viernes, 31 de julio de 2009

JEROBOAM, EL QUE HIZO PECAR A ISRAEL I

2 Reyes 12:25. “Entonces reedificó Jehová a Siquem en el monte de Efraín, y habitó en ella; y saliendo de ahí, reedificó a Penuel.”
Al terminar el artículo anterior (“La Necedad de Roboam” #584) hemos visto cómo Roboam, al escuchar la palabra del profeta, desistió de su propósito de tratar de someter a Jeroboam y a las diez tribus rebeldes por las armas, porque entendió que la división del reino unido que había heredado de su padre era cosa que el Señor había hecho y no había nada que él pudiera hacer en contra.
Jeroboam, por su lado, posiblemente no entendió por qué motivo Roboam no había venido para hacerle la guerra, como era de esperarse. Pero libre de la presión de un ataque inminente, fortificó la ciudad de Siquem, que había escogido como residencia, e hizo lo mismo con Penuel, al otro lado del Jordán, para el caso de que más adelante tuviera que defenderse de ataques de sus enemigos.
Él podía ahora considerarse bien instalado como soberano del nuevo reino que había surgido como consecuencia de la división del reino que David y Salomón habían forjado. Sin embargo, tenía un motivo serio de preocupación:

26,27. “Y dijo Jeroboam en su corazón: Ahora se volverá el reino a la casa de David, si este pueblo subiere a ofrecer sacrificios en la casa de Jehová en Jerusalén; porque el corazón de este pueblo se volverá a su señor Roboam rey de Judá, y me matarán a mí, y se volverán a Roboam rey de Judá.
Él sabía que el pueblo, acostumbrado como estaba ya a ir al templo que Salomón había edificado espléndidamente en Jerusalén para ofrecer holocaustos a Jehová, tal como Moisés había ordenado, no dejaría de querer seguir haciéndolo. Entonces, no sin razón, pensó: si el pueblo sigue yendo a Jerusalén para rendir culto a Dios, inevitablemente sus afectos se inclinarán hacia el que reina en la ciudad santa, sobre todo si tienen alguna queja contra mí, como fácilmente puede ocurrir, siendo el corazón humano tan inestable y cambiante (Jr 17:9) y, en ese caso podrían rebelarse y matarme. Nótese cómo el que ha hecho algo contra su prójimo empieza a temer que otro pueda hacer lo mismo contra él.

