Por José Belaunde M.
LOS PROVERBIOS
DE SALOMÓN II
Notas a Proverbios 1:4-7
4,5.
“Para dar sagacidad a los simples
(inexpertos, ingenuos), y a los jóvenes inteligencia y cordura. Oirá el sabio y
aumentará el saber, y el entendido adquirirá consejo.”
Aquí
se indica quiénes son los beneficiarios de las instrucciones que contiene el
libro. En un extremo están los jóvenes (najar)
y los simples (petai); en el otro
están los sabios (jakam) y entendidos
(bin). Es como si dijera: todos los
seres humanos que están contenidos entre ambos extremos. Los jóvenes aún no
tienen la experiencia que les permita descubrir las trampas que se esconden
bajo apariencias atrayentes y, por tanto, son muy proclives a ilusionarse y a
cometer errores.
Los simples, o ingenuos, categoría que no tiene
límite de edad, a la que pertenecen los ignorantes, son los que difícilmente
aprenden, los que se dejan engañar con facilidad, los crédulos, los necios que
desoyen los buenos consejos, y que tienen poco interés en aprender. A ellos los
proverbios de este libro, si les prestan atención –y ésa es la condición
difícil- les pueden enseñar la sagacidad de que carecen; a ser cautos y
circunspectos, y a no dejarse engañar por las argucias del enemigo.
¿Qué es la sagacidad (ormá)? Es un aspecto, o cualidad específica de la inteligencia que
permite evaluar las situaciones viendo los inconvenientes y las oportunidades
que presentan, sus peligros y sus ventajas, y que permite sopesar unos contra
otras para seguir el camino más adecuado y que conduzca al éxito. El sagaz no
asume riesgos innecesarios, mide sus fuerzas antes de resolverse a la acción; no
muestra sus cartas, pero induce a la contraparte a mostrar las suyas (c.f. 14:15;
22:3). La sagacidad está emparentada con la prudencia o discreción, y con la
astucia. Jesús elogió a los que la poseen (Lc 16:8).
A los jóvenes los proverbios pueden darles la
inteligencia previniente (dajaz) que
les enseñará a pensar antes de actuar, y la prudente cordura (mesimá) a la que sus arrebatos y
pasiones juveniles no los inclinan. Les puede enseñar además todo lo
concerniente a la moral y al buen comportamiento, a pensar y a actuar
correctamente, como dice un salmo: “¿Con
qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra.”
En el otro extremo se encuentran el sabio y el
entendido, palabras que son prácticamente sinónimas, aunque podríamos hacer una
distinción entre uno y otro: la sabiduría del primero es el fruto de sus
conocimientos decantados por la experiencia, y es una cualidad de orden moral.
La inteligencia del segundo es la habilidad o agudeza de la mente que pueden
tener también los malhechores. Es decir, es una cualidad natural moralmente
indiferente. A los sabios escuchar los proverbios de este libro les servirá
para adquirir más sabiduría, según el principio mencionado en Pr 9:9, de que el
sabio está siempre deseoso de ampliar sus conocimientos y no descuida las
oportunidades para hacerlo. Jesús lo dijo en otros términos: “Al que tiene se le dará y tendrá más (Mt
13:12; 25:29).
Escuchar es uno de los grandes medios de adquirir
conocimientos, y lo era más en el pasado, cuando los libros eran escasos y
costosos. Jesús instruyó a las multitudes que lo escuchaban (Mt 4:25, 5:1).
Aquila y Priscila instruyeron a Apolos (Hch 18:26). Pablo instruyó a los que acudían
a la escuela de Tiranno (Hch 19:9). Como bien dice Ch. Bridges, antes de ser
maestros debemos ser buenos oyentes. Cuanto más aprendemos, más concientes
somos de nuestra ignorancia y, por eso, más debemos aspirar a aumentar nuestros
conocimientos de las cosas de Dios para beneficio propio y de los que nos
escuchan.
