Por José
Belaunde M.
NEGATIVIDAD
I
Nosotros
conocemos a muchas personas que tienen una visión negativa de las cosas, del
mundo, del futuro, de sí mismas y de la gente. Todo lo ven negro, al punto que
llama la atención su actitud. Quizá nosotros mismos pertenezcamos, o hemos
pertenecido, a ese tipo de personas, para quienes, en la práctica, la felicidad
es un tesoro difícil de alcanzar porque apenas lo creen posible.
La negatividad de visión puede tener
diversos grados de intensidad. Algunos son más negativos que otros, algunos lo
son menos. Pero es un rasgo de carácter que ejerce una influencia muy
perniciosa en la vida de los individuos así como en la de los que los rodean, porque no pueden escapar a su influencia.
Jesús dijo: "Si tu ojo es
bueno todo tu cuerpo estará lleno de luz, pero si tu ojo es maligno, todo tu
cuerpo estará en tinieblas." (Mt 6:22,23). Es decir, si tu ojo ve las
cosas teñidas de un color sombrío, toda tu vida estará impregnada de oscuridad (Nota 1).
Pero si tu ojo, es decir, tu manera de ver las cosas, está iluminada por una
luz favorable, entonces toda tu vida lo estará también.
No es afuera donde está la oscuridad
sino en ti. Pablo lo expresa de otra manera: Para el puro todas las cosas son
puras, para el impuro todas son impuras (Tt 1:15). (2)
Hay un refrán que expresa en
términos más concretos la misma idea: "El ladrón cree que todos son de su
misma condición." Como él es deshonesto, cree que todos los demás también
lo son; no puede creer que haya personas que sean honestas. ¿Donde está la
deshonestidad que atribuye a los demás? ¿En los demás, o en su propio corazón?
Para tranquilizar su conciencia el hombre tiende a proyectar en los demás los
defectos que descubre en sí mismo. Como si dijéramos: pecado de muchos,
consuelo de tontos.
Esta condición de negatividad marca
profundamente la vida y el carácter de las personas y, a la larga, las
convierte en amargadas, aunque lo tengan todo. ¿Cuál es el origen de esta
actitud ante la vida y la gente que es tan común en los seres humanos? Puede
tener orígenes muy diversos. Puede ser algo simplemente heredado, sea porque
está en los genes, o porque lo absorbió de sus padres, que tenían también esa
actitud. Es sabido que los hijos suelen absorber las actitudes y opiniones de
los padres, aunque las rechacen, y suelen imitar inconscientemente sus
comportamientos (3).
Pero también puede deberse a
experiencias tristes de la infancia. Quizá el pesimista fue maltratado de
criatura, o fue postergado ante un hermano que era el preferido, o fue
humillado repetidas veces, o que sé yo. Hay tantas formas que el maltrato de la
infancia puede asumir y que dejan una huella profunda en las actitudes y el
carácter de los adultos (4).
No obstante, pudiera ser que la
persona tuvo una infancia feliz, fue amada y protegida, pero cuando creció
sufrió desilusiones, desengaños, para los que no estaba preparada -sobre todo
si fue muy engreída o sobre protegida (5)- y eso le ha quitado toda
ilusión respecto de la gente y del mundo. Ya no cree en nadie, porque alguien
la decepcionó y piensa que de todos puede recibir una bofetada. Vive amargada.
Está siempre a la defensiva.
Pero la causa más importante, más
fundamental del negativismo es la falta de confianza en Dios. Cuando una
persona tiene fe, tiende a ver todo bajo una luz positiva, porque sabe que Dios
la protege y la cuida. Sabe que Dios es su proveedor y que aunque pueda pasar
por períodos de escasez, nada le faltará (Sal 23:1). Sabe que aunque su salud
pudiera sufrir algún quebranto, no será por mucho tiempo, porque Dios es su
sanador (Ex 15:26). Sabe que aunque haya peligros en la calle y en el mar, Dios
es su protector que no dormita ni duerme, y que lo salvará de todos ellos (Sal
121:3,4).
Si está imbuido del mensaje de las
Escrituras, sabe que aunque fuere atacado, “si
Dios es por nosotros ¿Quién contra nosotros?” (Rm 8:31).
Sabe que aunque las dificultades de
la vida se acumulen, haya falta de dinero y el mundo se muestre contrario, “en todas estas cosas somos más que
vencedores por medio de Aquel que nos amó”. (Rm 8:37).
Sabe, en suma, que Dios es su
guardador, “su sombra a su mano derecha.”
(Sal 121:5).
En cambio, el que no cree en Dios,
el que no confía en su ayuda, tiene muchos motivos para ser desconfiado, para
temer ataques, porque vivimos ciertamente en un mundo hostil y pleno de
peligros (6).
