martes, 9 de agosto de 2011

LA OFRENDA DE LA VIUDA

Por José Belaunde M.

Un Comentario de Lucas 21:1-4

1-4 “Levantando los ojos, (Jesús) vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad os digo que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquellos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta de su pobreza echó todo el sustento que tenía.” (Nota 1)
¿Porqué echó ella más que todos? Jesús lo dice: porque dio todo lo que tenía, lo cual le demandó un gran sacrificio, un sacrificio que sólo quien ama sin reservas puede hacer. (2)
Lo que determina el valor de lo que uno hace es el amor con que lo hace. El amor da valor a nuestros actos. El acto más pequeño, más insignificante y más rutinario, hecho por amor a Dios o al prójimo, tiene un valor inmenso. La acción más heroica hecha por amor egoísta de la gloria pero sin verdadero amor, vale muy poco en comparación. El que tiene todo y da de lo que le sobra, suele dar con indiferencia porque no le cuesta dar. Aquel a quien le cuesta dar porque le falta aun lo indispensable, sólo puede dar u obligado o por amor. Hay pues aquí una regla: el amor da valor a nuestras acciones; la indiferencia quita valor aún a nuestras mejores acciones. (3).
Esta es la misma doctrina que enuncia Pablo en 1Cor 13: “Si entregase mi cuerpo para ser quemado y no tengo amor, de nada me sirve.” (vers.3). En otro lugar volverá Pablo sobre el tema cuando dice que “Dios ama al dador alegre” (2Cor 9:7); esto es, ama a quien, aunque le cueste separarse de la última moneda que le queda, le alegra devolver a Dios una parte de lo mucho que ha recibido de Él. ¡Cómo pudiéramos nosotros dar siempre de lo nuestro con el desprendimiento y amor que mostró esta viuda! (4).
Es una gran verdad que las posesiones nos impiden amar a Dios porque atan nuestro corazón a ellas. En cambio el que no tiene nada puede amar a Dios con todo su corazón, porque su corazón está libre y no está atado a lo que posee. Ese es el motivo por el cual Francisco de Asís valoraba tanto a la “hermana pobreza” y la exigía de sus seguidores. No por la pobreza misma, sino porque ella libera el corazón del hombre. (5)
¡Cuán cierta es la frase de Jesús: “Donde está tu tesoro está tu corazón”! (Lc 12:34). No hemos comprendido toda su profundidad. El que posee un gran tesoro tiene su corazón acaparado totalmente por él, al punto que no puede amar otra cosa que no sea su dinero. El dinero se vuelve como un agujero negro que absorbe todas sus energías y las atrae a su núcleo en un remolino voraz.
En cambio el que tiene poco, tiene poco de qué preocuparse: “Dulce es el sueño del trabajador, -dice el Eclesiastés- coma mucho, coma poco; pero al rico no le deja dormir la abundancia”. (5:12). El que va ligero de equipaje –y ésa es una buena imagen de la ausencia de posesiones-- viaja más libremente y puede moverse con más libertad. El que lleva mucho equipaje tiene mucho en qué pensar y mucho que cuidar, y por eso camina preocupado y dificultosamente.
Sin embargo, se dice, que la pobreza es una carga pesada y que quita libertad al que la sufre. Y es cierto. ¡Qué limitado está el pobre en sus deseos y en la satisfacción de sus necesidades! En cambio el rico todo lo puede. Se da lujos sin pensar que con lo que malgasta salvaría a muchos de la miseria y daría de comer a muchos hambrientos. Decide, manda e impone sus caprichos porque con su dinero compra las voluntades y las conciencias. Pero todo depende del color del cristal con que se mire, según reza el dicho. El dinero da libertad en lo material, pero la quita en lo espiritual. La pobreza es al revés, da libertad en lo espiritual, pero la quita en lo material. Escojamos el dominio en que queremos ser libres.
La mayoría de los hombres escogerá un sano término medio: “…no me des pobreza ni riqueza; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga ¿Quién es el Señor? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios.” (Pr.30:8,9). O como dice el apóstol: “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.” (1ª Tm.6:8). Pero hay quienes niegan esta doctrina, que es la más bíblica de todas las referentes al dinero, y predican lo contrario (6).
¡Ella encierra tanta verdad en lo que se refiere a la eficacia de la predicación! Jesús la tuvo en cuenta cuando mandó a los doce a predicar de dos en dos: “No toméis nada para el camino, ni bordón, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni llevéis dos túnicas.” (Lc.9:3. Véase también Mt.10:9,10). Juan Bautista, Jesús, Pablo ¿llevaban puestos vestidos costosos y se desplazaban en carruajes? Si así fuera, ¿quién los hubiera escuchado? ¿Se puede predicar a Cristo llevando un anillo de oro engastado con brillantes en el dedo? Se ha criticado la época en que los prelados eclesiásticos llevaban al pecho cruces con piedras preciosas, y vivían en palacios ostentosos; tiempos en que la iglesia ya no podía decir como Pedro: “Oro y plata no tengo”, porque de ambas cosas estaban repletas sus arcas. Pero tampoco podía decir: “Levántate y anda”, porque carecía del poder para sanar enfermos (Hch.3:6). Aunque no se daba cuenta, era pobre de solemnidad en lo espiritual: “Porque tú dices yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” (Ap.3:17). Ahora los que criticaban con buen motivo a esa iglesia del pasado quieren imitarla. Anhelan poseer sus defectos como si fueran virtudes.
