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viernes, 19 de mayo de 2017

JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCION DE JERUSALÉN III
Un Comentario de Lucas 21:22-24
22. “Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas.”

Día de retribución o de venganza, del ajuste de cuentas, por no haber reconocido el día de su visitación, por haber rechazado y crucificado al Mesías que venía a salvarlos. Este versículo debe leerse recordando lo que Jesús ya había dicho sobre la destrucción futura de Jerusalén: “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.” (Lc 19:41-44).
La retribución es el pago, la venganza por todo el mal cometido anteriormente en contra de Dios y del pobre, tantas veces denunciado por los profetas de Israel, pero sobre todo, por el crimen cometido al crucificar a Jesús. Los profetas del pasado habían hablado con frecuencia del “día del Señor”, el “día de la ira” y “de la venganza”. Por ejemplo Isaías: “He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para convertir la tierra en soledad y raer de ella a sus pecadores.” (13:9) (1). También otros profetas como Oseas (9:7), Joel (2:1,2), Amós (5:16-20) y Sofonías (1:14-18) usan un lenguaje semejante (2).
Nótese que así como hay un día de ajuste de cuentas para las naciones (piénsese en la destrucción devastadora que sufrió Alemania al final de la segunda guerra mundial, en la que ciudades enteras fueron casi borradas del mapa) lo hay también para los individuos, en el que se cosecha todo lo que se ha sembrado. Esa cosecha se produce no sólo en la otra vida, sino muchas veces también en ésta y, a veces, sin mucha dilación, en términos de deterioro de la salud, de soledad, de pobreza y ruina, de abandono y muerte prematura. Pero para muchos esos días de sufrimiento son también días de gracia, porque gracias a esos dolores y días de tribulación buscan a Dios y se convierten.
23. “Mas ¡ay de las que estén encinta, y de las que críen en aquellos días! Porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo.”
Aquí Jesús habla de la terrible suerte que correrán las mujeres que estén impedidas de huir libremente, sea porque están encinta, sea porque tienen hijos pequeños de los que deben ocuparse y que las retienen. Vale la pena recordar a este respecto las palabras que Jesús pronunciara poco después camino al Calvario, dirigiéndose a las mujeres que lo seguían, porque son una intensificación de la profecía: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí que vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron.” (Lc 23:28,29) (3)
Pero lo que ocurrirá a los habitantes de la ciudad no tendrá precedentes, será una terrible calamidad nunca vista, en que se derramará toda la ira divina. El relato del horrendo sufrimiento que padecieron los que permanecieron en la ciudad sitiada que hace el historiador Josefo, es sobrecogedor: los parientes se disputaban furiosamente en las casas el menor rastro de alimento; en su desesperación se comían hasta las suelas de los zapatos y el cuero de sus correas; las mujeres asaban a sus propios hijos pequeños para comerlos; la gente que se moría de hambre estaba tan exánime que era incapaz de enterrar a los cadáveres, por lo que un terrible hedor de cadáveres en descomposición flotaba sobre toda la ciudad… El sufrimiento de los habitantes se vio agravado por el hecho de que antes de que se acercaran las tropas romanas los fanáticos zelotes tomaron el control de la ciudad, y obligaron a todos sus pobladores a resistir, incluso a aquellos que consideraban que era inútil toda resistencia, y asesinaron a mansalva a sus opositores, cometiendo toda clase de torpes excesos. A todo ello se añadió el ingreso de unos 20,000 idumeos ávidos de sangre, hecho que suscitó una querella entre los zelotes mismos que se dividieron en dos facciones. Esta disputa y las matanzas perpetradas, debilitaron la resistencia. Se cumplieron entonces con terrible exactitud las palabras de Jesús que consigna Mateo 24:21 “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá.”
24. “Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.”
Tito sitió la ciudad usando grandes torres de asalto que acercó a los muros, e hizo  construir un cerco adicional para que nadie pudiera entrar ni salir de ella, y así poder reducirla por el hambre. Pese a la terrible condición en que se encontraban, los sitiados ofrecieron una obstinada resistencia que descorazonó a los romanos. Derribada la torre Antonia, la ciudad fue tomada barrio por barrio en una lucha encarnizada cuerpo a cuerpo, y fue incendiada y reducida a escombros.
