Mostrando entradas con la etiqueta moral. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta moral. Mostrar todas las entradas

miércoles, 10 de septiembre de 2014

LOS VALORES Y EL AMOR I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LOS VALORES Y EL AMOR I
De dónde viene esta palabra “valores”, por qué usamos la palabra “valores”, y qué tiene que hacer este concepto de “valores”, con lo que se enseña en la iglesia, es algo que queremos explorar sumariamente.

Sabemos lo que es el valor en el sentido de coraje. Es una cualidad muy importante, sinónimo de arrojo, de intrepidez. Es una cualidad que se halla detrás de muchos actos heroicos, de las grandes hazañas que el mundo admira, y de muchísimos actos de la vida diaria que sólo Dios conoce, pero que influyen positivamente en la vida de la gente, y que algún día recibirán su recompensa.
Pero la palabra “valores” en plural es una cosa diferente. Es una palabra que se usa en la Bolsa, que se llama precisamente “Bolsa de Valores”, y que se refiere a papeles, acciones, o documentos de deuda que se negocian en el mercado financiero. Pero nosotros no vamos a hablar de eso. La palabra “valores” es también un término de las matemáticas, y de las finanzas. Pero nosotros tampoco vamos a hablar de eso. Entonces ¿por qué hablamos de valores? ¿Y de qué clase de valores hablamos?
Pues bien, el hecho es que de un tiempo a esta parte se habla de valores en relación con la ética, con el comportamiento moral de las personas. Incluso se habla de “escala de valores”, y de una jerarquía de valores. Nosotros no sólo valoramos los bienes materiales, sino valoramos también las conductas de las personas. Si alguien ha tenido con nosotros un gesto amable, le decimos: “Yo valoro mucho el gesto que has tenido conmigo”. Le adjudicamos valor a las conductas, a los actos humanos.
Hace unos 200 años surgió una filosofía, una ética de los valores. Esa filosofía, cuyos conceptos han impregnado el mundo, ha hecho que esa palabra se convierta en un término muy común en el lenguaje usual. ¿De dónde viene?  Su origen se encuentra en el pensamiento del gran filósofo alemán de finales del siglo XVIII, de Emmanuel Kant, que escribió entre otros libros uno que alcanzó una gran resonancia, “La Crítica de la Razón Pura”, y en particular, en el terreno de la ética, otro titulado “Fundamentos de la Metafísica de las Costumbres”. De su pensamiento viene el concepto de valores. Los sucesores de Kant, los pensadores de la generación siguiente, Lotze en especial, tomando su pensamiento y su filosofía como base, construyeron lo que hoy conocemos como teoría de los valores.
Lo que ellos trataban de hacer era construir una ética o moral racional autónoma, independiente de la religión, independiente del concepto de Dios, independiente del cristianismo. Alguien podría quizá decir que se trataba de un intento de rebelarse contra Dios, pero no es el caso, sino fue más bien un intento honesto de plasmar en términos teóricos lo que eran los conceptos morales y éticos prevalecientes en esa época, que eran por lo demás fundamentalmente derivados del cristianismo y de la filosofía griega anterior a Cristo, pero prescindiendo de todo concepto religioso. De manera que no fue propiamente un intento de rebelarse contra Dios, pero sí una manera de mostrar que para los asuntos fundamentales de la existencia, el hombre era autónomo y podía manejarse sin la necesidad de acudir como referente a un Ser supremo.
Lo cierto es que, debido al creciente racionalismo que ha dominado al mundo de las ideas desde los tiempos de la Ilustración en el siglo XVIII, aunado al desarrollo espectacular de la ciencia, y al creciente agnosticismo, poco a poco esta filosofía de los valores ha ido prescindiendo cada vez más de la idea de Dios.
