lunes, 2 de marzo de 2009

"SECRETOS DE LA INTERCESIÓN III"

Esta serie de artículos está basada en la trascripción de un ciclo de enseñanzas dadas en las reuniones de la Edad de Oro de la C.C. Agua Viva hace unos cuatro años. Al revisar el texto se ha mantenido el carácter informal e improvisado de la charla, así como alguna repetición inevitable.

Dijimos la vez pasada que nosotros tenemos un socio en la intercesión. O mejor dicho, habría que decirlo al revés: nosotros somos socios de alguien cuando intercedemos; somos colaboradores de alguien cuya misión hoy día en los cielos es precisamente interceder por todos. ¿Quién es Él? Nuestro Señor Jesucristo. Nosotros somos sus socios. Nosotros hemos sido llamados a ser colaboradores suyos en esta tarea de interceder por la salvación de los perdidos y por las necesidades de la gente. Nosotros, en tanto que intercesores, somos un ejército escogido, somos la crema y nata del pueblo Dios. Así que no tenemos por qué achicarnos y sentirnos menos. Y si acaso el diablo quiere meterte en la cabeza la idea de que “tú ya no puedes”, no le hagas caso, sino con toda fuerza dile: “¡Fuera de acá mentiroso! Estás equivocado. Ahora es cuando más puedo hacer en este campo, porque ahora tengo el conocimiento y la experiencia que me dan los años”. Prosigamos, entonces.

La semana pasada explicamos en qué consiste y cuál es el ministerio de Cristo actualmente y de cómo nosotros podemos colaborar en esta obra suya. Luego hablamos de las otras necesidades por las cuales podemos interceder, y hablamos también del equipamiento que necesitamos para interceder con éxito. Y por último explicamos cómo la intercesión es un sacrificio que requiere esfuerzo. Pero también explicamos de qué manera nosotros somos beneficiados al interceder por otros.

Ahora vamos a seguir hablando de las cosas que necesitamos poseer para ser buenos intercesores, qué requisitos, qué cosas concretas necesitamos nosotros tener como equipamiento interior y exterior a fin de poder realizar esta obra intercesora con excelencia. Entonces, ¿qué es lo primero que necesitamos?

Lo primero que necesitamos es tener fe y estar convencidos de que en Dios reside todo el poder.

Eso es muy cierto, pero es algo que de hecho es necesario no solamente para interceder, sino para poder llevar una vida cristiana exitosa, para decirlo de alguna manera. Pero hay algo más específico que se requiere.

¿Qué es interceder? Reducido a sus términos más simples, interceder es ayudar. Para poder ayudar se requiere tener el deseo de hacerlo. Si yo quiero orar por alguien debo tener el deseo de ayudarlo, necesito sentir una carga especial por esa persona, porque si mi corazón está lleno de indiferencia no me va a mover a hacer nada por nadie. La indiferencia es por definición estéril, pasiva. Y ese deseo de ayudar debe estar motivado por un resorte interior especial. ¿Cuál es? Claro está, sabemos que todo viene del Espíritu Santo, pero ¿qué resorte interior va a ser el que nos impulse a ayudar a una persona que quizá ni siquiera conocemos? El amor es ese resorte.

¿Por qué motivo la mamá o el papá se inclinan a ayudar a su hijo pequeño? Porque lo aman. ¿Por qué motivo la levantan del suelo cuando se cae, o lo limpian cuando se ensucia? Porque lo aman. El amor los impulsa a hacerlo de una manera natural. Si vamos a interceder, necesitamos amar a las personas por las cuales intercedemos, aunque no las conozcamos, y porque las amamos, vamos a sentir el deseo de ayudarlas. Requerimos eso. Tener el deseo de ayudar a la gente, un deseo que esté impulsado por el amor. El amor da urgencia, intensidad a la oración. Pregúntese pues cada uno: ¿Tengo yo realmente el deseo amoroso de ayudar a mi prójimo? Necesitamos tenerlo y si sentimos honestamente que no lo poseemos, debemos pedírselo al Espíritu Santo, porque si no tenemos ese impulso interior de ayudar, no nos vamos a poner en la brecha con entusiasmo, no vamos a llevar a cabo bien este ministerio de la intercesión. Hay que desear hacerlo, hay que desear el bien de las personas por las cuales vamos a orar. Puesto que interceder es orar por necesidades no propias, sino ajenas, necesidades de terceros, no nuestras, necesitamos desprendernos de nuestros propios intereses y de nuestras propias prioridades, dejándolas de lado, para poder hacerlo con constancia y fervor. Interceder en esas condiciones es como si dijéramos, orar a fondos perdidos, sin beneficio propio. Aunque, como veremos más adelante, en realidad si nos beneficiamos también nosotros de paso.

