miércoles, 10 de marzo de 2010

LA ADMINISTRACIÓN DEL NO Y OTROS TEMAS FAMILIARES

¡Cuántas veces hemos visto el espectáculo de niños a quienes sus padres les dicen “No hagas tal cosa”, y lo siguen haciendo como si fueran sordos!

No han sido educados para obedecer a sus padres. El niño que crece habituado a no obedecer a sus padres en las minucias de la infancia, no les obedecerá cuando sean grandes y, cuando sea adulto, tenderá a desobedecer a las leyes y a las autoridades, porque lo han acostumbrado desde pequeño a no respetar las prohibiciones y a hacer lo que le da la gana. Eso explica mucho del desorden que vemos en nuestro país (Nota 1).

¿Quiénes son los culpables? Los padres que no supieron asumir su responsabilidad de educar bien a su hijo. Pero en ciertos casos también algunos falsos expertos que sostienen, con argumentos falaces, que no debe frustrarse a los niños con prohibiciones y limitaciones a sus caprichos.

Sin embargo, la verdad de Dios que está en la Biblia amonesta a los padres a que disciplinen a sus hijos, sin exasperarlos. Hay más de cincuenta proverbios que hablan de la educación y de la disciplina de los hijos. Mencionaré sólo uno: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama desde temprano lo corrige.” (13:24).

La educación es un proceso que empieza desde que el niño nace. El niño de pocos meses debe ser amado, acariciado, consolado y atendido en sus necesidades, pero debe también ser enseñado que No es No.

Si se le acostumbra a acatar el No de su padre y de su madre con un simple gesto, o una mirada severa, entenderá el mensaje, y se acostumbrará a acatarlo.

Si, no obstante, insiste en seguir haciendo lo que se le prohíbe, entonces sin discutir ni darle razones, se le toma de la mano, o se le carga y se le aleja del lugar donde está, o se le quita lo que estaba cogiendo. Esto puede hacerse sin ninguna dureza ni cólera, sino como algo natural.

Para poner un ejemplo simple: a los niños cuando empiezan a gatear –y hay que dejarlos gatear aunque se ensucien- les atraen sobremanera los enchufes y quieren tocarlos y meter sus deditos en los huecos. Eso es un peligro para ellos. Hay lugares donde se venden unos tapones que tapan el enchufe y que impiden que el niño pueda introducir sus deditos en los huecos del enchufe. Pero si no se consigue esos adminículos, es importante enseñar al niñito a no tocar el enchufe.
Cuando el niño se acerca al enchufe, basta con decirle suavemente: Nooo, para que el niño comprenda. A la tercera o cuarta vez habrá entendido que el enchufe es No, no.
Y esto se puede hacer sin severidad, sin llantos, con una sonrisa. El niño siente, intuye, cuando los padres lo reprimen por amor, a condición naturalmente de que ese amor se exprese con frecuencia.


Yo recuerdo que cuando uno de mis hijos, que era especialmente terco, se negaba a abandonar su juego para ir a la cama llegada la hora de acostarse, yo simplemente, sin discutir, lo levantaba por los pies y lo depositaba suavemente en su cuja, de la que, como tenía barrotes, ya no podía salir.
Al cabo de poco tiempo entendió y ya no se resistía, porque comprendió que era inútil, puesto que yo era más fuerte que él.


Medidas de ese tipo deben tomarse sin discutir ni dar razones al niño pequeño. Más adelante, cuando el niño se acerque a la edad de la razón (7 años) puede explicársele por qué se le manda, o se le prohíbe tal o cual cosa, pero después de que haya obedecido. Esto naturalmente presupone una actitud de amor de los padres con sus hijos. Si el padre, o la madre, o ambos, no aman a sus hijos, es muy difícil que las cosas funcionen. El amor es la primera condición.
Pero no se debe tratar de convencer con razones a los niños pequeños para que obedezcan. Eso es como rogarles que hagan lo que tienen que hacer. Los padres que se comportan de esa manera les hacen gran daño a sus hijos. Los preparan para ser unos tiranos cuando sean más grandes, y unos egoístas majaderos y engreídos cuando sean adultos.