El 6 de agosto el templo fue incendiado por las tropas romanas. Josefo exime de responsabilidad a Tito (que era de hecho su patrón, pues él se había puesto al servicio de los romanos) atribuyendo el incendio al descontrol de las tropas. Pero, según el historiador Tácito, fue Tito mismo quien ordenó su destrucción pensando que, destruido el templo, la religión judía desaparecería junto con la cristiana.
Producida la derrota los romanos demolieron todas las casas y edificios que habían quedado en pie –exceptuando las tres torres del palacio de Herodes y una parte de las murallas- y revolvieron la tierra, de tal modo que todo el que visitara el lugar difícilmente creería que había sido habitado.
Y caerán a filo de espada…” (4). Según Josefo 1,100,000 personas perecieron, sea por el hambre, o por las enfermedades, pero sobre todo por los enfrentamientos y la matanza generalizada que siguió a la toma de la ciudad. Esa cifra puede ser algo exagerada, pero aun reduciéndola a la mitad nos da una idea de la devastación ocurrida.
“Y serán llevados cautivos a todas las naciones…” (cf Dt 28:64) Según el mismo Josefo 97,000 judíos fueron llevados como esclavos y dispersados por el imperio. La profecía proferida por Jesús tuvo en este punto también un cumplimiento asombrosamente exacto.
“Jerusalén será hollada por los gentiles…” En efecto, desde entonces la ciudad ha estado en manos de no judíos. Después de debelada con ferocidad la segunda sublevación, la de Bar-Kojba, en los años 132-135, (5) los romanos construyeron sobre el Monte Sión y alrededores una ciudad que llamaron “Aelia Capitolina”. El año 324 el emperador Constantino unificó el imperio que gobernó desde la capital fundada por él, Constantinopla, en el emplazamiento de la antigua ciudad de Bizancio. La dominación bizantina de Jerusalén duró hasta el año 614 en que fue tomada por los persas. Pero su dominio duró poco, pues en 638 fue conquistada por los árabes musulmanes, quienes en el año 691, completaron la construcción del edificio llamado “Domo sobre la Roca” en el sitio que se cree ocupaba el antiguo templo. El año 1099 la ciudad cayó en manos de los cruzados, que fueron a su vez derrotados por Saladino en 1187. En 1250 la ocuparon los mamelucos de Egipto, y en 1517 el turco Solimán el Magnífico la conquistó para el Imperio Otomano, en cuyo poder permaneció hasta el año 1917, (Es curioso ¡400 años, tantos como duró la permanencia del pueblo hebreo en Egipto!) año en que la administración de la tierra fue entregada a la Gran Bretaña.
“Hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.” Esta frase guarda relación con lo que escribe Pablo en Romanos: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles;” (11:25). La frase de Lucas puede tener uno de los siguientes significados: 1) Hasta que se cumpla el tiempo acordado para que los gentiles elegidos por Dios, al ser predicado el evangelio en toda la tierra, se conviertan (véase el texto de Pablo citado); o 2) Hasta que se cumpla el tiempo previsto para que los gentiles ocupen en la iglesia el lugar acordado inicialmente a Israel, esto es, hasta que la mayoría de los judíos se conviertan a Cristo y sean reinjertados en su propio olivo (Rm 11:23,24), de modo que, junto con los cristianos gentiles, constituyan una sola iglesia; o 3) simplemente, y más probable, hasta que llegue el tiempo en que la ciudad santa vuelva a manos de los judíos. Esto último es lo que estamos viendo cumplirse en nuestros días.
En 1947 las Naciones Unidas dispusieron que la ciudad de Jerusalén fuera internacionalizada. Al año siguiente las NNUU dispusieron la creación del Estado de Israel. En el curso de la corta guerra con los árabes que siguió a la proclamación de la independencia de Israel, el ejército israelí conquistó la parte moderna de la ciudad. Durante la guerra de los seis días, exactamente el 8 de junio de 1967, los israelíes liberaron la ciudad antigua, salvo el Monte del Templo donde se encuentra el “Domo sobre la Roca”. Según algunos Jerusalén dejó de ser hollada por los gentiles en ese momento. Según otros, dejó de serlo el año 1980 cuando el Estado de Israel, haciendo caso omiso de las resoluciones de las NNUU, proclamó que Jerusalén era una ciudad unificada bajo la soberanía israelí. Según otros –y yo me inclino por esa opinión- Jerusalén seguirá siendo hollada por los gentiles mientras la explanada donde se encuentran el Domo sobre la Roca y la mezquita Al-Aqsa, (el emplazamiento del antiguo templo) permanezca bajo el control religioso árabe.
