lunes, 9 de marzo de 2009

UNA VISIÓN PARA NUESTRO PAÍS

Voy a interrumpir la publicación de la serie “Secretos de la Intercesión” para tocar un tema que es de mucha actualidad en estos días. Se trata de un tema que tuve oportunidad de dictar recientemente en un Seminario de Liderazgo Avanzado en el marco de la Fraternidad Internacional de Hombres de Negocios. Mi exposición estuvo basada en un esquema modificado por mí del material que se me proporcionó.

Nuestro país es muy bello. La belleza de sus paisajes en las tres regiones naturales, costa, sierra y montaña, llama la atención de los visitantes extranjeros. Pero nosotros no hemos hecho con nuestras manos esta belleza. Nosotros no hemos levantado la cordillera de los Andes ni hemos sembrado de árboles la Selva. La belleza que nos rodea es un regalo de Dios y forma parte de la belleza de la naturaleza creada. El libro del Génesis lo dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra…Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla…Produjo pues la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto…Y vio Dios que era bueno.” (Gn 1:11,12).

Todo lo que Dios hace es bello y bueno.

La belleza de nuestros paisajes no es mérito nuestro, como he dicho, pero nosotros tenemos la obligación de conservarla. Si no lo hacemos atentamos contra la obra de Dios que Él mismo nos ha confiado, y ponemos en peligro la salud y bienestar de los habitantes del país.

Pero hay un marcado contraste entre la belleza física que aludimos y la realidad socio-económica del Perú. ¿Es bella esta realidad? Difícilmente podríamos afirmarlo. Esa realidad no es tan bella como nuestros paisajes.

¿Creó Dios esa realidad que no nos enorgullece? Todo lo que Dios hace es bello y bueno, hemos dicho. ¿Quién es entonces el responsable de esa realidad nada bella? Nosotros los peruanos somos los responsables, porque esa realidad es en gran parte resultado de nuestras decisiones históricas como pueblo, de nuestra conducta como ciudadanos, y sobre todo, de nuestra falta de sentido de responsabilidad.

También es culpa de muchas de las personas que han estado al frente del gobierno y desgobierno de nuestra patria. Recordemos que los primeros 30 años de nuestra vida republicana estuvieron dominados por el caos, en que caudillos personalistas se sucedían en el poder por lapsos cortos de tiempo, al que accedían mediante levantamientos, hasta que surgió Ramón Castilla, que empezó a poner orden en nuestra política y en la administración pública.

Pablo escribió: “Todo lo que el hombre sembrare, eso cosechará. (Gal 6:7) A lo largo de casi 200 años de vida independiente hemos sembrado lo que estamos hoy cosechando, y hoy estamos sembrando lo que nuestros hijos y nuestros nietos cosecharán más adelante.

¿Qué clase de país pues queremos?

En vista de lo anterior cabe preguntarnos en qué clase de país queremos vivir.

He resumido en seis puntos lo que nosotros debemos desear para nuestro país, la Visión que debemos tener para nuestra patria. Pero no basta con soñar. Es necesario ponerse manos a la obra.

1. Que el Perú sea próspero económicamente.
2. Que sea un país ordenado y limpio, donde se respete a la autoridad y se obedezcan las leyes.
3. Que sea un país poblado por gente honesta.
4, Que sea un país donde reine la justicia.
5. Que nuestro país tenga una población educada y de un nivel cultural alto.
6. Sobre todo, que sea un país cristiano.
Veamos punto por punto.

1. País próspero.
Nuestro país atraviesa actualmente por una etapa de prosperidad económica que ya dura algunos años. Ello es consecuencia de la aplicación de una política económica, sana, racional y realista.

Pero el bienestar económico no alcanza a toda la población. Todavía no chorrea a todos, como
suele decirse, aunque haya signos de que el número y la dispersión geográfica de los beneficiados por esa prosperidad están aumentando. Prueba de ello es el marcado aumento de la venta de autos nuevos, y la construcción de centros comerciales en las ciudades de provincias, así como la demanda de viviendas nuevas.

No obstante, todavía hay mucha pobreza. Ello se debe en parte: i) a las políticas económicas erradas del pasado, cuyas consecuencias no han sido superadas del todo; y ii) al egoísmo y la falta de espíritu de solidaridad que prevalece en nuestro pueblo.

Si bien la prosperidad económica no garantiza la felicidad de la población, ciertamente contribuye a ella de manera sustancial. Por ese motivo debemos desear que la expansión actual de nuestra economía continúe –pese a la crisis mundial- para que nuestra población goce de un bienestar cada día mayor.