Hay muchas personas cuyo trabajo, o cuya ocupación principal, consiste en ayudar a otros en lo material. Son personas buenas que trabajan, o colaboran con determinadas instituciones de beneficencia, tales como orfanatorios u hospitales, por ejemplo; o visitando enfermos; o cuidando a los ancianos incapacitados, que ya no pueden hacer nada por sí mismos; o visitando a los presos en la cárcel. ¿Por qué lo hacen? Porque sienten el deseo de ayudar a esas personas, un deseo imperioso que el amor les infunde. Un amor, dicho sea de paso, que es un reflejo del amor a Dios.

¡Son tantas las necesidades de la gente! ¡Y son tantos los grupos humanos que tienen necesidad de ser ayudados en lo material y en lo espiritual!

Cuando una persona siente el deseo o impulso de ayudar, y se entera de una necesidad ajena, no se dirá a sí misma:“¡Uy! qué lástima!”, ni se pondrá a llorar lágrimas de compasión, sino que su primera reacción será ponerse a orar por esa persona, por esa necesidad, y luego verá de qué manera concreta puede ayudar.

De manera semejante, si nos enteramos de que una persona a quien conocemos está sufriendo por algún motivo, (y son tantos los motivos por los cuales sufre la gente, sean enfermedades, o problemas familiares, o problemas conyugales, o pérdidas económicas, etc.) si no estamos en la situación de poder ayudar de manera concreta, sea por la distancia o porque no es un asunto de nuestra competencia ¿qué cosa podemos hacer? ¿Nos cruzaremos cómodamente de brazos y nos diremos resignados: “¡Qué lastima!”, y no haremos nada? ¿No hay realmente nada que podamos hacer en esos casos? Sí que lo hay, y eso es orar.

Pero alguno dirá: “Eso es demasiado idealista; las oraciones se las lleva el viento”. ¿Es cierto? ¿Eso creen ustedes? Más bien, ¿habrá en el mundo arma más efectiva que la oración? En verdad, la oración es la ayuda más efectiva que podemos brindar a las personas afligidas. ¿Por qué es la oración realmente un arma poderosa? Se ha dicho, y es la pura verdad, que el poder de la oración es mucho mayor que el de la bomba atómica. ¿Por qué es eso?

Porque al orar e interceder por una causa, o por una persona, nosotros le damos oportunidad a Dios de intervenir, y su poder vence todos los obstáculos.

Supongamos que estalla un incendio en la casa de al lado (¡Dios no quiera que ocurra!), ¿qué vamos a hacer? ¿Gritar: “¡Hay, un incendio! ¡Corran!”? No, no hacemos eso sino llamamos a los bomberos. Es la primera y más sana reacción, No nos ponemos a gritar y a lamentarnos por el peligro, sino llamamos a los bomberos que pueden apagar el incendio.

En el caso de una situación grave y de otro tipo, ¿quién es nuestro bombero? Dios es nuestro bombero porque Él tiene el poder de hacer todas las cosas. Lo llamamos para que Él intervenga. El poder de la oración es el poder de Dios.

Alguno dirá ¿por qué Dios no interviene por iniciativa propia? En unos casos lo hace y en otros quiere que nosotros se lo pidamos que se haga cargo. Nuestra petición es una demostración de confianza que a Él le agrada.

Eso se cumple en todos los campos de la vida espiritual, incluso en el de la salvación de las almas. Jesús hizo todo lo que era necesario para salvarnos, pero no por eso nosotros somos salvos automáticamente. La salvación que Él ha provisto para todos tiene que ser apropiada personalmente por cada individuo, creyendo. La gracia de la fe debe llegarle a cada persona. Le llega por medio de la predicación, pero no todos se convierten al escucharla. ¿De qué depende? ¿Qué es lo que prepara el alma de las personas para escuchar la palabra? Las oraciones que son elevadas al cielo y las lágrimas que son derramadas por esas personas.

