miércoles, 1 de octubre de 2014

LOS VALORES Y EL AMOR III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LOS VALORES Y EL AMOR III
Es el amor lo que hace felices a los seres humanos. El amor nos cambia, el amor nos mejora, el amor nos alegra. En cambio la falta de amor nos vuelve tristes. El que da amor y no recibe amor termina siendo desgraciado, porque su amor no es correspondido, ya que en la respuesta estriba gran parte de la felicidad que el amor proporciona. Al mismo tiempo, el que es amado pero no puede corresponder al amor que le dan, tampoco puede ser feliz porque siente el dolor que causa. El amor entre seres humanos es por naturaleza un impulso, o movimiento recíproco, es un dar y recibir.
Pero cuando el ser humano natural es transformado por la gracia, el darse en el amor predomina, y ya no le es tan necesario recibir, porque un nuevo amor de una calidad diferente, superior, lo ha llenado. O, por lo menos, la satisfacción del dar predomina sobre la necesidad de recibir. Más queremos amar que ser amados. De hecho cuanto más ama uno a Dios, más quiere darse a los demás, y menos necesita recibir de los demás, porque, como he dicho, el amor de Dios lo colma, el amor de Dios lo llena y vale mucho más que el mayor de los amores humanos.
Al mismo tiempo cuanto más lleno esté uno del amor sobrenatural, menos necesidad tiene
de los amores naturales, porque el amor sobrenatural es de una naturaleza superior y compensa por la falta de los amores naturales. Ésta es una realidad que hoy día está un poco como olvidada en el mundo: que quien tiene el amor de Dios, quien ama profundamente a Dios, y se sabe amado por Él, y es conciente, a la vez, de que nunca podrá amar a Dios tanto como Dios lo ama a uno, no mendiga el amor humano, no lo requiere con la misma ansiedad, porque tiene un amor que colma todos los vacíos que puede haber en su alma.
El mundo como que descalifica a las personas que no gozan del amor humano, porque ignora que hay un amor superior, que es capaz de hazañas que el amor humano, por heroico que sea, no puede realizar. La acción heroica más grande que ha conocido la humanidad fue hecha precisamente por puro amor, por un amor absolutamente desinteresado; por un amor que sabía que trágicamente no iba a ser correspondido por gran número de aquellos por los cuales se sacrificaba. Esa acción fue la redención del género humano.
¿Por qué subió Jesús a la cruz? Por amor, por amor a aquellos que en ese momento lo odiaban y lo torturaban; y por amor a aquellos que vendrían después, muchos de los cuales ignorarían ese acto heroico de amor, o no le darían importancia, y no corresponderían a ese acto de amor supremo.

Nosotros como creyentes debemos darle gracias a Dios porque hemos sido amados de tal manera que no solamente hemos sido redimidos por el sacrificio de Cristo, sino que hemos sido trasladados del reino de las tinieblas al reino de la luz (1P 2:9), al reino del amor que es el reino de Dios, y porque podemos corresponder al amor con que Dios nos ama, lo cual nos hace inmensamente felices.
Al mismo tiempo cuanto más amamos a Dios menos proclives somos a rechazar a aquellas personas que no nos caen bien, porque lo natural en el hombre es que ame a aquellas personas con las cuales tiene afinidad, y rechace a las personas con las cuales no la tiene, que no son como uno. Más aun, el amor natural con gran facilidad se convierte en antipatía, o en odio, cuando sufre desilusiones; o se convierte en rencor; o simplemente juzga antipático al que le corresponde mal, porque el amor humano carnal, como dijimos en el artículo anterior, es un sentimiento egoísta.
Pero cuanto más lleno esté uno del amor sobrenatural, del amor de Dios, menos tiende a tomar mal aquellas cosas que puede haber desagradables en el prójimo, más aumenta su capacidad de tolerarlas. Es como si el amor nos revistiera de una coraza que hace que las cosas negativas nos afecten menos, y que podamos seguir amando aunque seamos heridos, y podamos llegar incluso a amar al que nos hiere.
