viernes, 1 de agosto de 2014

NEGATIVIDAD I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
NEGATIVIDAD I

Nosotros conocemos a muchas personas que tienen una visión negativa de las cosas, del mundo, del futuro, de sí mismas y de la gente. Todo lo ven negro, al punto que llama la atención su actitud. Quizá nosotros mismos pertenezcamos, o hemos pertenecido, a ese tipo de personas, para quienes, en la práctica, la felicidad es un tesoro difícil de alcanzar porque apenas lo creen posible.
            La negatividad de visión puede tener diversos grados de intensidad. Algunos son más negativos que otros, algunos lo son menos. Pero es un rasgo de carácter que ejerce una influencia muy perniciosa en la vida de los individuos así como en la de los que los rodean,  porque no pueden escapar a su influencia.
            Jesús dijo: "Si tu ojo es bueno todo tu cuerpo estará lleno de luz, pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas." (Mt 6:22,23). Es decir, si tu ojo ve las cosas teñidas de un color sombrío, toda tu vida estará impregnada de oscuridad (Nota 1). Pero si tu ojo, es decir, tu manera de ver las cosas, está iluminada por una luz favorable, entonces toda tu vida lo estará también.
            No es afuera donde está la oscuridad sino en ti. Pablo lo expresa de otra manera: Para el puro todas las cosas son puras, para el impuro todas son impuras (Tt 1:15). (2)
            Hay un refrán que expresa en términos más concretos la misma idea: "El ladrón cree que todos son de su misma condición." Como él es deshonesto, cree que todos los demás también lo son; no puede creer que haya personas que sean honestas. ¿Donde está la deshonestidad que atribuye a los demás? ¿En los demás, o en su propio corazón? Para tranquilizar su conciencia el hombre tiende a proyectar en los demás los defectos que descubre en sí mismo. Como si dijéramos: pecado de muchos, consuelo de tontos.
            Esta condición de negatividad marca profundamente la vida y el carácter de las personas y, a la larga, las convierte en amargadas, aunque lo tengan todo. ¿Cuál es el origen de esta actitud ante la vida y la gente que es tan común en los seres humanos? Puede tener orígenes muy diversos. Puede ser algo simplemente heredado, sea porque está en los genes, o porque lo absorbió de sus padres, que tenían también esa actitud. Es sabido que los hijos suelen absorber las actitudes y opiniones de los padres, aunque las rechacen, y suelen imitar inconscientemente sus comportamientos (3).
            Pero también puede deberse a experiencias tristes de la infancia. Quizá el pesimista fue maltratado de criatura, o fue postergado ante un hermano que era el preferido, o fue humillado repetidas veces, o que sé yo. Hay tantas formas que el maltrato de la infancia puede asumir y que dejan una huella profunda en las actitudes y el carácter de los adultos (4).
            No obstante, pudiera ser que la persona tuvo una infancia feliz, fue amada y protegida, pero cuando creció sufrió desilusiones, desengaños, para los que no estaba preparada -sobre todo si fue muy engreída o sobre protegida (5)- y eso le ha quitado toda ilusión respecto de la gente y del mundo. Ya no cree en nadie, porque alguien la decepcionó y piensa que de todos puede recibir una bofetada. Vive amargada. Está siempre a la defensiva.
            Pero la causa más importante, más fundamental del negativismo es la falta de confianza en Dios. Cuando una persona tiene fe, tiende a ver todo bajo una luz positiva, porque sabe que Dios la protege y la cuida. Sabe que Dios es su proveedor y que aunque pueda pasar por períodos de escasez, nada le faltará (Sal 23:1). Sabe que aunque su salud pudiera sufrir algún quebranto, no será por mucho tiempo, porque Dios es su sanador (Ex 15:26). Sabe que aunque haya peligros en la calle y en el mar, Dios es su protector que no dormita ni duerme, y que lo salvará de todos ellos (Sal 121:3,4).
            Si está imbuido del mensaje de las Escrituras, sabe que aunque fuere atacado, “si Dios es por nosotros ¿Quién contra nosotros?”  (Rm 8:31).
            Sabe que aunque las dificultades de la vida se acumulen, haya falta de dinero y el mundo se muestre contrario, “en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó”. (Rm 8:37).
            Sabe, en suma, que Dios es su guardador, “su sombra a su mano derecha.” (Sal 121:5).
            En cambio, el que no cree en Dios, el que no confía en su ayuda, tiene muchos motivos para ser desconfiado, para temer ataques, porque vivimos ciertamente en un mundo hostil y pleno de peligros (6).
            A causa de esa falta de confianza en Dios la gente se rodea de toda clase de defensas y precauciones. El negocio de la seguridad se ha convertido en uno de los más florecientes del mundo actual: guardaespaldas, guachimanes, cercos eléctricos, alarmas, cámaras ocultas de TV, etc. y se venden pólizas de seguros contra toda clase de riesgos. Todas esas cosas son manifestaciones del temor con que vive la gente, de la inseguridad que se ha apoderado del mundo,
            Pero si la gente creyera en las promesas de seguridad que Dios nos ha dado en las Escrituras, no tendría necesidad de tomar tantas precauciones y viviría más confiada. Como se dice en Proverbios: "Huye el impío sin que nadie lo persiga, mas el justo está confiado como un león." (28:1) ¿Quién es el justo sino el que teme a Dios y tiene puesta su confianza en Él?