Nótese que a continuación del versículo citado de Romanos, Pablo escribe: “y luego todo Israel será salvo.” (11:26), algo que todavía parece lejano, pese al número creciente de judíos que se están convirtiendo a Cristo. Pero ¿cómo no dejar de admirar la forma extraordinaria como una profecía pronunciada por Jesús hace casi dos mil años está siendo cumplida en nuestro tiempo? Recuérdese que siglos antes el profeta Daniel había anunciado la muerte del Mesías y la destrucción del templo y de la ciudad: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario.” (Dn 9:26) Lo primero se cumplió cuando Jesús fue crucificado; y lo segundo, en los acontecimientos ocurridos el año 70 que hemos mencionado en estos tres artículos.
Sin embargo, algunos estudiosos racionalistas de la Biblia sostienen que los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) fueron escritos después del año 70, es decir, después de ocurridos los acontecimientos -según ellos, supuestamente predichos- para desvirtuar el hecho de que 40 años antes de que sucediera, Jesús pudiera haber profetizado la destrucción del templo de Jerusalén y de la ciudad con una precisión tan grande.
La destrucción de Jerusalén el año 70 no sólo significó la abolición del culto del templo, ya caduco e innecesario (Hb 10:1-9), y la desaparición del partido de los sacerdotes, el de los saduceos, sino también la desaparición de la comunidad apostólica de Jerusalén que había liderado Santiago y, muerto éste –según documentos posteriores- su primo Simeón. Esa comunidad madre sobrevivió durante algún tiempo sólo en grupos aislados en Perea y regiones aledañas. Con ellos desapareció la oposición judaizante al mensaje de Pablo que éste tuvo que enfrentar (Véase Gálatas y Colosenses). Pero ya Pablo había sido también sacrificado.
Notas: 1. Esas palabras de Isaías, que Jesús ciertamente conocía muy bien, se refieren a la destrucción de Babilonia, que Él relaciona con la de Jerusalén. Nótese cómo el vers. 10 de ese pasaje (“Por lo cual las estrellas de los cielos y sus luceros no darán luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor.”) se parece a las palabras que Jesús pronuncia en Mt 24:29a: “E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor…”.
2. Según muchos intérpretes Jesús usa la destrucción de Jerusalén y la devastación de Galilea y Judea como imagen que prefigura lo que ocurrirá al final de los tiempos. Por eso en el pasaje que sigue a continuación, a partir del vers. 25, (y en los pasajes paralelos de Mateo y Marcos) habría una transición brusca del anuncio de cosas que están próximas a suceder, a acontecimientos que son todavía muy lejanos.
3. Esta frase de Jesús es tanto más osada cuanto que para una mujer en aquel tiempo no tener ni criar hijos era una condición humillante. Véase al respecto las palabras que Isabel pronunció cuando resultó embarazada, en Lc 1:25.
4. Esta es una expresión tomada de Sir 28:18, y que Jesús seguramente conocía, y que se encuentra también en la Septuaginta (Jc 1:8,25).
5. Unos setecientos años antes de Cristo, Miqueas profetizó: “A causa de vosotros Sión será arada como campo, y Jerusalén vendrá a ser como montones de ruinas…” (Mq 3:12). Un siglo después Jeremías citó textualmente esta profecía, como para subrayar su importancia histórica. La profecía se cumplió literalmente ¡ocho siglos más tarde!, algunos años después de la derrota de Bar-Kojba, cuando el gobernador romano hizo arar todo el territorio del monte del templo y sus alrededores, para que no quedara huella de lo que allí había existido. Los judíos fueron expulsados de su tierra, y se les prohibió bajo pena de muerte regresar a ella. Desde entonces el pueblo judío fue un pueblo errante y sin tierra, perseguido y expulsado de una nación tras otra, hasta que surgió el movimiento sionista a fines del siglo XIX, que inició el movimiento de retorno a Israel. No ha existido pueblo alguno en la historia que se haya mantenido unido durante siglos sin tener una patria propia. ¿Qué mayor prueba de la veracidad de las profecías que aquella de Pablo que aseguraba que el pueblo elegido subsistiría hasta el final de los tiempos en que reconocería a Jesús como el Mesías esperado? (Rm 11:26)
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te invito a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón a Dios por ellos, diciendo:
Jesús, Yo sé que tú moriste por mí en expiación de mis pecados y que me ofreces gratuitamente tu perdón. Aunque no lo merezco, yo lo acepto. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