F. Delitzsch parafrasea el segundo estico de este
versículo así: “el hombre entendido
adquirirá reglas de conducta”, teniendo en cuenta que tajbulah guarda relación con el timonel de un barco. Esto es, no
sólo se adquieren en este libro conocimientos, sino también principios
prácticos para conducir nuestra vida tal como un piloto experto conduce la nave
en aguas tempestuosas.
Sea como fuere, este libro es de gran utilidad
para todos, tanto para los que se encuentran al comienzo del aprendizaje de la
vida, como para los que han ya recorrido un largo trecho. La única condición
que se requiere para sacar provecho de este libro es el deseo de aprender. Eso
sólo es ya un síntoma de sabiduría. El ignorante y el necio creen que todo lo
saben y que no necesitan aprender nada. El sabio es conciente de su ignorancia,
y por eso aspira siempre a saber más. Un dicho antiguo lo expresa claramente:
“Soy ignorante de muchas cosas, pero no de mi propia ignorancia.”
Charles Bridges cita las siguientes escrituras
como ejemplo de este deseo de adquirir siempre más sabiduría: 1Cor 3:18 y 8:2.
Él señala también el hecho de que escuchar es el gran medio para aprender. En
verdad todos los grandes maestros de la historia han enseñado hablando ante un
auditorio de oyentes, como hacía también Jesús (Mt 5:2). Los otros medios son
la lectura, la observación de la realidad, la investigación y la meditación.
6.
“Para entender proverbios y su interpretación,
dichos de sabios y sus enigmas (dichos profundos).”
Por
último se señalan los beneficios pedagógicos generales que proporciona la
lectura del libro: Ellos son:
1) Entender los proverbios (meshalim, plural de mashal=proverbio)
y su interpretación (o declaración: militza).
La palabra mashal cubre una vastedad
de significados. Según D. Kidner significa básicamente “comparación” (de lo que
hay varios ejemplos en el libro: 11:22; 12:24, etc.), o “alegoría” (como las de
Ez 17:2-10 y Jc 9:8-15), o “parábola” (de las que hay también varios ejemplos
en el Antiguo Testamento), o simplemente “máxima”, broma, sátira. (Nota 1)
Nuestros refranes populares son también proverbios
y muchos de los más antiguos están inspirados en alguno del libro de Proverbios:
“Quien bien te quiere, te hará llorar.” “Fieles
son las heridas del que ama.” (Pr 27:6ª) “En boca cerrada no entran
moscas.” “El que guarda su boca, guarda
su alma…” (Pr 13:3a).
Pero no sólo se trata de entender el proverbio
sino también la declaración de su sentido que los sabios solían proferir
apodícticamente.
2) Entender las palabras (dabar) de los sabios (jakam),
es decir, de los eruditos versados en el conocimiento de las Escrituras; las
cuales incluyen enigmas, cuyo sentido es menos fácil de descifrar. La palabra jidza quiere decir acertijo, adivinanza,
que la RV 60
traduce como “dichos profundos”; otras versiones como “dichos misteriosos,
oscuros”.
Un ejemplo clásico de enigma es la adivinanza que
Sansón propuso a sus treinta compañeros en Timnat (Jc 14:12-14). 1R 10:1-5 dice
que la reina de Saba vino a Salomón a probarlo con enigmas, esto es, con
preguntas difíciles, que fueron todas contestadas a satisfacción por el rey
sabio. No es pues de sorprender que el autor haya colocado varios enigmas en el
libro. Los más característicos son los proverbios numéricos del cap. 30: 15,16;
18,19).
7. “El temor de Jehová es el principio de la
sabiduría; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza.”
¿En qué sentido
“principio” (reshit)? ¿En el de
comienzo, o en el de fundamento? En verdad puede ser ambos, pero lo que el
autor propiamente quiere decir es: la sabiduría comienza temiendo a Dios. No
hay otro comienzo para el hombre inexperto en el camino de adquirir sabiduría
que ése, temer a su Creador.