Recuerdo que cuando nuestros hijos eran pequeños -y eran varios, y seguidos- y los llevábamos de visita a casa de parientes, o a algún lugar público, la gente se sorprendía de lo formalitos que eran, pues no hacían travesuras y se quedaban callados. Simplemente se comportaban así porque les habíamos enseñado a que en casa ajena, o en público, debían quedarse tranquilos, y lo hacían de una manera natural. En lugar de jugar o de pelearse entre sí, como suelen hacer los niños, observaban o escuchaban. Para un niño inteligente eso puede ser tan interesante como jugar.

Una de las claves en este proceso del aprendizaje de la obediencia es que se le enseñe al mayor desde pequeño a obedecer sin chistar. El segundo y los que sigan lo imitarán de una manera natural porque los niños son imitadores natos.

Una segunda clave del aprendizaje de la obediencia es que, en compensación de la obediencia, el niño pueda gozar de plena libertad en su pequeño mundo. El niño debe disponer de un espacio, o cuarto propio, en el cual pueda jugar a sus anchas y hacer lo que le venga en gana, incluso haciendo ruido.

Cuando cumpla un año, o quizá antes, debe poder entrar y salir de su cuja cuando se despierte. (Para eso hay cujas que tienen uno o dos barrotes removibles). Cuando no hay peligro de que se caiga y no necesite barrotes, conviene que tenga un colchón sobre una tarima baja, casi al nivel del suelo. Es barato y eficiente aunque quizá no del todo elegante. (2).

Debe dejársele armar y desarmar sus juguetes mecánicos, aunque eso signifique romperlos. Él no lo hace por romper sino por curiosidad: quiere saber cómo funcionan.

Los padres que castigan a sus hijos porque rompen sus juguetes están pensando en el dinero que les costaron, y no piensan que los juguetes sirven entre otras cosas para romperlos. Naturalmente se les puede enseñar también a conservar los juguetes que pueden serles útiles cuando sean más grandes.

He hablado de la necesidad de que los niños dispongan de un espacio propio para jugar. Si son varios las casas y departamentos modernos no siempre tienen las dimensiones adecuadas a las necesidades de espacio de los niños. Cuando mis hijos eran pequeños el ambiente más grande de la casa era el salón, que se convirtió en la sala de juegos de mis hijos, y siempre estaba patas arriba para escándalo de mis padres. Los sillones eran los castillos sobre cuales peleaban los caballeros con sus espadas, y el sofá de tres cuerpos era el colchón sobre el cual aterrizaban haciendo piruetas.

Cuando venía el verano y no íbamos a la playa, trasladaban sus travesuras al pequeño jardín, que para ellos era enorme. Su juego favorito era embadurnarse de barro de los pies a la cabeza estando desnudos. Luego se duchaban con la manguera -que era otro de sus juguetes favoritos- y había que secarlos antes de que oscureciera y se enfriaran.

Mis hijos crecieron sin televisor en casa, aunque podían ver uno que otro programa infantil en casa de los vecinos. Por contrapartida leían mucho, lo que fue muy bueno para sus estudios. El año 80, por las elecciones, me traje un televisor viejo de casa de mi madre. Después lo lamenté, porque el menor de mis hijos fue menos lector que sus hermanos mayores. Yo no dudo en decir que, en principio, la TV de señal abierta es perjudicial para los niños.

¿Y qué decir del castigo físico? A veces puede ser inevitable, pero cuando los chicos han sido bien entrenados, su uso puede ser sólo ocasional. Yo me traje del Brasil un látigo de gaucho que terminaba en una hoja de cuero duro, que sacaba chispas. Sólo tuve que usarlo un par de veces, y a mí me dolió más creo que a ellos. Cuando el ruido que hacían era excesivo –que para los visitantes de la casa era insoportable- me bastaba con pegar un latigazo con todas mis fuerzas contra una puerta, para que se restableciera súbitamente el orden y guardaran silencio. Nadie se movía. Sabían que dolía y eso bastaba.