28,29. Y habiendo tenido consejo, hizo el rey dos becerros de oro, y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto. Y puso uno en Bet-el, y el otro en Dan.”
Así pues, después de haber buscado el consejo de las personas sabias que había reunido en su corte, decidió que lo oportuno era darle al pueblo dos lugares de culto, uno al Norte en Dan, y otro al Sur, en Betel, poniendo en cada una de esas ciudades un becerro de oro, esto es, un ídolo, para que lo adoraran. (Betel quiere decir “casa de Dios”)
Podríamos decir quizá que aquí cometió Jeroboam el pecado contra el Espíritu Santo, pues él hizo concientemente lo que él sabía había sido el pecado que Aarón y el pueblo habían cometido cuando peregrinaban en el desierto mientras Moisés hablaba con Dios en el monte Sinaí: hacer que el pueblo adorara a un becerro de oro diciéndole que ése era el dios que los había sacado de Egipto (Ex 32:1-6). No sólo pecó Jeroboam él mismo, sino que sedujo al pueblo, apartándolo del culto al Dios verdadero, y haciendo que cayera en el mismo pecado de idolatría, fomentando la inclinación natural ya demostrada que entonces tenía el pueblo por los ídolos. Esto, por lo demás, no es de extrañar si se tiene en cuenta que no era fácil, en un mundo idólatra y acostumbrado, a las imágenes adorar a un Dios invisible.
Por razones de egoísta conveniencia política él hizo, conciente y voluntariamente, que el pueblo pecara. ¡Cuántas veces ocurre que los políticos por conveniencia personal, llevan a sus pueblos por caminos equivocados, sabiendo lo que hacen, es decir, no por ignorancia! El amor al poder es una tentación muy poderosa. Antes que adorar al becerro de oro Jeroboam adoraba al dios del poder que ese becerro simbolizaba.
Así como muchos rinden culto al dinero y otros al sexo, hay quienes lo sacrifican todo –en cierta manera, vendiendo su alma al diablo- con tal de gozar de una pequeña cuota de poder. Se dejan seducir por Satanás que les pinta engañosamente los beneficios y las satisfacciones que puede traerles ejercer poder sobre otros. Pero no son concientes de todo el daño que pueda derivarse de sus actos para la nación, y de todo lo malo que el pueblo pueda hacer como consecuencias de sus acciones e iniciativas demagógicas. ¡Qué terrible responsabilidad asumen los que, como modernos Jeroboam, tienen la capacidad de influir de una manera u otra en la conducta del pueblo! Esa responsabilidad no se limita a los que ejercen el poder desde el Ejecutivo, o desde cualquiera de los órganos del estado, sino se extiende también a los que pueden hacerlo a través de los medios de comunicación. Es cierto que en uno u otro caso la influencia que ejercen también puede ser buena, a Dios gracias, y hay hombres y mujeres que desde la porción de poder, grande o pequeña, que Dios les ha asignado, pueden hacer, y hacen de hecho, mucho bien.
Pero en el caso concreto de los medios de comunicación, impresos, radiales o visuales, la tentación de influir en un mal sentido es muy grande, porque hay mucho dinero de por medio y el mal se vende mejor que el bien, es decir, el pecado mejor que la virtud. Por eso se dice, tristemente con razón, que las buenas noticias no son marqueteras, no ganan “rating”, salvo cuando se trata del deporte. De ahí viene que las pantallas de la TV y los titulares de los periódicos estén llenos de sucesos escandalosos, y que las páginas interiores de los diarios se ensucien con pornografía.
¡Escucha bien Jeroboam, tú y los que siguen tus pasos, las palabras que pronunció Jesús: “!Ay de aquel por quien vienen los escándalos!” (Mt 18:7) ¡Ay de los que hacen tropezar a otros! ¡Más les valiera no haber nacido.!

31-33. “Hizo también casas sobre los lugares altos, e hizo sacerdotes de entre el pueblo, que no eran de los hijos de Leví. Entonces instituyó Jeroboam fiesta solemne en el mes octavo, a los quince días del mes, conforme a la fiesta solemne que se celebraba en Judá; y sacrificó sobre un altar. Así hizo en Bet-el, ofreciendo sacrificios a los becerros que había hecho. Ordenó también en Bet-el sacerdotes para los lugares altos que él había fabricado. Sacrificó, pues, sobre el altar que él había hecho en Bet-el, a los quince días del mes octavo, el mes que él había inventado de su propio corazón; e hizo fiesta a los hijos de Israel, y subió al altar para quemar incienso.”
En su ciego deseo de encumbrarse y de asegurar la posición que había conquistado, Jeroboam entró a terrenos que no le estaban permitidos y por los que sólo Dios podía transitar. Dios había dispuesto que sólo fueran sacerdotes los descendientes del levita Aarón, hermano de Moisés, (Ex 28:1; Nm 3:3), y que sólo sirvieran en el templo en otros cargos los de la tribu de Leví (Nm 3:12). Necesitando sacerdotes para el culto que él había inventado, Jeroboam comenzó a nombrar sacerdotes a los que a él se le ocurriera, según su capricho, y posiblemente poniendo a personas indignas de ese cargo. Y a los que nombró sacerdotes los indujo a pecar doblemente, pues ellos sabían muy bien que sólo podían estar en el sacerdocio los descendientes de Aarón y que al ejercer esa función indebidamente ellos se convertían en usurpadores.
Hizo más Jeroboam. Durante las décadas en que no hubo reyes ni templo en Jerusalén, el pueblo iba a ofrecer sacrificios a Dios a los llamados “lugares altos”, donde con frecuencia el culto se mezclaba con graves desórdenes: orgías y prostitución sagrada, por lo cual acudir a esos lugares fue gravemente prohibido. Pero Jeroboam sabía que por el mismo motivo al pueblo le gustaba acudir a esos lugares atraídos por esas prácticas lujuriosas. Pues bien, en lugar de reforzar la prohibición él no tuvo escrúpulos de incentivar esa mala costumbre, construyendo facilidades para la gente que acudiera a esos lugares y nombrando sacerdotes con ese fin.
Hizo más aun Jeroboam. Para que no fuera el pueblo a Jerusalén a celebrar la alegre fiesta de los Tabernáculos, que era muy popular, instituyó una fiesta paralela, semejante a la que se celebraba en Jerusalén, pero en un mes y días distintos a lo señalado por Dios (que era durante una semana a partir del día 15 del sétimo mes, Lv 23:34). La Biblia dice que él se había inventado esa fiesta “de su propio corazón”. Pero sabemos bien que si él hacía eso era porque él había entregado su corazón a Satanás, que era quien le inspiraba todas esas acciones sacrílegas. Dios había levantado en Egipto, a un legislador y profeta, a Moisés, para que le diera leyes al pueblo y ordenanzas para el culto que Jehová deseaba que el pueblo le rindiera. Siglos después Satanás levantó en Israel a un falso legislador que diera leyes espúreas y estableciera nuevos lugares de culto que reemplazaran a lo que Dios había establecido.
A la vista de todas las medidas religiosas que él tomó se hace patente que Jeroboam se había apartado completamente de Dios, pero a sabiendas de lo que hacía. La religión que el hombre se inventa de acuerdo a su propio corazón es abominación ante los ojos de Dios. ¡Cuántas veces ha ocurrido en nuestro cristianismo que el hombre ha sustituido la palabra de Dios por lo que él mismo se inventa, en muchos casos para alcanzar metas humanas, metas propias, independientes o contrarias a los objetivos de Dios!
Dios no podía dejar que la conducta soberbia de Jeroboam quedara sin reprensión pública. Por eso levantó a un profeta para que en su nombre condenara esos hechos.