Reshit forma parte de la palabra con que se inicia el libro del Génesis: “En el principio (bereshit) creó Dios…” (Gn
1:1), y que Juan concientemente asume para empezar su evangelio: “En el principio era el Verbo…” (Jn
1:1).
Que la palabra reshit sea usada
en el sentido de empezar lo muestra el hecho de que aparezca en Gn 10:10 (“Y fue el comienzo de su reino…”), y en
Jr 28:1 (“En el principio del reinado de Sedequías…”).
Pero no hay duda de que en el versículo que comentamos tiene también el sentido
de “base”, “fundamento” de la sabiduría, como piensan D. Kidner y otros
autores, que llaman a este versículo el lema de todo el libro. Eso lo confirma
el hecho de que la misma frase aparezca más adelante (Pr 9:10), y en Job 28:28
(“El temor de Dios es la
sabiduría.”), y en el salmo 111:10 (cf Sal 112:1). Notemos también que la
frase “temor de Dios” aparece catorce
veces en el libro de Proverbios. (2)
¿Y en qué sentido “temer”? Se trata muchas veces de evitar el significado
literal de temor, dándole el carácter de respeto reverencial, lo cual es
cierto, hasta cierto punto. Pero el temor que el niño tiene de su padre cuando
empieza a ser enseñado, es el temor del castigo. No que no ame a su padre, pero
el amor no basta al comienzo; debe conocer por experiencia su severidad y
tenerle un santo y sano temor. Ése es un instrumento muy efectivo para su
educación. El hombre que es arrastrado por sus instintos y es empujado
fácilmente al mal, lo evita por temor de las consecuencias. A medida que crezca
su conocimiento de Dios y su amor por Él, evitará el pecado por motivos más
elevados. Pero al comienzo el castigo es la mejor disciplina. (Pr.3:11,12 lo
dice con bastante elocuencia y lo repite y comenta Hb.12:5-11).
Jesús y San Juan confirman este sentido de temor. Jesús dice que no
temamos a los que pueden dañar el cuerpo, pero no pueden enviarnos al infierno,
algo que sólo Dios puede hacer (Lc 12:5). Es decir debemos temer su ira pues
puede significar la condenación eterna. Ahí temor es un miedo real.
Muchos, en verdad, llegados a la edad avanzada evitan el pecado sólo por
el temor a ser enviados al infierno. Por el temor de ese castigo empiezan a
actuar con la sabiduría que les faltó en su juventud.
San Juan dice en su 1ª epístola algo semejante en otros términos (1Jn 4:18):
El temor implica, o supone, que hay un castigo. Es una forma todavía primitiva
de acercarse a Dios. Pero cuando el amor llega a su madurez, es decir, a la
perfección, se evita el mal por otro motivo, porque el que ama no quiere
ofender al amado. Es un motivo superior el que nos impulsa a obedecer a Dios,
independiente del temor al castigo. Jesús expresa también en otro pasaje una
idea semejante: El que me ama obedece a mi palabra (Jn.14:23); no porque teme
que le castigue, sino por amor.
Esa es la superación (überwinden) del temor. Pero el que no ha llegado a
ese punto de perfección, mejor es que tema, que tema el castigo. Así se
guardará del mal. Temiendo sus consecuencias poco a poco lo aborrecerá, como
dice Proverbios más adelante: “El temor
de Dios es aborrecer el mal.” (Pr 8:13ª). Lo aborrece porque aunque es
dulce al comienzo, su final es amargo y cruel.
En mi experiencia como padre pude verificar que cuando castigaba a mis
hijos su amor por mí se intensificaba. Dios debe haber puesto un resorte en la
naturaleza humana que cuando sufre un castigo justo ama al que lo inflinge,
porque intuye que lo castiga por amor. Y el amor llama al amor.
