lunes, 16 de agosto de 2010

¡CUÁN AMABLES SON TUS MORADAS! II

Por José Belaunde M.
Un comentario al Salmo 84
Después de haber publicado mi comentario sobre el bello salmo 84, como primer artículo de esta serie, he pensado que podría ser enriquecedor publicar también lo que otros autores del pasado, algunos de ellos famosos, han escrito sobre este salmo. Con ese fin he traducido y adaptado del inglés algunos textos especialmente bellos de algunos autores escogidos. (Nota 1)

El encabezamiento de este salmo dice “para los hijos de Coré”. Creo que es pertinente reproducir la introducción que Franz Delitzsch escribe sobre el salmo 42, que tiene las mismas palabras en su encabezamiento. (2) El hecho de que la anotación diga “para los hijos de Coré” y no “de”, ha hecho pensar a muchos que el autor del salmo 84 podría ser David mismo. Pero es un hecho que en ambos casos puede traducirse como “de” o como “para” por lo que ese detalle no sería significativo. No obstante, muchos comentaristas adjudican el salmo a David por razones de estilo y del tono devocional que lo impregna. Sin embargo, como el autor del salmo se encontraba fuera de Jerusalén al momento de escribirlo, para que David fuera el autor, él tendría que haber estado impedido por algún motivo de estar en esa ocasión en la ciudad santa, esto es, tendría que haberlo escrito antes de ser ungido rey, lo que hace improbable que lo hubiera compuesto específicamente para uso de los “hijos de Coré”.

Franz Delitzsch (3)
Es probable que los doce cánticos coraíticos del Salterio originalmente formaran un libro que tenía como título la frase “de los hijos de Coré” y que después ese título pasara a cada salmo individual cuando se incorporaron en dos grupos de salmos en el Salterio. O podemos suponer que se había vuelto una costumbre familiar en el círculo de los cantores coraítas dejar que el individuo se oculte detrás de la responsabilidad conjunta de la familia unida, que pugnaba por limpiar el nombre de su infortunado antepasado por medio de las mejores producciones litúrgicas.

Porque Coré, el bisnieto de Leví, y nieto de Coat, es aquel que pereció bajo el juicio divino, tragado por la tierra a causa de su rebelión contra Moisés y Aarón (Nm 16). Sus hijos, sin embargo, no fueron involucrados en el juicio (Nm 16:11), -contrariamente, diría yo, a lo ocurrido con los hijos de Dotán y Abiram y de los otros de su séquito, que sí perecieron junto con sus padres (Nm 16:27,31-33)-
En tiempos de David los coraítas eran una de las más prestigiosas familias de los coatitas.

El reino de la promesa encontró pronto en esta familia valiosos adherentes y defensores porque ellos acudieron a Siclag para defender con la espada a David y su derecho al trono (1Cro 12:6).

Después del exilio los coraítas eran guardianes de las puertas del templo en Jerusalén (1Cro 9:19; Nh 11:19), y el cronista nos informa que ya en tiempos de David eran guardianes del umbral donde estaba el arca en Sión; y que más temprano, bajo Moisés, tenían a su cargo custodiar la entrada del campamento de Yavé. Retuvieron su antiguo llamado, al que alude el Salmo 84:11, en relación con las nuevas disposiciones tomadas por David. El puesto de portero fue asignado a las dos ramas de la familia coraíta junto con una meradita (1Cro 23:1-6).

San Agustín (4)
La palabra “Gitit” del encabezamiento puede significar tres cosas: un instrumento parecido al arpa; el nombre de una canción que se tocaba con el acompañamiento de ese instrumento –que es lo más probable; o una prensa del vino. Este último significado es el que San Agustín escoge y sobre el cual desarrolla buena parte del sermón en que comenta este salmo (y que figura en su libro “Enarrationes in Psalmis”).

Como habrán observado, amados míos, nada se dice en el texto mismo de este salmo acerca de una prensa, o de una cesta, o de una botella, o de cualquier cosa relacionada con el vino, por lo que no es una cosa fácil averiguar cuál es el significado de las palabras “para la prensa del vino” inscritas en el título. Porque ciertamente si después del título mencionara algo relacionado con esas cosas, las personas carnales podrían pensar que es una canción que trata de las prensas del vino visibles. Pero como no dice nada acerca de esas prensas que conocemos muy bien, yo no dudo de que el Espíritu Santo quiere hablarnos de otra clase de prensas del vino. Por tanto, recordemos lo que ocurre en esas prensas visibles y veamos cómo eso mismo tiene lugar espiritualmente en la iglesia.