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martes, 9 de agosto de 2011

EL CÁNTICO DE MARÍA II


Llamado también “Magníficat”

Por José Belaunde M.

Un Comentario de Lucas 1:51-55

51. “Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.”
Aquí empieza la segunda estrofa del himno en la que María se dedica a exaltar proféticamente las cosas que Dios ha hecho, pero sobre todo, hará en el mundo a través del Hijo que ella lleva en su seno, y que ella da ya por realizadas. El lenguaje que ella usa es el lenguaje colorido y lleno de imágenes antropomórficas del Antiguo Testamento: “Hizo proezas” como los grandes paladines de antaño, “con su brazo” (Véase los Salmos 118:15b,16 y 89:10).

La fuerza del hombre, con la que él hace lo que se propone, está sobre todo en sus brazos. Ella pinta a Dios como un héroe, que con la fuerza de su brazo, derriba y dispersa a sus enemigos, tal como con frecuencia figura en el Antiguo Testamento (Ex 6:6; 15,16; Dt 3:24; 4:34; Is 40:10; 51:5,9; 53:1). Hablando de Dios Isaías 59:16 dice: “Se maravilló que no hubiera quien se interpusiese y lo salvó su brazo…”.

¿Quiénes son los enemigos de Dios? Los soberbios de corazón. El orgullo del hombre radica en sus pensamientos y se manifiesta en sus palabras, gestos y acciones, y en la forma despectiva con que trata a los demás, porque se siente superior. Los soberbios no guardan ninguna consideración con sus semejantes, y se imaginan que pueden oponerse a Dios violando sus leyes. Siguen las pisadas de Lucifer que quiso hacerse igual a Dios, elevándose hasta las estrellas, pero fue derribado hasta el Sheol, como se dice en Is 14:12-15.

52. “Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes.” (Nota 1)
Aquí se refiere María a una de las proezas características de Dios: humillar y derribar a los poderosos, y exaltar a los humildes, como se menciona en varios lugares del Antiguo Testamento, y resaltó Jesús en más de una ocasión (Lc 10:13-15; 14:11; 16:19-31; 18:14).

En este obrar se muestra a la vez la justicia de Dios y su misericordia que, de un lado, derriba de su trono a los opresores de sus semejantes, y de otro socorre a los que sufren opresión. (2)

Dios vela por su creación, por lo más precioso de ella, por lo último que salió de sus manos, esto es, el género humano. Él ha dado libertad al hombre para vivir y obrar de acuerdo a sus deseos. No hizo de él un robot, sino que le dio una voluntad libre, pero vigila sus acciones para rectificar lo que el hombre hace de malo, y enderezar lo torcido. Sin embargo, la misericordia de Dios se inclina sobre todo hacia los pobres y a los humildes, cuya aflicción Él conoce bien porque se hizo como uno de ellos.

Él quiere que el hombre cuando reciba autoridad haga igual: que reprima a los que obran injustamente abusando de su poder, y que ayude a los que padecen necesidad. Siempre que veamos que ocurren esas cosas en la tierra, es la mano de Dios obrando a través de seres humanos, a quienes Él llama sus siervos, aunque no le conozcan personalmente. Por eso es también que son los cristianos los que más se distinguen en las obras de compasión a favor de sus semejantes, y cristianos los que se ciñen de poder para abatir a los opresores.

Cuando las instituciones internacionales y las entidades filantrópicas privadas intervienen a favor de pueblos oprimidos, o de poblaciones que sufren escasez o enfermedades, están cumpliendo los designios de Dios, quizá sin saberlo, y obedecen a un impulso que Él ha puesto en el alma humana, y que el cristianismo ha fomentado en sus conciencias, aunque no sean concientes de ello, o incluso, nieguen el mensaje cristiano.

53. “A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos.”
Estrechamente vinculada a la labor de derribar y exaltar está la de socorrer a los necesitados, dejando de lado a los ricos. Esta labor, además de entenderse literalmente, puede entenderse en un sentido altamente espiritual.

Un erudito francés de inicios del siglo XX decía que este versículo debe ser explicado teniendo como telón de fondo las costumbres de las cortes orientales, en las que se negaba el acceso a los pobres, porque no tenían nada que dar, mientras que se admitía a los ricos que se presentaban con las manos llenas de regalos para los soberanos, que siempre los recompensaban con munificencia real.

