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jueves, 25 de agosto de 2016

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XIII - A LA IGLESIA DE LAODICEA II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XIII
A LA IGLESIA DE LAODICEA II
Un Comentario de Apocalipsis 3:19-22



19. “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.”
En el original griego la frase dice: “A los que yo (yo enfático) amo, reprendo y castigo”. Aquí hay un orden pedagógico: amar, reprender, castigar.

Estas palabras de Jesús nos recuerdan el conocido versículo de Proverbios: “No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere.” (3:12) que cita también Hb 12:5b, 6 (cf Jb 5:17 y Sal 94:12); y encajan bien con el tono severo de esta carta, la más negativa de las siete epístolas. La reprensión de Dios no es una expresión de rechazo sino, al contrario, una manifestación del amor de Padre que corrige y disciplina a sus hijos. Jesús lo hace con los suyos porque quiere que superen el marasmo, la debilidad y peligro en que se encuentran. El verdadero amor no es indulgente sino, al contrario, es severo cuando conviene.  Por ello les amonesta: sé pues celoso. Aviva el celo por las cosas de Dios que antes mostraste, y arrepiéntete de tu actual tibieza. Arrepiéntete de haberte dejado cazar por las redes insinuantes del mundo que quiere atraparte con sus halagos, y reconoce de quién proceden esas trampas. Si quieres seguirme ciñe tus lomos y reanuda tu marcha por el camino estrecho que lleva a la salvación (Mt 7:14).

El uso de las palabras griegas es muy instructivo y elocuente: “Élegjo” es la reprensión que produce convicción en la persona acusada, no rechazo. El verbo “paideúo” viene de “paideia” que es la instrucción del niño. Jesús pues no quiere condenar, sino corregir a sus hijos para que enmienden sus caminos, como un padre hace con sus hijos.

20. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.”
Como corolario de lo anterior y como una manifestación de su amor indesmayable, Jesús se dirige a los que ha reprendido severamente y les hace una invitación tierna. Yo no te pido que vengas donde mí y renueves nuestros lazos de amistad, sino que yo estoy delante de ti y toco la puerta de tu corazón.

Si tú estás arrepentido, ábreme la puerta y yo entraré a abrazarte. No sólo a abrazarte, sino que he traído conmigo todas mis riquezas para que cenemos juntos y compartamos lo que he traído.

Sentarse a la mesa con una persona era en la antigüedad –y sigue siéndolo hoy día- una manera de tener comunión, de celebrar y fortalecer la amistad con una persona. Eso es lo que Jesús quiere hacer con todos aquellos que habiéndose enfriado en el camino, quieren recuperar el fervor que antes tuvieron. Jesús no te ha desechado porque te hayas alejado de Él; quiere seguir siendo tu amigo.

Este versículo es usado con frecuencia con fines evangelísticos, para hacer el llamado a los que escuchan por primera vez el Evangelio. Y en verdad el versículo se presta muy bien para ese fin, pero ése no es su propósito en la carta a Laodicea, sino el de renovar la comunión perdida. Una muestra más de cómo la palabra de Dios es multifacética, y se presta para diversos fines sin que haya necesidad de forzar su sentido.

Pero examinemos con más detalle, fuera del  contexto de ese uso, el sentido de las palabras de esta frase. Jesús está “a la puerta”. Él no teme humillarse delante de cada discípulo suyo para presentarse como un mendigo que solicita se le atienda. Él es Rey y podría exigir que los que quieren tener amistad con Él acudan a su puerta y sean los que toquen para que se les abra. Pero Él hace al revés: El Rey acude donde su siervo. Quizá Jesús recuerde en ese momento sus propias palabras para ponerlas en práctica: “Llamad y se os abrirá” (Mt 7:7), esperando una respuesta positiva: “Y al que llama se le abrirá.” (Mt 7:8).

¿Habrá un soberano más tierno, amoroso y condescendiente que Él? Y nosotros cuando nos sintamos ofendidos ¿no tomaremos la iniciativa de buscar al ofensor para reconciliarnos, en vez de exigir que sea él quien venga a nosotros?

“Si alguno oye mi voz”, porque Él habla con voz suave, suplicante, no imponente. “Si alguno oye mi voz”, porque es posible que muchos estén tan distraídos en sus propios asuntos, y se hayan enfriado tanto, que no se ponen en el caso de que Jesús venga a ellos. Sus oídos están tapados por el ruido ensordecedor del mundo, y pueden no escuchar el susurro de Jesús en medio de ese estruendo. “Si alguno oye mi voz”, porque habrá ovejas que no habrán olvidado el timbre inconfundible de la voz de Jesús y la reconocerán, y que, confusos, se apresurarán a abrirle.  ¿Serás tú uno de ellos, o te harás el desentendido?

“Abre la puerta”. Jesús no fuerza su entrada, sino espera que se le abra. Su corazón está lleno de paciencia. ¡Ay de aquellos que no se apuren en abrirle! Pudiera ser que hayan perdido la última oportunidad de renovar su amistad con Él, porque Jesús vino otras veces y se le cerró la puerta. ¡Pero felices aquellos que le abran, y se sienten a la mesa con Él! Probarán manjares cuyo sabor nunca imaginaron.

