miércoles, 18 de marzo de 2009

SECRETOS DE LA INTERCESIÓN IV

Esta serie de artículos que hoy concluye está basada en la trascripción de un ciclo de enseñanzas dadas en las reuniones de la Edad de Oro de la C.C. Agua Viva hace unos cuatro años. Al revisar el texto se ha mantenido el carácter informal e improvisado de la charla, así como alguna repetición inevitable.

Vamos a seguir hablando de las cosas que necesitamos para ser buenos intercesores. Aunque pueda parecer contradictorio, una de ellas es el deseo de ayudarnos a nosotros mismos. ¿Cómo así si el propósito de la intercesión es orar por otros, no por uno mismo? ¿Saben por qué? Porque cuando oramos por otro, Dios nos bendice. Si nosotros damos nuestro tiempo, damos nuestro esfuerzo y energías ¿Cuál es el resultado? ¿Acaso no dijo Jesús que todo el que da recibe? ¿Atenderá Dios solamente a la oración hecha por un tercero y se olvidará de la persona que oró? De ninguna manera. Si escucha la oración del intercesor, tendrá también compasión de éste. Sea lo que sea lo que demos a otros, sea nuestro tiempo, o nuestro esfuerzo, o nuestra atención, siempre recibiremos de Dios nuestro premio.

Cuando uno se ocupa de las cosas de Dios y de las cosas del prójimo, Dios se ocupa de las de uno. Incluso Él lo hará mejor de lo que uno mismo podría hacerlo.

En cierta manera interceder por otros nos libera de la necesidad de orar por nosotros mismos, porque Dios se ocupará de resolver nuestros problemas, y atenderá a nuestras necesidades, que Él conoce mejor que nosotros mismos, sin que se lo pidamos. En suma, cuando nosotros intercedemos por otros, le damos a Dios la oportunidad de bendecirnos. Nosotros seremos indirectamente beneficiarios de nuestra intercesión.

“Dios paga a cada cual según sus obras” es el principio que figura más veces en las Escrituras (Sal 62:12; Rm 2:6; 1P 1:17; Ap 2:23; 22:12). Si nosotros damos al prójimo, Dios nos va a dar a nosotros. Visto desde otro ángulo es el principio de dar y recibir: “Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo.” (Lc 6:38)

Es bueno que digamos con Jabes: “Bendíceme Señor”. Pero es mejor que digamos: “Bendice a Juan, bendice a Elena, etc.,” porque junto con Juan o con Elena, nosotros seremos bendecidos y a la larga el premio va a ser mejor. Por algo dice Pablo en Filipenses: “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de otros.” (Flp 2:4). Nos está diciendo: “Piensa primero en el prójimo y después piensa en ti”. ¡Ay, eso hacen los tontos, eso hacen los mensos!. No señor, eso hacen los vivos, eso hacen los inteligentes, porque el fruto que se cosecha será mayor. Nada nos bendice más a nosotros que bendecir a otros. ¿Quieres ser bendecido? Bendice a otros. ¿Quieres ser prosperado? Me consta porque lo he experimentado: da y Dios te va a recompensar con creces.

Ahora bien, también es cierto que el hecho de orar por otros no nos exime de la obligación de ayudarlos también materialmente cuando sea necesario. Las dos cosas van juntas. Por algo escribe Santiago: “Si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento diario, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no le da las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué le sirve?” (St 2:15,16).

Por eso es que cuando Jesús veía a alguien enfermo no se contentaba con orar al Padre por él, sino que iba y lo sanaba. Cuando vio a una viuda llorando porque había muerto su único hijo, no le dio solamente el pésame como hacemos nosotros. No le dijo: “¡Ay hermana, yo sufro contigo! ¡No sabes cuánta compasión siento por tu sufrimiento!”, sino que resucitó a su hijo y se lo entregó vivo. Se compadeció y actuó. Así también debemos comportarnos nosotros: Orar y ayudar, en la medida de lo posible. Que la oración no sea una excusa para quedarnos con los brazos cruzados. ¿Cómo te gustaría que se porten contigo si te encuentras en un apremio? ¿Te bastará que oren por ti, y no te ayuden si pueden hacerlo?