Como consecuencia esta filosofía, o ética de los valores, se ha ido apartando en la práctica de algunas nociones claves de la moral cristiana. Al comienzo consideraba a los valores como cualidades absolutas, tal como la verdad es algo absoluto, o el bien es algo absoluto. Pero los valores, objetivos en sí mismos, poco a poco se fueron convirtiendo, por la obra de muchos pensadores agnósticos, en valores subjetivos, personales, relativos, al punto de que hoy vivimos en una época en que impera el relativismo en el terreno de la moral. Tú dices que esto está bien, pero eso es de acuerdo a tu manera de pensar, a tu escala de valores, que yo respeto. Pero yo tengo mi propia escala de valores que es diferente de la tuya, y que tú debes también respetar.
Recuerdo que hace años un candidato presidencial, al comienzo de su campaña electoral, habló de que cada uno tenía su propia escala de valores. Es decir, como si cada cual pudiera formular un patrón de conducta personal adaptado a su gusto, a sus preferencias, a su conveniencia y a su idiosincrasia. Naturalmente eso es absurdo, aunque muchos piensan así.
Es como si dijéramos que en nuestro país las leyes no fueran válidas para todos. Como si, por ejemplo, la ley que manda pagar un impuesto del 19% sobre las ventas, no fuera aplicable a todos los comerciantes y empresas, sino sólo a los que quieran acatarla. El que quiere pagar sólo una tasa del 16%, paga el 16%; el que quiere pagar 12%, paga 12%; y el que no quiere pagar nada, no paga nada, porque cada cual tiene derecho a establecer su propia ley. ¿Funcionaría así el estado? ¿Podrían funcionar así el país y la administración pública con su compleja organización presupuestal? No podría. La ley es una para todos. De igual manera las normas morales no pueden sino ser una para todos, si queremos vivir en paz con nosotros mismos, y en armonía con los demás. De lo contrario el capricho y la arbitrariedad imperan.
¿Qué cosa son los “valores” en términos de la ética? En realidad los pensadores no se ponen de acuerdo para definir qué son los valores, y existe una gran cantidad de definiciones, algunas coincidentes, otras divergentes. Pero podríamos decir generalizando, y resumiendo las opiniones prevalecientes, que los valores son ciertas cualidades que adjudicamos a la forma cómo la gente se comporta y a los ideales que rigen su conducta (Nota). Valoramos la conducta de la gente de acuerdo a esos conceptos abstractos de valores. Por ejemplo, podríamos decir que en una escala de calificación ideal de 1 a 5, asignaríamos una nota determinada a la forma cómo una persona se conduce respecto de la bondad, y diríamos que una persona es realmente bondadosa si recibe una calificación de por lo menos 4 ó 5. Si sólo recibe una nota de 1 ó 2, diríamos que no es bondadosa, o que es poco bondadosa. Eso parece un poco complicado, y la filosofía es complicada.
Pero en realidad lo que hoy día llamamos “valores” no es otra cosa sino un nuevo término para un concepto muy antiguo conocido nuestro. Los valores no son otra cosa sino las virtudes a las cuales el mundo moderno ha dado el nombre de valores, aplicando a la ética términos y conceptos que provienen de la economía, en la que se valoran los objetos y los bienes de acuerdo a factores que la economía considera válidos. Pero hay una diferencia importante, como veremos enseguida.
Ahora bien, ¿por qué hablamos nosotros en la iglesia de valores? Por una razón muy sencilla y práctica. El término “valores” se ha impuesto en el mundo y la gente sabe de qué se está hablando cuando se habla de ellos. Usar el término valores nos permite a nosotros los cristianos encontrar un terreno común con la manera de pensar del mundo y, al mismo tiempo, introducir en nuestra conversación con ellos, nociones y conceptos que vienen de la palabra de Dios, de la Biblia.
Hay una moral del mundo y hay una moral cristiana, y nosotros debemos estar en condiciones de distinguir entre una y otra para no dejarnos influenciar por la primera, que, en muchos casos, es abiertamente contraria a la segunda. La moral del mundo pretende obtener determinados resultados positivos en la forma cómo la gente en general se comporta para que haya orden y equilibrio en la sociedad. La moral cristiana la constituyen principios y normas que proceden de la palabra de Dios y, por tanto, quiere moldear nuestro carácter y nuestra conducta a la semejanza de Cristo, que es una meta hacia lo cual todos nosotros debemos tender.