Dios está dispuesto a hacerlo todo por nosotros, pero nos dice: “Pídemelo, porque yo no quiero regalarte lo que tú no quieres recibir. Tú quieres que esa persona sea sanada. Yo estoy dispuesto a hacerlo, pero pídeme que sea sanada”. Dios quiere que le pidamos lo que queremos recibir de Él y Él quiere darnos. Por eso Jesús dijo: “Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, tocad y se os abrirá”. (Mt 7:7; Lc 11:9) Está diciendo: “Pídeme”. No dijo que esperemos sentados que nos lleguen las bendiciones del cielo, sino que se las pidamos. Él dijo: “Clama a mí y yo te responderé” (Jr 33:3). No dijo: “Espera sentado y te responderé”, sino, “clama”. Eso es lo que Dios quiere que hagamos. Pedir, clamar. De manera que de los que tomen a pecho el ministerio de la intercesión, de los que se propongan interceder por otros, depende el que las personas que atraviesan por dificultades sean ayudadas, o no lo sean. ¿Comprenden la importancia de este ministerio? Las personas pueden ser ayudadas, sanadas, sacadas de una situación difícil; los matrimonios pueden ser restaurados, dependiendo de que haya personas que estén dispuestos a ponerse en la brecha por ellos. En gran parte depende pues de nosotros, depende de los que oran. Si no se ora, no va a pasar nada, o muy poco, porque el motor de los cambios es la oración.

¿Se dan cuenta del poder que tenemos entre manos? De mí y de ustedes depende el que ocurran muchas cosas. Cada vez que nos ponemos a interceder, es como si echáramos mano de una llave para dejar salir a los presos, o para poder entrar donde hay una necesidad. La oración es la llave. A los que interceden se les encomienda esa llave. Es un poder muy grande, es un privilegio muy especial el que Dios nos otorga.

Puede ocurrir en ocasiones que no sepamos por qué motivos debemos orar. Queremos interceder pero no sabemos por qué causa debemos hacerlo en ese momento. Si eso nos ocurre podemos pedir: “Señor úsame en este momento para bendecir a alguien con mi oración”, y el Señor va a poner en tu corazón, en tu mente, el nombre de las personas, o la causa, por la cual Él desea que ores. Pero créanme: Ustedes no van a estar huérfanos de motivos para orar, porque si se los piden al Señor, e incluso sin que se lo pidan, apenas se pongan de rodillas, o se sienten para interceder, Dios va a poner en su corazón los motivos de oración para ese día. De esa manera ustedes van a poder intervenir bajo el patrocinio de Dios en la vida de tal o cual persona, así como el médico cuando entra en una casa, interviene en la vida de esa familia, o en la vida de la persona que está enferma. ¿No es eso una tarea maravillosa? ¿Cuántos anteriormente han podido hacerlo? Y ahora ustedes, adultos mayores, pueden hacerlo con más libertad que cuando tenían 20 años menos, porque ya no trabajan la mayoría de ustedes, y disponen de bastante tiempo libre. ¿Y cómo no usar ese tiempo de una manera fecunda? El tiempo libre de que disponen es un regalo de Dios, que debemos agradecer usándolo para el bien de los demás. ¡Oh, redimamos el tiempo el que de otro modo gastaríamos en tonterías! (Col 4:5).

Un tema por el cual todos nosotros, cualquiera que sea nuestra edad, debemos orar, es por nuestro país y nuestras autoridades, entre otras razones, porque ello redundará en nuestro propio beneficio. Pablo recomienda orar por nuestras autoridades (1Tm 2:1,2). Pero ¿intercederemos por ellas sólo en abstracto? ¿No apuntaremos el arma de la intercesión a aquellas manchas y heridas que afean a nuestro país y a los tres poderes del estado?

Si queremos interceder por nuestra nación ¿no oraremos por aquellos aspectos que necesitan ser mejorados? Sabiendo que hay mucha venalidad y deshonestidad en el poder judicial ¿no oraremos porque los jueces honestos y justos reciban todo el apoyo que necesitan a fin de cumplir rectamente con su misión de administrar justicia, que es una misión santa? ¿No oraremos pidiendo que los jueces deshonestos sean expuestos y denunciados, y que sean reemplazados por jueces probos e insobornables?

¿No querremos interceder por nuestro Congreso, para que en las próximas elecciones sean elegidos los candidatos más dignos? ¿Y para que se presenten como candidatos a un curul las personas más idóneas para ese cargo, y no las menos idóneas, como ha venido ocurriendo en los últimos años? ¿No oraremos porque los congresistas honestos, que no son muy numerosos hoy en día, reciban el reconocimiento y el apoyo que se merecen?

Si conocemos de actos de injusticia, de abuso y de atropello de derechos ¿no oraremos para que las víctimas encuentren quién las defienda? ¿No oraremos porque los abusivos, los extorsionadores y los injustos sean condenados, y brille la justicia en nuestro cielo?