“Fieles son las heridas del que ama,” dice el libro de Proverbios (27:6). Podemos ser heridos, podemos no ser correspondidos y, sin embargo, seguimos amando, porque ese amor que tenemos en nosotros es un amor que se da necesariamente, y que subsiste aunque no sea correspondido; permanece, aunque sea pagado mal, como se suele decir.
Podemos ver entonces que el amor es más que un valor en términos filosóficos o éticos. El amor es una virtud sobrenatural, es una cualidad que viene de Dios, es algo propio de Él, cuya naturaleza es amor (1Jn 4:8), y que nosotros tenemos porque venimos de Él, hemos sido regenerados por Él, y regresaremos un día a Él.
En el mundo al amor desinteresado por los demás se le llama “altruismo”. Esa palabra viene del latin “alter”, que quiere decir “otro”. El altruismo es el interés sincero que uno tiene por el otro, por las necesidades o circunstancias del otro, aun a costa de uno mismo y de los propios intereses. En ese deseo de ayudar se prefiere el bienestar ajeno al propio. El altruismo es un concepto secular, y ciertamente es algo bueno en sí. Pero, aunque la gente del mundo no lo quiera reconocer, o incluso lo niegue tajantemente, ese sentimiento noble tiene por fuente y origen el amor de Dios.
Hay muchas manifestaciones de ese sentimiento. Por ejemplo, organizaciones como la Cruz Roja, que hace una gran labor humanitaria, es una manifestación de altruismo. También lo es la organización “Médicos sin Fronteras”, formada por médicos voluntarios que acuden a proporcionar asistencia médica en situaciones de emergencia en países pobres, como recientemente en el caso de la epidemia de Ébola en algunos países africanos. Ellos trabajan sin ser remunerados y arriesgando su salud y su vida. Hay también lo que se llama el voluntariado en el campo de la acción social. Todas esas son manifestaciones de altruismo, que es, repito, algo muy bueno en sí. Pero ese amor humano natural, por bueno que sea, no transforma a la gente. El único amor que transforma es el amor sobrenatural.
El amor natural como sentimiento puede asumir muchas formas, tales como la cordialidad, por ejemplo. Hay personas que son muy cordiales, o cariñosas, por naturaleza, mientras que hay otras que son frías, reservadas. ¿De qué depende? Del temperamento de las personas. Las personas sanguíneas son, por lo general, muy cordiales y expansivas; los melancólicos, en cambio, son fríos, reservados; lo que no quiere decir que no amen; quizá amen incluso más que los sanguíneos, pero no lo manifiestan.
Lo cierto es que el amor es un componente indispensable de las relaciones humanas en todos los niveles. Por eso dice Proverbios: “El amor cubre todas las faltas” (10:12), es decir, no las toma en cuenta, las pasa por alto. Más aun nos vuelve pacientes, nos vuelve tolerantes, nos vuelve dispuestos a ceder, a no tratar de imponernos constantemente. Nos lleva a perdonar, nos vuelve responsables. Es como el aceite que suaviza los roces y facilita las relaciones humanas.

Pero, de otro lado, nos vuelve valientes, osados. El que se enamora cambia para bien, se ennoblece, está dispuesto a sacrificarse por su amada y a defenderla, aun a riesgo de su vida, y viceversa. Como vemos con frecuencia al hombre o mujer enamorados los ojos le brillan, su piel rejuvenece. Incluso el egoísta, cuando se vuelve padre, se vuelve sacrificado y es capaz de hacer muchos esfuerzos y sacrificios que antes no hacía por ese hijo pequeño que le ha nacido. Eso ocurre porque Dios, en su sabiduría, nos ha hecho de esa manera a propósito. Hay resortes desconocidos en la naturaleza humana que nos impulsan a actuar de una forma desacostumbrada.
El amor se aprende, el amor se cultiva, de ahí que sea tan importante amar al niño pequeño, porque el niño aprende a amar siendo amado, y cuanto más amado sea, más tenderá a amar a otros, a menos que haya sido engreído, en cuyo caso el amor recibido lo vuelve egoísta y exigente.
Si el niño no es amado, no aprende lo que es el amor, y más tarde no va a saber amar, le costará amar. Peor aún, si ha sido maltratado, o descuidado, crecerá lleno de resentimientos que ahogarán el sentimiento natural en él, y se volverá odioso, vengativo.
