Por
José Belaunde M.
AMONESTACIONES DE LA SABIDURÍA I
Un Comentario de Proverbios 1:8-19
Los versículos del 8 al 19 constituyen un
discurso en el que el autor da al lector una
serie de consejos prácticos
semejantes a los que los padres suelen
dar a sus hijos. Los dos primeros (v.8 y 9) son una amonestación general
introductoria, o exordio, en que se menciona a ambos progenitores, porque uno y
otro tienen algo que enseñar al hijo y ambos deben ser escuchados. Vale la pena
notar la importancia que se daba a la esposa y madre en la cultura patriarcal
hebrea (cf 31.10-31, véase también 10:1; 23:22; 29:15; 30:17; 31.1).
8. “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre,
y no desprecies la dirección de tu madre;” (Nota
1) 9. “Porque adorno de gracia serán a tu cabeza, y
collares a tu cuello.”
Estos dos versículos contienen una
advertencia muchas veces repetida al hijo para que escuche los consejos y
exhortaciones de sus padres, (cf. 2:1; 3:1; 4:1,20; 5:1; 6:20; 7:1). Debe ser
repetida porque los hijos, en la soberbia de la adolescencia y de la juventud,
tienen la tendencia a no escuchar a sus padres, o a considerarlos desfasados en
el tiempo e incapaces de comprender las inquietudes de los jóvenes. Olvidan
ellos que sus padres también fueron jóvenes, que pasaron por las mismas
tumultuosas emociones –porque la naturaleza humana no cambia- y experimentaron
la misma tensión entre deseos y aspiraciones, y la cruda realidad, aunque las
circunstancias sociales y las costumbres hayan cambiado mucho desde la época en
que se escribió este libro, y muchísimo más en las últimas décadas.
Pero el factor que los
hijos más ignoran es que los padres, por el amor instintivo que sienten por sus
hijos, suelen tener una aguda intuición de lo que les conviene y de los peligros
que les acechan. Cuanto más desinteresado sea el amor de los padres por sus
hijos, mejor comprenden la situación de éstos y más deberían éstos escucharlos.
La sabiduría que
adquiere el hijo que escucha a sus padres lo viste de una gracia especial que
atrae las miradas ajenas. Los hijos que escuchan a sus padres caminan con más
facilidad al éxito, no sólo porque al ser guiados pueden evitar muchas trampas,
sino también porque la obediencia trae bendición. Bien dice Pablo que el
mandamiento de honrar padre y madre es el primer mandamiento con promesa
(Ef.6:2). Pero no sólo es larga vida la bendición de este mandato, otras
bendiciones lo acompañan pues Dios honra al que honra a quienes lo representan.
En otras palabras: el que honra a sus padres, le honra a Él.
De otro lado, ¿no
hemos comprobado muchas veces lo antipáticos que son los niños engreídos que no
obedecen a sus padres y, por el contrario, lo simpáticos que son los niños bien
educados y obedientes?
Desde otro punto de vista estos dos versículos describen dos posibles
actitudes negativas del hijo frente a los consejos amorosos de sus padres. Una,
es simplemente no oír, cerrar los oídos. La otra es indiferencia, no dar
importancia, encogerse de hombros. En última instancia, aunque se expresen en
gestos distintos, ambas actitudes son una sola cosa: desprecio. Prov 30:17
advierte del terrible castigo que espera al hijo que tal haga.
Pero si el hijo no tiene esa actitud necia, y escucha en cambio con
atención la amonestación de su padre y la enseñanza de su madre, en la
imaginación pictórica del autor esos consejos bien atendidos serán como joyas
que adornan su cabeza y su cuello. (2)
Aquí las palabras usadas: amonestación, por el padre; y enseñanza, por la
madre, corresponden a dos maneras de aconsejar distintas: una con voz robusta,
imponente, imperiosa; y otra con voz suave, delicada, paciente. La primera es
susceptible de originar rechazo; la segunda, en cambio, predispone a oír.
Es una cosa cierta que
el porte seguro del joven, que pese a su corta edad, haya adquirido una
sabiduría precoz escuchando atentamente a sus padres y siéndoles obediente,
tendrá algo de grácil y de espontáneo que conquistará a los que lo traten, (Pr
4:1; 6:20-22; Sir 6:18-37), algo mejor que el más costoso adorno. El episodio
del niño Jesús conversando con los sabios en el templo ilustra bien el caso (Lc
2:46-50).