Sin embargo, Dios invierte las costumbres humanas tratando a pobres y a ricos de una manera contraria a los hábitos del mundo. Al pobre que no tiene nada que ofrecer en bienes materiales se le colma de lo que carece, mientras que el rico, cuyas manos vienen cargadas de regalos, es despedido con las manos vacías. Jesús dijo: “Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.” (Lc 6:21) y “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.” (Mt 5:6). María es un ejemplo de alguien que era pobre en términos materiales, pero que a la vez tenía “hambre y sed de justicia”, y cuyos anhelos son satisfechos.

A los hambrientos por conocer la verdad, a los pobres en espíritu, a los que tienen un hambre profunda de Dios, a los ignorantes en términos humanos, Dios los colma de sus bienes, esto es, derramando sobre ellos el conocimiento que anhelan y satisfaciendo su sed por la verdad. En cambio, a los ricos en espíritu, a los que se jactan de sus conocimientos intelectuales y de su ciencia profunda, pero que no sienten necesidad alguna de Dios, Él los deja en su ignorancia de las verdades más altas que desprecian.

San Agustín aplica esta frase de María a la parábola del fariseo y del publicano que acuden al templo a orar. El publicano que se arrepiente de sus pecados es el hambriento que sale justificado; mientras que el fariseo, que se enorgullece de sus virtudes y desprecia al otro, es el rico que no recibe nada (Lc 18:9-14).

Vistas desde esta óptica las palabras de María recuerdan a las que dice Jesús al ángel de la iglesia de Laodicea: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” (Ap 3:17).

A los que creen tenerlo todo y no necesitar nada, Dios los deja en esa vana ilusión –a menos que tenga para ellos otros planes, como ocurrió con Saulo. Pero sobre los que son concientes de su pobreza, aunque tengan posesiones materiales, Dios derrama los bienes espirituales que satisfacen las verdaderas necesidades de su vida. En esta manera de obrar Dios se muestra justo. ¿Por qué ha de socorrer al que es demasiado orgulloso para admitir necesitarlo? ¿Por qué ha de darse a los saciados lo que no piden? De ahí que Jesús exclamara: “¡Cuán difícil es que los ricos hereden el reino de los cielos!” (Mt 19:23). Como tienen todo lo que a su juicio necesitan y sus rostros rebosan de autosatisfacción (Sal 73:7a), no puede ofrecerles algo que ellos desprecian. Eso sería como arrojar perlas a los cerdos (Mt 7:6). La basura de su pocilga es todo el bien que anhelan. Están tan acostumbrados a su hedor que les parece perfume de rosas.

¿No se comportan así los pecadores, y no nos hemos comportados nosotros en un tiempo de igual manera? ¡Qué necios éramos! Pero Dios tuvo piedad de nuestra miseria y derramó su luz sobre nuestras vidas. ¡Cómo no hemos de darle gracias!

54,55. “Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre.” (3)
En estos versículos María habla de cómo a través de lo que ha hecho en ella, Dios está empezando a cumplir las promesas hechas a Israel de enviarles un Salvador. La concepción de Jesús en su seno –que es la primera de las grandes cosas que el Poderoso ha hecho en ella- es el inicio de la obra redentora que cumplirá su Hijo a favor de la humanidad.

A ella en ese momento Dios no le concedió sino un conocimiento limitado de la redención que obrará su Hijo, porque ella lo ve en términos nacionales de Israel. “Israel su siervo” es para ella literalmente el pueblo al cual ella pertenece, y al cual fueron hechas las promesas como descendencia de Abraham, y que fue siervo de Dios en tanto que le adoró a Él solo. (4).

Claro está, nosotros podemos entender, gracias a la revelación plena recibida con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, que descendencia de Abraham y linaje de Israel somos todos aquellos que creemos en Jesús y que hemos sido justificados por la misma fe que tuvo nuestro común antepasado (Rm 2:28,29; 9:6-8).

La misericordia para con Abraham (Gn 17:4-7; Mic 7:20) son las promesas hechas al patriarca, que no tenía descendencia en ese momento, de darle una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y las arenas del mar, así como darle en posesión perpetua la tierra de Canaán en la que él moraba, la cual es figura de nuestra morada celestial eterna. Pero sobre todo aquella promesa de que en su simiente serían algún día bendecidas todas las naciones de la tierra. Esa simiente, como explica Pablo, es Jesús que se encarnó en el seno de María (Gal 4:4).

