martes, 27 de agosto de 2013

LOS PROVERBIOS DE SALOMÓN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LOS PROVERBIOS DE SALOMÓN II
Notas a Proverbios 1:4-7
4,5. “Para dar sagacidad a los simples (inexpertos, ingenuos), y a los jóvenes inteligencia y cordura. Oirá el sabio y aumentará el saber, y el entendido adquirirá consejo.”
Aquí se indica quiénes son los beneficiarios de las instrucciones que contiene el libro. En un extremo están los jóvenes (najar) y los simples (petai); en el otro están los sabios (jakam) y entendidos (bin). Es como si dijera: todos los seres humanos que están contenidos entre ambos extremos. Los jóvenes aún no tienen la experiencia que les permita descubrir las trampas que se esconden bajo apariencias atrayentes y, por tanto, son muy proclives a ilusionarse y a cometer errores.
Los simples, o ingenuos, categoría que no tiene límite de edad, a la que pertenecen los ignorantes, son los que difícilmente aprenden, los que se dejan engañar con facilidad, los crédulos, los necios que desoyen los buenos consejos, y que tienen poco interés en aprender. A ellos los proverbios de este libro, si les prestan atención –y ésa es la condición difícil- les pueden enseñar la sagacidad de que carecen; a ser cautos y circunspectos, y a no dejarse engañar por las argucias del enemigo.
¿Qué es la sagacidad (ormá)? Es un aspecto, o cualidad específica de la inteligencia que permite evaluar las situaciones viendo los inconvenientes y las oportunidades que presentan, sus peligros y sus ventajas, y que permite sopesar unos contra otras para seguir el camino más adecuado y que conduzca al éxito. El sagaz no asume riesgos innecesarios, mide sus fuerzas antes de resolverse a la acción; no muestra sus cartas, pero induce a la contraparte a mostrar las suyas (c.f. 14:15; 22:3). La sagacidad está emparentada con la prudencia o discreción, y con la astucia. Jesús elogió a los que la poseen (Lc 16:8).
A los jóvenes los proverbios pueden darles la inteligencia previniente (dajaz) que les enseñará a pensar antes de actuar, y la prudente cordura (mesimá) a la que sus arrebatos y pasiones juveniles no los inclinan. Les puede enseñar además todo lo concerniente a la moral y al buen comportamiento, a pensar y a actuar correctamente, como dice un salmo: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra.”
En el otro extremo se encuentran el sabio y el entendido, palabras que son prácticamente sinónimas, aunque podríamos hacer una distinción entre uno y otro: la sabiduría del primero es el fruto de sus conocimientos decantados por la experiencia, y es una cualidad de orden moral. La inteligencia del segundo es la habilidad o agudeza de la mente que pueden tener también los malhechores. Es decir, es una cualidad natural moralmente indiferente. A los sabios escuchar los proverbios de este libro les servirá para adquirir más sabiduría, según el principio mencionado en Pr 9:9, de que el sabio está siempre deseoso de ampliar sus conocimientos y no descuida las oportunidades para hacerlo. Jesús lo dijo en otros términos: “Al que tiene se le dará y tendrá más (Mt 13:12; 25:29).
Escuchar es uno de los grandes medios de adquirir conocimientos, y lo era más en el pasado, cuando los libros eran escasos y costosos. Jesús instruyó a las multitudes que lo escuchaban (Mt 4:25, 5:1). Aquila y Priscila instruyeron a Apolos (Hch 18:26). Pablo instruyó a los que acudían a la escuela de Tiranno (Hch 19:9). Como bien dice Ch. Bridges, antes de ser maestros debemos ser buenos oyentes. Cuanto más aprendemos, más concientes somos de nuestra ignorancia y, por eso, más debemos aspirar a aumentar nuestros conocimientos de las cosas de Dios para beneficio propio y de los que nos escuchan.
F. Delitzsch parafrasea el segundo estico de este versículo así: “el hombre entendido adquirirá reglas de conducta”, teniendo en cuenta que tajbulah guarda relación con el timonel de un barco. Esto es, no sólo se adquieren en este libro conocimientos, sino también principios prácticos para conducir nuestra vida tal como un piloto experto conduce la nave en aguas tempestuosas.
Sea como fuere, este libro es de gran utilidad para todos, tanto para los que se encuentran al comienzo del aprendizaje de la vida, como para los que han ya recorrido un largo trecho. La única condición que se requiere para sacar provecho de este libro es el deseo de aprender. Eso sólo es ya un síntoma de sabiduría. El ignorante y el necio creen que todo lo saben y que no necesitan aprender nada. El sabio es conciente de su ignorancia, y por eso aspira siempre a saber más. Un dicho antiguo lo expresa claramente: “Soy ignorante de muchas cosas, pero no de mi propia ignorancia.”