Si somos concientes de la influencia, buena y mala, que la policía ejerce sobre la vida de los ciudadanos, y no ignoramos la corrupción que prevalece en nuestras fuerzas policiales ¿no le pediremos a Dios que ponga a la cabeza de esa institución a personas honestas y capaces? ¿No clamaremos porque los corruptos sean apartados de sus cargos?

Si nos enteramos de casos concretos de corrupción ¿no pediremos al cielo que los reprima? Si sabemos de un inocente encarcelado ¿no intercederemos porque se haga justicia en su caso y recobre a la brevedad su libertad?

Se está llevando a cabo actualmente en nuestros tribunales uno de los juicios más importantes de nuestra historia. ¿No intercederemos porque el acusado reciba una sentencia justa y ejemplarizadora, y porque los que fueron sus cómplices sean apartados para siempre de la política? ¿Puede haber justicia en un país en donde los culpables no son castigados? ¿No oraremos porque nuestro pueblo en adelante cierre los oídos a la demagogia?

Si amamos a nuestro país hay tantas razones y temas concretos por los cuales podemos interceder específicamente y no sólo en abstracto. No basta que pidamos: “¡Oh Dios, bendice a nuestras autoridades!” Dios con razón podría contestarnos: “¿Quieres que bendiga a las malas autoridades para que sean prosperadas?”

Es cierto que Jesús dijo que Dios hace brillar “su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5:45). Él obra así porque tiene misericordia de todos. ¿Pero no sería mucho mejor que los buenos prevalezcan sobre los malos? ¿Y que Satanás y sus huestes de maldad, que impulsan a los impíos, sean reprendidos? Es verdad que “nuestra lucha no es contra sangre ni carne sino contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef 6:12), que mueven los hilos de las pasiones humanas, e impulsan a los que están en autoridad a cometer crímenes, pero ¿contra quiénes debemos luchar? ¿Contra el titiritero, o contra el títere? Sin embargo, hay títeres que alcanzan tanto poder que se convierten a su vez en titiriteros de otros que los secundan atraídos por el soborno.

Si constatamos con pena y preocupación que el narcotráfico gana cada día más terreno en nuestro país, y se burla de la justicia, ¿no oraremos porque los cabecillas sean apresados y condenados? ¿No clamaremos porque no se produzcan excarcelaciones indebidas?

¡Hay tantos temas por los cuales podemos orar en pro de nuestra patria, por los cuales debemos interceder ante nuestro Padre para que se compadezca de la población de nuestro país! La lista es larga. Deberíamos confeccionarnos cada uno una propia de acuerdo a su experiencia e inclinaciones, y tenerla siempre delante suyo cuando empiece a clamar al cielo.

Si no oramos por éstas y otras calamidades que afligen a nuestro país, es porque nos son indiferentes, y estamos satisfechos con las cosas tal como están. Nos place vivir en medio de la hediondez de la corrupción y no nos ofende. Quizá hasta nos parece normal y no deseamos que las cosas mejoren porque nos hemos acostumbrado. Pero si realmente nos avergüenza la podredumbre que contemplamos a diario, le pediríamos a Dios que intervenga y cambie la mentalidad prevaleciente.

#563 (22.02.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. En la página web: www.lavidaylapalabra.com pueden leerse gran número de artículos pasados. También pueden leerse unos sesenta artículos en www.desarrollocristiano.com. Pueden recogerse gratuitamente ejemplares impresos en Publicidad “Kyrios”: Av. Roosevelt 201, Lima – Jr. Azángaro 1045 Of. 134, Lima – Calle Schell 324, Miraflores y Av. La Marina 1604, Pueblo Libre. SUGIERO VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM.

1 comentario:

URSULA dijo...

SEÑOR BELAUNDE ES UNA EXTRAORDINARIA ENSEÑANZA LA INTERCESION ME ESTA AYUDANDO MUCHO ,GRACIAS POR QUE CADA PALABRA ES UNA RESPUESTA A MILES DE PREGUNTAS QUE ME HACIA ACERCA DE COMO ORAR. ESTOY ORANDO POR ALGUIEN QUE VINO A LA IGLESIA RECIBIO AL SEÑOR PERO EN REALIDAD PREFIRIO IRSE AL MUNDO PORQUE ESTA LLENO DE TEMORES Y PRESIONES EN ESTA SOCIEDAD Y MI ANHELO ES QUE VUELVA A LOS CAMINOS DE DIOS PERO QUE DE VERDAD SE ARREPIENTA DE SUS PECADOS Y DEJE TODO VICIO. GRACIAS POR SUS CONSEJOS.