Las misericordias hechas a Abraham fueron completadas con las misericordias hechas a David de darle un heredero (Is 55:3-5) que se sentaría en su trono para siempre y “cuyo reino no tendría fin” (Lc 1:32,33, cf 2 S 7:16,24,26; Sal 98:3; 136:23). Ese Hijo del Altísimo sería el “jefe y maestro a las naciones”, que llamaría a pueblos que nunca habían oído hablar de Él, y al cual acudirían naciones que no le habían antes conocido, con lo cual se indica el número de las multitudes de todos los pueblos que alcanzarían la salvación por el Hijo que ella había concebido en su seno. ¡Oh misterios de la Providencia divina que va actuando en la historia tejiendo una trama de acontecimientos que sólo Él conoce, pero que nos beneficia a todos nosotros!

Notas: 1. Los vers 52 y 53 son un ejemplo de paralelismo antitético frecuente en los escritos del Antiguo Testamento, pero especialmente en Proverbios: “quitó” y “exaltó”, “colmó de bienes” y “envió vacíos”.
2. Los casos del faraón de Egipto (Ex 14:24-31) y de Nabucodonosor (Dn 4) no son los únicos de la historia bíblica, pero sí los más notorios. Sin embargo, en el curso de los últimos veinte siglos de la historia del mundo ¡cuántos poderosos que se creían invencibles han sido derribados de su posición eminente!
3. El texto dice: “acordándose de la misericordia…” ¿Puede Dios acordarse de algo como si lo hubiera olvidado? No, ciertamente. Esas palabras expresan en términos humanos, antropomórficos, que ya había llegado “el cumplimiento de los tiempos” anunciado por los profetas, para que se llevara a cabo todo lo que Dios había previsto.
4. Al pueblo de Israel le cupo en la historia la misión de ser testigo del Dios verdadero en medio de pueblos idólatras, y de que de su seno, es decir de su linaje, naciera el Salvador del género humano. Por ese motivo Israel es llamado siervo de Dios: Is 41:8,9; cf Is 42:1,19; 44:1,21; 45:4.

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viernes, 28 de enero de 2011

ANOTACIONES AL MARGEN XXVII

Por José Belaunde
* Buena y Mala Educación
Cuando se dice de alguien que es “mal educado” lo que se está diciendo es que ha sido educado mal por las personas que tuvieron a su cargo su educación, esto es, en la mayoría de los casos, sus padres. Por eso puede afirmarse, aunque pueda ser cruel decirlo, “muéstrame cómo te comportas y yo te diré en qué ambiente has crecido.”

La persona mal educada, antes que nada, da mal testimonio de sus padres, o de quien quiera que lo crió, porque son ellos los que debieron enseñarle las buenas maneras, lo que suele llamarse “la buena educación”.

¿Tiene alguna importancia la buena educación? Hay personas que dicen que eso ya no tiene importancia, que esas son antiguallas pasadas de moda; que lo que importa es la franqueza y la libertad en el trato. Ignoran que la buena educación es una manifestación del amor al prójimo. Más aun, es una forma concreta de llevar a la práctica el precepto de Jesús: “Trata a los demás como tú deseas ser tratado.” (Mt 7:12) La buena educación es pues un asunto eminentemente cristiano.

De otro lado, la buena educación abre muchas puertas y crea un ambiente favorable para el diálogo y el entendimiento. La mala educación suele generar, en cambio, roces y rechazo. De manera que si quieres ser bien recibido, esfuérzate por adquirir buenas maneras, si no te las enseñaron de chico.

Finalmente, vale la pena notar que las buenas y las malas maneras se encuentran en todos los ambientes sociales, y no es algo que dependa necesariamente del dinero o de la posición social.

* Jesús e Israel
El Evangelio de Mateo dice que José se llevó a Egipto al niño y a su madre “y estuvo allá hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliese la palabra del Señor por medio del profeta, cuando dijo: ‘De Egipto llamé a mi hijo,’” citando al profeta Oseas (11:1). Las palabras de este profeta son a la vez un comentario sobre el pasado de Israel, a quien Dios llama su hijo, y una profecía sobre el futuro de su unigénito Hijo.

La vida de Jesús recapitula la vida del pueblo elegido: Como Israel entró y salió de Egipto, Jesús entró y salió de esa tierra. Como el faraón trató de matar a los hijos varones de Israel recién nacidos, Herodes trató de matar a Jesús, recién nacido. Los israelitas fueron bautizados en las aguas del Mar Rojo (1Cor 10:2); Él lo fue en las aguas del río Jordán. Ellos vagaron 40 años en el desierto, ayunando de carne; Jesús pasó 40 días en el yermo, ayunando y orando.

