz, la alimentó, le enseñó a hablar, la ayudó a dar los primeros pasos, y la guió en su desarrollo?
Visto desde otra perspectiva la abjuración de sus orígenes cristianos es una forma de traición a los ideales de los tres impulsores principales de la Comunidad Europea en sus comienzos (Robert Schuman de Francia, Konrad Adanauer de Alemania y Alcide de Gasperi de Italia) que eran creyentes convictos y confesos, y que hallaban en su fe la inspiración para su accionar político cuando, terminada la segunda guerra mundial, el comunismo ateo amenazaba avasallar Europa.
A lo anterior se podría agregar que la apostasía de la gran mayoría de la población europea se manifiesta en nuestros días en el rechazo que toda referencia a Dios suscita en los debates públicos, en la persecución efectiva que experimentan las iglesias independientes (evangélicas) a las que se califica de sectas, negándoles la apertura de locales de culto o de estudio; en la marginación de las personas que tienen la osadía de confesar su fe abiertamente.
¿Tendrá esta actitud de rechazo de Dios consecuencias para su futuro? El hecho es que Europa, como ya sus autoridades alarmadas lo han anunciado, parece haberse condenado a sí misma a la extinción, porque las parejas se niegan egoístamente a tener hijos, para evitar el sacrificio económico y de su libertad que tenerlos conlleva. El resultado es que la población de origen europeo del continente está disminuyendo progresivamente, al mismo tiempo que aumenta la población de origen turco o árabe, sea por la alta tasa de nacimientos de los que están allí ya establecidos, sea por la constante inmigración proveniente de países islámicos.
Como se jactaba orgullosamente el fallecido dictador de Libia, Muamar Gadafi, en cincuenta años el Islam habrá conquistado Europa sin disparar una bala, porque la mayoría de la población será musulmana.

En cuanto a nosotros en el Nuevo Mundo, nuestra firme esperanza es que el Evangelio seguirá creciendo vigorosamente como la ha venido haciendo en las últimas décadas.

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