viernes, 26 de marzo de 2010

PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO II

Después de haber mencionado los peligros que esconde el amor al dinero, terminé mi charla anterior preguntando ¿cuál debe ser la actitud del cristiano frente al dinero? Vamos a tratar de contestar a esa pregunta.

En su primera epístola a Timoteo San Pablo escribe que "el amor al dinero es la raíz de todos los males." (1Tm 6:10) No escribe que el dinero sea la raíz de todos los males, sino el amor al dinero. El dinero en sí es neutro. Es un instrumento indispensable para la vida, sin el cual la vida urbana, la vida de la sociedad, sobre todo en las ciudades, sería imposible.

Hemos visto, sin embargo, cómo el dinero, en virtud de su capacidad de permitirnos adquirir cosas, y del poder que otorga, se convierte para el hombre en un fin en sí mismo. Y hemos visto también cuáles son las variadas motivaciones por las cuales el hombre busca tener y acumular dinero, y hace del dinero un ídolo, al que puede llegar a sacrificar todo. El afán de poseerlo distorsiona las prioridades humanas y distorsiona nuestra escala de valores morales. Por amor al dinero el hombre se convierte en enemigo del hombre y es capaz de cometer los actos más atroces. San Pablo tenía pues razón al denunciar al amor al dinero como la raíz de todos los males.

Ahora bien, aun reconociendo que las cosas sean como hemos descrito, puesto que el dinero es indispensable para vivir, ¿existen motivaciones justas para desear tener dinero? ¿Existen razones justas para desear adqurirlo sin que se nos convierta en un ídolo?

Sí las hay. El hombre equilibrado, el cristiano, tiene sobradas razones buenas para desear ganar dinero, e incluso, para llegar a ser una persona adinerada. ¿Cuáles son?

En primer lugar, y esto es obvio, para no pasar necesidad. Es necesario tener el dinero requerido para comer, para vestirse y tener un techo.

En segundo lugar, y esto es muy importante, para dar a nuestra familia una vida decorosa, digna. El hombre que tiene esposa e hijos tiene el deber de proveer no sólo a su sustento, sino que debe proporcionar a sus hijos una buena educación que les permita enfrentar los retos de la vida más adelante; debe atender a su salud, proporcionarles oportunidades de sano entretenimiento, etc., es decir, todas aquellas cosas que constituyen una vida equilibrada. San Pablo dice que el creyente que no provee para los suyos es peor que un incrédulo (1Tm 5:8).

Una excelente motivación para tener más dinero en exceso de lo indispensable es para dar a los que no tienen. La palabra de Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento recomienda en muchos pasajes acordarse de los menos favorecidos y proveer a las necesidades del prójimo que carece de las cosas más elementales.

Jesús llegó incluso a decir que lo que hagamos por el pobre, se lo hacemos a Él (Mt 25:40). Es como si Jesús se disfrazara de pobre y nos visitara para darnos oportunidad de manifestar nuestro amor por Él con hechos prácticos, mostrándoselo al pobre. Tengamos pues mucho cuidado en cómo tratamos al necesitado, incluso cuando nos sea odioso, pues podría ser Jesús mismo quien nos extiende la mano.

Pero es también una buena motivación la del empresario que, por amor a su país, desea hacer empresa para crear riqueza y dar trabajo a las masas desempleadas. Dios ha levantado a muchas personas del mundo, creyentes e incrédulos, que no son concientes de que Dios las utiliza con ese fin. Porque Dios ama a su creación, ama a todos los seres humanos que ha creado y se ocupa de su bienestar.

Por último, una motivación muy recomendable para tener dinero, es la de desear contribuir a la expansión del Evangelio en el mundo. La obra de Dios no puede realizarse sin dinero para subvencionar la impresión de biblias baratas, sin dinero para enviar misioneros, sin dinero para sostener iglesias, o para pagar el sueldo de los pastores y ministros del Evangelio; para pagar espacios en la radio y en la televisión; para publicar revistas, periódicos y libros que lleven el mensaje a los puntos más lejanos de la tierra, etc., etc. Tantas cosas que se hacen con dinero. ¡Benditas las manos que lo proveen!