Las uvas cuelgan de la vid, y las aceitunas, del olivo. Es para esta clase de frutos que suelen hacerse prensas, y mientras cuelgan de las ramas parecen gozar del aire en libertad, y no hay vino ni óleo mientras no sean puestas bajo presión. Así ocurre con el hombre a quien Dios ha predestinado a ser conforme a la imagen de su Hijo Unigénito, que fue el primero a ser estrujado en su pasión como el gran racimo.

Hombres de esta clase, por tanto, antes de que se acerquen al servicio de Dios, gozan en el mundo de una libertad deliciosa, como uvas u olivas colgantes. Pero como ha sido dicho: “Hijo mío, cuando te acerques al servicio de Dios, tiembla y prepara tu alma para la prueba”. Porque todo el que se acerca al servicio de Dios, halla que ha venido a la prensa del vino para experimentar tribulaciones; y será aplastado, será estrujado, no para que perezca en este mundo, sino para que pueda fluir hacia las bodegas de Dios. Se le arranca la cubierta de los deseos carnales, como el hollejo a la uva, porque esto ocurre con los deseos carnales, de los que el apóstol escribe: “despojaos del viejo hombre y vestíos del nuevo.” (Ef 4:22). Esto es algo que no se hace sino mediante la presión. Por eso las iglesias de Dios son llamadas “prensas del vino”.

Bellarmino (5)
Él basa su comentario en el texto de la Vulgata latina, e interpreta la palabra “tabernáculos” en el sentido de las moradas celestiales a las cuales aspira llegar el cristiano al término de su carrera. Tabernáculo, a su vez, corresponde a mishkán, que otras versiones, como RV 60, traducen como “moradas”.

1,2.
“!Cuán amables son tus tabernáculos, oh Señor de los Ejércitos! Mi alma suspira y desmaya por los atrios del Señor. Mi corazón y mi carne se alegran en el Dios vivo.”

Tales son las efusiones del alma piadosa que se encamina a su patria, y que expresan el deseo de llegar al final de su viaje. Tales deseos proceden de la felicidad que se encontrará en el hogar, así como de las dificultades con que se tropieza en el peregrinaje. El alma piadosa, cualquiera que pueda ser la felicidad que tenga aquí abajo, siempre se ve a sí misma como miserable y sufriendo persecución. Porque la prosperidad de este mundo es una gran tentación y una persecución. Ella exclama admirada: ¡Cuán amables son tus tabernáculos!” ¡Oh, qué gran amor tienen los piadosos por tus tabernáculos, por aquellas mansiones tuyas, oh Señor de los Ejércitos!

“¡Señor de los Ejércitos!” ¿Qué puede hacer que tus tabernáculos sean más bellos y más deleitosos que las huestes innumerables de ángeles dotados de toda sabiduría, perfección, poder y belleza, de los cuales una sola mirada bastaría para alegrar todo el peregrinaje aquí abajo? Mientras que el brillo combinado y el esplendor del mundo entero no es más que oscuridad comparada con el fulgor de Aquel a quien esperamos ver allá cara a cara.

En la Jerusalén judía había sólo un tabernáculo, por lo que al hablar aquí de muchos no puede de ninguna manera pensarse que se refiera al de madera y hecho por mano de hombre, sino a aquellos “tabernáculos no hechos por manos humanas” (Hb 9:11) de los que el Señor habló cuando dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay.” (Jn 14:2).

“Mi alma suspira y desmaya por los atrios del Señor.” Habiendo dicho que los tabernáculos del Señor son objeto de gran afecto para los piadosos en su exilio, ahora se coloca entre ellos diciendo: “Mi alma suspira y desmaya” al pensar en los atrios del Señor y considerar su belleza. Suspiro tanto que languidezco y desmayo.

“Mi corazón y mi carne se alegran en el Dios vivo.” Para darnos una idea de lo grande de su anhelo y de su amor, él nos dice los efectos que producen, porque cuando uno es herido por un amor o un deseo vehemente, no solamente ellos dan vuelta en su mente sino que expresan su admiración por el objeto de su amor.

“Mi corazón y mi carne”, es decir, mi mente y mi lengua se han unido para alabar al Dios viviente, de belleza increada e infinita, por el cual suspiro. Esta segunda parte del versículo no contradice a la primera, porque aunque allá hable de su alma como desmayando, y acá como regocijándose, porque son diversos los sentimientos de los que aman, un momento deploran la ausencia del amado, pero pronto se regocijan cuando recuperan al amado y prorrumpen en su alabanza.