Sabemos que Jesús llevaba en sus viajes una bolsa para dar limosna. Lo único malo era el que el encargado de la bolsa era Judas, que se metía una parte del contenido al bolsillo, porque era un ladrón. Pero lo cierto es que Él llevaba una bolsa para hacer caridad. No obstante que Él vivía de la caridad ajena, puesto que durante los años de su vida pública no trabajaba, Él daba de lo poco que tenía. Haz tú, pues, lo mismo.

La oración de intercesión es la ayuda más poderosa, pero no nos exime de la obligación de dar algo concreto, sea pan o dinero o medicamento, si está en nuestras manos hacerlo. Proverbios lo dice claramente: “No te niegues a hacer el bien a quien es debido cuando tienes poder para hacerlo. No digas a tu prójimo: Anda y vuelve y mañana te daré, cuando tienes contigo qué darle.” (Pr 3:27,28).

[Parece que lo que traté de explicar no hubiera sido suficientemente claro, porque una de las asistentes me preguntó: “¿Cuándo oramos por otros también podemos orar por nosotros?” También puedes, pero ¿para qué pierdes el tiempo? Puedes hacerlo, pero si estás orando por otros, Dios va a darte lo que tú necesitas sin necesidad de que se lo pidas, porque Dios conoce tus necesidades mejor que tú misma. Nosotros podemos decirle: “Señor, necesito esto, esto y esto”. Dios desde arriba te dirá: “Te olvidaste de esto y de aquello que también necesitas.” ¿Se dan cuenta? Él no solamente conoce cuáles son nuestras necesidades, sino sabe cuáles son nuestras necesidades más profundas y verdaderas.

“¿Cuándo oramos podemos entregar al Señor todas nuestras necesidades?” Claro que sí, no sólo nuestras necesidades, también nuestras aflicciones podemos entregárselas y confiárselas a Él.]

¿Qué otra cosa más necesitamos para interceder? Necesitamos la ayuda del Espíritu Santo. Claro está que la necesitamos no solamente para interceder, sino para todo lo que hagamos, porque Él es el que nos guía para hacer todo de la forma más adecuada, y además el que presenta nuestras oraciones al Padre de la manera más conveniente. Pablo dice que cuando nosotros no sabemos cómo orar como conviene, el Espíritu Santo interviene para ayudarnos: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. (Rm 8:26).

De manera que cuando tú sientas que debes orar por algo, o por alguien, pero no sabes cómo hacerlo como conviene para que tu oración llegue al cielo (y ¡cuántas veces nos pasa eso!), comienza entonces a orar en lenguas o balbuceando, y el Espíritu Santo intercederá por ti.

Cuando oramos en lenguas nosotros no entendemos lo que estamos diciendo, ni lo entienden los que están alrededor nuestro, pero Dios sí: “Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la mente del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.” (Rm 8:27).

Así pues, cuando no sepas cómo orar, puedes acudir al Espíritu Santo y decirle: “Ayúdame Espíritu Santo; ven y ora tú por mi”. O podemos clamar simplemente sin palabras, o llorar si estamos muy conmovidos. Dios conoce la necesidad. No tenemos por qué avergonzarnos delante de Él.

Yo he encontrado que la mejor manera de orar es decirle a Dios: “Señor, te amo”. Simplemente eso, “te amo”, porque si hay algo que toca el corazón de Dios, que mueve su mano, es el amor. Entonces puedo decirle: “Yo te amo, Señor, porque tú vas a intervenir en esta situación, porque tú vas a ayudar a esa persona que necesita de ti; y te doy gracias porque vas a hacer un milagro ahí; porque tú vas a transformar esa situación, vas a cambiar esa pena en gozo.”

Nada conmueve más al corazón de Dios que decirle que le amamos. En eso el Señor nuestro Dios, Todopoderoso como es, es como una mujer a quien le gusta que su amado, su marido, o su novio, le diga que la ama. ¿Qué cosa toca más a una mujer sino que el hombre al que se ha unido le diga cuánto la ama? Dios tiene un corazón femenino, y Él quiere que nosotros le digamos que lo amamos. Nada le toca más a Él que eso. Pero además, decirle que lo amamos incrementa nuestro amor por Él, si se lo decimos sinceramente, y aumenta nuestra intimidad con Él.