A causa de esa falta de confianza en
Dios la gente se rodea de toda clase de defensas y precauciones. El negocio de
la seguridad se ha convertido en uno de los más florecientes del mundo actual:
guardaespaldas, guachimanes, cercos eléctricos, alarmas, cámaras ocultas de TV,
etc. y se venden pólizas de seguros contra toda clase de riesgos. Todas esas
cosas son manifestaciones del temor con que vive la gente, de la inseguridad
que se ha apoderado del mundo,
Pero si la gente creyera en las
promesas de seguridad que Dios nos ha dado en las Escrituras, no tendría
necesidad de tomar tantas precauciones y viviría más confiada. Como se dice en
Proverbios: "Huye el impío sin que nadie lo persiga, mas el justo está
confiado como un león." (28:1) ¿Quién es el justo sino el que teme a
Dios y tiene puesta su confianza en Él?
Sabemos que lo opuesto a la fe es el
temor. En realidad el temor es una forma de fe, pero invertida. Y así como la
fe atrae aquello en que se cree, el temor atrae lo que teme, y vive atormentado
por lo que puede ocurrir. El poeta español del siglo XVII, Francisco de
Quevedo, lo expresó muy bien: "El hombre que empieza a pensar en lo que
puede temer, empieza a temer en lo que puede pensar." Es decir, si una
persona empieza a preocuparse por las cosas malas que imagina le pueden
suceder, todo lo que pase por su mente le inspirará temor.
¡Cuántos hay que están siempre
pensando en lo que puede ocurrirles y no tienen por ese motivo ni un momento de
tranquilidad! Siempre están tomando precauciones contra los peligros, reales o
imaginarios, de ataques físicos, o contra amenazas para su salud, o contra
intrigas de la gente en su contra. Viven azorados y preocupados. Su pensamiento
temeroso se ha convertido en una cárcel mental que ellos mismos se han
construido.
Y les sucede con frecuencia lo que
temen, como dijo el patriarca Job: "Me ha acontecido lo que
temía." (3:25)
Otra de las causas de la negatividad
de la gente es la falta de amor. El que no ama al prójimo -y no ama por tanto a
Dios, porque el amor al prójimo es una consecuencia del amor a Dios- el que no
ama a su prójimo, digo, tiene inevitablemente una visión negativa de la gente,
ve a todos bajo la lupa del poco aprecio que les tiene, regatea a todos sus
cualidades y niega sus méritos; la mala opinión que tiene de todos hace que no
espere sino el mal de los demás. ¿No nos codeamos a veces con ese tipo de
personas?
¡Que cierto es que "el amor
cubre multitud de pecados!” (1P 4:8). El amor es indulgente y tiende a
excusar las faltas ajenas, a encontrar una razón para explicar el mal
comportamiento del ofensor, y se inclina, en consecuencia, a esperar siempre lo
mejor de otros. San Pablo lo dijo bien claro: “El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
(1Cor 13:7). Y a pesar de las desilusiones, sigue esperando el bien de los
otros, porque ve a Cristo en ellos. Su visión tenderá pues a ser optimista. Y
como esta clase de actitud atrae la simpatía ajena, atraerá también una
respuesta positiva de los demás (7).
Pero el que piensa mal de otros,
juzga a los demás severamente y, en consecuencia, espera que actúen de acuerdo
a la mala opinión que tiene de ellos. Y eso es lo que recibe, porque su actitud
antipática provoca rechazo. Sus experiencias desfavorables reforzarán su visión
negativa y se volverá desconfiado, más allá de lo que aconseja el sentido
común.
Como resultado de ese modo de pensar
la persona se vuelve criticona. Siempre está censurando lo que ve o no ve en
los otros. Tijeretear, como suele decirse, es un deporte muy popular entre
nosotros. Pero aunque la gente se dedique a ello en las reuniones sociales para
divertirse, nadie es realmente feliz criticando a los demás. Basta fijarse un
momento en la expresión amargada que tienen cuando critican, aunque estén
riendo. Reírse a costa ajena deja a la larga un sabor amargo.
En cambio, el que admira a los
demás, el que siempre elogia las virtudes ajenas y nunca critica al ausente,
exuda felicidad y optimismo y lo contagia. (8)
Por último, pocas cosas fomentan más
en el hombre una visión pesimista del mundo que el hecho de vivir en pecado. Ya
hemos citado el refrán: "el ladrón cree que todos son de su misma
condición". Cree que todos son como él, deshonestos, incumplidos,
tramposos, irresponsables, y no concibe que alguien pueda no serlo. Por tanto,
es necesario estar siempre a la defensiva.
Igualmente el impuro, el lujurioso,
piensa que todos son como él y que no hay nadie inocente. En la corrupción
ajena busca una excusa para la propia y se dice: "Todos lo hacen."
Habría que aclararle: muchos tal vez, pero no todos, y los que no, son más
felices.
Los hombres buscan el placer sensual
pero ignoran que la sensualidad paga mal a sus cultores. Los placeres de la
carne no duran y después de gozados dejan un sabor amargo en la boca y
cansancio en el cuerpo.
El gran poeta simbolista francés del
siglo XIX, Carlos Baudelaire, que fue un hombre muy sensual que dedicó gran
parte de su tiempo a escanciar de la copa de la vida todo lo que podía
ofrecerle de placeres, escribió en un momento de sinceridad: La carne es
triste. Sí, el goce del pecado sexual agota las energías del cuerpo y apaga las
luces del alma.