Cuando se habla de valores comparándolos con las virtudes, es necesario tener
en cuenta una distinción fundamental, y es que los valores están en la mente; son conceptos abstractos que no influyen necesariamente en la conducta de la gente, no cambian necesariamente su manera de ser en un sentido positivo. Hay gente que tiene un concepto de valores muy alto, que tiene un alto concepto de la honradez, por ejemplo, pero que en la práctica son unos corruptos; personas que hablan de la honestidad, o de la pureza de pensamientos, pero que son deshonestas y lujuriosas. Una cosa es tener valores en la mente, como quien tiene en su casa objetos valiosos, o una colección de cuadros de pintores famosos, y otra cosa es practicar las virtudes. Los valores son algo que se puede tener, pero las virtudes no se “tienen”. Las virtudes se practican. Las virtudes no se aprenden como conceptos en un libro, tal como ocurre con los valores, sino se aprenden en la vida práctica, incorporándolas a nuestra manera de ser, practicándolas. Y así como solamente se aprende a nadar nadando, solamente se puede adquirir las virtudes ejercitándose en ellas. No creo que se pueda aprender a nadar asistiendo a un salón de clase donde hay una figura humana, y le explican a uno las leyes de la física que permiten a los cuerpos flotar en el agua. Por mucho que uno estudie eso, uno no aprende a nadar. Pero si lo tiran a uno a la piscina y en la piscina no tiene piso, uno aprende a nadar a la fuerza para no ahogarse.
De igual manera, repito, las virtudes no son conceptos que se puedan aprender de los libros como teoría, sino se adquieren practicándolas, hasta que se conviertan en hábitos. Entonces cuando hablamos de valores debemos tener en cuenta que los valores adquieren significado real para el hombre sólo cuando se hacen carne en la vida de la persona, cuando los asimilamos, cuando se convierten en parte de nuestra existencia, de nuestro carácter. Es decir, en suma, cuando se convierten en virtudes.
Quisiera dar un ejemplo práctico. Hace un tiempo llegó al aeropuerto limeño un extranjero a quien se le extravió mientras hacía sus trámites, una billetera con $3,000 en billetes. La billetera fue encontrada por un joven que trató de alcanzar al pasajero antes de que saliera del recinto, pero no pudo, por lo que se acercó a un policía y juntos fueron a entregarla a la oficina de objetos perdidos del aeropuerto. Como en la billetera figuraba la dirección electrónica del pasajero le enviaron un correo, avisándole que su billetera había sido encontrada. Y así le fue entregada sin que le faltara un billete. El hombre agradecido hizo público su reconocimiento al joven que la había encontrado y devuelto.
Pero los amigos de ese joven le dijeron: ¡Qué estúpido eres, qué tonto! Si nadie sabía que tú habías encontrado esa billetera, ¿por qué no te quedaste con ella? Eres un mongo.
¿Qué significa esto? Vemos acá un contraste de valores. Para ese joven, la honestidad es un valor absoluto que determina su conducta, pero para los que criticaron su acción, la honestidad, en el mejor de los casos, es una palabra bonita que no influye en su conducta, porque lo que vale para ellos es el dinero contante y sonante, y cualquier forma de adquirirlo es válida. Según ese criterio el que entrega algo que se ha perdido es un tonto. El valor verdadero para esa gente consiste en ser vivo, mosca, como se dice.
Nosotros vivimos en un mundo en que la gente trata de ser viva, despierta, y como todos tratan de ser vivos al mismo tiempo a costa del otro, del prójimo, del vecino, la consecuencia es que todos vivimos aprovechándonos unos de otros. Finalmente todos sufrimos un perjuicio, porque todos nos quitamos algo, nos robamos algo del otro. A la larga todos perdemos, aparte del hecho de que la vida así no es nada agradable, si tenemos que estar pensando todo el tiempo en evitar que se aprovechen de nosotros. Vivimos a la defensiva, temiendo que alguien nos quite lo que es nuestro, o que se van a aprovechar de nosotros. Así no podemos vivir contentos.