            Sabemos que lo opuesto a la fe es el temor. En realidad el temor es una forma de fe, pero invertida. Y así como la fe atrae aquello en que se cree, el temor atrae lo que teme, y vive atormentado por lo que puede ocurrir. El poeta español del siglo XVII, Francisco de Quevedo, lo expresó muy bien: "El hombre que empieza a pensar en lo que puede temer, empieza a temer en lo que puede pensar." Es decir, si una persona empieza a preocuparse por las cosas malas que imagina le pueden suceder, todo lo que pase por su mente le inspirará temor.
            ¡Cuántos hay que están siempre pensando en lo que puede ocurrirles y no tienen por ese motivo ni un momento de tranquilidad! Siempre están tomando precauciones contra los peligros, reales o imaginarios, de ataques físicos, o contra amenazas para su salud, o contra intrigas de la gente en su contra. Viven azorados y preocupados. Su pensamiento temeroso se ha convertido en una cárcel mental que ellos mismos se han construido.
            Y les sucede con frecuencia lo que temen, como dijo el patriarca Job: "Me ha acontecido lo que temía." (3:25)
            Otra de las causas de la negatividad de la gente es la falta de amor. El que no ama al prójimo -y no ama por tanto a Dios, porque el amor al prójimo es una consecuencia del amor a Dios- el que no ama a su prójimo, digo, tiene inevitablemente una visión negativa de la gente, ve a todos bajo la lupa del poco aprecio que les tiene, regatea a todos sus cualidades y niega sus méritos; la mala opinión que tiene de todos hace que no espere sino el mal de los demás. ¿No nos codeamos a veces con ese tipo de personas?
            ¡Que cierto es que "el amor cubre multitud de pecados!” (1P 4:8). El amor es indulgente y tiende a excusar las faltas ajenas, a encontrar una razón para explicar el mal comportamiento del ofensor, y se inclina, en consecuencia, a esperar siempre lo mejor de otros. San Pablo lo dijo bien claro: “El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. (1Cor 13:7). Y a pesar de las desilusiones, sigue esperando el bien de los otros, porque ve a Cristo en ellos. Su visión tenderá pues a ser optimista. Y como esta clase de actitud atrae la simpatía ajena, atraerá también una respuesta positiva de los demás (7).
            Pero el que piensa mal de otros, juzga a los demás severamente y, en consecuencia, espera que actúen de acuerdo a la mala opinión que tiene de ellos. Y eso es lo que recibe, porque su actitud antipática provoca rechazo. Sus experiencias desfavorables reforzarán su visión negativa y se volverá desconfiado, más allá de lo que aconseja el sentido común.
            Como resultado de ese modo de pensar la persona se vuelve criticona. Siempre está censurando lo que ve o no ve en los otros. Tijeretear, como suele decirse, es un deporte muy popular entre nosotros. Pero aunque la gente se dedique a ello en las reuniones sociales para divertirse, nadie es realmente feliz criticando a los demás. Basta fijarse un momento en la expresión amargada que tienen cuando critican, aunque estén riendo. Reírse a costa ajena deja a la larga un sabor amargo.
            En cambio, el que admira a los demás, el que siempre elogia las virtudes ajenas y nunca critica al ausente, exuda felicidad y optimismo y lo contagia. (8)
            Por último, pocas cosas fomentan más en el hombre una visión pesimista del mundo que el hecho de vivir en pecado. Ya hemos citado el refrán: "el ladrón cree que todos son de su misma condición". Cree que todos son como él, deshonestos, incumplidos, tramposos, irresponsables, y no concibe que alguien pueda no serlo. Por tanto, es necesario estar siempre a la defensiva.
            Igualmente el impuro, el lujurioso, piensa que todos son como él y que no hay nadie inocente. En la corrupción ajena busca una excusa para la propia y se dice: "Todos lo hacen." Habría que aclararle: muchos tal vez, pero no todos, y los que no, son más felices.
            Los hombres buscan el placer sensual pero ignoran que la sensualidad paga mal a sus cultores. Los placeres de la carne no duran y después de gozados dejan un sabor amargo en la boca y cansancio en el cuerpo.
            El gran poeta simbolista francés del siglo XIX, Carlos Baudelaire, que fue un hombre muy sensual que dedicó gran parte de su tiempo a escanciar de la copa de la vida todo lo que podía ofrecerle de placeres, escribió en un momento de sinceridad: La carne es triste. Sí, el goce del pecado sexual agota las energías del cuerpo y apaga las luces del alma.
            Quien se dedique a la sensualidad vivirá dominado por una sensación de desencanto y no verá sino hojas marchitas donde los demás ven flores, porque su vitalidad se ha secado prematuramente. Si en el mundo no hay belleza ¿cómo puede enfrentarse la vida con optimismo?
            Eso no quiere decir que el sexo no sea un don de Dios. Sí lo es y maravilloso. Ha sido dado por Dios para la felicidad y la unión de los esposos, y también para que florezca en el hogar el clima de amor en que deben crecer los hijos.
            Pero el tiempo nos gana y no hemos terminado aún con el tema. Lo haremos en la próxima charla.