Y no estoy hablando aquí del diezmo. Lo he tratado en otra oportunidad y no voy repetir lo dicho en su momento. Sin embargo, quisiera hacer anotar que nosotros no estamos bajo la ley del diezmo sino bajo la gracia de la promesa. No obstante, el principio del diezmo sigue siendo válido en nuestros días y Dios lo usa para el sostenimiento de las iglesias y de su obra, así como para bendecir a los que lo practican fielmente.

Pero aún queda otro terreno por explorar. El episodio del diálogo de Jesús con el joven rico es sumamente intrigante porque plantea la cuestión de las riquezas en una forma que es contraria a la concepción corriente. Ese joven tenía un deseo sincero de buscar a Dios y lo había demostrado desde niño cumpliendo fielmente los mandamientos. La Escritura dice que Jesús lo miró con amor y le dijo: "Una cosa te falta. Vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres. Así tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme" (Mr 10:21).

Sobre la base de este pasaje se ha sostenido a veces que toda persona que posea dinero y que quiera seguir a Jesús, debe desprenderse de todo lo que tiene y dárselo a los pobres. Pero este joven es la única persona en los evangelios a la que Jesús le pide un sacrificio semejante. No es una exigencia que Jesús plantee a todos. ¿Por qué se la hace Jesús a ese joven?

Precisamente porque Jesús lo mira con amor, porque ve en él la capacidad de ir más lejos que el simple cumplimiento fiel de los mandamientos.

Jesús vio en él la capacidad de convertirse en un discípulo suyo, como lo eran los apóstoles; vio el potencial de una vida totalmente consagrada a Él. Pero para que pudiera comprometerse de esa manera, al joven le era necesario primero renunciar a sus riquezas. ¿Por qué motivo?

Los apóstoles, sabemos bien, habían abandonado todo: casa, familia, oficio y posesiones (Mr 20: 28,29). Pero fijémonos en que, aunque ellos no eran indigentes, tampoco eran ricos, salvo quizá Mateo, que había sido cobrador de impuestos (Mt 9:9). Con esa posible excepción no tuvieron ninguna riqueza que abandonar. Por eso les fue fácil en cierto sentido seguir a Jesús.

Pero ese joven sí la tenía y su dinero era para él un tropiezo. Era algo que lo retenía. Él hubiera querido hacer ambas cosas: seguir a Jesús y, al mismo tiempo, conservar sus posesiones. Pero eso no hubiera sido posible, porque hubiera tenido entonces dos tesoros, uno en el cielo y otro en la tierra; hubiera tenido dos señores, su Maestro y sus riquezas, y su corazón habría estado dividido.

Jesús le dijo al joven rico que vendiera todo lo que tenía porque su corazón estaba atado a sus riquezas. Si quería realmente seguirlo tenía que deshacerse de esa atadura y ser libre. Es un hecho innegable que los bienes materiales se interponen entre Jesús y nosotros. Desvían y atraen nuestro corazón. Anclan nuestro corazón en lo terreno. Nos impiden entregarnos totalmente a Dios.

Pero Jesús no le pidió a Pedro que vendiera sus posesiones, su lancha para pescar, y sus redes . Cuando Jesús murió, Pedro y sus compañeros volvieron a su oficio de pescadores, porque no habían vendido todo (Jn 21:1-14). Jesús no se los exigió, posiblemente porque vio que su corazón no estaba preso, y quizá también porque previó que en algún momento podrían necesitarlo (Nota 1).

Pero a algunas personas Jesús sí les pide que se desprendan de todo. Se lo pide porque desea verlos totalmente libres de ataduras y porque desea utilizarlos sin trabas. De hecho, nadie puede seguir a Jesús a tiempo completo y tener su mirada puesta en preocupaciones materiales. De ahí que Pablo diga que el que anuncia el Evangelio debe vivir del Evangelio (1Cor 9:14). (2)

Pero a las personas que tienen responsabilidades familiares o que ocupan determinadas posiciones en el mundo donde Dios quiere usarlas, Dios no les pide que se desprendan literalmente de todo, porque, si lo hicieran, no podrían atender a las necesidades de los suyos y tampoco podrían serles útiles ahí donde Dios quiere usarlos.