Otro es el caso del
joven Timoteo que fue instruido en las Escrituras por su madre y su abuela (2Tm
1:5; 3:15). ¡Qué bendición es para un hijo o una hija, contar con padres que les
den buenos consejos, y que los instruyan en el buen camino!, porque hay muchos
padres lamentablemente que descuidan esa responsabilidad, o que si aconsejan a
sus hijos, lo hacen mal porque carecen de temor de Dios. El hijo o la hija que
han sido mal aconsejados por sus padres o tutores, se extravían temprano en la
vida y pueden terminar teniendo problemas con la justicia. ¡Padre o madre que
lees estas líneas, ten en cuenta la enorme responsabilidad que Dios ha puesto
sobre tus hombros de guiar sabiamente a tus hijos por el camino del bien! Si lo
haces tus hijos serán para ti algún día motivo de satisfacciones y de sano
orgullo; de lo contrario lo serán de tristeza y vergüenza.
Es bueno que los
padres tengan en cuenta que la enseñanza más eficaz y duradera es la que se
imparte con el ejemplo. El modo de vida, las costumbres, las aficiones y los
gustos, los buenos y los malos hábitos de los padres, sientan un patrón que los
hijos tienden a imitar inconcientemente. Ellos tienden a comportarse y a
reaccionar frente a las circunstancias de la vida tal como vieron que hacían
sus padres. De ahí que con frecuencia padres honestos, o piadosos, o
trabajadores, o solidarios, suelen tener hijos que exhiben esas cualidades; así
como lo contrario es también cierto. Si los padres son deshonestos, o irreligiosos,
u ociosos, o desconsiderados, los hijos tenderán también a serlo. El ambiente
espiritual, moral e intelectual en que crecieron marca a los hijos de por vida
y deja una huella indeleble en su personalidad, aunque a veces ocurre, cuando
ese ambiente es negativo, que ellos, por un sano instinto, reaccionen contra
las actitudes que les disgustaron de pequeños, y se esfuercen en actuar de
manera contraria. Es bueno recordar que la fibra moral de una nación es
determinada en gran parte por la formación moral que reciben los hijos en el
hogar, y que, en ausencia de ésta, se desencadena el caos en la sociedad (cf Pr
29:18).
Vienen a continuación dos estrofas de cinco
versos cada una:
10. “Hijo mío, si los
pecadores te quisieren engañar, no consientas.”
11. “Si dijeren: Ven
con nosotros; pongamos asechanzas para derramar sangre, acechemos sin motivo al
inocente;”
12. “Los tragaremos
vivos como el Seol, y enteros, como los que caen en un abismo;”
13. “Hallaremos
riquezas de toda clase, llenaremos nuestras casas de despojos;”
14. “Echa tu suerte
entre nosotros; tengamos todos una bolsa.”
15. “Hijo mío, no
andes en camino con ellos. Aparta tu pie de sus veredas”,
16. “Porque sus pies
corren hacia el mal, y van presurosos a derramar sangre.”
17. “Porque en vano
se tenderá la red ante los ojos de toda ave;”
18. “Pero ellos a su
propia sangre ponen asechanzas, y a sus almas tienden lazo.”
19. “Tales son las
sendas de todo el que es dado a la codicia, la cual quita la vida de sus
poseedores.”
La primera estrofa es de advertencia; la
segunda, de amonestación. Los versículos 10 al 14 contienen una advertencia
ferviente al hijo para que no se deje seducir por el discurso engañoso de los
impíos que lo quieren hacer su cómplice. Ellos se gozan atrayendo a otros al
mal camino. Tan pronto como Lucifer se rebeló contra Dios, se convirtió en un
tentador. Él es un experto en este oficio, y entrena a sus secuaces para que
sean tan hábiles como él.
Los tentadores con
frecuencia tratan de apartar a los jóvenes de la obediencia a sus padres,
diciéndoles: Ya estás grande, ya puedes independizarte y obrar de acuerdo a tu
propio criterio. Los pecadores endurecidos y atrevidos, que se jactan de su
impiedad, tratan de que otros se unan a su pandilla, y se complacen en
corromper a los sanos.
Los versículos 15-19, por
su lado, dan las razones paternas por las que el hijo no debe ceder a sus
requerimientos. Una preocupación destaca aquí: Las invitaciones de los
pecadores son engañosas porque ocultan el resultado trágico final que trae
obrar como ellos proponen.
A partir del v.11 el
padre cita las palabras seductoras que los malvados podrían dirigir a su hijo.
Lo hace para que el hijo sepa reconocerlas cuando las oiga y no se deje
sorprender: “Ven, únete a nosotros….Acechemos al inocente.” Ellos no ocultan
sus malos propósitos, tan osado es su cinismo: De lo que se trata es de
asesinar para apoderarse del dinero de las víctimas (Sir. 11:32; Sal. 10:8),
personas desprevenidas y desarmadas que no les han hecho ningún daño, pero a
quienes envidian.
Ellos se jactan de sus
malvadas proezas (“los tragaremos vivos…”).
