LA
VIDA Y LA PALABRA
Por
José Belaunde M.
LOS
VALORES Y EL AMOR III
Es el amor lo que hace
felices a los seres humanos. El amor nos cambia, el amor nos mejora, el amor
nos alegra. En cambio la falta de amor nos vuelve tristes. El que da amor y no
recibe amor termina siendo desgraciado, porque su amor no es correspondido, ya
que en la respuesta estriba gran parte de la felicidad que el amor proporciona.
Al mismo tiempo, el que es amado pero no puede corresponder al amor que le dan,
tampoco puede ser feliz porque siente el dolor que causa. El amor entre seres humanos
es por naturaleza un impulso, o movimiento recíproco, es un dar y recibir.
Pero cuando el ser
humano natural es transformado por la gracia, el darse en el amor predomina, y
ya no le es tan necesario recibir, porque un nuevo amor de una calidad
diferente, superior, lo ha llenado. O, por lo menos, la satisfacción del dar
predomina sobre la necesidad de recibir. Más queremos amar que ser amados. De
hecho cuanto más ama uno a Dios, más quiere darse a los demás, y menos necesita
recibir de los demás, porque, como he dicho, el amor de Dios lo colma, el amor
de Dios lo llena y vale mucho más que el mayor de los amores humanos.
Al mismo tiempo cuanto
más lleno esté uno del amor sobrenatural, menos necesidad tiene
de los amores
naturales, porque el amor sobrenatural es de una naturaleza superior y compensa
por la falta de los amores naturales. Ésta es una realidad que hoy día está un
poco como olvidada en el mundo: que quien tiene el amor de Dios, quien ama
profundamente a Dios, y se sabe amado por Él, y es conciente, a la vez, de que
nunca podrá amar a Dios tanto como Dios lo ama a uno, no mendiga el amor
humano, no lo requiere con la misma ansiedad, porque tiene un amor que colma
todos los vacíos que puede haber en su alma.
El mundo como que
descalifica a las personas que no gozan del amor humano, porque ignora que hay
un amor superior, que es capaz de hazañas que el amor humano, por heroico que
sea, no puede realizar. La acción heroica más grande que ha conocido la
humanidad fue hecha precisamente por puro amor, por un amor absolutamente
desinteresado; por un amor que sabía que trágicamente no iba a ser
correspondido por gran número de aquellos por los cuales se sacrificaba. Esa
acción fue la redención del género humano.
¿Por qué subió Jesús a
la cruz? Por amor, por amor a aquellos que en ese momento lo odiaban y lo
torturaban; y por amor a aquellos que vendrían después, muchos de los cuales
ignorarían ese acto heroico de amor, o no le darían importancia, y no
corresponderían a ese acto de amor supremo.
Nosotros como creyentes debemos
darle gracias a Dios porque hemos sido amados de tal manera que no solamente
hemos sido redimidos por el sacrificio de Cristo, sino que hemos sido trasladados
del reino de las tinieblas al reino de la luz (1P 2:9), al reino del amor que
es el reino de Dios, y porque podemos corresponder al amor con que Dios nos
ama, lo cual nos hace inmensamente felices.
Al mismo tiempo cuanto
más amamos a Dios menos proclives somos a rechazar a aquellas personas que no nos
caen bien, porque lo natural en el hombre es que ame a aquellas personas con
las cuales tiene afinidad, y rechace a las personas con las cuales no la tiene,
que no son como uno. Más aun, el amor natural con gran facilidad se convierte en
antipatía, o en odio, cuando sufre desilusiones; o se convierte en rencor; o
simplemente juzga antipático al que le corresponde mal, porque el amor humano
carnal, como dijimos en el artículo anterior, es un sentimiento egoísta.
Pero cuanto más lleno
esté uno del amor sobrenatural, del amor de Dios, menos tiende a tomar mal
aquellas cosas que puede haber desagradables en el prójimo, más aumenta su
capacidad de tolerarlas. Es como si el amor nos revistiera de una coraza que
hace que las cosas negativas nos afecten menos, y que podamos seguir amando
aunque seamos heridos, y podamos llegar incluso a amar al que nos hiere.