Podemos pues decirle: “Yo te pido por esta persona, Señor, porque te amo y sé que tú también la amas y puedes hacerlo todo.” Y el Señor, hablando en términos humanos, te mirará complacido. Si además nuestro corazón está lleno de amor por la persona por quien oramos, ¡cómo no va a responder a nuestra oración!

En todo ello es el Espíritu Santo el que nos ayuda, porque Él es quien infunde amor en nuestros corazones, como se dice en Romanos: “Y la esperanza no avergüenza, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Rm 5:5). El Espíritu Santo derrama el amor de Dios en nuestros corazones para que nosotros le amemos a Él de vuelta, con el amor que Él mismo nos ha dado. Notemos que así como fue el amor que Dios sentía por nosotros lo que lo motivó a enviar a su Hijo para salvarnos (Jn 3:16), de manera semejante es el amor por sus criaturas lo que lo mueve a responder a nuestras oraciones. Si nosotros le fuéramos indiferentes, ¿se apiadaría Él de nuestra condición y de nuestros problemas? Él se apiada y nos ayuda porque nos ama. Esa es la base de nuestra confianza.

¿Qué otra cosa más necesitamos que es también muy importante? Necesitamos tener valor, esto es, ser muy valientes, porque cuando nosotros intercedemos por una persona, o por un problema, o por una situación difícil, nos estamos metiendo en el terreno del diablo, y eso a él no le gusta. ¿Cómo así nos metemos en su territorio? Nosotros no podemos atribuir al diablo todos los problemas que hay en el mundo, porque muchos son causados por nuestros propios errores humanos, o son causados por la maldad del hombre. Muchos también son causados por el diablo por supuesto. Pero aun en aquellos problemas que no han sido causados por él, basta que exista la situación conflictiva para que él se meta para empeorarla, porque ésa es su especialidad. Él se va a meter para agravar las cosas, de manera que aunque no siempre sea él el causante del daño, él siempre es el agravante del daño. Él se involucra siempre en todo problema, aunque él no sea la causa, para ver cómo lo complica y lo hace más dolorosa. Él se complace en hacer sufrir al hombre; y más aun, se complace en apartarnos de Dios.

Muchos de los problemas que hay en el mundo surgen de que los seres humanos se han apartado de Dios, ya que al apartarse de Dios, cometen errores que hacen que les sucedan cosas malas. ¿Quién es el causante? No es Dios; es el diablo que los ha engañado. Ahí en ese problema, en esa situación lacerante, está él metido, de modo que cuando tú oras por ese problema, te metes en su terreno y él se va a enojar: ¿Qué haces tú acá? ¿Quién te ha autorizado a meter tus narices en lo que no te importa? Pero sí nos importa, porque Dios nos ha autorizado a meternos.

Nosotros tratamos de llevarnos bien con nuestros vecinos, ¿no es cierto? Pero si yo me meto en su terreno, él se molesta. Si ensucio su vereda gritará: “¡Hey, qué estás haciendo!” ¿No es así?

Frente al enojo del diablo porque nos metemos en su terreno, nosotros debemos cubrirnos con la sangre de Cristo. Así que necesitamos valor para atrevernos a desafiar al enemigo en su territorio. Pero podemos hacerlo confiados y seguros de que la sangre de Cristo nos va a proteger.

Una última cosa muy importante, la más espiritual de todas, si queremos orar de una manera ordenada. ¿Saben cuál es? Tener un cuaderno. Sí, un cuaderno para llevar el registro de nuestras oraciones y poder hacerlo de manera que podamos llevar la cuenta de lo que pedimos y de lo que recibimos en el tiempo.