Para que el niño aprenda a obedecer es muy importante que los padres estén siempre de acuerdo, que no les diga uno una cosa, y el otro, otra. Porque, de lo contrario, no sabrán a quién obedecer y se quedarán desconcertados.

Si los padres no están de acuerdo respecto de las reglas que hay que imponer a sus hijos, no deben ponerse a discutir delante de ellos. Eso les afecta mucho más de lo que los adultos pueden imaginar.

Los padres deben ventilar sus diferencias en privado y en silencio. Escuchar a sus padres discutir produce angustia en los niños, que cuando es provocada con frecuencia, se puede convertir en ansiedad crónica. Muchas neurosis de los adultos provienen de angustias repetidas sufridas de niño y provocadas por los padres.

Esto me lleva al tema de relaciones conyugales. El amor de sus padres hace felices a los hijos y contribuye poderosamente a su equilibrio emocional. Los niños intuitivamente sienten cuando los padres gozan amándose. La felicidad de los padres, la armonía que hay entre ellos, crea en el hogar un ambiente de paz que les es muy beneficioso. Yo iría hasta decir que a causa de sus hijos, los padres tienen la obligación de amarse y ser felices.

En cambio, la infelicidad de los padres y ser testigos de sus discusiones y peleas constantes, les hace mucho daño; los entristece y los vuelve inseguros.

Por ese motivo es muy importante que los padres se traten siempre entre sí con cortesía, amablemente, sin dureza, y que traten de la misma manera a sus hijos.

Así como los padres deben respetarse mutuamente, los niños deben también ser tratados con respeto. Si tú has de ser maleducado o malgeniado, sélo fuera de tu casa, no adentro. Reserva tus mejores modales para tu hogar, no al revés. Así enseñarás automáticamente a tus hijos a ser bien educados. Aprenderán las buenas maneras de sus padres.

Esto me lleva a tocar un tema que tiene que hacer inevitablemente con el presupuesto de la familia, y es el número de hijos que deben engendrar los padres. Soy consciente de que éste es un asunto controvertido.

Pero antes de abordarlo quiero recordar lo que la Biblia dice al respecto: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta.” (Sal 127:3-5)
Otro salmo dice: “Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos como brotes de olivo alrededor de tu mesa. He aquí cómo será bendecido el hombre que teme a Jehová.” Sal 28:3,4.


No conozco ningún pasaje de la Biblia que recomiende no tener hijos, o limitarlos. Más bien tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento bendicen la fecundidad de la mujer. Notémoslo: Las familias numerosas y unidas son la fortaleza de los pueblos.


Es un hecho histórico que conviene recordar, que uno de los factores que ayudaron a la expansión del cristianismo en los primeros siglos fue que los hogares cristianos tenían muchos hijos, comparado con los paganos que, por egoísmo, evitaban tenerlos.

El dicho conocido de que todo hijo que nace viene con su pan bajo el brazo, no figura en la Biblia, pero tiene un firme sustento bíblico.

Alguno quizá objete: Puede ser que el hijo venga con un pan bajo el brazo, pero no viene con la pensión escolar de regalo.

Es cierto, los tiempos han cambiado. El costo de la educación ha subido mucho desde los años noventa (3) y, lamentablemente, ya no se puede confiar en la educación escolar gratuita que ofrece el estado.

Sin embargo, pese a esos factores que impone la realidad yo, como alguien que tuvo nueve hijos y que no se arrepiente de ello, sigo creyendo que los padres deben estar abiertos al don de la fecundidad y tener todos los hijos que les sea posible tener o, como se decía antes, que Dios les mande.