“Fieles son las heridas del que ama,” dice el libro de Proverbios (27:6). Podemos ser heridos, podemos no ser
correspondidos y, sin embargo, seguimos amando, porque ese amor que tenemos en
nosotros es un amor que se da necesariamente, y que subsiste aunque no sea
correspondido; permanece, aunque sea pagado mal, como se suele decir.
Podemos ver entonces que
el amor es más que un valor en términos filosóficos o éticos. El amor es una
virtud sobrenatural, es una cualidad que viene de Dios, es algo propio de Él, cuya
naturaleza es amor (1Jn 4:8), y que nosotros tenemos porque venimos de Él,
hemos sido regenerados por Él, y regresaremos un día a Él.
En el mundo al amor desinteresado
por los demás se le llama “altruismo”. Esa palabra viene del latin “alter”, que
quiere decir “otro”. El altruismo es el interés sincero que uno tiene por el
otro, por las necesidades o circunstancias del otro, aun a costa de uno mismo y
de los propios intereses. En ese deseo de ayudar se prefiere el bienestar ajeno
al propio. El altruismo es un concepto secular, y ciertamente es algo bueno en
sí. Pero, aunque la gente del mundo no lo quiera reconocer, o incluso lo niegue
tajantemente, ese sentimiento noble tiene por fuente y origen el amor de Dios.
Hay muchas
manifestaciones de ese sentimiento. Por ejemplo, organizaciones como la Cruz
Roja, que hace una gran labor humanitaria, es una manifestación de altruismo. También
lo es la organización “Médicos sin Fronteras”, formada por médicos voluntarios
que acuden a proporcionar asistencia médica en situaciones de emergencia en
países pobres, como recientemente en el caso de la epidemia de Ébola en algunos
países africanos. Ellos trabajan sin ser remunerados y arriesgando su salud y
su vida. Hay también lo que se llama el voluntariado en el campo de la acción
social. Todas esas son manifestaciones de altruismo, que es, repito, algo muy bueno
en sí. Pero ese amor humano natural, por bueno que sea, no transforma a la
gente. El único amor que transforma es el amor sobrenatural.
El amor natural como
sentimiento puede asumir muchas formas, tales como la cordialidad, por ejemplo.
Hay personas que son muy cordiales, o cariñosas, por naturaleza, mientras que hay
otras que son frías, reservadas. ¿De qué depende? Del temperamento de las
personas. Las personas sanguíneas son, por lo general, muy cordiales y
expansivas; los melancólicos, en cambio, son fríos, reservados; lo que no
quiere decir que no amen; quizá amen incluso más que los sanguíneos, pero no lo
manifiestan.
Lo cierto es que el amor
es un componente indispensable de las relaciones humanas en todos los niveles.
Por eso dice Proverbios: “El amor cubre todas
las faltas” (10:12), es decir, no las toma en cuenta, las pasa por alto.
Más aun nos vuelve pacientes, nos vuelve tolerantes, nos vuelve dispuestos a
ceder, a no tratar de imponernos constantemente. Nos lleva a perdonar, nos
vuelve responsables. Es como el aceite que suaviza los roces y facilita las
relaciones humanas.
Pero, de otro lado, nos
vuelve valientes, osados. El que se enamora cambia para bien, se ennoblece,
está dispuesto a sacrificarse por su amada y a defenderla, aun a riesgo de su
vida, y viceversa. Como vemos con frecuencia al hombre o mujer enamorados los
ojos le brillan, su piel rejuvenece. Incluso el egoísta, cuando se vuelve padre,
se vuelve sacrificado y es capaz de hacer muchos esfuerzos y sacrificios que
antes no hacía por ese hijo pequeño que le ha nacido. Eso ocurre porque Dios, en
su sabiduría, nos ha hecho de esa manera a propósito. Hay resortes desconocidos
en la naturaleza humana que nos impulsan a actuar de una forma desacostumbrada.
El amor se aprende, el
amor se cultiva, de ahí que sea tan importante amar al niño pequeño, porque el
niño aprende a amar siendo amado, y cuanto más amado sea, más tenderá a amar a
otros, a menos que haya sido engreído, en cuyo caso el amor recibido lo vuelve
egoísta y exigente.
Si el niño no es amado,
no aprende lo que es el amor, y más tarde no va a saber amar, le costará amar.
Peor aún, si ha sido maltratado, o descuidado, crecerá lleno de resentimientos
que ahogarán el sentimiento natural en él, y se volverá odioso, vengativo.
