miércoles, 15 de octubre de 2014

LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL II
Un Comentario en dos partes del  Salmo 133
2. “Es como el buen aceite perfumado sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras.”
El salmista compara la unidad entre hermanos al aceite perfumado, o ungüento (Nota 1), con el cual se ungía a los sumos sacerdotes en Israel, en especial, al aceite con que se consagró a Aarón como primer sumo sacerdote (Ex 28:1,41; 29:7). Ese aceite, que era objeto de un procedimiento especial de elaboración, difundía en torno un olor agradable. Era precioso porque con él se ungió a Aarón para un servicio que había sido establecido por Dios  mismo y era muy estimado por Él, y, ya que, mediante los sacrificios de animales, Aarón hacía expiación por los pecados del pueblo y lo reconciliaba con Dios. Esos sacrificios eran figura del futuro sacrificio de Cristo en la cruz.
La cabeza, es decir, la mente, notemos, es la que rige no sólo el cuerpo, sino también las decisiones que toma el hombre, aunque ciertamente el corazón, es decir, los sentimientos, también influyen en ellas.
Cuando la mente está ungida por el aceite del Espíritu Santo, todo el ser del hombre, hasta el borde inferior de sus vestidos, con todas sus potencias vitales, está energizado por el poder que viene de Dios.
Detrás de la barba del sumo sacerdote colgaba el pectoral que contenía las piedras en que estaba grabado el nombre de las doce tribus de Israel (Ex 28:15-21; 39:8-14), de manera que cuando el sumo sacerdote era ungido, el aceite bañaba también esas piedras haciendo que todo el pueblo fuera santificado en su sacerdote.
Dios había dado a Moisés instrucciones específicas para preparar el aceite sagrado, utilizando cuatro especies aromáticas: mirra, canela, cálamo y casia (Ex 30:23-25). Ese aceite era una cosa santa que era usada no sólo para la unción sacerdotal, sino también para la unción de todos los objetos del culto.
El aceite de oliva en la antigüedad era un bien muy valioso, porque era usado no sólo en la alimentación (2), sino también como cosmético (3), como medicina, sea puro (Is 1:6; Mr 6:13; St 5:14), o mezclado con vino (como podemos ver en el episodio del Buen Samaritano, Lc 10:34), y para la iluminación tanto doméstica (2R 4:10), como del templo, donde una lámpara brillaba constantemente (Ex 27:20; Lv 24:1-4). Incluso era usado como medio del pago de impuestos (Os 12:1), y de otros bienes (Es 3:7). (4)
Pero también el aceite tiene en las Escrituras un sentido figurado muy rico y variado, para significar sea la prosperidad (Dt 32:13; 33:24; Ez 16:13), o la alegría (Sal 45.7), o la sabiduría (Pr 21.20); así como también era un símbolo del Espíritu Santo (Is 61:4). Cuando el profeta Samuel fue donde Isaí para ungir como rey de Israel a uno de sus hijos, él derramó aceite sobre la cabeza del menor, David, y el Espíritu de Jehová vino sobre el muchacho (1Sm 16:13).
Es necesario tener eso en cuenta para entender el significado de la mención del aceite en este salmo: “Es como el buen óleo sobre la cabeza.” Según la tradición sólo el sumo sacerdote era ungido derramando aceite sobre su cabeza, la cual, como sabemos, significa autoridad (Ex 29:7; Lv 8:12).
Pero una vez derramado sobre la cabeza, el aceite fluía sobre su rostro y por su barba, y hasta el borde, u orla, de su vestimenta sagrada. De una manera semejante el amor de los hermanos ejerce su influencia benéfica sobre todas las circunstancias de su vida. Los beneficios de ese amor son compartidos y experimentados por todos los miembros del hogar, incluso por los empleados domésticos, que viven en un clima de armonía y son bien tratados por sus patrones.
¡Qué distinto es cuando no hay amor en la casa! Todos se sienten a disgusto en ella y huyen si les es posible de ella. Los hijos se van porque no quieren ser testigos de las peleas de sus padres. ¡Y qué importante es que los empleados domésticos y otros empleados, si los hay, sean bien tratados por sus patrones! Si no lo hacen, algún día tendrán que dar cuenta a Dios.
La unción con aceite era también una manifestación de hospitalidad (Sal 23:6), junto con el beso de acogida y el lavar con agua los pies del huésped. Jesús le reprocha al fariseo Simón, que lo había invitado a su casa, el que no hubiera ungido su cabeza con óleo (Lc 7:46).