¡Pero qué diferente es cuando todos podemos confiar unos de otros! Si todos fueran como ese joven que devolvió sin dudar la billetera con 3,000 dólares, y si todos supiéramos que la mayoría de la gente es así (como lo son en el Japón, por ejemplo, que sin embargo, no es un país cristiano), hacer negocios sería muy fácil, porque nadie se aprovecharía de nadie. No tendríamos incluso necesidad de firmar contratos, porque la palabra dada tendría el valor de un contrato firmado.
En otras palabras, los valores le dan calidad a la vida, mientras que la perversión de los valores, el desdén por los valores, se la quita. La perversión de los valores trae como consecuencia que no se respete los derechos ajenos, sino que, al contrario, se abuse del prójimo, y sobre todo, del desprotegido. Y ése puede ser cualquiera de nosotros.
Ahora bien, aun sabiendo que el término y la filosofía de los valores viene del mundo, nosotros podemos usar esa palabra e incorporarla a nuestro vocabulario, concientes de que nos permite hablar en el lenguaje que usa la gente del mundo, gente a la que si le habláramos de virtudes, o le habláramos de conceptos que vienen de la Biblia, como el amor al prójimo, nos rechazaría, porque dicen que no quieren saber nada de las cosas de la religión. Pero si les hablamos de valores, estamos hablando de ética, algo que es respetable, muy diferente, de lo cual sí está dispuesta a hablar.
Hay una ética de las profesiones, hay una ética del periodismo, hay una ética del gobierno, hasta una ética del Congreso. Pero ¿cuál es el valor de los valores? ¿Cuál es el valor supremo en la vida? ¿Alguien tiene idea? En relación con las cualidades que hemos mencionado antes, ¿cuál es el valor de los valores, la cualidad de las cualidades, la virtud de todas las virtudes? De eso vamos a hablar en el artículo siguiente.
Nota. Un conocido diccionario inglés da la siguiente definición de la palabra “valores”: Principios sociales, metas o “estándares” mantenidos por un individuo, o por una clase, o por la sociedad, etc. Aquello que es deseable, o digno de estima en sí mismo; aquella cosa o cualidad que tiene un mérito intrínseco.
NB. El texto de este artículo y de los dos siguientes del mismo título, está basado en la trascripción de una conferencia dada en la sede de la IACYM de Tacna, el 26.06.03 en el curso de un seminario sobre valores.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (VOL I) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA, TEL. 4712178.
#844 (24.08.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

jueves, 21 de agosto de 2014

AMONESTACIONES DE LA SABIDURÍA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
AMONESTACIONES DE LA SABIDURÍA I
Un Comentario de Proverbios 1:8-19
Los versículos del 8 al 19 constituyen un discurso en el que el autor da al lector una
serie de consejos prácticos semejantes a los que los  padres suelen dar a sus hijos. Los dos primeros (v.8 y 9) son una amonestación general introductoria, o exordio, en que se menciona a ambos progenitores, porque uno y otro tienen algo que enseñar al hijo y ambos deben ser escuchados. Vale la pena notar la importancia que se daba a la esposa y madre en la cultura patriarcal hebrea (cf 31.10-31, véase también 10:1; 23:22; 29:15; 30:17; 31.1).
8. “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre;” (Nota 1) 9. “Porque adorno de gracia serán a tu cabeza, y collares a tu cuello.”
Estos dos versículos contienen una advertencia muchas veces repetida al hijo para que escuche los consejos y exhortaciones de sus padres, (cf. 2:1; 3:1; 4:1,20; 5:1; 6:20; 7:1). Debe ser repetida porque los hijos, en la soberbia de la adolescencia y de la juventud, tienen la tendencia a no escuchar a sus padres, o a considerarlos desfasados en el tiempo e incapaces de comprender las inquietudes de los jóvenes. Olvidan ellos que sus padres también fueron jóvenes, que pasaron por las mismas tumultuosas emociones –porque la naturaleza humana no cambia- y experimentaron la misma tensión entre deseos y aspiraciones, y la cruda realidad, aunque las circunstancias sociales y las costumbres hayan cambiado mucho desde la época en que se escribió este libro, y muchísimo más en las últimas décadas.