Este pasaje nos muestra también cómo Dios observa todos los acontecimientos humanos; penetra en el corazón del pobre y del rico “y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” (Hb 4:12). Nuestros actos más triviales pueden tener para Él gran importancia, y los que consideramos relevantes, ninguna. Lo que el pobre hace desde su miseria, y que nadie nota, puede ser para Dios de mucha mayor trascendencia que el acontecimiento que destacan los titulares de los diarios. La posición que ocupa el hombre en la sociedad y en el mundo es incierto indicio de la que ocupará en la otra vida. O, más bien, nos permite adivinar cuál será en contraste con la presente, porque “los últimos serán los primeros y los primeros, últimos” (Lc 13:30).
También cabe preguntarse: ¿Por qué se fijó Jesús en la viuda? No sólo por su desprendimiento, creo yo, sino también porque padecía necesidad. Todo el que sufre, o pasa hambre, atrae la mirada de Dios mucho más que el que está satisfecho. Pero entonces se preguntará: ¿Por qué Dios no acude a solucionar sus angustias y permite que continúe su miseria? Nosotros no podemos comprender cómo Dios actúa. Su tiempo y su perspectiva es muy distinta y mucho más vasta que la nuestra (Is 55:8,9). Pero en su momento todo dará su fruto. Los hechos ocultos aparecerán en todo su esplendor ignoto, y los que parecían ser proezas gloriosas serán dispersadas por el viento como hojarasca. Tanto el pobre como el rico cosecharán lo que sembraron: “Los que sembraron con lágrimas, con alegría segarán.” (Sal 126:5). Mirarán atrás y verán cómo su vida fue un suspiro que pasó raudo como el viento. Y que lo que sufrieron o gozaron es poco comparado con lo que ahora les espera, porque la verdadera vida recién empieza (7).
Nota (1) En el atrio de las mujeres había trece arcas en las que los judíos depositaban el dinero destinado a los diversos tipos de sacrificios y de ofrendas, que recibían colectivamente el nombre de corbán (Véase Mr 7:11). Sus orificios tenían forma de trompetas. Las monedas que la viuda depositó eran llamadas leptón. Dos juntas hacían un cuadrante, que se obtenía partiendo en cruz un asarión. El valor de lo depositado por la viuda, que era su sustento del día, equivalía apenas a 1/64 de un denario, que era el jornal diario de un obrero. De ahí. podemos calcular cuán grande era su pobreza.
(2) En el pasaje paralelo, Mr 12:41-44, se dice que antes de hablarles de la viuda, Jesús llamó a sí a sus discípulos, que posiblemente se habían dispersado por el atrio donde se desarrolla el episodio. Si los llama es porque tiene algo importante que enseñarles.
(3) A todos nos agrada más el servicio que nos brindan con cariño que el servicio hecho con frialdad. Por eso es que algunas tiendas y establecimientos comerciales entrenan a sus empleados a atender con solicitud a sus clientes y a sonreírles, sabiendo que con ese buen trato los invitan a regresar. Pero si a uno lo tratan de una manera displicente o descortés, no querrá volver.
(4) A muchos extranjeros que viajan por los pueblos de nuestra sierra les choca la pobreza en que vive la gente, pero les llama también mucho la atención lo generosos que son al mismo tiempo. Se desviven por atender con lo poco que tienen a sus huéspedes, que lo tienen todo. Su grandeza de alma (porque la generosidad es grandeza) brota de su pobreza. En cambio hay muchos ricos que cuanto más tienen más tacaños son. Su dinero ha invadido su corazón y lo ha petrificado. Su riqueza los empequeñece y empobrece espiritualmente.
(5) Hace unos días regresaba de la Feria del Libro llevando unos preciosos libros que había comprado a buen precio, y me había propuesto ponerme a orar al llegar a casa. Al trasponer la puerta sentí como si el Señor me dijera: Ahora no me puedes amar porque tienes el corazón ocupado por tus libros. Y es verdad: El apego que tenemos por las cosas materiales nos impide allegarnos a Dios. Por eso Dios a veces nos quita las cosas; es decir, permite que nos las roben o que se pierdan, para que no nos apeguemos a ellas y pensemos más en Él.
(6) Soy conciente, sin embargo, que en nuestro país hay una cultura de la pobreza que limita las iniciativas y oprime a la gente, y que es bueno enseñar a la gente que, con la ayuda de Dios, es posible superar la escasez y alcanzar una sana prosperidad, así como prospera su alma (3Jn 2).
(7) ¡Qué contraste entre esta viuda y la viuda que presenta sus demandas al juez! (Lc 18:1-8). Mientras que la primera va humilde a depositar su ofrenda, la otra insiste obstinadamente en sus derechos hasta obtener lo que desea. No que estuviera mal lo que ella hizo. Al contrario, Jesús la pone como ejemplo de perseverancia en la oración. Pero la viuda pobre nos atrae más porque era humilde. Notemos también que, al desprenderse de todo lo que tenía para su sustento, ella hace un gran acto de fe en Dios confiando en que Él puede proveer lo necesario. ¿Podemos imaginar el gozo y la paz que sintió ella cuando retornaba a su hogar? No hay nadie de quien Dios se agrade que no experimente un reflejo del gozo que proporciona a su Señor.

NB.Este artículo fue publicado hace nueve años en una edición limitada y transmitido como charla por una radio local. Lo vuelvo a publicar ligeramente revisado.

#687 (07.08.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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