Todos conocen el episodio en que estando Jesús sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, en Betania, poco antes de su pasión, vino una mujer y derramó sobre su cabeza un perfume muy costoso que estaba en un vaso de alabastro. Aunque no se diga ahí explícitamente, ese perfume era un aceite perfumado, preparado seguramente con especies aromáticas muy costosas (Mt 26:6-13; Jn 12:1-8). Cuando los circunstantes empezaron a criticar a la mujer diciendo que ese perfume tan valioso hubiera podido ser vendido para dar dinero a los pobres, Jesús salió en su defensa diciendo que dondequiera que se predicara el Evangelio se hablaría de ella, porque lo que ella había hecho era preparar su cuerpo para la sepultura. Eso lo dijo porque en su tiempo los cadáveres eran ungidos con aceite para embalsamarlos antes de enterrarlos (Gn 50:2,3,26; Mr 16:1).
Ese aceite perfumado que se derrama sobre la cabeza en la unción es también un símbolo de la gracia de Dios que se difunde por todo el cuerpo y confiere santidad a toda la persona. Podemos decir que el aceite de la gracia de Dios se difunde por todo el cuerpo de Cristo, que es la iglesia, como dice Pablo (Ef 1:22,23; 4:15,16), hasta sus miembros más humildes y olvidados, aquellos en los que menos pensamos, pero en los que Dios sí piensa. Porque nada ni nadie puede poner límites a la acción de la gracia. El amor de Cristo no conoce los límites que solemos poner los hombres en la práctica, que tenemos la tendencia de hacer separaciones, sea de parroquia, o de denominación, de congregación o de iglesia.
El amor de Cristo fluye desde la cabeza, es decir, de la autoridad hasta los pies, hasta los miembros más despreciados, que están en el borde inferior de las vestiduras. Pero algún día veremos cómo se cumple en ellos las palabras de Jesús, de que los últimos serán los primeros (Mt 20:16). Así que cuando veas a una persona humilde, inclínate delante de ella, porque quién sabe si algún día no estará delante de ti en el cielo.
Es muy significativo que diga que el aceite desciende sobre la barba, y que repita esa palabra, como para recalcar la idea, ya que la barba entre los judíos y entre los pueblos orientales era un símbolo de hombría, así como también de consagración a Dios. Se recordará que los sacerdotes no podían recortar su barba (Lv 21:5), ni podían los nazareos hacerlo durante el tiempo de su consagración a Dios (Nm 6:5).
Los romanos, aunque eran poderosos, eran llamados gentiles por el pueblo elegido y, por tanto, se consideraba que estaban alejados de la gracia de Dios. Ellos no usaban barba, sino se la afeitaban, y llamaban “bárbaros” a los pueblos incultos, venidos en hordas desde las estepas, que asediaban sus fronteras, y que no se afeitaban la barba (De ahí viene en efecto la palabra “bárbaro”, esto es, barbudo). Para el judío, que se le obligara a afeitarse la barba, era una ofensa humillante, así como también lo era jalarle la barba a un hombre. Eso fue lo que le hicieron a Jesús sus torturadores romanos, según anunció proféticamente Isaías 50:6.
La ley de Moisés prohibía recortar los extremos de la barba (Lv 19:27), porque ésa era una práctica idolátrica de los pueblos paganos. Pero eso fue justamente lo que el amonita Hanún hizo con los siervos de David que había tomado prisioneros, para humillarlos: les rapó la mitad de la barba y les cortó la mitad de su vestido hasta las nalgas (2Sm 10: 4), afrenta que dio lugar a que David se vengara cruelmente de ellos.
Hay un pasaje terrible en que Dios ordena al profeta Ezequiel raparse el cabello y la barba, y quemar una parte, esparciendo otra parte al viento como señal de la destrucción futura que vendría sobre Israel en castigo de su idolatría (Ez 5:1ss), vaticinio que se cumplió cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén (2R 24:10-16).
Entre los semitas era costumbre raparse el cabello y afeitarse la barba en señal de duelo y de angustia (Is 15:2). Después del asesinato del gobernador Gedalías, que era un hombre justo, un grupo de afligidos samaritanos vinieron a Israel con su barba afeitada y sus vestidos rasgados (Jr 41:3-5).
3. “Como el rocío del Hermón que desciende sobre los montes de Sión; porque ahí ha ordenado Jehová bendición y vida eterna.”
La humedad de la montaña más alta, cubierta de nieve, es derramada sobre la montaña más baja. La montaña mayor ministra a la montaña menor. De manera semejante el amor desciende de lo alto a lo bajo, de lo encumbrado a lo humilde.
¿Qué nos está diciendo este versículo? La unidad santa de los hermanos es como el rocío mañanero que refresca el ambiente y humedece el pasto estimulando su crecimiento.