Pero el factor que los hijos más ignoran es que los padres, por el amor instintivo que sienten por sus hijos, suelen tener una aguda intuición de lo que les conviene y de los peligros que les acechan. Cuanto más desinteresado sea el amor de los padres por sus hijos, mejor comprenden la situación de éstos y más deberían éstos escucharlos.
La sabiduría que adquiere el hijo que escucha a sus padres lo viste de una gracia especial que atrae las miradas ajenas. Los hijos que escuchan a sus padres caminan con más facilidad al éxito, no sólo porque al ser guiados pueden evitar muchas trampas, sino también porque la obediencia trae bendición. Bien dice Pablo que el mandamiento de honrar padre y madre es el primer mandamiento con promesa (Ef.6:2). Pero no sólo es larga vida la bendición de este mandato, otras bendiciones lo acompañan pues Dios honra al que honra a quienes lo representan. En otras palabras: el que honra a sus padres, le honra a Él.
De otro lado, ¿no hemos comprobado muchas veces lo antipáticos que son los niños engreídos que no obedecen a sus padres y, por el contrario, lo simpáticos que son los niños bien educados y obedientes?
Desde otro punto de vista estos dos versículos describen dos posibles actitudes negativas del hijo frente a los consejos amorosos de sus padres. Una, es simplemente no oír, cerrar los oídos. La otra es indiferencia, no dar importancia, encogerse de hombros. En última instancia, aunque se expresen en gestos distintos, ambas actitudes son una sola cosa: desprecio. Prov 30:17 advierte del terrible castigo que espera al hijo que tal haga.
Pero si el hijo no tiene esa actitud necia, y escucha en cambio con atención la amonestación de su padre y la enseñanza de su madre, en la imaginación pictórica del autor esos consejos bien atendidos serán como joyas que adornan su cabeza y su cuello. (2)
Aquí las palabras usadas: amonestación, por el padre; y enseñanza, por la madre, corresponden a dos maneras de aconsejar distintas: una con voz robusta, imponente, imperiosa; y otra con voz suave, delicada, paciente. La primera es susceptible de originar rechazo; la segunda, en cambio, predispone a oír.
Es una cosa cierta que el porte seguro del joven, que pese a su corta edad, haya adquirido una sabiduría precoz escuchando atentamente a sus padres y siéndoles obediente, tendrá algo de grácil y de espontáneo que conquistará a los que lo traten, (Pr 4:1; 6:20-22; Sir 6:18-37), algo mejor que el más costoso adorno. El episodio del niño Jesús conversando con los sabios en el templo ilustra bien el caso (Lc 2:46-50).
Otro es el caso del joven Timoteo que fue instruido en las Escrituras por su madre y su abuela (2Tm 1:5; 3:15). ¡Qué bendición es para un hijo o una hija, contar con padres que les den buenos consejos, y que los instruyan en el buen camino!, porque hay muchos padres lamentablemente que descuidan esa responsabilidad, o que si aconsejan a sus hijos, lo hacen mal porque carecen de temor de Dios. El hijo o la hija que han sido mal aconsejados por sus padres o tutores, se extravían temprano en la vida y pueden terminar teniendo problemas con la justicia. ¡Padre o madre que lees estas líneas, ten en cuenta la enorme responsabilidad que Dios ha puesto sobre tus hombros de guiar sabiamente a tus hijos por el camino del bien! Si lo haces tus hijos serán para ti algún día motivo de satisfacciones y de sano orgullo; de lo contrario lo serán de tristeza y vergüenza.