Notas: 1. A eso lo llamaríamos, usando el lenguaje de moda, tener un enfoque negativo. Las personas que tienen un enfoque negativo de las cosas juzgarán mal de todas las circunstancias, les parecerán sospechosas o sin salida, y pensarán mal de todas las personas. Esas personas se gozan destruyendo las esperanzas y las ilusiones de otros y sienten una aversión grande por las personas  optimistas. Suelen ser infelices y hacen infelices a los que los rodean.
2. Las personas que llevan una vida impura  no quieren admitir que haya personas que lleven una vida santa. Les parece inverosímil. Y cuando las evidencias son demasiado evidentes para negarlas, se burlan de esos a quienes consideran atrasados. Esa es hasta cierto punto la actitud actual de muchos periodistas frente a una manera de vivir que es muy diferente de la suya.
3. Esa influencia no se limita a los padres. Existen tradiciones familiares inconscientes, comportamientos, modos de pensar y de hablar, que se remontan a los antepasados. Los padres suelen transmitir a sus hijos sus aficiones, sus opiniones políticas y religiosas, sus inclinaciones o aptitudes por determinadas profesiones u oficios. Y esto con tanto mayor fuerza cuanto más estrecha o amorosa haya sido la relación familiar. En cambio cuando la relación padres/hijos no ha sido buena, puede ocurrir que asuman concientemente opiniones o hábitos contrarios a los de sus padres. Incluso pueden llegar a hacer cosas negativas o indignas sólo para contrariarlos o humillarlos. Es una manera inconsciente de vengarse de ellos.
4. Entre las consecuencias más negativas del maltrato en la infancia es la baja autoimagen que suelen tener las personas, y la escasa confianza en sí mismas. Suelen asumir la actitud del que no merece nada bueno sino sólo lo malo. Como están acostumbradas a ser maltratadas desde pequeñas aceptan de adultas el maltrato, y casi hasta propician involuntariamente que los demás las maltraten.
5. Las personas que fueron muy engreídas de niño esperan, cuando  crecen, que todo el mundo les esté mirando las caras y se pongan a su servicio. Se sienten frustradas cuando no reciben como adultos el trato preferencial que recibieron de pequeños. Es como si hubieran sido educados para ser egoístas.
Una cosa es engreír a los hijos, y otra alentarlos y estimularlos para que desarrollen sus talentos. Por lo general los padres peruanos no tienen una actitud alentadora con sus hijos, sino una más bien crítica. Esa actitud negativa engendra inseguridad, y es quizá causa de ese pesimismo muy enraizado que tiene una muy mala influencia en el carácter nacional.
6. Es un hecho conocido que la mayoría de los suicidas son personas irreligiosas, descreídas. Cuando las cosas van mal no tienen ninguna esperanza trascendente que las sostenga. En cambio, son pocos los casos de verdaderos creyentes que se suicidan cuando todo va mal. No sólo a causa de sus convicciones religiosas, sino también porque soportan mucho mejor que los incrédulos las contrariedades y los avatares negativos de la vida, porque su fe los sostiene.
7. Las personas que aman al prójimo suelen ser simpáticas, atraen la atención favorable de la gente; tienen cierto magnetismo (que el amor otorga). Los que carecen de amor suelen ser por el contrario antipáticos, quejosos, andan siempre culpando a los demás de sus males; les cuesta reconocer las cualidades ajenas. Son los eternos criticones, cuya actitud negativa procede de sus propias frustraciones.
8. Yo conocí a una persona así. No se podía criticar a nadie en su presencia porque desviaba la conversación o se las arreglaba para decir algo favorable del criticado. Siempre miraba el lado bueno de las cosas. Nunca lo vi de mal humor. Cuando se moría, alguien le preguntó cómo se sentía. Contestó: "Me están llamando de arriba". Esa persona fue por lo demás muy creativa y emprendedora y dejó una obra material impresionante.
NB. Este artículo fue escrito el 5 de abril de 1998 como texto de una charla radial. Fue revisado y ampliado para su publicación en mayo de 2005. Se vuelve a publicar casi sin cambios.


Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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#814 (26.01.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


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