Charles Bridges cita las siguientes escrituras como ejemplo de este deseo de adquirir siempre más sabiduría: 1Cor 3:18 y 8:2. Él señala también el hecho de que escuchar es el gran medio para aprender. En verdad todos los grandes maestros de la historia han enseñado hablando ante un auditorio de oyentes, como hacía también Jesús (Mt 5:2). Los otros medios son la lectura, la observación de la realidad, la investigación y la meditación.
6. “Para entender proverbios y su interpretación, dichos de sabios y sus enigmas (dichos profundos).”
Por último se señalan los beneficios pedagógicos generales que proporciona la lectura del libro: Ellos son:
1) Entender los proverbios (meshalim, plural de mashal=proverbio) y su interpretación (o declaración: militza). La palabra mashal cubre una vastedad de significados. Según D. Kidner significa básicamente “comparación” (de lo que hay varios ejemplos en el libro: 11:22; 12:24, etc.), o “alegoría” (como las de Ez 17:2-10 y Jc 9:8-15), o “parábola” (de las que hay también varios ejemplos en el Antiguo Testamento), o simplemente “máxima”, broma, sátira. (Nota 1)
Nuestros refranes populares son también proverbios y muchos de los más antiguos están inspirados en alguno del libro de Proverbios: “Quien bien te quiere, te hará llorar.” “Fieles son las heridas del que ama.” (Pr 27:6ª) “En boca cerrada no entran moscas.” “El que guarda su boca, guarda su alma…” (Pr 13:3a).
Pero no sólo se trata de entender el proverbio sino también la declaración de su sentido que los sabios solían proferir apodícticamente.
2) Entender las palabras (dabar) de los sabios (jakam), es decir, de los eruditos versados en el conocimiento de las Escrituras; las cuales incluyen enigmas, cuyo sentido es menos fácil de descifrar. La palabra jidza quiere decir acertijo, adivinanza, que la RV60 traduce como “dichos profundos”; otras versiones como “dichos misteriosos, oscuros”.
Un ejemplo clásico de enigma es la adivinanza que Sansón propuso a sus treinta compañeros en Timnat (Jc 14:12-14). 1R 10:1-5 dice que la reina de Saba vino a Salomón a probarlo con enigmas, esto es, con preguntas difíciles, que fueron todas contestadas a satisfacción por el rey sabio. No es pues de sorprender que el autor haya colocado varios enigmas en el libro. Los más característicos son los proverbios numéricos del cap. 30: 15,16; 18,19).
7. “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza.”
¿En qué sentido “principio” (reshit)? ¿En el de comienzo, o en el de fundamento? En verdad puede ser ambos, pero lo que el autor propiamente quiere decir es: la sabiduría comienza temiendo a Dios. No hay otro comienzo para el hombre inexperto en el camino de adquirir sabiduría que ése, temer a su Creador.
Reshit forma parte de la palabra con que se inicia el libro del Génesis: “En el principio (bereshit) creó Dios…” (Gn 1:1), y que Juan concientemente asume para empezar su evangelio: “En el principio era el Verbo…” (Jn 1:1).
Que la palabra reshit sea usada en el sentido de empezar lo muestra el hecho de que aparezca en Gn 10:10 (“Y fue el comienzo de su reino…”), y en Jr 28:1 (“En el principio del reinado de Sedequías…”). Pero no hay duda de que en el versículo que comentamos tiene también el sentido de “base”, “fundamento” de la sabiduría, como piensan D. Kidner y otros autores, que llaman a este versículo el lema de todo el libro. Eso lo confirma el hecho de que la misma frase aparezca más adelante (Pr 9:10), y en Job 28:28 (“El temor de Dios es la sabiduría.”), y en el salmo 111:10 (cf Sal 112:1). Notemos también que la frase “temor de Dios” aparece catorce veces en el libro de Proverbios. (2)
¿Y en qué sentido “temer”? Se trata muchas veces de evitar el significado literal de temor, dándole el carácter de respeto reverencial, lo cual es cierto, hasta cierto punto. Pero el temor que el niño tiene de su padre cuando empieza a ser enseñado, es el temor del castigo. No que no ame a su padre, pero el amor no basta al comienzo; debe conocer por experiencia su severidad y tenerle un santo y sano temor. Ése es un instrumento muy efectivo para su educación. El hombre que es arrastrado por sus instintos y es empujado fácilmente al mal, lo evita por temor de las consecuencias. A medida que crezca su conocimiento de Dios y su amor por Él, evitará el pecado por motivos más elevados. Pero al comienzo el castigo es la mejor disciplina. (Pr.3:11,12 lo dice con bastante elocuencia y lo repite y comenta Hb.12:5-11).
Jesús y San Juan confirman este sentido de temor. Jesús dice que no temamos a los que pueden dañar el cuerpo, pero no pueden enviarnos al infierno, algo que sólo Dios puede hacer (Lc 12:5). Es decir debemos temer su ira pues puede significar la condenación eterna. Ahí temor es un miedo real.
Muchos, en verdad, llegados a la edad avanzada evitan el pecado sólo por el temor a ser enviados al infierno. Por el temor de ese castigo empiezan a actuar con la sabiduría que les faltó en su juventud.