Es bueno que los padres tengan en cuenta que la enseñanza más eficaz y duradera es la que se imparte con el ejemplo. El modo de vida, las costumbres, las aficiones y los gustos, los buenos y los malos hábitos de los padres, sientan un patrón que los hijos tienden a imitar inconcientemente. Ellos tienden a comportarse y a reaccionar frente a las circunstancias de la vida tal como vieron que hacían sus padres. De ahí que con frecuencia padres honestos, o piadosos, o trabajadores, o solidarios, suelen tener hijos que exhiben esas cualidades; así como lo contrario es también cierto. Si los padres son deshonestos, o irreligiosos, u ociosos, o desconsiderados, los hijos tenderán también a serlo. El ambiente espiritual, moral e intelectual en que crecieron marca a los hijos de por vida y deja una huella indeleble en su personalidad, aunque a veces ocurre, cuando ese ambiente es negativo, que ellos, por un sano instinto, reaccionen contra las actitudes que les disgustaron de pequeños, y se esfuercen en actuar de manera contraria. Es bueno recordar que la fibra moral de una nación es determinada en gran parte por la formación moral que reciben los hijos en el hogar, y que, en ausencia de ésta, se desencadena el caos en la sociedad (cf Pr 29:18).
Vienen a continuación dos estrofas de cinco versos cada una:
10. “Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas.”
11. “Si dijeren: Ven con nosotros; pongamos asechanzas para derramar sangre, acechemos sin motivo al inocente;”
12. “Los tragaremos vivos como el Seol, y enteros, como los que caen en un abismo;”
13. “Hallaremos riquezas de toda clase, llenaremos nuestras casas de despojos;”
14. “Echa tu suerte entre nosotros; tengamos todos una bolsa.”
15. “Hijo mío, no andes en camino con ellos. Aparta tu pie de sus veredas”,
16. “Porque sus pies corren hacia el mal, y van presurosos a derramar sangre.”
17. “Porque en vano se tenderá la red ante los ojos de toda ave;”
18. “Pero ellos a su propia sangre ponen asechanzas, y a sus almas tienden lazo.”
19. “Tales son las sendas de todo el que es dado a la codicia, la cual quita la vida de sus poseedores.”
La primera estrofa es de advertencia; la segunda, de amonestación. Los versículos 10 al 14 contienen una advertencia ferviente al hijo para que no se deje seducir por el discurso engañoso de los impíos que lo quieren hacer su cómplice. Ellos se gozan atrayendo a otros al mal camino. Tan pronto como Lucifer se rebeló contra Dios, se convirtió en un tentador. Él es un experto en este oficio, y entrena a sus secuaces para que sean tan hábiles como él.
Los tentadores con frecuencia tratan de apartar a los jóvenes de la obediencia a sus padres, diciéndoles: Ya estás grande, ya puedes independizarte y obrar de acuerdo a tu propio criterio. Los pecadores endurecidos y atrevidos, que se jactan de su impiedad, tratan de que otros se unan a su pandilla, y se complacen en corromper a los sanos.
Los versículos 15-19, por su lado, dan las razones paternas por las que el hijo no debe ceder a sus requerimientos. Una preocupación destaca aquí: Las invitaciones de los pecadores son engañosas porque ocultan el resultado trágico final que trae obrar como ellos proponen.
A partir del v.11 el padre cita las palabras seductoras que los malvados podrían dirigir a su hijo. Lo hace para que el hijo sepa reconocerlas cuando las oiga y no se deje sorprender: “Ven, únete a nosotros….Acechemos al inocente.” Ellos no ocultan sus malos propósitos, tan osado es su cinismo: De lo que se trata es de asesinar para apoderarse del dinero de las víctimas (Sir. 11:32; Sal. 10:8), personas desprevenidas y desarmadas que no les han hecho ningún daño, pero a quienes envidian.
Ellos se jactan de sus malvadas proezas (“los tragaremos vivos…”). Están ilusionados con el botín que hallarán y por la forma cómo se enriquecerán rápidamente sin haber trabajado. Y deslizan un sutil engaño que pierde a muchos que no lo captan: “Tendrán una bolsa común que ellos controlarán”. Le están adelantando -esperando que el joven no se dé cuenta- que él no tocará el dinero que reúnan, porque todo se pondrá en una sola bolsa que los cabecillas manejarán. Pero unirse a la suerte de los criminales es compartir su castigo cuando se acabe la ilusión de compartir su botín.