Conviene que los padres, o los parientes que en ausencia de ellos se ocupan de los niños, se pregunten: ¿Amamos lo suficiente a nuestros hijos? ¿Expresamos nuestro amor? ¿O hemos hecho de nuestro amor un pretexto para engreír al niño? Con frecuencia el que engríe trata inconcientemente de ganarse el amor del niño complaciendo todos sus deseos y caprichos. El resultado puede ser desastroso para el niño, porque más tarde será un adulto exigente e insatisfecho.
O lo contrario, ¿negamos a nuestros hijos la atención y el amor que necesitan? ¿O los amamos, pero no manifestamos nuestro amor abrazándolos, acariñándolos?
Una vez escuché el testimonio conmovedor de un pastor. Él decía que le había costado mucho amar porque no había sido amado de niño. Cuando se convirtió descubrió una realidad que desconocía, que era precisamente el amor. Se había casado porque necesitaba una compañera, pero reconocía que no amaba realmente a su mujer. Tenía tres hijas, pero no las amaba realmente, y ellas después dieron testimonio de que, en efecto, al comienzo su padre no las amaba. Eso ocurría porque él no había recibido amor de niño. Pero cuando se convirtió y empezó a ser llenado del amor de Dios, descubrió una realidad que desconocía y empezó a amar realmente a los suyos, algo que nunca antes había experimentado. Recién entonces aprendió a hacerlo.
El niño necesita ser amado para poder amar a su vez. Pero así como el amor se aprende, también se puede desaprender, cuando sólo se recibe maltratos, cuando se es rechazado, o se sufren injusticias. Entonces nos volvemos desconfiados, toscos, o cínicos.
El que no ama se aísla, y suele carecer de amigos. En cambio, todo el que ama, sobre todo sobrenaturalmente, suele estar siempre rodeado, porque el amor es como la miel, que atrae a las moscas. El amor atrae a los seres humanos. De ahí que el amor sea la cualidad fundamental de la cual parten todas las demás. Nosotros sabemos como creyentes de dónde viene el amor.
El diablo es ducho en imitar las virtudes, y lo hace de muchas maneras deformándolas para desvirtuarlas. De un lado, puede convertir a las personas en ascetas exagerados, que rechazan todo amor humano; de otro, pone todo el énfasis en los sentidos, en lo erótico, en el aspecto sensual del amor, al punto de convertirlo en una caricatura del amor, en una negación del amor, porque el amor sensual descontrolado puede volverse cruel y degenerar en sadismo y sadomasoquismo.
El amor, dice la palabra, “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Rm 5:5). Conocemos el amor natural porque lo hemos experimentado, pero muchas veces el amor natural no nos hace felices sino desgraciados, cuando no es correspondido. Pero el amor sobrenatural siempre es correspondido, porque si amamos a Dios es “porque Él nos amó primero.” (1Jn 4.19). Podemos pues decir que es correspondido por adelantado. Dios ciertamente nos ama mucho más de lo que nosotros podamos amarlo. Y si amamos con un amor sobrenatural a una persona, o a un grupo de personas, seremos inevitablemente correspondidos, porque el amor es una cualidad, una virtud superior, que tiene un gran poder en sí mismo, ya que “el amor es de Dios.” (1Jn 4:7). Debemos pues buscar llenarnos de este amor sobrenatural que lo compensa todo.
¿Cómo nos llenamos de ese amor? ¿Cómo lleno yo mi vaso de agua? Yendo a la fuente del agua. ¿Cómo me lleno yo de ese amor sobrenatural? Yendo a la fuente de ese amor, que es Dios.
Busquémoslo pues a Él, busquémoslo incesantemente para ser llenados de su amor, y podamos amar a los nuestros y a los demás, al prójimo, en cierta medida como Dios los ama. Que nuestra boca, nuestras palabras, nuestros ojos, nuestra mirada, sean un reflejo del amor de Dios, y traigamos a otros el bálsamo del amor que sana las heridas y el cariño cálido que abriga y alienta los corazones.
Amado lector: Jesús dijo: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#846 (07.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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