A esas personas lo que Dios les pide es que "si tienen esposa, sean como si no la tuvieran...si compran, sean como si no poseyesen; y si disfrutan de este mundo, como si no disfrutaran; porque la apariencia de este mundo pasa." (1Cor 7:29-31). En suma, que su corazón no esté apegado a las cosas materiales, sino que gocen sanamente de ellas sabiendo que son pasajeras y que algún día tendrán que dejarlas.

Esa es la actitud que debe tener el cristiano, el discípulo de Cristo, frente al dinero. Adquirirlo y poseerlo en la medida en que es necesario para sí y para los suyos; reconociendo que él no es el dueño de las riquezas, sino tan sólo su administrador; sabiendo que algún día dará cuenta del buen o mal uso que hizo de ellas; contentándose con lo que tenga, mucho o poco (Hb 13:5; Pr 30:8,9), si con ello satisface sus necesidades legítimas y cumple los propósitos de Dios para él. Es decir, tener dinero con desprendimiento, sin poner en él el corazón. De esa manera el dinero no le será piedra de tropiezo sino, al contrario, un medio para servir a Dios y bendecir al prójimo.

Quisiera terminar estas reflexiones saliéndome, si me lo permiten, un poco del tema, para mostrar cómo el episodio del joven rico encuentra aplicación en aspectos de nuestra vida que tienen poco que ver con el dinero en sí mismo. Hace unos días me despertó como de costumbre el despertador a las 6 a.m. Esa noche no había dormido bien y, además, hacía frío. De manera que tenía pocas ganas de levantarme para orar. Entonces le dije mentalmente al Señor: "Discúlpame, si me quedo a orar en cama". Pero algo dentro de mí no me dejaba tranquilo: Yo no era capaz de desafiar el frío de la mañana y el cansancio para ponerme de pie a orar, como suelo hacerlo, pero Jesús sí fue capaz de enfrentar todo el sufrimiento de la cruz, la sed y el agotamiento, y beber hasta la última gota el cáliz de su muerte para salvarme... Era Jesús quien me lo estaba recordando. En ese momento me acordé del episodio del joven rico a quien Jesús pidió que vendiera todas sus posesiones y lo siguiera. Y porque no pudo desprenderse de ellas no siguió a Jesús y volvió atrás. Yo sentí que Jesús me decía: "Toma tu cruz y sígueme; afronta el frío y el cansancio para estar conmigo un rato y que hablemos al pie de la cruz." Pero yo le contesté: "Señor, ahora no puedo, estoy tan bien aquí arropado, no puedo desprenderme del calor de mis frazadas. Discúlpame. Otro día te seguiré." ¿Qué recompensa me habré perdido?

Hay varias maneras de seguir a Jesús. Unas más costosas que otras. En unas la corona que nos espera es grande y gloriosa; en otras, pequeña y de poco brillo. A nosotros nos toca escoger. (22.7.01)

Notas: 1: Hay quienes interpretan el hecho de que los apóstoles hubieran vuelto a la pesca después de la crucifixión, como si hubieran vuelto al mundo. Pero yo creo que esa es una interpretación injustificada, que es manifestación de un espíritu de juicio que se ha infiltrado en la iglesia. Ellos volvieron a sus redes porque ya no estaba Jesús presente todo el tiempo con ellos y no tenían otro a quién seguir. Todavía no había descendido el Espíritu Santo para enviarlos a predicar el Evangelio. ¿Qué iban a hacer? Volver a sus ocupaciones y esperar, como Jesús les había dicho.

2. Hay, sin embargo, el peligro de que los que viven del Evangelio, habiendo renunciado a todo, lleguen a tener posesiones, y que su corazón se apegue a ellas y al lujo (1Tm 6:6-8).

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

NB. Este artículo, que fue publicado por primera vez en julio de 2001, sirvió de base para la segunda de una serie de charlas sobre la “Administración del Dinero” propaladas en el programa “Llenos de Vida” por Radio del Pacífico en febrero pasado.
#618 (14.03.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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