LA
VIDA Y LA PALABRA
Por
José Belaunde M.
LA BENDICIÓN
DEL AMOR FRATERNAL I
Un Comentario en dos partes del
Salmo 133
Introducción: Según una tradición
antigua este salmo habría sido compuesto por David para celebrar el fin de la
guerra fratricida entre su casa y la casa de Saúl. Habiendo sentido los efectos
negativos de la discordia, el pueblo unido estaba más sensible que nunca a las
bendiciones de la reconciliación y de la paz. Pero este salmo forma parte de la
serie de cánticos graduales (del 120 al 134) que el pueblo solía entonar
mientras subía en peregrinación a Jerusalén con ocasión de alguna de las tres
fiestas principales, en las que, según la ley de Moisés, todos los israelitas
debían subir a Jerusalén. Pero por razones lingüísticas, se piensa que esos salmos
fueron compuestos después del exilio, unos quinientos años después del rey
poeta, y celebran el espíritu de unidad que reinaba entre los peregrinos. De
modo que no hay seguridad acerca de la fecha de su composición. Pero es muy
interesante que Dios ordenara que las doce tribus, que estaban diseminadas por
todo el territorio de la Tierra Santa, se reunieran tres veces al año para
ofrecer sacrificios en el templo de Jerusalén, donde estaba la presencia de
Dios.
1. “Mirad cuán bueno y cuán deleitoso es habitar los hermanos juntos en
unidad.”
(Nota 1)
¡Mirad, qué cosa
maravillosa y digna de admiración! Es algo pocas veces visto. No
dejen de verlo y examinarlo. Dios lo aprueba y a todos nos encanta.
dejen de verlo y examinarlo. Dios lo aprueba y a todos nos encanta.
El
salmista emplea dos veces el adverbio “cuán” para expresar su asombro. No se
conforma con describir lo maravilloso del espectáculo, sino que nos invita a
admirarlo nosotros mismos. Es algo que no nos podemos perder.
No
se contenta con llamarlo bueno, sino añade además que es deleitoso, como la
conjunción de dos estrellas de gran magnitud.
Pero
sabemos que muchas veces lo deleitoso no es bueno sino malo, peligroso. En este
caso, sin embargo, es tan bueno como es delicioso.
Sabemos
por experiencia cuántas veces las relaciones familiares son ocasión de tristeza
por causa de las divisiones y rivalidades entre los hermanos, al punto que
puede ser mejor que se separen, que no estén juntos para no pelearse. Eso lo
vemos incluso en la Biblia.
No
era bueno que los rebaños de Abraham y de Lot, aunque ellos se querían mucho,
estuvieran juntos, porque los pastores de ambos tenían disputas por los pozos
de agua y los pastizales, y por eso decidieron separarse (Gn 13:5-12).
No
era bueno que Ismael e Isaac estuvieran juntos, porque el mayor hostilizaba al
menor, y por eso Dios ordenó a Abraham que los separara despidiendo a Agar (Gn
21:9-14). Pero Dios no se olvidó de ella, cuando ella creía que moriría en el
desierto de sed y hambre junto con su hijo, sino que envió un ángel para
socorrerlos (Gn 21:9-21)
Uno
pensaría que los hermanos, siendo de la misma sangre, deberían vivir en armonía
pero, en la práctica, no siempre ocurre, porque intervienen otros factores que
causan división entre ellos, sobre todo cuando se trata del reparto de bienes y
de la herencia.
Pero
el factor decisivo en la relación armoniosa de los hermanos es el amor que
los padres se tienen. Cuando ellos son unidos y se aman con un amor profundo y sincero, lo transmiten necesariamente a sus hijos, de modo que el amor que éstos se tienen es un reflejo del amor de sus progenitores. Pero si los padres no se aman, difícilmente los hijos se amarán. Al contrario, si los padres se pelean, los hijos tenderán a pelearse. De modo que es una obligación de los esposos amarse, para que sus hijos se amen.
los padres se tienen. Cuando ellos son unidos y se aman con un amor profundo y sincero, lo transmiten necesariamente a sus hijos, de modo que el amor que éstos se tienen es un reflejo del amor de sus progenitores. Pero si los padres no se aman, difícilmente los hijos se amarán. Al contrario, si los padres se pelean, los hijos tenderán a pelearse. De modo que es una obligación de los esposos amarse, para que sus hijos se amen.