Conviene que los padres,
o los parientes que en ausencia de ellos se ocupan de los niños, se pregunten: ¿Amamos
lo suficiente a nuestros hijos? ¿Expresamos nuestro amor? ¿O hemos hecho de
nuestro amor un pretexto para engreír al niño? Con frecuencia el que engríe
trata inconcientemente de ganarse el amor del niño complaciendo todos sus
deseos y caprichos. El resultado puede ser desastroso para el niño, porque más
tarde será un adulto exigente e insatisfecho.
O lo contrario, ¿negamos
a nuestros hijos la atención y el amor que necesitan? ¿O los amamos, pero no
manifestamos nuestro amor abrazándolos, acariñándolos?
Una vez escuché el
testimonio conmovedor de un pastor. Él decía que le había costado mucho amar porque
no había sido amado de niño. Cuando se convirtió descubrió una realidad que
desconocía, que era precisamente el amor. Se había casado porque necesitaba una
compañera, pero reconocía que no amaba realmente a su mujer. Tenía tres hijas,
pero no las amaba realmente, y ellas después dieron testimonio de que, en
efecto, al comienzo su padre no las amaba. Eso ocurría porque él no había
recibido amor de niño. Pero cuando se convirtió y empezó a ser llenado del amor
de Dios, descubrió una realidad que desconocía y empezó a amar realmente a los suyos,
algo que nunca antes había experimentado. Recién entonces aprendió a hacerlo.
El niño necesita ser
amado para poder amar a su vez. Pero así como el amor se aprende, también se
puede desaprender, cuando sólo se recibe maltratos, cuando se es rechazado, o
se sufren injusticias. Entonces nos volvemos desconfiados, toscos, o cínicos.
El que no ama se aísla, y
suele carecer de amigos. En cambio, todo el que ama, sobre todo
sobrenaturalmente, suele estar siempre rodeado, porque el amor es como la miel,
que atrae a las moscas. El amor atrae a los seres humanos. De ahí que el amor
sea la cualidad fundamental de la cual parten todas las demás. Nosotros sabemos
como creyentes de dónde viene el amor.
El diablo es ducho en
imitar las virtudes, y lo hace de muchas maneras deformándolas para
desvirtuarlas. De un lado, puede convertir a las personas en ascetas
exagerados, que rechazan todo amor humano; de otro, pone todo el énfasis en los
sentidos, en lo erótico, en el aspecto sensual del amor, al punto de convertirlo
en una caricatura del amor, en una negación del amor, porque el amor sensual descontrolado
puede volverse cruel y degenerar en sadismo y sadomasoquismo.
El amor, dice la
palabra, “ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Rm 5:5). Conocemos el amor
natural porque lo hemos experimentado, pero muchas veces el amor natural no nos
hace felices sino desgraciados, cuando no es correspondido. Pero el amor
sobrenatural siempre es correspondido, porque si amamos a Dios es “porque Él nos amó primero.” (1Jn 4.19).
Podemos pues decir que es correspondido por adelantado. Dios ciertamente nos
ama mucho más de lo que nosotros podamos amarlo. Y si amamos con un amor
sobrenatural a una persona, o a un grupo de personas, seremos inevitablemente
correspondidos, porque el amor es una cualidad, una virtud superior, que tiene
un gran poder en sí mismo, ya que “el
amor es de Dios.” (1Jn 4:7). Debemos pues buscar llenarnos de este amor
sobrenatural que lo compensa todo.
¿Cómo nos llenamos de ese amor?
¿Cómo lleno yo mi vaso de agua? Yendo a la fuente del agua. ¿Cómo me lleno yo
de ese amor sobrenatural? Yendo a la fuente de ese amor, que es Dios.
Busquémoslo pues a Él,
busquémoslo incesantemente para ser llenados de su amor, y podamos amar a los
nuestros y a los demás, al prójimo, en cierta medida como Dios los ama. Que
nuestra boca, nuestras palabras, nuestros ojos, nuestra mirada, sean un reflejo
del amor de Dios, y traigamos a otros el bálsamo del amor que sana las heridas
y el cariño cálido que abriga y alienta los corazones.
Amado lector: Jesús dijo: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a
ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus
pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente
oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
#846 (07.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José
Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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