13:1,2. “He aquí un varón de Dios, por palabra de Jehová vino a Bet-el; y estando Jeroboam junto al altar para quemar incienso, aquél clamó contra el altar por palabra de Jehová, y dijo: Altar, altar, así ha dicho Jehová: He aquí que a la casa de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman sobre ti incienso, y sobre ti quemarán huesos de hombres.” (Es decir, sobre el mismo altar sobre el cual los sacerdotes falsos queman incienso se quemarán los huesos de esos sacerdotes).
Es sorprendente que el profeta pronuncie el nombre del rey justo que, unos trescientos años después, Dios iba a dar a Judá para que restableciera el culto en su reino, que también se había desviado del recto camino (2R 23:4-14), y que además, en cumplimiento de esta profecía, tomaría Betel y sobre el altar que allí Jeroboam había levantado, quemaría los huesos de los sacerdotes falsos que habían oficiado en ese lugar (2R 23:15-18).
Para que no hubiera duda de que sus palabras venían de parte de Jehová, el mismo día el profeta “dio una señal diciendo: Esta es la señal que confirma que Jehová ha hablado: He aquí que el altar se quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará.” (1R 13:3).
¿Qué signo más patente de la intervención de Dios que un altar construido sólidamente de piedra, sin que medie golpe alguno, se quiebre por sí mismo derramando por el suelo la ceniza que sobre su superficie se había acumulado? ¡Eso fue lo que el profeta anunció! Pero en lugar de temblar ante el aviso que Dios le enviaba, “cuando el rey Jeroboam oyó la palabra del varón de Dios, que había clamado contra el altar de Bet-el, extendiendo su mano desde el altar, dijo: ¡Prendedle! Mas la mano que había extendido contra él, se le secó, y no la pudo enderezar.” (2R 13:4)
Nosotros solemos dar órdenes extendiendo el brazo en señal de autoridad. En esta ocasión el mismo brazo con el cual Jeroboam señaló al infractor que quería castigar, se quedó extendido sin que lo pudiera traer a sí. Es como si Dios le dijera: Toda tu autoridad y el poder de que te jactas está en mis manos y nada puedes contra mí.
Notemos cómo cuando el impío religioso ve que alguien denuncia su hipocresía con un signo inconfundible de que la denuncia viene de parte de Dios, en lugar de arrepentirse, su corazón se endurece y se vuelve contra el que le habló de parte de Dios y lo persigue. Esto ha ocurrido vez tras vez en el pasado y seguirá ocurriendo en el futuro.