2. País ordenado.
Deseamos vivir en un país tranquilo, seguro, donde las cosas funcionen. Aunque parezca hoy un cuento de hadas, así era el Perú en buena medida hace unos cincuenta años.

Pablo escribió: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos.” (Rm 13:1,2).

Debemos respetar a las autoridades porque ellas representan a Dios. Vale la pena notar que cuando Pablo escribió esas líneas reinaba en Roma uno de los emperadores más crueles y sádicos de la historia: el funesto Nerón, que desató la primera persecución contra los cristianos. No obstante, Pablo dice que resistir a esa autoridad malvada equivale a resistir a Dios. Por ese motivo los cristianos se sometían dócilmente al martirio. No se rebelaban porque los persiguieran, sino lo aceptaban como viniendo de parte de Dios. Recordaban que Jesús lo había anunciado y había llamado “bienaventurados” a los que fueran perseguidos por causa de su nombre (Mt 5:11).

Nosotros nos sometemos a las autoridades no por simpatía, ni por servilismo, sino por razones de conciencia, porque la autoridad de los gobernantes no proviene de las urnas electorales, sino de Dios.

Respetar a las autoridades implica obedecer a las órdenes que se impartan y cumplir las leyes y reglamentos vigentes. Si las leyes y los reglamentos no son justos, Dios les pedirá cuenta a los que los dieron, pero nosotros debemos obedecerlos. La llamada “desobediencia civil” sólo se justifica en casos extremos, cuando se dictan leyes que sean expresamente contrarias a la ley de Dios, como sería el caso del aborto..

La falta de respeto a la autoridad y a las leyes tiene como consecuencia que toda gestión, todo trámite, toda actividad económica, se vuelva difícil y costosa, y reine el caos. En los países donde las leyes se cumplen las cosas fluyen con facilidad. Los que pagan las consecuencias del irrespeto de la autoridad y de las leyes no son los extranjeros, sino nosotros mismos.

Para poner un ejemplo sencillo, si en una intersección donde hay mucho tránsito, no se respetan las luces del semáforo, se crea en poco tiempo un atoro de tráfico terrible. Pero si se respeta el semáforo el tráfico fluye sin dificultad.

Así pues, nosotros debemos trabajar porque las leyes no sean letra muerta en nuestro país, y no se siga diciendo: “Hecha la ley, hecha la trampa,” sino que, al contrario, nuestros ciudadanos den el buen ejemplo a otros países.

¿Supone el respeto a la autoridad que no debe haber oposición política? La oposición es buena, y cumple una función necesaria, cuando critica los errores del gobierno y denuncia la corrupción.

Pero las relaciones entre el gobierno y la oposición deben estar regidas por sentimientos rectos. Desafortunadamente suelen estar motivadas en la práctica por una lucha descarada por el poder, por la rivalidad y el egoísmo. En esos casos, la oposición no colabora sino obstruye la acción y los planes del gobierno, perjudicando al pueblo.

¿Qué queremos pues nosotros para nuestro país? Que la oposición haga su trabajo de una manera leal, y que la ciudadanía respete a las autoridades y cumpla las normas vigentes. El respeto del orden supone además, entre otras cosas, que las calles, plazas y lugares públicos sean mantenidos limpios y pulcros. La limpieza es no sólo un síntoma de buen orden sino también de disciplina, y refleja el carácter o psicología de la población. La suciedad suele ser una señal de la presencia del maligno y atrae a la delincuencia.

“Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.” (Rm 13:3,4) ¡Ay, Pablo, qué lejos estabas del Perú contemporáneo cuando escribiste esas líneas!

Lo que el apóstol escribe ahí, en efecto, no siempre funciona en el Perú, porque la aparición de un patrullero, por ejemplo, no suele inspirar confianza sino temor al ciudadano. ¿Por qué ocurre eso? Porque hay mucha corrupción en la policía.

La corrupción de las autoridades es un grave pecado y un terrible azote para la población que acarrea mucho sufrimiento.

“Cuando los impíos son levantados se esconde el hombre; mas cuando perecen, los justos se multiplican.” (Pr 28:28ª). Oremos pues porque lo segundo se cumpla: que los impíos desaparezcan de nuestra vida política y sean reemplazados por gente proba, capaz, que ponga el interés del país por encima de sus propios intereses.