Lo llama “el Dios vivo” no sólo para distinguirlo de los ídolos “que tienen ojos, pero no ven; oídos, pero no oyen” (Sal 115:4-7; 135:15-17) porque son objetos inanimados, sino también porque solamente de Dios puede decirse, estrictamente hablando, que vive. Porque vivir es tener el poder de moverse por sí mismo y no por otro. Pero de las cosas creadas se dice que viven porque tienen en sí cierto principio de movimiento, pero sin Dios no tuvieran ninguno; porque “en Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.” (Hch 17:28). La vida de Dios es tal que no requiere del impulso de ningún otro ser, esto es, que tiene sólo por sí mismo el poder del entendimiento y de la voluntad, siendo Él mismo la fuente de toda vida; no derivándola de ninguno, sino dándola a todos.

John Gill (6)
1. “!Cuán amables son tus tabernáculos, oh Señor de los Ejércitos!”
Lo que hacía que el tabernáculo de Moisés fuera agradable no era su exterior, que era más bien humilde, como lo es la Iglesia de Dios exteriormente por la persecución, la aflicción, la pobreza, sino lo que contenía dentro, teniendo muchos vasos de oro y esos objetos que son típicos de cosas más preciosas
(es decir, que las simbolizan). Ahí se veía a los sacerdotes en sus vestiduras sagradas cumpliendo su servicio; y en ciertos momentos, al sumo sacerdote con su rica vestimenta. Ahí se veían los sacrificios inmolados y ofrecidos por los cuales se enseñaba al pueblo la naturaleza del pecado, la severidad de la justicia y (simbólicamente)
la necesidad y eficacia del sacrificio de Cristo. Ahí se veía a los levitas entonando sus canciones y tocando sus trompetas. Pero mucho más amable es la Iglesia de Dios y sus ordenanzas en tiempos del Evangelio, en donde Cristo, el gran Sumo Sacerdote, es visto en la gloria de su persona y en la plenitud de su gracia; donde los sacerdotes de Sión, o los ministros del Evangelio, están de pie vestidos, plenamente adornados con la salvación y sus noticias; donde Cristo es presentado como crucificado y muerto, mediante el ministerio de la palabra y la administración de las ordenanzas. Aquí son tocadas las trompetas y se oye su eco gozoso; aquí los cánticos de amor y gracia son entonados por todos los creyentes. Pero lo que hace a estos tabernáculos aun más preciosos es la presencia misma de Dios, de manera que no sean otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo.

Spurgeon (7)
3. “Aun el gorrión halla casa…”
El salmista envidia a los gorriones que vivían alrededor de la casa de Dios y que recogían las migajas en sus atrios. Sólo deseaba que él pudiera también frecuentar las solemnes asambleas y llevarse un poco del alimento celestial.
“Y las golondrinas un nido para sí donde poner sus polluelos…”
Envidiaba también a las golondrinas cuyos nidos estaban bajo los aleros de las casas de los sacerdotes, donde encontraban un lugar para sus pequeñuelos así como para sí mismas. Nos regocijamos no sólo en nuestras oportunidades religiosas personales, sino también en la gran bendición de poder llevar a nuestros niños con nosotros al santuario. La iglesia de Dios es una casa para nosotros y un nido para nuestros pequeños.
“Cerca de tus altares, oh Señor de los Ejércitos…”
Estos pequeños pájaros se acercan a los mismos altares. Nadie podía impedírselo, ni hubiera querido hacerlo. David hubiera querido ir y venir tan libremente como ellos.
“Mi Dios y mi rey.”
Él expresa su lealtad desde lejos. Si no podía pisar los atrios, al menos amaba a su Rey. Podía ser un desterrado, pero no un rebelde. Cuando no podamos ocupar un lugar en la casa de Dios, Él tendrá un asiento en nuestra memoria y un trono en nuestro corazón. El doble “mi” es muy precioso; él se aferra con ambas manos a su Dios, y está resuelto a no soltarlo hasta que le conceda el favor que le ha venido solicitando desde hace tiempo.

Cosas Nuevas y Antiguas (8)
3. ”Aún el gorrión halla una casa…”
Aquí se alude al tierno cuidado que Dios tiene por la menor de sus criaturas. El salmista, estando en exilio, envidia sus privilegios. Desearía poder hacer su nido, si fuera posible, en la morada de Dios. El creyente encuentra casa perfecta y descanso en los altares de Dios; o más bien, en las grandes verdades que ellos representan. Pero su confianza en Dios es endulzada y fortalecida por el conocimiento de su cuidado minucioso, universal y providencial. Es un motivo de admiración gozosa para él. “Dios no falla” –ha expresado alguien brillantemente- “en encontrar una casa para el menos valioso de los pájaros, y un nido para el más inquieto de ellos.” ¡Qué confianza debería este pensamiento darnos! ¡Qué descanso! ¡Qué reposo encuentra el alma que se echa en el cuidado tierno y vigilante de Aquel que provee tan plenamente a las necesidades de sus criaturas!
Pero hay algo que me llama poderosamente la atención en estos pájaros: Ellos no conocen a Aquel de quien todas estas bondades fluyen. Gozan de la rica provisión de su cuidado cariñoso, porque Él piensa en todo lo que necesitan, pero no hay ninguna comunión entre ellos y el Gran Proveedor. De aquí, alma mía, puedes sacar una útil lección: Nunca te des por satisfecho por frecuentar tales lugares, o por gozar ahí de ciertos privilegios, sino levántate en espíritu, y busca, encuentra y goza de una comunión directa con el Dios vivo a través de Jesucristo, nuestro Salvador. El corazón de David se vuelve hacia Dios mismo:
“Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo.”