San Juan dice en su 1ª epístola algo semejante en otros términos (1Jn 4:18): El temor implica, o supone, que hay un castigo. Es una forma todavía primitiva de acercarse a Dios. Pero cuando el amor llega a su madurez, es decir, a la perfección, se evita el mal por otro motivo, porque el que ama no quiere ofender al amado. Es un motivo superior el que nos impulsa a obedecer a Dios, independiente del temor al castigo. Jesús expresa también en otro pasaje una idea semejante: El que me ama obedece a mi palabra (Jn.14:23); no porque teme que le castigue, sino por amor.
Esa es la superación (überwinden) del temor. Pero el que no ha llegado a ese punto de perfección, mejor es que tema, que tema el castigo. Así se guardará del mal. Temiendo sus consecuencias poco a poco lo aborrecerá, como dice Proverbios más adelante: “El temor de Dios es aborrecer el mal.” (Pr 8:13ª). Lo aborrece porque aunque es dulce al comienzo, su final es amargo y cruel.
En mi experiencia como padre pude verificar que cuando castigaba a mis hijos su amor por mí se intensificaba. Dios debe haber puesto un resorte en la naturaleza humana que cuando sufre un castigo justo ama al que lo inflinge, porque intuye que lo castiga por amor. Y el amor llama al amor.
A lo largo del proceso mediante el cual Dios educa al pueblo elegido la amenaza del castigo juega un papel muy importante. Por de pronto ésa fue la experiencia de Adán y Eva. Desobedecer a Dios les valió ser expulsados del paraíso, y tener que soportar las maldiciones que Dios pronunció sobre ellos. En Dt. 28 Dios usa la misma táctica del palo y de la zanahoria con el pueblo elegido: Si me obedecen les irá bien; si me desobedecen, les irá mal. Temiendo el castigo debieron hacerse sabios. Pero no lo hicieron. Dios entonces amenazó destruirles del todo y lo cumplió con las diez tribus del Norte, que fueron dispersadas por los asirios y desaparecieron de la historia; y luego con Judá. Regresados del exilio babilónico Judá y Benjamín ya habían aprendido la lección: Nunca más cayeron en idolatría.
La segunda línea de Pr 1:7 dice que los insensatos (los necios, evyil) desprecian para su daño la sabiduría y la enseñanza que los podría guardar del camino ancho que lleva a la perdición (Mt 7:13). La desprecian justamente porque niegan a Dios y quieren obrar a su manera, satisfaciendo todos sus caprichos y sin considerar las consecuencias que su mal proceder les puede acarrear.
Cuando el salmista pregunta ¿Por qué actúan así los impíos? La respuesta es porque no tienen temor de Dios (Sal 36:1). Es decir, no temen que los castigue. El temor de Dios se parece al temor de la ley, de la sanción, de la cárcel, de las multas. Cuando las autoridades no aplican sanciones a los infractores de la ley, el pueblo les pierde el respeto y no cumple la ley (Eso sucede en el Perú). Pablo enseñará el mismo principio en Rm 13:3,4. Parafraseando a Pr 1:7 podríamos decir que el ciudadano comienza a ser responsable (es decir, sabio) cuando teme que le caiga todo el peso de la ley si no la cumple. Pero cuando la coima reemplaza a la multa nadie guarda la ley.
En el libro de Nehemías vemos la importancia que asume el temor de Dios como factor determinante de la conducta humana sabia y recta (Nh 5:9,15). Él confía en Hananías “jefe de la fortaleza de Jerusalén (porque éste era varón de verdad y temeroso de Dios). (Nh 7:2). Con el tiempo la frase “temeroso de Dios” se convierte en un indicativo de la calidad ética de una persona (Véase Hch 9:31 y 10:2).
Cabría preguntarse, ¿por qué no hay sabiduría sin Dios? ¿Acaso no hay ateos que son sumamente inteligentes y astutos? Sí los hay, por supuesto. Pero si la sabiduría es la ciencia de la vida que lleva a una conclusión feliz, es decir, a un destino final bienaventurado, entonces la sabiduría de los que niegan obstinadamente a Dios es engañosa y altamente peligrosa, porque su final es trágico: se pierden para siempre. En otras palabras, los ateos pueden mostrar gran habilidad para las partes intermedias del camino, y tener un éxito notable, que les gane el aprecio del mundo entero, pero en lo que realmente importa, su sabiduría los descamina totalmente, a menos que se arrepientan a tiempo.
Notas: 1. Fuera de este libro la palabra “proverbio” figura en los siguientes pasajes de la Biblia: Nm 21:27; 1Sm 10:12; 2P 2:22.
2. Nótese que la palabra hebrea que la versión española traduce como “sabiduría” no es aqui jokma, como se podría suponer, sino dahat, que quiere decir “conocimiento”, y así la traduce la King James Version. Nuestra versión no es arbitraria, porque ésta es una palabra que está asociada al concepto de sabiduría, como puede verse en el vers. 9:10: “El temor de Dios es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.”
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#786 (07.07.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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