Cabría preguntarse ¿cómo es posible que el rocío del Hermón pueda caer sobre el monte de Sión pese a la gran distancia de más de cien kilómetros que los separa? Franz Delitzsch cita a un viajero de mediados del siglo XIX, que estuvo al pie del Hermón, y que entendió cómo de las laderas cubiertas de bosques, y de los despeñaderos cubiertos de nieve surgen gotas de agua que, después de haber humedecido la atmósfera, descienden al anochecer como rocío sobre las montañas más bajas que lo rodean. Y él pensó que las fuertes corrientes de aire de la región podían llevar esa humedad hasta Sión. El hecho es que en ninguna parte del territorio de esa zona puede observarse un rocío tan abundante como en la cercanía del Hermón.
Ese es el rocío refrescante que el poeta asemeja al amor fraterno. Cuando los hermanos de las tribus del norte se juntan con los de las tribus del sur, olvidando sus antiguas rivalidades, en la ciudad que es la madre de todos (Jerusalén) para celebrar las grandes fiestas, es como si el rocío del monte Hermón, de casi tres mil metros de altura, y que parece que toca las nubes, descendiera sobre los montes áridos que rodean a la ciudad de David, que lo desean ardientemente para apagar la sed de sus campos secos y áridos.
Porque ahí, dice el Salmo, el Señor ha decretado bendición y vida eterna. Ahí en la montaña de Sión, que antes se llamaba Moriah donde Isaac estuvo a punto de ser sacrificado (Gn 22:1-19), y donde se produjo la crucifixión de Cristo que trajo bendición y vida eterna a todos los que creen en Él. Sión es la montaña en donde se levanta la ciudad de Jerusalén, en la que, según Apocalipsis, residirán en unidad los hermanos por toda la eternidad (Ap 21:1-4). Si hemos de estar unidos entonces, es conveniente que empecemos a estarlo desde ahora,
Recordemos que el sacerdocio de Aarón era un ministerio preparatorio para el sacerdocio definitivo y permanente de Cristo, el cual vive para siempre intercediendo por nosotros como único mediador entre Dios y los hombres (Hb 7:24,25).
Notemos asimismo que tanto el aceite perfumado como el rocío descienden continuamente, en un caso, desde la cabeza de Aarón, en el otro, desde la cumbre del Hermón, para humedecer con la gracia de Dios todo lo que está debajo de ella. De esa manera la gracia fluye en muchos contextos desde la cabeza (que representa a la autoridad) a los fieles. Es un descender constante del cielo a la tierra que nos habla de la misericordia y de la fidelidad de Dios.
“Donde reina el amor, reina Dios”, dice Spurgeon, y continúa diciendo: “Donde el amor desea una bendición, Dios ordena una bendición”. Basta que Dios ordene para que sea hecho: “Porque Él dijo y fue hecho; mandó y existió.” (Sal 33:9).
Este salmo expresa el gozo de Dios al ver que sus hijos viven juntos en la unidad y armonía del amor mutuo. Viviendo de esa manera nosotros, sus hijos, empezamos a gozar en la tierra de la felicidad que algún día será nuestra en el cielo. Y esa felicidad, como le dijo Jesús a Marta acerca de su hermana María, que había escogido la mejor parte, no nos será quitada (Lc 10:42).
Hay un amor que viene y pasa, y un amor que permanece: el amor que inspira el Espíritu Santo, el amor que viene de Dios. De manera semejante el amor que se tienen los padres desciende sobre sus hijos y los hace felices.
Dios ordena su bendición ahí donde se cultiva la paz y reina la armonía entre los hombres, como dice Pablo: “Por lo demás hermanos…sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” (2Cor 13:11).
Notas: 1. La Septuaginta lo llama bálsamo.
2. El aceite solía ser mezclado con harina para preparar una especie de pan cocido (1R 17:12). Las ofrendas que los fieles presentaban en el templo consistían de flor de harina amasada con aceite y cocida en un horno o cazuela (Lv 2:4-7).
3. Se untaba aceite sobre la piel para evitar que se resecara bajo el sol candente. El cuerpo era untado también con aceite después del baño (Rt 3:3; 2Sm 12:20; Sal 104:15), y se ponía sobre el cabello (Ecl 9:8). Pero ¿a quién le gustaría hoy día que le echen aceite sobre la cabeza? Eso era costumbre entonces.
4. El aceite de oliva tenía en la antigüedad un alto valor comercial, junto con el trigo y el vino, y era atesorado por los reyes y hombres importantes (2Cro 32:28; Nh 5:11; Os 2:8).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te invito a pedirle perdón a Dios por todos tus pecados haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#848 (21.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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