4. “Bienaventurados los que habitan en tu casa.”
Bienaventurados, en verdad, podemos nosotros exclamar, y lo serán por siempre. Ellos son moradores, no visitantes en la casa de Dios. “Habitaré en la casa del Señor para siempre.” (Sal 61:4) Esto es cierto de todos los que confían en Jesús ahora. Pero aunque todos los hijos de Dios son sacerdotes por nacimiento, como eran los hijos de Aarón, no todos son, lamentablemente, sacerdotes por consagración (Ex 29). Comparativamente pocos conocen su lugar sacerdotal en el altar de oro. Muchos dudan si sus pecados –raíz y ramas- fueron consumidos fuera del campamento (9) y, consecuentemente, temen entrar en el atrio, y aun cuando se les asegure que han sido plenamente justificados y santificados en el Resucitado, dudan seriamente y temen que esa bendición pueda no ser suya.

Spurgeon
4. “Bienaventurados los que habitan en tu casa.”
El salmista estima que son más favorecidos aquellos que están constantemente ocupados en el servicio divino: los canónigos residentes, los que abren los púlpitos, los sirvientes que limpian y barren el polvo. Ir y venir es refrescante, pero permanecer en la casa de oración debe ser el cielo aquí abajo. Ser los huéspedes de Dios, gozar de la hospitalidad del cielo, ser apartado para el trabajo santo, protegido del ruido mundano, y estar familiarizado con las cosas sagradas, esta es ciertamente la mejor heredad que un hijo del hombre puede poseer.
“Perpetuamente te alabarán.”
Estando tan cerca de Dios su vida misma debe ser adoración. Seguramente sus corazones y sus lenguas nunca cesan de magnificar al Señor. Tememos que David hizo aquí una pintura de lo que debía ser y no de lo que es en realidad. Porque aquellos que se ocupan de las cosas necesarias para la adoración pública no son siempre los más devotos. Sin embargo, en un sentido espiritual es muy cierto lo que David dice, porque los hijos de Dios, que en el espíritu permanecen siempre en su casa, están siempre llenos de alabanzas a Dios. La comunión es la madre de la adoración. Cesan de alabar a Dios los que se alejan de Él, pero los que moran en Él le están magnificando siempre.

Notas: 1. Aparte del libro “Enarrationes in Psalmis” de San Agustín y de los comentarios a los Salmos de Bellarmino y de Franz Delitschz, los textos seleccionados están tomados de la espléndida obra de Charles Spurgeon, “El Tesoro de David”, la cual, además de los comentarios del propio predicador, contiene pasajes selectos de otros autores.
2. El encabezamiento que tienen la mayoría de los salmos es probablemente muy antiguo, pero no forma parte del texto mismo. En la mayoría de los casos debe haber sido añadido por los escribas antes de Cristo, en el proceso editorial por el cual cada salmo fue incorporado al Salterio.
3. Franz Delitzsch (1811-1890) fue un erudito judío, convertido al cristianismo, quien junto con J.C.F.Keil escribió un importante y masivo comentario del Antiguo Testamento. Se dedicó también a combatir el creciente antisemitismo de la época.
4. El gran teólogo y escritor, obispo de Hipona (354-430), dejó una vasta obra doctrinal y homiléctica en la que figuran los sermones que pronunció sobre cada uno de los salmos. Su pensamiento ejerció gran influencia en los reformadores Lutero y Calvino.
5. El cardenal Bellarmino (1542-1621) fue un polemista y predicador, cuya gran elocuencia y erudición atraía incluso a los teólogos protestantes con los cuales discutía. Entre otras cosas se distinguió por haber defendido a Galileo en el juicio que le entabló la Inquisición.
6. John Gill (1697-1771) gran pastor y predicador bautista británico. Dejó un vasto comentario de ambos testamentos.
7. Ch. Spurgeon (1834-1892), predicador bautista que alcanzó desde joven tan gran notoriedad que hubo de construirse para él un templo con una capacidad para seis mil asistentes.
8. Debe tratarse de una publicación evangélica colectiva de la época.
9. Es decir, en la cruz de Cristo, que fue levantada fuera de las murallas de Jerusalén.

#639 (08.08.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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