martes, 9 de agosto de 2011

EL CÁNTICO DE MARÍA II


Llamado también “Magníficat”

Por José Belaunde M.

Un Comentario de Lucas 1:51-55

51. “Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.”
Aquí empieza la segunda estrofa del himno en la que María se dedica a exaltar proféticamente las cosas que Dios ha hecho, pero sobre todo, hará en el mundo a través del Hijo que ella lleva en su seno, y que ella da ya por realizadas. El lenguaje que ella usa es el lenguaje colorido y lleno de imágenes antropomórficas del Antiguo Testamento: “Hizo proezas” como los grandes paladines de antaño, “con su brazo” (Véase los Salmos 118:15b,16 y 89:10).

La fuerza del hombre, con la que él hace lo que se propone, está sobre todo en sus brazos. Ella pinta a Dios como un héroe, que con la fuerza de su brazo, derriba y dispersa a sus enemigos, tal como con frecuencia figura en el Antiguo Testamento (Ex 6:6; 15,16; Dt 3:24; 4:34; Is 40:10; 51:5,9; 53:1). Hablando de Dios Isaías 59:16 dice: “Se maravilló que no hubiera quien se interpusiese y lo salvó su brazo…”.

¿Quiénes son los enemigos de Dios? Los soberbios de corazón. El orgullo del hombre radica en sus pensamientos y se manifiesta en sus palabras, gestos y acciones, y en la forma despectiva con que trata a los demás, porque se siente superior. Los soberbios no guardan ninguna consideración con sus semejantes, y se imaginan que pueden oponerse a Dios violando sus leyes. Siguen las pisadas de Lucifer que quiso hacerse igual a Dios, elevándose hasta las estrellas, pero fue derribado hasta el Sheol, como se dice en Is 14:12-15.

52. “Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes.” (Nota 1)
Aquí se refiere María a una de las proezas características de Dios: humillar y derribar a los poderosos, y exaltar a los humildes, como se menciona en varios lugares del Antiguo Testamento, y resaltó Jesús en más de una ocasión (Lc 10:13-15; 14:11; 16:19-31; 18:14).

En este obrar se muestra a la vez la justicia de Dios y su misericordia que, de un lado, derriba de su trono a los opresores de sus semejantes, y de otro socorre a los que sufren opresión. (2)

Dios vela por su creación, por lo más precioso de ella, por lo último que salió de sus manos, esto es, el género humano. Él ha dado libertad al hombre para vivir y obrar de acuerdo a sus deseos. No hizo de él un robot, sino que le dio una voluntad libre, pero vigila sus acciones para rectificar lo que el hombre hace de malo, y enderezar lo torcido. Sin embargo, la misericordia de Dios se inclina sobre todo hacia los pobres y a los humildes, cuya aflicción Él conoce bien porque se hizo como uno de ellos.

Él quiere que el hombre cuando reciba autoridad haga igual: que reprima a los que obran injustamente abusando de su poder, y que ayude a los que padecen necesidad. Siempre que veamos que ocurren esas cosas en la tierra, es la mano de Dios obrando a través de seres humanos, a quienes Él llama sus siervos, aunque no le conozcan personalmente. Por eso es también que son los cristianos los que más se distinguen en las obras de compasión a favor de sus semejantes, y cristianos los que se ciñen de poder para abatir a los opresores.

Cuando las instituciones internacionales y las entidades filantrópicas privadas intervienen a favor de pueblos oprimidos, o de poblaciones que sufren escasez o enfermedades, están cumpliendo los designios de Dios, quizá sin saberlo, y obedecen a un impulso que Él ha puesto en el alma humana, y que el cristianismo ha fomentado en sus conciencias, aunque no sean concientes de ello, o incluso, nieguen el mensaje cristiano.

53. “A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos.”
Estrechamente vinculada a la labor de derribar y exaltar está la de socorrer a los necesitados, dejando de lado a los ricos. Esta labor, además de entenderse literalmente, puede entenderse en un sentido altamente espiritual.

Un erudito francés de inicios del siglo XX decía que este versículo debe ser explicado teniendo como telón de fondo las costumbres de las cortes orientales, en las que se negaba el acceso a los pobres, porque no tenían nada que dar, mientras que se admitía a los ricos que se presentaban con las manos llenas de regalos para los soberanos, que siempre los recompensaban con munificencia real.

Sin embargo, Dios invierte las costumbres humanas tratando a pobres y a ricos de una manera contraria a los hábitos del mundo. Al pobre que no tiene nada que ofrecer en bienes materiales se le colma de lo que carece, mientras que el rico, cuyas manos vienen cargadas de regalos, es despedido con las manos vacías. Jesús dijo: “Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.” (Lc 6:21) y “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.” (Mt 5:6). María es un ejemplo de alguien que era pobre en términos materiales, pero que a la vez tenía “hambre y sed de justicia”, y cuyos anhelos son satisfechos.

A los hambrientos por conocer la verdad, a los pobres en espíritu, a los que tienen un hambre profunda de Dios, a los ignorantes en términos humanos, Dios los colma de sus bienes, esto es, derramando sobre ellos el conocimiento que anhelan y satisfaciendo su sed por la verdad. En cambio, a los ricos en espíritu, a los que se jactan de sus conocimientos intelectuales y de su ciencia profunda, pero que no sienten necesidad alguna de Dios, Él los deja en su ignorancia de las verdades más altas que desprecian.