Esto nos lleva al tercer punto:

3. País honesto.
“Cuando los justos dominan el pueblo se alegra, pero cuando domina el impío el pueblo gime." (Pr 29:2)”

¡Qué bueno fuera que pudiéramos jactarnos de la honradez de nuestra gente y de nuestros funcionarios públicos!

La honestidad facilita las operaciones comerciales porque se hacen en un clima de confianza. La deshonestidad engendra desconfianza mutua. Cuando no hay confianza entre las partes todo se complica porque se vuelve necesario tomar precauciones para protegerse del fraude y del engaño. Eso hace que aumente lo que suele llamarse en economía “el costo de transacción”. Todo se encarece.

Cuando la palabra dada no vale, todo tiene que ser certificado, notariado. Pero Jesús dijo: “Que tu sí sea sí, y tu no, no.” (Mt 5:37). Todo lo demás es pecado, o consecuencia del pecado. La mentira en los negocios tiene un alto costo económico. Cuando se puede confiar en la palabra de la gente las transacciones se facilitan. Nosotros debemos contribuir dando cada uno ejemplo de que nuestra palabra es firme como un contrato. En las Sagradas Escrituras hay múltiples ejemplos del valor de la palabra como compromiso ineludible.

La corrupción de las autoridades, la coima, las licitaciones amañadas, causan un grave despilfarro de los recursos del estado. Las obras públicas y las compras estatales salen más caras de lo que debieran, porque una buena parte de los fondos disponibles se va en “coimisiones”. Se emprenden proyectos mal concebidos o innecesarios, sólo con fines de lucro injusto, y los proyectos necesarios en curso se hacen mal. Debemos pues pararnos firmes contra la corrupción y denunciarla cuando nos topemos con ella.

“Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto;” (Rm 13:6,7a). Pagar impuestos es una obligación ante Dios y evadirlos es pecado.

Jesús nos dio ejemplo del pago oportuno de los impuestos: “Cuando llegaron a Capernaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? Él dijo: Sí. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero, diciendo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños? Pedro le respondió: De los extraños. Jesús le dijo: Luego, los hijos están exentos. Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti.” (Mt 17: 24-27). Jesús pagó el impuesto del templo aunque no estaba obligado, siendo como era la casa de su Padre. Al actuar de esa manera Él nos ha mostrado cómo nosotros debemos comportarnos en ese campo.

4. País justo.
Podemos enfocar el tema desde dos puntos de vista: el del sistema judicial y el de la justicia social.

Nuestra población no confía en el poder judicial, porque muchos jueces son corruptos o incapaces. Felizmente no lo son todos, pero sí un número bastante alto como para engendrar desconfianza. Hay jueces que dictan sentencias injustas que causan muchos perjuicios y sufrimiento.

Dios condena el soborno:“No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos.” (Dt 16:19)

Y también está escrito: “El impío toma soborno del seno para pervertir las sendas de la justicia.” (Pr 17:23). No cedamos pues, a la tentación del soborno, aunque no darlo pueda tener para nosotros un costo alto.

No podemos negar, de otro lado, que en el Perú reina una gran injusticia debido a las diferencias sociales y a los muchos privilegios injustificados. Los derechos de una gran parte de la población (la gente humilde y los campesinos) son conculcados sin escrúpulos, sin que haya casi nadie que los defienda. Los empresarios cercanos al poder abusan de la población y no son sancionados. Eso está pasando con la minería en la sierra, donde con mucha frecuencia se otorgan concesiones mineras que invaden o afectan zonas agrícolas, o centros poblados. A los que protestan contra esos atropellos se les acusa de subversivos. Cuando sea oportuno nosotros debemos levantar la voz en defensa de los afectados. Es nuestro deber como cristianos.

El hecho innegable es que las injusticias, así como las grandes diferencias en el nivel de vida, causan resentimientos profundos y tensiones sociales que ponen en peligro la gobernabilidad del país.

Las injusticias clamorosas favorecen a los demagogos. En los países ordenados y justos, como deseamos que nuestro país sea, la demagogia no prospera. En Suiza, Suecia, los EEUU o el Japón, por ejemplo, la política es bastante racional y obedece menos a resortes emocionales. Quiera Dios que el nombre del Perú se añada pronto al de esos países que son citados como ejemplo de buen gobierno.
Eso tiene que ver con la educación de la población.

5. País educado y con nivel cultural alto.
La calidad de la educación pública en nuestro país ha decaído muchísimo en las últimas tres décadas.