13:5. “Y el altar se rompió, y se derramó la ceniza del altar, conforme a la señal que el varón de Dios había dado por palabra de Jehová.”
¡Cómo debe haber abierto Jeroboam sus ojos de estupor al ver que el altar delante del cual él oficiaba se rompía sin que nadie lo hubiera golpeado! Entonces sí, al ver el milagro, Jeroboam tembló y acudió al Dios que había negado, pidiendo que restableciera el movimiento normal de su brazo: “Entonces el rey respondiendo dijo al varón de Dios: Te pido que ruegues ante la presencia de Jehová tu Dios, y ores por mí, para que mi mano me sea restaurada.” (vers. 6ª) Así solemos comportarnos todos. Cuando nos va bien ignoramos a Dios y hasta nos atrevemos a desafiarlo. Pero cuando su mano aprieta y las cosas se ponen negras, nos humillamos y clamamos: ¡Señor, ayúdame! Toda nuestra rebeldía cae por los suelos, como la ceniza que se derramó del altar.
“Y el varón de Dios oró a Jehová, y la mano del rey se le restauró, y quedó como era antes.” (vers. 6b) (Nota) Es posible que el profeta accediera a orar por el rey para mostrarle que él no buscaba hacerle daño sino que se convierta.
Después de esto, ablandado su corazón, Jeroboam quiso invitar al profeta a comer con él para darle un regalo, pero el varón de Dios se negó a aceptar la invitación del rey, porque el Señor se lo había prohibido. Por ahora no deseo comentar el intrigante episodio que sigue y lo que acontece al profeta que había venido a reprender al rey. Lo haré más adelante. Quiero más bien seguirme ocupando de Jeroboam, porque si Dios ha puesto su historia con bastante detalle en las Escrituras es porque quiere que saquemos enseñanzas de su vida y de su mala conducta.
El hecho notorio es que pese al aviso que Dios le había dado, y al doble prodigio del que había sido testigo -la destrucción del altar y la rigidez de su brazo- Jeroboam no se arrepintió de su mal proceder, sino que se obstinó en seguir desafiando a Dios: “Con todo esto no se apartó Jeroboam de su mal camino, sino que volvió a hacer sacerdotes en los lugares altos de entre el pueblo, y a quien quería lo consagraba para que fuese de los sacerdotes de los lugares altos.” (vers. 33). Podemos imaginar cómo muchos en Israel tratarían de obtener para sí esa prebenda, pensando en los beneficios que podrían disfrutar, y usarían de todos los medios a su alcance para ganar el favor del rey, empleando quizá incluso el soborno con sus allegados.
Pero la impiedad de Jeroboam no podía quedar sin castigo, pues la Escritura dice que a causa de su pecado la casa de Jeroboam, es decir, su linaje, sería borrado de la tierra: “Y esto fue causa de pecado a la casa de Jeroboam, por lo cual fue cortada y raída sobre la faz de la tierra.” (vers. 34) En la continuación de esta enseñanza vamos a ver cuán terriblemente se cumplió esa profecía.

Nota. Este incidente me recuerda el episodio en que Pablo reprende al mago llamado Barjesús y ordena que quede ciego durante un tiempo (Hch 13:8-11)

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Después de esto, ablandado su corazón, Jeroboam quiso invitar al profeta a comer con él para darle un regalo, pero el varón de Dios se negó a aceptar la invitación del rey, porque el Señor se lo había prohibido. Por ahora no deseo comentar el intrigante episodio que sigue y lo que acontece al profeta que había venido a reprender al rey. Lo haré más adelante.

amigo quisiera saber el final del desenlace del profeta por que llega a morir y ser engañado por el profeta mentiroso que da cumplimiento a su palabra porfa explicarme, te lo ruego Dios te bendiga