Una vez leí acerca de un gran hombre de Dios que fue un gran intercesor. Jorge Müller era su nombre. (Si pueden conseguir su biografía les recomiendo leerla. Es muy edificante). Al comienzo de su primer pastorado en una pequeña iglesia, él sintió que Dios quería que recibiera huérfanos en su casa. Cuando aumentó el número de los niños alquiló una casa cercana para poder alojarlos. Con el correr de los años llegó a construir cuatro grandes orfanatorios en donde dos mil niños eran cuidados, alimentados e instruidos en las mejores condiciones gratuitamente. Ya pueden imaginarse cuál sería el gasto. Pero él se había propuesto desde el comienzo que nunca pediría un centavo a nadie sino a Dios. Pasó por muchos momentos de angustia y escasez, pero Dios siempre proveyó, a veces de manera milagrosa. Al cabo de los años, con el dinero recaudado sin pedir un centavo a nadie, imprimía y distribuía miles de biblias al año y sostenía a varios misioneros.

Él tenía un cuaderno. En la hoja izquierda escribía la necesidad y la fecha en que había orado por ella; en la hoja derecha ponía la respuesta y el día en que Dios había contestado a su oración. Así llevaba él un registro de cómo Dios contestaba a sus peticiones. Él sintió una vez que Dios le decía: “Yo te he inspirado que hagas eso para que tú des testimonio del poder de la oración.” Él, en efecto, escribió su autobiografía justamente para dar testimonio de cómo Dios a lo largo de su vida había contestado a sus oraciones. Al final de su larga carrera de servicio él pudo afirmar que Dios había contestado a todas sus oraciones, menos una. La oración que no había sido contestada era por la conversión del que había sido su compinche en sus años mozos de vida desordenada. Sintiendo que ya le llegaba el día de su partida se afligía pensando que su amigo todavía no se había convertido. Pero Dios atendió a su oración sin que él lo supiera, porque el día que lo enterraron, su amigo fue al campo santo y cuando escuchó la homilía predicada por el que presidía las exequias, le entregó su vida al Señor. Así que la única oración de Jorge Müller que no fue contestada en vida, tuvo respuesta después de fallecido. Fue una respuesta “post mortem”. ¿Qué nos quiere decir eso? Que Dios siempre contesta a nuestras oraciones, a veces sin que nosotros lo sepamos, e incluso, cuando hemos perdido toda esperanza.

Quiero hablarles, para terminar, del más grande intercesor del Antiguo Testamento, de Moisés, para que comprendamos cuán grande es el poder del amor en la intercesión.

Todos conocemos la historia del becerro de oro que el pueblo hebreo había fundido para adorarlo, en vista de que Moisés no bajaba de la montaña a la que había subido para hablar con Dios (Ex 32:6-14).

Cuando Dios vio lo que hacían le ordenó a Moisés que descendiera y le dijo que Él iba a destruir a ese pueblo de cerviz dura que siempre le desobedecía. Dios le dijo además a Moisés que de su descendencia Él iba a levantar un pueblo que le obedeciera. En suma, le ofreció transferirle todas las promesas que Él había hecho a Abraham, Isaac y Jacob. ¡Qué gran honor para Moisés! Él sería el padre de un nuevo pueblo escogido que reemplazaría al rebelde Israel.

¿Qué hizo entonces Moisés? ¿Aceptó él la maravillosa oferta que Dios le hacía? No, al contrario. Desdeñando lo que a él le convenía, abogó por el pueblo rebelde, que le había dado tantos dolores de cabeza, pero al que, pese a todo, amaba. Moisés no quería su ruina, ni deseaba el honor que Dios le ofrecía porque amaba al pueblo. Por eso clamó a Dios para que una vez más lo perdonara y no lo destruyera.

Naturalmente Dios no tenía la intención de incumplir las promesas que había hecho a Abraham, pero aprovechó la ocasión para poner a prueba la fidelidad de Moisés y su amor por el pueblo que le había confiado, sabiendo que Moisés no aceptaría su oferta. ¿Por qué entonces lo puso a prueba, si lo conocía? Para que Moisés se conociera.

#565 (08.03.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. En la página web: www.lavidaylapalabra.com pueden leerse gran número de artículos pasados. También pueden leerse unos sesenta artículos en www.desarrollocristiano.com. Pueden recogerse gratuitamente ejemplares impresos en Publicidad “Kyrios”: Av. Roosevelt 201, Lima – Jr. Azángaro 1045 Of. 134, Lima – Calle Schell 324, Miraflores y Av. La Marina 1604, Pueblo Libre. SUGIERO VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM.

No hay comentarios: