Por José Belaunde M.
SIMPLICIDAD
"Porque nuestra gloria es ésta:
el testimonio de nuestra conciencia, que con simplicidad (Nota 1) y sinceridad de Dios, no con
sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo y
mucho más con vosotros."
(2Cor 1:12)
Una de las virtudes más celebradas
de la espiritualidad antigua es la simplicidad. ¿En qué consiste la simplicidad
cristiana? En no tener otro propósito en la vida sino agradar a Dios y que ésa
sea la finalidad de todos nuestros actos.
La historia de Marta y de María es
ejemplar en este sentido. El propósito de Marta, tal como aparece en la
narración de Lucas, era digno de encomio: Ella, como buena ama de casa, quería
atender a Jesús como huésped de la manera más apropiada. Pero Jesús la
reconvino suavemente: "¡Marta, Marta! Estás preocupada de muchas
cosas..." (Lc 10:41).
¿Cuáles serían? Que los cubiertos y
el mantel estén bien limpios, que la mesa esté bien servida, que los diferentes
platos de comida estén a punto y deliciosos..., como se preocupa cualquier buena ama de casa cuando tiene invitados (Nota 2). Pero todas estas preocupaciones la
desviaban de lo principal: escuchar a Jesús, poner sus ojos en Él. "Una
sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será
quitada." (v. 42).
¿Qué había escogido María? Ella no
trataba de quedar bien con Jesús. No trataba de agradar a los demás huéspedes.
Ella sólo tenía un objetivo: Beber las palabras de Jesús; beber su rostro con
la mirada.
Eso era lo más importante y no le
sería quitado.
¿Cuántas de nuestras ocupaciones
preferidas, o de las actividades con que nos ganamos la vida, nos serán algún
día quitadas, sea porque nos cambian de
puesto en el trabajo o porque nos despiden?
¿O si se trata de alguna obra
cristiana, o de un ministerio, porque en la iglesia hay un cambio de
orientación, o de liderazgo, o de colaboradores? ¿O simplemente porque me mudo
de casa y me voy a vivir a otro barrio, lejos de mis amistades y relaciones? Pero
a María Jesús le dice: Esto no te será quitado.
Cualquiera que sean los cambios
radicales que pueda experimentar mi vida, una cosa puede permanecer siempre,
porque no depende de las circunstancias exteriores: Poner mis ojos en Jesús. Es
un asunto de la voluntad y de la atención.
La simplicidad es pues una forma de
amor sobrenatural que hace que la meta de todos nuestros actos y de todos
nuestros pensamientos sea agradar a Jesús.
El autor de Hebreos lo expresa
bellamente: "Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,
puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe." (Hb
12:1,2).
Tú puedes estar involucrado en
muchos trabajos, en muchas labores espirituales, en muchos ministerios, y
puedes estar corriendo para alcanzar tus metas. Pero todo eso puede ser una
pérdida de tiempo, una desviación del camino, si no lo haces para agradar a
Dios.
Si tú te empeñas en quedar bien con
tu líder -algo en sí bueno- o en cumplir concienzudamente tus metas, ¿por qué
lo haces? ¿Para agradar a tu líder, para sentirte satisfecho contigo mismo, o
para agradar a Dios? Si lo haces principalmente para agradar a tu líder, o a tu
pastor, aunque te feliciten y te promuevan, tu éxito y el buen resultado que
obtengas valen poco.
"¿Busco yo agradar a los
hombres?" pregunta Pablo (Gal 1:10).
Pero si tu Norte es sólo agradar a
Dios, sin cuidarte de lo que los hombres piensen de ti, irás derecho y rápido a
la meta, porque tendrás su ayuda en grado sumo. También tendrás pruebas. Pero
eso es ya otro asunto.
¿Qué estás buscando en el ministerio
cristiano? ¿Destacar y ser uno de los preferidos, de los más conocidos y
admirados en tu iglesia, o en tu ciudad? Si ése es el caso estás persiguiendo una meta
irrisoria y vana, estás sirviendo a un líder de poca importancia. Tu objetivo
es demasiado pequeño para la eternidad. El fuego lo quemará un día y se
revelará que fue sólo paja (1Cor 3:12-15).
Jesús dijo: Una sola cosa es
necesaria. No dijo una sola cosa es conveniente. Todo lo demás puede ser
conveniente: que te feliciten, que te aprecien, que estén contentos contigo. Es
conveniente, pero no es necesario.
Cuando viajamos ¿llevamos lo
conveniente, o lo necesario en la maleta? Lo conveniente puede ser que nos
estorbe. Esta vida es un viaje a la eternidad. Todo el equipaje que llevemos de
más, sobra y estorba. Una sola cosa es necesaria, agradar a Dios. Eso da valor
eterno a todo lo que hacemos, aun a lo que carece de importancia, aun a las
cosas más nimias.
Podemos estar llevando una vida
convencional, trivial, rutinaria, que no se distingue en nada especial, y estar
ocupados en un oficio de lo más ordinario y banal. Pero si todas nuestras
acciones en esa actividad las hacemos tratando de agradar a Dios y teniendo en
mente ese propósito, el más pequeño de nuestros actos puede tener a los ojos de
Dios un valor mucho mayor que una hazaña que acapare los titulares de los
diarios. No ganaremos nunca un premio Nobel, pero recibiremos una corona
gloriosa en los cielos, mucho mayor que la de muchos hombres que se cubrieron
de gloria en la tierra y cuyos nombres estaban en boca de todos. La frase de
Jesús: "Los últimos serán primeros" (Lc 13:30) tiene también
aplicación en este caso.
Notemos que el texto que citamos al
comenzar dice: "con simplicidad y sinceridad de Dios". Dios,
siendo infinito, es simple porque es perfecto. No hay complicaciones en Él. Los
seres humanos somos complicados y las mujeres lo son aún más (dicen los
hombres).
Nuestra complejidad es resultado del
pecado. Nuestra complejidad está tejida de egoísmo.
Jesús dijo: "Sed cautos como
serpientes y simples como palomas." (Mt 10:16). La paloma es un
emblema de la simplicidad. También lo es del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es simple. Por eso
se contrista fácilmente (Ef 4:30).
Cuando somos complicados en nuestro
lenguaje no llegamos con facilidad a nuestros oyentes y a la gente.
¿Habrá habido un predicador más
simple que Jesús? Tratemos de imitarlo.
Los niños son simples y su mirada es
directa. No tienen segundas intenciones. Por eso su mirada se roba nuestros
corazones. Se roban también el corazón de Dios. Por algo Jesús dijo que de los
niños y de los que son como niños es el reino de los cielos (Mr 10:14,15). No
dijo de los sabios, no de los laureados, no de los más inteligentes ni de los
más virtuosos, sino de los que son como niños. ¿Qué habrá en eso de ser como
niño que agrada tanto a Dios? La simplicidad de corazón.
Pero también agrada a los hombres.
La mirada directa, simple de un adulto, hombre o mujer, nos atrae
instintivamente. Pero las miradas de los adultos por lo general son opacas,
turbias, no transparentes, ocultan lo que está detrás de los ojos, en la mente.
Como la gente que lleva puestos anteojos oscuros que no dejan ver su mirada. Se
los ponen, creo yo, porque no quieren que adivinemos lo que piensan.
Instintivamente desconfiamos de ellos.
La verdadera sabiduría es simple.
Los filósofos paganos de la antigüedad escribieron elocuentemente acerca de las
virtudes, pero no las practicaban. Las conocían porque sabían muy bien qué era
lo que les faltaba. Posiblemente los que menos las practicaban eran los que más
las elogiaban. Eso aplacaba sus conciencias.
Pero ni la humildad ni la
simplicidad figuraban en el elenco de sus virtudes. Al contrario, para ellos la
humildad era un defecto, una bajeza indigna del ciudadano. Era algo reservado
para los esclavos. Sólo Cristo reveló a la humildad como una virtud. Y aun peor
-en el criterio pagano- la elogió aunada a la mansedumbre: "Aprended de
mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11:29).
Los dioses paganos eran arrogantes.
Se peleaban y competían entre sí. Pero Jesús se humilló a sí mismo tomando
forma de siervo porque, aunque era Dios, se hizo obediente hasta la muerte. A
eso lo llama Pablo, la locura de la cruz, un escándalo para los judíos y una
locura para los gentiles o paganos. (1Cor 1:23).
¿A quién obedeció Jesús en el
Calvario? A sus jueces y a sus verdugos. Unos más impíos que otros.
"Como cordero fue llevado al
matadero..." (Is 53:7). Esto es el colmo de la mansedumbre.
Él obedeció a los que eran muchísimo
menos que Él, porque en la simplicidad de su corazón sólo buscaba agradar a
Dios, su Padre, y hacer su voluntad (Jn 4:34;5:30;6:38).
En la simplicidad de nuestro corazón
ése debe ser nuestro principal objetivo.
La simplicidad destierra toda preocupación
sobre los medios para agradar a Dios, toda preocupación acerca de las
estrategias para alcanzar nuestras metas.
No quiero yo decir que no haya
métodos y estrategias que emplear para ganar almas y consolidarlas en el reino.
Eso tiene ciertamente su lugar. Pero es secundario respecto de lo principal.
Si no es el puro y simple amor a
Dios lo que nos impulsa a ganar almas, todas nuestras palabras y todos nuestros
esfuerzos tendrán poco éxito, porque los medios y motivos humanos en este campo
son inútiles.
No hay técnica más eficaz para
llegar al corazón de los perdidos que el amor "no fingido" (1P
1:22). El amor fingido, el amor que se esfuerza por parecer lo que no es, no
penetra la coraza de la desconfianza humana. Pasado el primer efecto que puede
producir la elocuencia, la emoción se desvanece. Sólo el amor puede traspasar
la barrera que las desilusiones, o los vicios, han levantado alrededor del
corazón de los perdidos.
Si somos simples de corazón iremos
de frente al corazón del pecador, como ocurría con las palabras y la mirada de
Jesús.
Si somos simples de corazón tampoco
nos preocuparemos de lo que la gente piense acerca de nosotros, sea bien o sea
mal. Al contrario, si somos despreciados estaremos contentos, porque Jesús lo
fue antes que nosotros. Y si lo somos compartimos su suerte. Si somos
perseguidos por su causa nos consolamos con el galardón celestial que se nos ha
prometido (Mt 5:10-12).
¿Qué fue lo que escribió Pablo? Que
si padecemos con Él, seremos glorificados con Él... a su tiempo. (Rm 8:17).
La simplicidad nos permite ser
indiferentes a la alabanza y a la crítica. La primera la agradecemos con toda
simplicidad, sin falsa modestia. La segunda aun más, porque nos enseña a ser
humildes.
Pero ¿a cuántos las críticas les
molestan, los impacientan, los ofenden? Los inquietan porque, en el fondo,
detrás de la fachada de arrogancia, son inseguros. Les molestan porque
necesitan ser constantemente alabados. Su yo inseguro requiere del bálsamo de
la adulación para sentirse bien. Los ofenden porque tienen una muy tenue buena
imagen de sí mismos y todo lo que perturba esa frágil imagen lo toman como
agresión.
Pero si nos contentamos con agradar
a Dios, no nos molestan nuestras deficiencias y nuestros defectos. Nos basta
tener nuestra suficiencia en Dios que todo lo puede... a pesar de nuestros
defectos, porque sabemos que a despecho de nuestras deficiencias, Él obra a
través nuestro.
Si uno sabe que ha hecho lo que
tenía que hacer, y que la finalidad de todos sus actos es servir a Dios, no le
importa lo que la gente piense de él, porque la única opinión que realmente
cuenta es la de Dios. Y aunque uno nunca puede satisfacer las demandas de Dios,
sabemos que si actuamos con rectitud de conciencia Él suplirá lo que nos falta.
La virtud de la simplicidad evita
ofender a las personas en la conversación, porque es conciente de que aún con
nuestras palabras debemos amarlas.
Sin embargo, si alguna vez, por
excesiva franqueza, uno se expresara de una manera que pudiera hacerlo quedar
mal ante los demás, que pudiera desmerecerlo, no se inquieta por ello, sabiendo
que todo está en manos de Dios, incluso la opinión que otros tienen de uno.
La simplicidad nos permite alabar a
Dios y darle gracias en todas las circunstancias, y por todo lo que nos suceda,
aunque sea doloroso, o desagradable, o contrario a nuestros intereses, pensando
que nada ocurre sin que Dios lo permita. Y si Él lo permite por alguna buena
razón será... que ahora no vemos.
La simplicidad ve a todas las
personas, malas o buenas, creyentes o incrédulas, amigas u hostiles, reposando
en el regazo de Dios que las creó, y que las ama tal cual son, así como nos
amaba a nosotros antes de que nos volviéramos a Él, a pesar de todos nuestros
defectos y errores. Si vemos a la gente en sus brazos no nos ocuparemos en
juzgarlos o en criticarlos. (Sin embargo ¡Cuántas veces lo hago yo!) Si Dios me
amó y fue misericordioso conmigo a pesar de todo ¿como no lo seré yo también
con mi prójimo? (23.04.03)
Notas: 1. Reina-Valera 60 trae acá
"sencillez"; otros ponen "santidad", "pureza",
etc. La palabra griega aplótes es traducida de diversas maneras, pero
"simplicidad" expresa aquí mejor el sentido de unidad. Así la traduce
también la King James
Version. Es posible que RV evite usar "simplicidad" por su parentesco
con el sentido que tiene "simple" (necio, ignorante) en el Antiguo
Testamento.
2. En términos modernos, porque en tiempo de Jesús no
había cubiertos ni manteles; los comensales no se sentaban a la mesa, sino se
recostaban en divanes.
NB. Este artículo fue publicado por
primera vez hace diez años en una edición limitada. En esa ocasión hice
hincapié en reconocer mi deuda con un pequeño libro anónimo titulado "El
Alma Santificada", que reúne pensamientos de autores antiguos sobre
diversos temas, y que me ha proporcionado las ideas matrices de este texto.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando
mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te
invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús,
tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he
ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#784
(23.06.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección:
Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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