Pero Jesús corrigió lo que el pueblo de Israel hizo mal: Israel fue tentado al pie del Sinaí para adorar a un becerro de oro, y lo hizo; Jesús fue tentado a adorar a Lucifer, pero rechazó la tentación.

* El mérito de hacer el bien (es decir, el valor que tiene a los ojos de Dios) depende en gran medida de lo que nos cuesta hacerlo. Si me es agradable subir al púlpito a predicar, esa acción es, sin duda, menos valiosa a los ojos de Dios que ir a ocuparme de enfermos cuyo contacto me es desagradable. Nuestro verdadero llamado puede estar en actividades que nos son odiosas. En el caso de la viuda, su pequeña ofrenda valió más a los ojos de Dios que la cuantiosa de los ricos, porque a ella le costó más hacerla (Lc 21:1-4).

* Bienaventurados somos cuando somos tentados, porque si resistimos la prueba, será grande nuestra recompensa (St 1:12). Si el diablo te tienta es porque tu alma es un botín precioso para él. Si no te tentara sería señal de que no necesita hacerlo, porque tú, de por sí, te inclinas al pecado sin necesidad de su ayuda.

* Tus inclinaciones son tus vasallos. Si no las dominas, ellas te dominarán, y serás un triste espectáculo y el hazme reír de la gente. Pero todos solemos tener un vasallo que es más rebelde que los otros. A ése hay que vigilarlo y sujetarlo para que no se remueva, y no incite a los otros vasallos a rebelarse.

* “Es en la resistencia a las tentaciones como probamos nuestro amor a Dios”. ¡Cuán cierto es eso! Porque si cedemos es porque no lo amamos lo suficiente. ¿No se nos cae la cara de vergüenza?

* Dios perdona con más facilidad a los que perdonan al prójimo sus ofensas, pero vuelve sobre el que no perdona el rencor que éste guarda contra el que le ofendió.

* El rencoroso construye para sí mismo una cámara del inferno en vida, en el que so consumen las llamas que enciende su odio.

* Cuando te venga a la mente el recuerdo del que te hizo daño y que aún no perdonas, ora por su conversión.

* Los incrédulos se aferran a los bienes de este mundo que se les escapan de las manos cuando están gozando de ellos. Los cristianos no debemos ser tan necios como ellos. Pongamos nuestra mirada en las cosas de arriba que vamos a poseer eternamente (Col 3:2), y no nos dejemos engañar por el espejismo pasajero de los bienes materiales.

* El tiempo que pasamos en la tierra es un tiempo de prueba. Estamos dando examen, a ver si somos en Cristo dignos del cielo, pero nadie se aferra a la carpeta de madera donde contestó a las preguntas del examen, sino que se levanta apenas termina.

* ”El hombre fue creado para el cielo, pero el diablo rompió la escalera que lo conducía”. Muy cierto, pero Jesús le tendió una soga para que suba. El hombre no se ha ganado la soga, pero tiene que subir a pulso por ella.

* Una de las cosas más tristes que conozco es cuando el hombre hace buenas obras por un mal motivo: que lo vean y admiren, o para sentirse bien consigo mismo; o por mera costumbre, en vez de hacerlas por el único motivo bueno: el amor a Dios.

* ¡Qué gran enseñanza! No hacer caso de elogios ni de injurias, sino seguir nuestro camino, haciendo lo que Dios nos ha puesto delante.

* Es en verdad el orgullo lo que impide al hombre admitir que existe un Dios, es decir, un ser superior de quien depende, y a quien debe dar cuenta de todo lo que haga. En cambio es difícil que un hombre humilde no crea en Dios y lo ame. Su humildad no es un obstáculo como el orgullo, sino al contrario, lo predispone a creer en Dios.

* Cuanto más se conozca un hombre, más humilde será.

* Hay cosas que proporcionan al hombre una gran alegría y un gran gozo, como por ejemplo, el amor conyugal, o la amistad verdadera, o el éxito, o la creación artística, etc. Pero nada puede alegrar más al hombre que gozar de intimidad con Dios, sentir su amor. Todas las demás alegrías son pequeñas comparadas con las que Dios proporciona. En verdad, la unión con Dios es un adelanto del cielo.

* Nos aferramos a las cosas en la medida en que nos ha costado obtenerlas. Eso puede darnos una idea de cuánto le importamos a Jesús, pues le costó su vida salvarnos.