Hay muchas maneras de asaltar a la gente y robarles su dinero sin llegar a matarla. Al contrario, piensan algunos malhechores. Es mejor que sigan viviendo para poder seguir explotándolos. Notemos que en el mundo de los negocios con frecuencia surge la tentación de enriquecerse a costa de los clientes, sea ofreciéndoles productos cuya calidad inferior no corresponde a lo publicitado, sea recargando los precios de manera desproporcionada. La naturaleza humana no ha cambiado a través de los siglos, aunque los métodos hayan variado. Los que carecen de temor de Dios no tienen escrúpulos en explotar a sus semejantes. Algún día el dinero mal ganado arderá en sus entrañas.
15. El padre implora: “No vayas con ellos…”. La experiencia que dan los años y la intuición que le da el amor, le hacen comprender al padre que su hijo puede ser tentado por la emoción de la aventura y del dinero fácil, y de la camaradería con tipos hábiles, pero sin pensar que su compañía puede serle fatal.
16. Ten cuidado. Ellos se apuran a matar como si fuera una hazaña. Si no tienen respeto de la vida ajena ¿quién te garantiza que algún día la sangre que derramen no sea la tuya, cuando les seas incómodo?
Nótese la relación entre los versículos 11 y 16: Las palabras comunes en ambos
versículos: “derramar sangre” (3) (c.f. Pr 12:6) son un circunloquio usado para expresar el homicidio. Pero es a su propia sangre a la que los impíos tienden lazo, porque así como ellos matan sin escrúpulos a algunos, alguien los matará algún día a ellos sin pena. El camino que se anunciaba exitoso termina en el sepulcro.
El pecado puede tener consecuencias nunca imaginadas (pero que el diablo sí conoce). Cuando la muchacha se deja seducir por su galán, no piensa en que más adelante va a querer abortar para ocultar las consecuencias de su debilidad. Cuando David tramó seducir a Betsabé, no pensó en que iba a tener que mandar matar al marido, al fiel Urías, para ocultar el escándalo. El ladronzuelo que coge a escondidas una prenda que le gusta en el supermercado, no piensa que puede terminar en la cárcel.
17,18. Con frecuencia se tiende inútilmente una red para capturar a las aves del cielo porque ellas ven cuando el pajarero echa la red y su instinto les hace evitarla, y por eso escapan antes de quedar atrapadas. Pero los malhechores son menos avisados que las aves, porque aunque son concientes del peligro al que su conducta criminal los expone, corren para caer en las redes que tendieron a los pies de otros, y cuando ilusamente creían que sus planes y emboscadas les iban a salir bien, terminan por ser cogidos en sus propias trampas.
19. Este versículo recuerda la advertencia que Pablo dirige a su discípulo Timoteo: “Los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo…” (1 Tm.6:9). La codicia es homicida. Asesina no sólo a los que despoja sino también a los que la cultivan en su corazón.
Notas : 1. La palabra “torá” que aparece en el original hebreo del vers. 8, y que generalmente se traduce por “ley”, quiere decir primordialmente “dirección” tal como aparece correctamente aquí. (Véase el comentario de D. Kidner en “Proverbs” pags. 56 y 57.)
2. Para entender la intención del autor en el versículos 9 debe tenerse en cuenta que era costumbre en la antigüedad que no sólo las mujeres, sino también los hombres usaran joyas y ornamentos en la cabeza y en el cuello (Gn 41:42). En el caso concreto de este versículo se trata de la guirlanda que se colocaba en la frente de los héroes victoriosos, y del collar que usaban los magistrados y que simboliza protección. Crisóstomo anota al respecto: “Mientras que en los juegos olímpicos la corona de la victoria no es más que una guirlanda de laurel, o el aplauso y la aclamación de las multitudes, todo lo cual desaparece y se pierde al caer la noche, la corona de la virtud y sus luchas no es material en absoluto. No está sujeta a decadencia en este mundo, sino que es imperecedera, inmortal.”
3. Estos dos versículos parecen una cita de Is 59:7, sólo que en el caso del profeta sus palabras son una acusación dirigida al pueblo de Israel.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#816 (09.02.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).