Pero
el segundo factor necesario es que los padres no muestren preferencia por
ninguno de sus hijos, sino que los traten a todos por igual. Sabemos cómo la
preferencia que Jacob tenía por su hijo José hizo que sus hermanos lo odiaran y
buscaran su daño, vendiéndolo a unos comerciantes amalecitas que iban a Egipto (Gn
37). ¡Vender a su hermano como esclavo! ¿Quién haría eso? De ahí que la unidad
y la armonía entre los hermanos sea una cosa admirable, porque no es frecuente.
Lo
mismo debería ocurrir entre los parientes, y entre los que son hermanos en
espíritu, como lo son los creyentes. Pero vemos que también entre ellos hay
divisiones y rivalidades, como las ha habido en la historia, por motivos a
veces doctrinales, o de jerarquía, o de autoridad y de estatus, pero, sobre
todo, cuando hay bienes materiales de por medio. Satanás se gloría de las
divisiones de la iglesia y las fomenta.
¡Qué
triste es cuando los intereses materiales son causa de división en las
iglesias! ¿De qué depende entonces en esos casos la unidad entre los hermanos?
De la actitud de los pastores, de que ellos fomenten el trabajo conjunto y sean
imparciales entre sus colaboradores, y que sean verdaderos padres para ellos,
como ocurre en la iglesia a la que yo asisto.
La
unidad y la armonía entre los creyentes es buena para ellos porque gozan de paz,
y se alientan unos a otros en el progreso de la virtud; es buena para los recién
convertidos, porque son edificados al ver la unidad que reina en la iglesia; y es
buena para el mundo en general, porque cuando reina, dan un buen testimonio. En
cambio, lo contrario, la falta de unidad, es perniciosa para todos, y da un mal
testimonio ante el mundo.
Por
eso es que Jesús pidió al Padre que sus discípulos de todos los tiempos fueran
uno: “Mas no ruego solamente por éstos,
sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que
todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean
uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Jn 17:20,21).
Si Dios es uno, es bueno que los que le sirven lo sean también. Cuando no hay
unidad entre los cristianos su testimonio se debilita.
También
Pablo, por su lado, pidió que los hermanos fuesen de una misma mente y opinión
(1Cor 1:10).
Pero
los primeros cristianos eran también uno en el afecto: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y de un alma;
y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas
las cosas en común.” (Hch 4:32). Incluso vendían sus propiedades, y traían
el producto de la venta y se lo entregaban a los apóstoles.
La
unidad es importante en todos los campos de la actividad humana, también en los
países, como dijo Jesús: “Todo reino
dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.”
(Lc 11:17).
Es
como lo que ocurre en una orquesta, cuando hay unidad entre los diversos
instrumentos, sean de cuerda o de viento, y aunque cada cual tenga para tocar una
particella diferente con notas diferentes, pero sacadas de una misma partitura:
el resultado es una dulce armonía que contenta el alma. ¡Pero qué desagradable
es cuando no hay concierto entre ellos! El resultado es una desagradable
disonancia que crispa los nervios.
Bien
recalcan por eso las Escrituras que Dios no es autor de confusión sino de paz (1Cor
14:33). La paz es llamada con razón “la
paz de Dios.” (Flp 4:7). Hay un salmo que pide que oremos por la paz de
Jerusalén (Sal 122:6); pero yo entiendo que de pedirse no sólo por la paz en la
ciudad misma, sino también por la paz en la Jerusalén espiritual, que es la
iglesia,
Cuanto
más estrecha sea la unidad, mejor será el fruto de ella. La unidad de los
hermanos es algo bueno en sí mismo y es buena en sus efectos. Y es, además,
deleitosa o agradable, en primer lugar para Dios. Siendo la Trinidad misma un
modelo de unidad, ¡cuánto debe agradarle ver esa unidad reflejada en sus
criaturas! ¿No se gozan acaso los padres en la armonía que reina en sus hijos,
cuando se divierten y juegan juntos sin pelearse?
Es
agradable, en segundo lugar, para nosotros, que nos beneficiamos de ella, pues
los asuntos familiares caminan más próspera y fácilmente cuando reina la
armonía entre los parientes. Y más bien ¡cuántas malas consecuencias trae lo
contrario, incluyendo pérdidas económicas, cuando prevalece la contienda entre
las familias! ¿Quiénes ganan con eso? Los abogados.
En
tercer lugar, es buena para los que la contemplan y la admiran, pues no es una
cosa común: “El que de esta forma sirve a
Cristo es acepto por Dios y aprobado por los hombres” escribe Pablo (Rm 14:18).