Eso no es casual. Es un hecho que a muchos políticos les conviene mantener a la población en la ignorancia, porque de esa manera es más fácilmente manipulable.

Un ejemplo patético lo vimos durante el proceso electoral del año 2000, en el que la campaña electoral consistió en buena parte en bailes de los candidatos que sustituían al debate de programas e ideas. Ese espectáculo constituía una vergüenza nacional: ganar votos de esa manera, con regalos y disfuerzos, y no con argumentos. ¡El proceso electoral, que es el proceso cívico más importante de un país, convertido en un circo!

En un país con una población educada ese triste y ridículo espectáculo sería inimaginable.

Para contrarrestar esa tendencia perniciosa nosotros debemos procurar estar enterados de la problemática del país, de modo que podamos formarnos una opinión propia bien fundada. Es nuestro deber como cristianos.

“Pagad a todos lo que debéis… al que respeto, respeto; al que honra, honra. No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley.” (Rm 13:7,8).

“Al que respeto, respeto.” El eslogan: “A la policía se le respeta” muestra el grado del deterioro del prestigio de la policía y el poco respeto que siente la población por esa institución indispensable.

“Al que honra, honra.” Los programas de televisión populares juegan con el honor y la vida privada de las personas, sin importarles el daño que pueden ocasionar a terceros. El éxito de ese tipo de programas es sólo posible gracias a la ignorancia de la gente.

A los conductores de los programas populares los ejecutivos de la publicidad los llaman “líderes de opinión”, aunque son en su mayoría en realidad unos ignorantes, pero influyen en la opinión pública. Pero ¿qué persona decente los invitaría a su casa? Lo que es peor, esos programas vulgares, y con frecuencia inmorales, se han convertido “de facto” en la universidad del pueblo. En algunos países las cartas de queja del público dirigidas a los patrocinadores comerciales de esos programas, han logrado que cambien su tónica y estilo. Es una estrategia que quizá podríamos adoptar.

El pueblo peruano solía ser conocido por sus buenos modales en el pasado. Esa es una tradición que se ha perdido que deberíamos recuperar. La mayoría de la gente se comporta hoy día como patanes, incluso los cristianos. Pero ¿a quién le gusta tratar con patanes? La patanería hace que el trato humano se vuelva desagradable.

“El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.” (Rm 13:10). La buena educación es una manifestación de amor al prójimo. Por eso se le llama “amabilidad” ¿A quién no le gusta tratar con una persona amable?

Las personas amables son agradables en su trato. Las personas que no son amables, son desagradables. Seamos nosotros amables con todos (Flp 4:5), y rechacemos a los que no se comportan de esa manera, porque la buena educación y las buenas maneras forman parte del capital humano de una nación.

6. País cristiano.
Necesitamos aspirar y trabajar porque la mayoría de la población se convierta a Cristo. Para comenzar necesitamos que un amplio sector lo haga, es decir, que haya en el país una “masa crítica” de cristianos.

Se habla de masa crítica cuando hay una suficiente cantidad de combustible radioactivo como para que se inicie una reacción atómica en cadena que provoque una explosión.

Si hubiera una “masa crítica” de cristianos en el país, se produciría una explosión de temor de Dios que transformaría a nuestra sociedad porque la mayoría le temería.

”El temor de Dios es el comienzo de la sabiduría” (Pr 1:7)

En un país donde hay temor de Dios se respetan las leyes, la gente es honesta y se cumple la palabra dada. Un país así es bendecido por Dios y puede esperar que se cumplan en él las bendiciones de Deuteronomio 28:

“Bendito serás en la ciudad y en el campo” (v. 3). Es decir, en la vida urbana y en la vida rural.

“Bendito el fruto de tu vientre” (v. 4). Tendrás una población sana y fuerte, bien alimentada.

Bendita serán tu canasta y tu artesa de amasar”. (v. 6). Es decir, tus negocios, tus industrias, todas tus actividades económicas.

“Dios derrotará a tus enemigos.” (v. 7). No tendremos temor de país alguno.

“El Señor te pondrá por cabeza y no por cola.” (v. 13). Tendrás prestigio entre las naciones del mundo. Cuando ese día llegue los peruanos no serán maltratados en otros países como mendigos porque tienen que emigrar para encontrar trabajo, sino que lo hallarán sin salir del país.

¿No estamos dispuestos a soñar y a luchar porque todo lo dicho se cumpla?


#564 (01.03.09)
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