Están ilusionados con el botín que hallarán y por la forma cómo se enriquecerán
rápidamente sin haber trabajado. Y deslizan un sutil engaño que pierde a muchos
que no lo captan: “Tendrán una bolsa común que ellos controlarán”. Le están
adelantando -esperando que el joven no se dé cuenta- que él no tocará el dinero
que reúnan, porque todo se pondrá en una sola bolsa que los cabecillas manejarán.
Pero unirse a la suerte de los criminales es compartir su castigo cuando se
acabe la ilusión de compartir su botín.
Hay muchas maneras de
asaltar a la gente y robarles su dinero sin llegar a matarla. Al contrario,
piensan algunos malhechores. Es mejor que sigan viviendo para poder seguir
explotándolos. Notemos que en el mundo de los negocios con frecuencia surge la
tentación de enriquecerse a costa de los clientes, sea ofreciéndoles productos
cuya calidad inferior no corresponde a lo publicitado, sea recargando los
precios de manera desproporcionada. La naturaleza humana no ha cambiado a
través de los siglos, aunque los métodos hayan variado. Los que carecen de
temor de Dios no tienen escrúpulos en explotar a sus semejantes. Algún día el
dinero mal ganado arderá en sus entrañas.
15. El padre implora: “No
vayas con ellos…”. La experiencia que dan los años y la intuición que le da
el amor, le hacen comprender al padre que su hijo puede ser tentado por la
emoción de la aventura y del dinero fácil, y de la camaradería con tipos
hábiles, pero sin pensar que su compañía puede serle fatal.
16.
Ten cuidado. Ellos se apuran a matar como si fuera una hazaña. Si no
tienen respeto de la vida ajena ¿quién te garantiza que algún día la sangre que
derramen no sea la tuya, cuando les seas incómodo?
Nótese la relación
entre los versículos 11 y 16: Las palabras comunes en ambos
versículos: “derramar sangre” (3) (c.f. Pr 12:6) son un
circunloquio usado para expresar el homicidio. Pero es a su propia sangre a la
que los impíos tienden lazo, porque así como ellos matan sin escrúpulos a
algunos, alguien los matará algún día a ellos sin pena. El camino que se
anunciaba exitoso termina en el sepulcro.
El pecado puede tener
consecuencias nunca imaginadas (pero que el diablo sí conoce). Cuando la
muchacha se deja seducir por su galán, no piensa en que más adelante va a
querer abortar para ocultar las consecuencias de su debilidad. Cuando David
tramó seducir a Betsabé, no pensó en que iba a tener que mandar matar al
marido, al fiel Urías, para ocultar el escándalo. El ladronzuelo que coge a
escondidas una prenda que le gusta en el supermercado, no piensa que puede
terminar en la cárcel.
17,18. Con frecuencia se
tiende inútilmente una red para capturar a las aves del cielo porque ellas ven
cuando el pajarero echa la red y su instinto les hace evitarla, y por eso
escapan antes de quedar atrapadas. Pero los malhechores son menos avisados que
las aves, porque aunque son concientes del peligro al que su conducta criminal
los expone, corren para caer en las redes que tendieron a los pies de otros, y
cuando ilusamente creían que sus planes y emboscadas les iban a salir bien,
terminan por ser cogidos en sus propias trampas.
19. Este versículo
recuerda la advertencia que Pablo dirige a su discípulo Timoteo: “Los que quieren enriquecerse caen en
tentación y lazo…” (1 Tm.6:9). La codicia es homicida. Asesina no sólo a
los que despoja sino también a los que la cultivan en su corazón.
Notas : 1. La palabra “torá” que
aparece en el original hebreo del vers. 8, y que generalmente se traduce por
“ley”, quiere decir primordialmente “dirección” tal como aparece correctamente
aquí. (Véase el comentario de D. Kidner en “Proverbs” pags. 56 y 57.)
2. Para entender la intención del autor en el versículos 9 debe tenerse en
cuenta que era costumbre en la antigüedad que no sólo las mujeres, sino también
los hombres usaran joyas y ornamentos en la cabeza y en el cuello (Gn 41:42).
En el caso concreto de este versículo se trata de la guirlanda que se colocaba
en la frente de los héroes victoriosos, y del collar que usaban los magistrados
y que simboliza protección. Crisóstomo anota al respecto: “Mientras que en los
juegos olímpicos la corona de la victoria no es más que una guirlanda de
laurel, o el aplauso y la aclamación de las multitudes, todo lo cual desaparece
y se pierde al caer la noche, la corona de la virtud y sus luchas no es
material en absoluto. No está sujeta a decadencia en este mundo, sino que es
imperecedera, inmortal.”
3. Estos
dos versículos parecen una cita de Is 59:7, sólo que en el caso del profeta sus
palabras son una acusación dirigida al pueblo de Israel.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo
una sencilla oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos
por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón,
porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me
lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento
sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy.
Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi
corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#816 (09.02.14). Depósito Legal #2004-5581. Director:
José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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