La
palabra hebrea naiyim, que es
traducida como “deleitosa” o “agradable”, es usada tanto respecto de la armonía
de la música, como de un campo de trigo pronto a ser cosechado, o como de la
miel, cuya dulzura es opuesta a lo amargo de la hiel.
Si
volvemos nuestra atención a la frase “habitar
juntos”, observaremos que en países como los EEUU, donde existe una gran
movilidad, cuando crecen los hijos las familias se separan pronto, porque ellos
con frecuencia se van a vivir en ciudades o estados muy distantes unos de
otros, sea por razones de estudio o de oportunidades de trabajo y, por ese
motivo, los lazos familiares, o de amistad, no son muy fuertes, ya que la
amistad se fortalece con la cercanía.
Pero
antes de que la facilidad del transporte y la aparición del automóvil, que
propició la aparición de los suburbios en torno de las ciudades (fenómeno que
ocurrió también en nuestro país), la gente, los parientes cercanos y los
amigos, solían habitar cerca unos de otros. Eso fue la regla durante siglos. La
cercanía física fomentaba los lazos familiares y de amistad. En la Lima
antigua, los parientes y los amigos vivían a pocas cuadras unos de otros, y eso
fortalecía los lazos entre ellos. (2)
Pero
sabemos también que puede ocurrir lo contrario, que la cercanía produzca roces,
discusiones, peleas y rivalidad. ¿De qué depende uno u otro resultado? De lo
que las personas tienen dentro de sí; de su carácter o personalidad; en fin, de
quién reine en su corazón, Dios o el diablo.
Pero
no nos hagamos la ilusión de que todos los cristianos sean santos. Algunos son
contenciosos, porque el hombre viejo no ha muerto enteramente en muchos de ellos
(Ef 4:22). El egoísmo, las ambiciones, el deseo de dominar a otros, producen
desencuentros y conflictos aun entre los santos. Por eso podemos exclamar con
toda razón: ¡Cuán bello, agradable y deleitoso es que los hermanos, los parientes
y los amigos habiten en unidad y armonía! ¡Cuánto nos agrada a nosotros y
cuánto más agrada a Dios!
Los
lugares y ambientes donde reinan la unidad y la armonía que son fruto del amor
entre hermanos, son bendecidos por la gracia de Dios. Él se complace en ellos
porque se cumple el mandamiento nuevo que dio Jesús a sus discípulos: “Amaos unos a otros como yo os he amado”(Jn
13:34). Esa unidad supera las diferencias y rivalidades.
Conviene
que nos detengamos un momento en la palabra “hermanos” (en hebreo aj). Esa palabra designa, en primer
lugar, a los hijos de un mismo padre y madre, o a los que tienen un progenitor
común. Pero en la antigüedad designaba también a los parientes cercanos, a los
que estaban unidos por lazos de sangre y, por extensión, a los miembros de una
misma tribu, que al principio no era otra cosa sino la ampliación del clan
familiar.
Pero
entre los cristianos designa a los que tienen por Padre al mismo y único Dios,
y a Jesucristo como hermano mayor, y por eso nos llamamos unos a otros
“hermanos”.
La
palabra “hermano” puede tener un efecto casi mágico. En el episodio que hemos
mencionado arriba de la disputa entre los pastores de Abraham y de Lot, que
estaba a punto de agravarse, bastó que Abraham le dijera a su sobrino: “No haya ahora altercado entre nosotros dos,
entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos” (Gn 13:8),
para que Lot cediera y estuviera dispuesto a aceptar la solución equitativa de
separación que le propuso su tío.
Notas: 1.
La palabra yajad significa juntos o
unidos, pero es traducida por algunas versiones como “armonía”. La diferencia
de sentido no es grande.
2.
Esa comunión puede darse también en nuestro tiempo pese a las mayores
distancias, aunque sea más difícil, si usamos los medios que la tecnología pone
a nuestra disposición, el teléfono y el Internet.
NB.
Al escribir este artículo me he apoyado sobre todo en el comentario de Ch.
Spurgeon y los de otros autores que él cita en su libro “El Tesoro de David”.
Pero también me ha sido útil el libro de P. Reardon “Cristo en los Salmos”, así
como los comentarios clásicos de M. Poole y M. Henry.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios yo te invito a pedirle perdón a Dios por todos tus
pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#847 (14.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José
Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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