martes, 14 de julio de 2009

SU ENSEÑANZA PRIMERA

"Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías: 'He aquí, yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará tu camino. Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas'. Apareció Juan bautizando en el desierto y predicando un bautismo de arrepentimiento para perdón de los pecados." (Mr 1:1-4)

Si se preguntara a un grupo de personas al azar en la calle: ¿cuál es la doctrina fundamental del Evangelio de Jesucristo? es muy probable que la mayoría respondiera: su enseñanza acerca del amor.

Sin duda el mensaje de amor sin límites que trajo Jesucristo, del amor que entrega la propia vida no sólo por los amigos, sino hasta por los enemigos, es la corona de las enseñanzas de Jesucristo, su aspecto más novedoso y revolucionario. Pero no es su fundamento. La doctrina primera y fundamental del Evangelio es el arrepentimiento de los pecados o conversión a Dios. (Estas dos palabras que se usan con frecuencia como equivalentes en el lenguaje común no son exactamente sinónimas, aunque expresan ideas muy afines).

Por ello es adecuado que San Marcos empiece su Evangelio escribiendo: "Comienzo de la Buena Nueva ("Evangelio" quiere decir "buena nueva") acerca de Jesucristo...Apareció Juan bautizando en el desierto predicando un bautismo de arrepentimiento..." (Mr 1:1-4)

Cuando poco después Jesús empezó su propia predicación, lo hizo proclamando: "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. Arrepentíos y creed en el Evangelio." (Mr 1:15).

De igual manera, cuando, en el curso de su primer sermón a la multitud congregada en el día de Pentecostés, el apóstol Pedro, ungido por el Espíritu, llevó a sus oyentes a preguntarle compungidos: "Hermanos, ¿qué tenemos que hacer?", él no les contestó "Amaos los unos a los otros", sino "Arrepentíos y haceos bautizar en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados". (Hch 2:37,38).

Vemos aquí pues, claramente, como toda evangelización debe comenzar por el arrepentimiento. Porque es imposible que nadie pueda amar a su prójimo como a sí mismo, y, para comenzar, cumplir ninguno de los preceptos del Evangelio, si antes no ha abandonado sus pecados y se ha vuelto de todo corazón hacia Dios. Es tan absurdo predicar el amor (o la paz, si se quiere) antes que el arrepentimiento como pretender construir el tercer piso de una casa antes de levantar el primero. Sin el primero, ni el segundo ni el tercero ni ningún otro piso se sostienen. Sin embargo, ese absurdo se da en algunas iglesias.

Citando al profeta Isaías, el Bautista proclamaba: "Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos...". ¿Porqué debe el hombre enderezar sus senderos? Porque "el camino del hombre perverso es torcido y extraño". (Pr 21:8). (La palabra "camino" en el lenguaje bíblico es sinónimo de "conducta", "comportamiento", "género de vida"). No pide el profeta que hagan sus senderos menos torcidos, sino que los hagan derechos.

El ladrón no es menos ladrón porque modere sus robos, ni el corrupto es menos corrupto porque rebaje la coima. Así como no se le dice al ladrón: "Roba un poco menos", sino que deje de robar del todo, tampoco podemos decirle al pecador: "Peca un poco menos; sé menos malo", sino "dale la espalda al pecado".

No hay dos maneras de convertirse: una a medias y otra del todo, sino una sola. El que pretende convertirse a medias, poco a poco, no se convierte nunca, permanece en sus pecados. Comete además un grave error: tratar de convertirse por sus propios medios, apelando a sus propias fuerzas. Y eso es imposible. Por más que trate, nunca lo logrará. De ahí que el profeta Jeremías pusiera en boca del pueblo hebreo esta petición al Señor: "Conviérteme y seré convertido." (Jr 31:18)

El hombre es incapaz de dejar el pecado por sí mismo, porque la ley del pecado vive en sus miembros y lo domina. "¡Ay de mí", escribió San Pablo, "¿quién me librará de este cuerpo de muerte?...Porque con la razón sirvo a la ley de Dios, pero con la carne a la ley del pecado." (Rm 8:24,25) Sólo cuando el hombre reconoce su incapacidad de convertirse a sí mismo y se entrega a Cristo de todo corazón, puede la gracia obrar el milagro de transformarlo interiormente. Mientras no lo haga permanecerá en su miserable condición.

De ahí que sea preocupante escuchar en algunas iglesias (no evangélicas) esa novedosa doctrina de la conversión gradual, o repetida, como de un esfuerzo que el hombre deba realizar para mejorarse a sí mismo.
Se ha reemplazado la vieja noción de "la conversión de los pecadores", a predicar la cual tantos heroicos santos y santas del pasado dedicaron sus vidas, por una moderna "moderación de los pecadores", más comprensiva de las debilidades humanas, más actualizada, liberal y fácil. El pecador puede llegar a ser bueno, alegan, si tan sólo se esfuerza por pecar menos o se aleja de los pecados más graves.

Admiten que Jesús dijo en la montaña: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición." (Mateo 7:13). Pero agregan que eso no hay que tomarlo tan literalmente. Si Jesús viviera en nuestros días, dan a entender, con todo lo que ha progresado el mundo, seguramente nos confortaría diciendo que también por el camino ancho hay un recoveco para llegar al cielo; que no sólo se llega por el camino estrecho.

A los que así predican se les podría aplicar el reproche que Jesús dirigió a los fariseos, diciéndoles que habían cerrado a la gente la puerta del reino de los cielos, que ni ellos entraban ni dejaban entrar a otros, (Mt 23:13)y que eran “ciegos, guías de ciegos” (Mt 15:14). Los que esas cosas predican tropezarán y caerán junto con los que los escuchan.

No es posible seguir dos caminos a la vez, aunque parezcan que están cercanos. No es posible seguir a Cristo sin romper con Satanás. No se puede ser amigo de éste y serlo a la vez de Jesús. Escojamos a quién queremos servir.

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