Si los esposos cristianos hacen uso de los medios anticonceptivos químicos para limitar el número de sus hijos, deben ser conscientes de que ellos están empleando medios que fueron inventados con miras a facilitar la libertad sexual, y que, de refilón, han contribuido enormemente a la infidelidad conyugal y al divorcio. (4)

Décadas atrás uno de los grandes frenos de la promiscuidad y de la infidelidad era el temor al embarazo. La pastilla anticonceptiva eliminó ese temor, pero dio también lugar a una tremenda disminución de la tasa de natalidad de las naciones europeas que hoy están sufriendo una disminución progresiva de su población. Como consecuencia, para mantener la productividad de sus fábricas que necesitan obreros, recurren a los inmigrantes que, a la vez, por racismo rechazan. Ese hecho está socavando la paz de sus sociedades y entraña serios peligros para su futuro. (5)

El Perú tenía años atrás una tasa de natalidad vigorosa superior al 3%, que permitió que la población creciera rápidamente –¡Recuérdese que población es poder!- Pero en los últimos años ha visto reducir su tasa de natalidad a un nivel bastante inferior, en parte debido a las campañas compulsivas de ligaduras de trompas hechas en la década del 90, y a la difusión de las pastillas del día siguiente y otros métodos anticonceptivos. Actualmente la tasa de natalidad peruana es inferior al 2.5%, pero continúan los esfuerzos de los antinatalistas –financiados desde el extranjero- para que siga disminuyendo (6).

Naturalmente la realidad del costo de la alimentación, de la vivienda y de los colegios no puede ser soslayada. Pero es un hecho que en una familia numerosa los hijos pueden ser educados mejor. Si además hay amor entre los padres, los niños crecen psicológicamente más sanos.
Por eso yo invito a los esposos jóvenes a buscar la guía de Dios en lo que respecta al número de hijos que Él quiere que tengan, del número de hijos que Él quiere que sean bendecidos por la fe en Él que ellos tienen, y a estar abiertos a lo que Él les guíe.


Los padres no pueden nacer de nuevo por sus hijos, pero sí pueden educarlos de tal manera que estén abiertos a la palabra de Dios y estén dispuestos a entregarles su vida a Dios algún día.

Tener una familia numerosa impone ciertamente limitaciones y sacrificios a los esposos, pero ése es un sacrificio que Dios bendice y que retribuye de maneras insospechadas.


Pero ¿de qué serviría que tengan una familia numerosa si los niños crecen indisciplinados y sin temor de Dios? Sepan pues los padres cristianos que su primera obligación con sus hijos, después de alimentarlos, es enseñarles a obedecer.

Notas:

1. Debido a la crisis crónica que aflige a las familias en las clases populares, muchos niños crecen sin padre, lo que contribuye al problema de la indisciplina.
2. Las camas altas pueden ser convenientes para la utilización del espacio (porque tienen cajones debajo del colchón) pero no son adecuadas al tamaño del niño. ¿Qué adulto se sentiría cómodo con una cama cuyo colchón esté a la altura de su pecho?
3. Por culpa de una equivocada ley dada durante la década del 90 las universidades se convirtieron en instituciones de lucro, es decir en un negocio: la negación de lo que es una universidad. A partir de esa ley las pensiones no sólo de la universidades privadas, sino también las de los institutos técnicos empezaron a subir a niveles nunca vistos, que han convertido a la educación superior en una dura carga para los padres.
4. Es oportuno recordar que hasta 1930 todas las iglesias y denominaciones sin excepción se oponían tajantemente a los métodos anticonceptivos artificiales.
5. Para que se mantenga estable el nivel de la población de un país se requiere que la tasa de fecundidad por mujer sea del 2.1%. Por encima de esa tasa la población crece; por debajo, disminuye. Hay países europeos cuya tas de fecundidad femenina es 1.2. En cambio, las familias de los inmigrantes musulmanes tienen numerosos hijos. Eso ha llevado a un conocido líder islámico a predecir que en 50 años Europa será un continente musulmán.
6. No debe confundirse la tasa de fecundidad femenina con la tasa de natalidad. Mientras la primera indica el número de hijos que en promedio tienen las mujeres, la segunda, descontada la tasa de mortalidad, señala el ritmo al cual crece anualmente la población de un país.

#615 (21.02.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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