A lo largo del proceso mediante el cual Dios educa al pueblo elegido la
amenaza del castigo juega un papel muy importante. Por de pronto ésa fue la
experiencia de Adán y Eva. Desobedecer a Dios les valió ser expulsados del
paraíso, y tener que soportar las maldiciones que Dios pronunció sobre ellos.
En Dt. 28 Dios usa la misma táctica del palo y de la zanahoria con el pueblo
elegido: Si me obedecen les irá bien; si me desobedecen, les irá mal. Temiendo
el castigo debieron hacerse sabios. Pero no lo hicieron. Dios entonces amenazó
destruirles del todo y lo cumplió con las diez tribus del Norte, que fueron
dispersadas por los asirios y desaparecieron de la historia; y luego con Judá.
Regresados del exilio babilónico Judá y Benjamín ya habían aprendido la
lección: Nunca más cayeron en idolatría.
La segunda línea de Pr 1:7 dice que los insensatos (los necios, evyil) desprecian para su daño la
sabiduría y la enseñanza que los podría guardar del camino ancho que lleva a la
perdición (Mt 7:13). La desprecian justamente porque niegan a Dios y quieren
obrar a su manera, satisfaciendo todos sus caprichos y sin considerar las
consecuencias que su mal proceder les puede acarrear.
Cuando el salmista pregunta ¿Por qué actúan así los impíos? La respuesta
es porque no tienen temor de Dios (Sal 36:1). Es decir, no temen que los
castigue. El temor de Dios se parece al temor de la ley, de la sanción, de la
cárcel, de las multas. Cuando las autoridades no aplican sanciones a los
infractores de la ley, el pueblo les pierde el respeto y no cumple la ley (Eso
sucede en el Perú). Pablo enseñará el mismo principio en Rm 13:3,4.
Parafraseando a Pr 1:7 podríamos decir que el ciudadano comienza a ser
responsable (es decir, sabio) cuando teme que le caiga todo el peso de la ley
si no la cumple. Pero cuando la coima reemplaza a la multa nadie guarda la ley.
En el libro de Nehemías vemos la importancia que asume el temor de Dios
como factor determinante de la conducta humana sabia y recta (Nh 5:9,15). Él
confía en Hananías “jefe de la fortaleza
de Jerusalén (porque éste era varón de verdad y temeroso de Dios). (Nh 7:2). Con el tiempo la frase
“temeroso de Dios” se convierte en un indicativo de la calidad ética de una
persona (Véase Hch 9:31 y 10:2).
Cabría preguntarse, ¿por qué no hay sabiduría sin Dios? ¿Acaso no hay
ateos que son sumamente inteligentes y astutos? Sí los hay, por supuesto. Pero
si la sabiduría es la ciencia de la vida que lleva a una conclusión feliz, es
decir, a un destino final bienaventurado, entonces la sabiduría de los que
niegan obstinadamente a Dios es engañosa y altamente peligrosa, porque su final
es trágico: se pierden para siempre. En otras palabras, los ateos pueden
mostrar gran habilidad para las partes intermedias del camino, y tener un éxito
notable, que les gane el aprecio del mundo entero, pero en lo que realmente
importa, su sabiduría los descamina totalmente, a menos que se arrepientan a
tiempo.
Notas: 1. Fuera de este libro la palabra
“proverbio” figura en los siguientes pasajes de la Biblia: Nm 21:27; 1Sm 10:12;
2P 2:22.
2.
Nótese que la palabra hebrea que la
versión española traduce como “sabiduría” no es aqui jokma, como se podría suponer, sino dahat, que quiere decir “conocimiento”, y así la traduce la King
James Version. Nuestra versión no es arbitraria, porque ésta es una palabra que
está asociada al concepto de
sabiduría, como puede verse en el vers. 9:10: “El temor de Dios es el principio de la sabiduría, y el conocimiento
del Santísimo es la inteligencia.”
Amado
lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia
de Dios por toda la eternidad, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus
pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados
cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu
perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces,
pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me
arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido
hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra
en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#786 (07.07.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José
Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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