* La gente se aburre en medio de las cosas que deberían entretenerlos, pero nadie se aburre en la compañía de Dios. Sin embargo, la oración rutinaria, el rezo mecánico u obligado, sí que nos aburren y aburren a Dios.

* ”Las mujeres suelen estar más dispuestas a renunciar a su propia voluntad para hacer la de otros.” Por eso con frecuencia aventajan al hombre en los caminos de Dios, porque están más dispuestas a negarse a sí mismas.

* Nadie comprende mejor al santo que el santo: adivina sus motivaciones, sus frustraciones y sus luchas, porque él mismo las ha experimentado. De igual manera podría decirse que el pecador comprende al pecador, pero no siempre es cierto, porque el pecador piensa antes que nada en sí mismo, y el otro no le interesa.

* Necesitamos estar alertas no sólo frente a las tentaciones de la carne, sino también contra los intentos del diablo de perturbar nuestra paz interior.

* Si la conciencia nos acusa, no podemos tener paz.

* Así como hoy es el día de salvación (Sal 118:24 ), hoy es también el día para dar fruto y servir, cualquiera que sea nuestra edad.

* Como la Magdalena frente al sepulcro (Jn 20:14), a veces no nos damos cuenta de que Jesús está a nuestro lado obrando. Él hace que las cosas nos salgan bien, no el jardinero.

* Si confiamos en Dios no nos preocupamos del mañana. Pero si no confiamos en Él, sí necesitamos preocuparnos, porque el mañana es incierto y está plagado de peligros.

* ¿Cómo puede nadie pensar que Dios puede abandonarlo, aun pecando? Por muy indigno que uno sea, la fidelidad de Dios no depende de la nuestra. Nosotros sufrimos las consecuencias de nuestras faltas, pero si nos arrepentimos, Dios no nos abandonará a causa de ellas. El “Condenado por Desconfiado” (Nota) se condenó porque pensó que Dios podía no perdonarlo, como si él pudiera merecer ser salvo, o pudiera ser demasiado indigno para ser perdonado.

* ¡Qué triste es cuando los cristianos ponen su mirada en las cosas que se ven, que son transitorias, y se deleitan en ellas más de lo debido, en lugar de ponerla en las invisibles, que son permanentes! Se portan como Esaú, que vendió su primogenitura por un plato de lentejas, que una vez disfrutado dejó de ser.

* Los valores se exhiben, las virtudes se ocultan. Cuanto más ocultas, más profundas y sinceras, y más agradan a Dios.

* Si pese a tu fidelidad al Señor te vienen grandes tribulaciones que amenazan ahogarte, no te inquietes. Es Jesús quien quiere que te asemejes a Él, que fue “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Is 53:3). Pero también porque quiere prepararte una gran recompensa, a cambio de esa leve tribulación momentánea (2Cor 4:17,18).

* Cuando sintamos que ya no podemos más, que nuestras fuerzas nos abandonan, y nos sentimos tentados a tirar la toalla, recordemos las palabras de Dios a Pablo: “Mi poder se perfecciona en la debilidad.” (2Cor 12:9).

* Si tuviéramos todo el éxito que quisiéramos, y escucháramos la música encantadora de los aplausos, ¿no nos ensoberbeceríamos y estaríamos en peligro de que Dios nos ponga de lado?

* Dios a veces juega a las escondidas con nosotros, para que lo busquemos con más ahínco, y para probarnos que Él nunca está lejos de nosotros.

* A veces nos quejamos de las circunstancias de la vida, porque no son las más favorables para nuestro desarrollo, sino más bien lo contrario, son un gran obstáculo. Cuando pensamos eso criticamos a Dios y nos creemos más sabios que Él, pues no estamos en esa situación de casualidad, sino que fue Él quien nos colocó en ella para nuestro bien, pues sabe mejor que nosotros lo que nos conviene.

Él quiere que nosotros le sirvamos dondequiera que estemos: en el desierto, en el valle, en la montaña, en el sol o bajo la lluvia, en la ciudad o en la selva. Todas las situaciones son propicias para servirlo; todas presentan retos y ventajas que el justo sabe vencer o aprovechar, según sea el caso.

* “Hágase tu voluntad…” puede ser una frase difícil de pronunciar cuando pasamos por pruebas cuyo fin no avizoramos. El temor nos asalta, pero es infundado. A la larga, pasada la prueba, un futuro mejor, aquí o allá, nos espera.

Nota: Famoso drama teológico del escritor español del Siglo XVII, Tirso de Molina.
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