San Agustín aplica esta frase de María a la parábola del fariseo y del publicano que acuden al templo a orar. El publicano que se arrepiente de sus pecados es el hambriento que sale justificado; mientras que el fariseo, que se enorgullece de sus virtudes y desprecia al otro, es el rico que no recibe nada (Lc 18:9-14).

Vistas desde esta óptica las palabras de María recuerdan a las que dice Jesús al ángel de la iglesia de Laodicea: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” (Ap 3:17).

A los que creen tenerlo todo y no necesitar nada, Dios los deja en esa vana ilusión –a menos que tenga para ellos otros planes, como ocurrió con Saulo. Pero sobre los que son concientes de su pobreza, aunque tengan posesiones materiales, Dios derrama los bienes espirituales que satisfacen las verdaderas necesidades de su vida. En esta manera de obrar Dios se muestra justo. ¿Por qué ha de socorrer al que es demasiado orgulloso para admitir necesitarlo? ¿Por qué ha de darse a los saciados lo que no piden? De ahí que Jesús exclamara: “¡Cuán difícil es que los ricos hereden el reino de los cielos!” (Mt 19:23). Como tienen todo lo que a su juicio necesitan y sus rostros rebosan de autosatisfacción (Sal 73:7a), no puede ofrecerles algo que ellos desprecian. Eso sería como arrojar perlas a los cerdos (Mt 7:6). La basura de su pocilga es todo el bien que anhelan. Están tan acostumbrados a su hedor que les parece perfume de rosas.

¿No se comportan así los pecadores, y no nos hemos comportados nosotros en un tiempo de igual manera? ¡Qué necios éramos! Pero Dios tuvo piedad de nuestra miseria y derramó su luz sobre nuestras vidas. ¡Cómo no hemos de darle gracias!

54,55. “Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre.” (3)
En estos versículos María habla de cómo a través de lo que ha hecho en ella, Dios está empezando a cumplir las promesas hechas a Israel de enviarles un Salvador. La concepción de Jesús en su seno –que es la primera de las grandes cosas que el Poderoso ha hecho en ella- es el inicio de la obra redentora que cumplirá su Hijo a favor de la humanidad.

A ella en ese momento Dios no le concedió sino un conocimiento limitado de la redención que obrará su Hijo, porque ella lo ve en términos nacionales de Israel. “Israel su siervo” es para ella literalmente el pueblo al cual ella pertenece, y al cual fueron hechas las promesas como descendencia de Abraham, y que fue siervo de Dios en tanto que le adoró a Él solo. (4).

Claro está, nosotros podemos entender, gracias a la revelación plena recibida con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, que descendencia de Abraham y linaje de Israel somos todos aquellos que creemos en Jesús y que hemos sido justificados por la misma fe que tuvo nuestro común antepasado (Rm 2:28,29; 9:6-8).

La misericordia para con Abraham (Gn 17:4-7; Mic 7:20) son las promesas hechas al patriarca, que no tenía descendencia en ese momento, de darle una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y las arenas del mar, así como darle en posesión perpetua la tierra de Canaán en la que él moraba, la cual es figura de nuestra morada celestial eterna. Pero sobre todo aquella promesa de que en su simiente serían algún día bendecidas todas las naciones de la tierra. Esa simiente, como explica Pablo, es Jesús que se encarnó en el seno de María (Gal 4:4).

Las misericordias hechas a Abraham fueron completadas con las misericordias hechas a David de darle un heredero (Is 55:3-5) que se sentaría en su trono para siempre y “cuyo reino no tendría fin” (Lc 1:32,33, cf 2 S 7:16,24,26; Sal 98:3; 136:23). Ese Hijo del Altísimo sería el “jefe y maestro a las naciones”, que llamaría a pueblos que nunca habían oído hablar de Él, y al cual acudirían naciones que no le habían antes conocido, con lo cual se indica el número de las multitudes de todos los pueblos que alcanzarían la salvación por el Hijo que ella había concebido en su seno. ¡Oh misterios de la Providencia divina que va actuando en la historia tejiendo una trama de acontecimientos que sólo Él conoce, pero que nos beneficia a todos nosotros!

Notas: 1. Los vers 52 y 53 son un ejemplo de paralelismo antitético frecuente en los escritos del Antiguo Testamento, pero especialmente en Proverbios: “quitó” y “exaltó”, “colmó de bienes” y “envió vacíos”.
2. Los casos del faraón de Egipto (Ex 14:24-31) y de Nabucodonosor (Dn 4) no son los únicos de la historia bíblica, pero sí los más notorios. Sin embargo, en el curso de los últimos veinte siglos de la historia del mundo ¡cuántos poderosos que se creían invencibles han sido derribados de su posición eminente!
3. El texto dice: “acordándose de la misericordia…” ¿Puede Dios acordarse de algo como si lo hubiera olvidado? No, ciertamente. Esas palabras expresan en términos humanos, antropomórficos, que ya había llegado “el cumplimiento de los tiempos” anunciado por los profetas, para que se llevara a cabo todo lo que Dios había previsto.
4. Al pueblo de Israel le cupo en la historia la misión de ser testigo del Dios verdadero en medio de pueblos idólatras, y de que de su seno, es decir de su linaje, naciera el Salvador del género humano. Por ese motivo Israel es llamado siervo de Dios: Is 41:8,9; cf Is 42:1,19; 44:1,21; 45:4.

#686 (24.07.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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