Quien se dedique a la sensualidad
vivirá dominado por una sensación de desencanto y no verá sino hojas marchitas
donde los demás ven flores, porque su vitalidad se ha secado prematuramente. Si
en el mundo no hay belleza ¿cómo puede enfrentarse la vida con optimismo?
Eso no quiere decir que el sexo no
sea un don de Dios. Sí lo es y maravilloso. Ha sido dado por Dios para la
felicidad y la unión de los esposos, y también para que florezca en el hogar el
clima de amor en que deben crecer los hijos.
Pero el tiempo nos gana y no hemos
terminado aún con el tema. Lo haremos en la próxima charla.
Notas: 1.
A eso lo llamaríamos, usando el lenguaje de moda, tener un enfoque negativo.
Las personas que tienen un enfoque negativo de las cosas juzgarán mal de todas
las circunstancias, les parecerán sospechosas o sin salida, y pensarán mal de
todas las personas. Esas personas se gozan destruyendo las esperanzas y las
ilusiones de otros y sienten una aversión grande por las personas optimistas. Suelen ser infelices y hacen
infelices a los que los rodean.
2. Las personas que llevan
una vida impura no quieren admitir que
haya personas que lleven una vida santa. Les parece inverosímil. Y cuando las
evidencias son demasiado evidentes para negarlas, se burlan de esos a quienes
consideran atrasados. Esa es hasta cierto punto la actitud actual de muchos
periodistas frente a una manera de vivir que es muy diferente de la suya.
3. Esa influencia no se
limita a los padres. Existen tradiciones familiares inconscientes,
comportamientos, modos de pensar y de hablar, que se remontan a los
antepasados. Los padres suelen transmitir a sus hijos sus aficiones, sus
opiniones políticas y religiosas, sus inclinaciones o aptitudes por
determinadas profesiones u oficios. Y esto con tanto mayor fuerza cuanto más
estrecha o amorosa haya sido la relación familiar. En cambio cuando la relación
padres/hijos no ha sido buena, puede ocurrir que asuman concientemente
opiniones o hábitos contrarios a los de sus padres. Incluso pueden llegar a
hacer cosas negativas o indignas sólo para contrariarlos o humillarlos. Es una
manera inconsciente de vengarse de ellos.
4. Entre las consecuencias
más negativas del maltrato en la infancia es la baja autoimagen que suelen
tener las personas, y la escasa confianza en sí mismas. Suelen asumir la
actitud del que no merece nada bueno sino sólo lo malo. Como están acostumbradas
a ser maltratadas desde pequeñas aceptan de adultas el maltrato, y casi hasta
propician involuntariamente que los demás las maltraten.
5. Las personas que fueron
muy engreídas de niño esperan, cuando
crecen, que todo el mundo les esté mirando las caras y se pongan a su
servicio. Se sienten frustradas cuando no reciben como adultos el trato
preferencial que recibieron de pequeños. Es como si hubieran sido educados para
ser egoístas.
Una
cosa es engreír a los hijos, y otra alentarlos y estimularlos para que
desarrollen sus talentos. Por lo general los padres peruanos no tienen una
actitud alentadora con sus hijos, sino una más bien crítica. Esa actitud
negativa engendra inseguridad, y es quizá causa de ese pesimismo muy enraizado
que tiene una muy mala influencia en el carácter nacional.
6. Es un hecho conocido que
la mayoría de los suicidas son personas irreligiosas, descreídas. Cuando las
cosas van mal no tienen ninguna esperanza trascendente que las sostenga. En cambio,
son pocos los casos de verdaderos creyentes que se suicidan cuando todo va mal.
No sólo a causa de sus convicciones religiosas, sino también porque soportan
mucho mejor que los incrédulos las contrariedades y los avatares negativos de
la vida, porque su fe los sostiene.
7. Las personas que aman al
prójimo suelen ser simpáticas, atraen la atención favorable de la gente; tienen
cierto magnetismo (que el amor otorga). Los que carecen de amor suelen ser por
el contrario antipáticos, quejosos, andan siempre culpando a los demás de sus
males; les cuesta reconocer las cualidades ajenas. Son los eternos criticones,
cuya actitud negativa procede de sus propias frustraciones.
8. Yo conocí a una persona
así. No se podía criticar a nadie en su presencia porque desviaba la
conversación o se las arreglaba para decir algo favorable del criticado.
Siempre miraba el lado bueno de las cosas. Nunca lo vi de mal humor. Cuando se
moría, alguien le preguntó cómo se sentía. Contestó: "Me están llamando de
arriba". Esa persona fue por lo demás muy creativa y emprendedora y dejó
una obra material impresionante.
NB.
Este artículo fue escrito el 5 de abril de 1998 como texto de una charla
radial. Fue revisado y ampliado para su publicación en mayo de 2005. Se vuelve
a publicar casi sin cambios.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr
8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la
presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay
seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin
yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón
a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la
cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé
que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA
VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS
IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (VOL I) INFORMES:
EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA,
TEL. 4712178.
#814 (26.01.14). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
No hay comentarios:
Publicar un comentario