Por eso dice “cenaré con él”. ¡Qué gran privilegio y honor es ser invitado a la mesa de los grandes! Muchos que alguna vez lo fueron lo recuerdan como uno de los momentos más felices de su vida, y se deleitan recordando los detalles de la fiesta suntuosa en la que participaron. Mas aquí está el más grande de los grandes, el Soberano de los reyes de la tierra, y Él no te ha invitado a su palacio, sino que ha venido a tu humilde morada con todas sus riquezas para honrarte. ¿Querrás perder esta oportunidad que muchos ansían de renovar tu comunión con Él? ¡Oh, no seas lerdo, sino deja tu tibieza, y acude pronto a la invitación que Él te hace! (1)

Pero notemos que Jesús ha dicho puntualmente: “Cenaré con él y él conmigo.” Esa cena verá su consumación en el banquete de las bodas del Cordero, al final de los siglos: Ap 19:9; cf Mr 14:25.

21. “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.”
Por último, Jesús repite la promesa que ha hecho en las otras cartas: “al que venciere”, aunque cada vez lo prometido es diferente. Al que no se rinda ante los halagos, o la oposición del mundo; al que supere los obstáculos que el enemigo se empeñará en poner en su camino; al que venciere, en fin, como Jesús venció sin temor a la muerte, Él, Jesús, el vencedor que subió al cielo para sentarse a la diestra de su majestad, le dará que se siente junto con Él en su trono. Pablo, en otro contexto, habla de los que se han sentado en lugares celestiales con Cristo Jesús (Ef 2:6). (2)

¿Qué cosa quiere decir “sentarse” en el trono mismo de Jesús? ¿Acaso hay en un trono, que es una silla grande, majestuosa para una sola persona, lugar para dos, o tres, o para muchísimos más, que serían los que vencieren, y a los que Él hace esta promesa?

Jesús dice que Él se ha sentado en el trono de su Padre (Mt 26:64), lo que quiere decir que, según la promesa de un salmo mesiánico, a Él se le ha dado el gobierno del mundo, porque el trono simboliza autoridad, como lo declara el Salmo 110: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” (v. 1, cf 1Cor 15:25) (3)

Jesús prometió a sus apóstoles que algún día en su reino ellos regirán a las 12 tribus de Israel (Mt 19:28), es decir, las gobernarían, tendrían autoridad sobre ellas (4). Lo que Jesús les está prometiendo a todos los que vencieren, es que algún día Él compartirá con ellos su autoridad sobre el mundo creado. Ellos serán, por así decirlo, sus ministros o mandatarios, en ese mundo futuro que nosotros no conocemos, que es de una grandeza que apenas podríamos imaginar. Pablo da a entender algo semejante cuando escribe: “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? …¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?” (1Cor 6:2,3).

Toda persona a quien se delega autoridad comparte la autoridad de Aquel que se la ha delegado. Sus escogidos pues, los que le sirvieron en la tierra y no desfallecieron en las pruebas, compartirán la autoridad del Rey del Universo. De esta manera recibirán su recompensa (2Tm 2:12; Rm 8:17; Col 3:4). Ninguna acción suya, aún la más pequeña; ninguna palabra, aún la más furtiva; ningún gesto de caridad, pasará desapercibido; hasta la menor sonrisa, será tenida en cuenta; nada será perdido, todo será considerado para la asignación de la recompensa generosa que a cada uno corresponda, porque Dios es un Dios justo que paga a cada cual según sus obras. (Sal 62:12; Rm 2:6; Ap 2:23; 22:12).

22. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”
¿Tienes tus oídos para escuchar y entender la promesa que Jesús te hace? Él no habla en vano, sino que cada palabra suya es “en Él sí, y en Él amén.” (2Cor 1:20), es decir, firme, segura. Si Él lo ha hablado, Él lo hará.

Como ya he dicho en otra parte (Mensajes a las Siete Iglesias IX), Él no habla aquí sólo a una iglesia en particular del pasado, sino que habla a la iglesia universal, a todos los creyentes de todos los tiempos, a ti y a mí.

Notas: 1. Aquí hay una relación de koinonía frecuente en el evangelio de Juan: “Cenaré con él y él conmigo.”  Véase Jn 6:56; 10:38; 14:20,23; 15:4,5; 17:21,26.
2. La carta a los Efesios sería, según algunos eruditos, la carta a la iglesia de Laodicea que  muchos dan por perdida.
3. Véase también las siguientes referencias: Mt 22:44; Mr 12:36; Lc 20:42,43; Hch 2:34,35; Ef 1:20-22; Col 3:1; Hb 1:3,13; 8:1; 10:12,13.
4. En Lucas 22:28-30 Jesús les dice que Él les asignará un reino así como su Padre le asignó un reino a Él.



Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#909 (10.01.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 9 de agosto de 2016

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS - A LAODICEA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XII
A LA IGLESIA DE LAODICEA I
Un Comentario de Apocalipsis 3:14-18



14. “Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto:” (Nota 1)

En esta última epístola Jesús se presenta a sí mismo: “He aquí”, es decir, “Aquí estoy yo, el Amén”. Esta palabra es una transliteración de la palabra hebrea “Amén”, que quiere decir "firme", "confiable" y que se traduce a veces como “verdad” o en otros casos como “fidelidad”. (2)
Suele ser traducida a veces, como al final de una oración (el Padre Nuestro, por ejemplo), como “Así sea”. (3)
Jesús la usa con frecuencia al inicio de una declaración importante: “Amén, amén, os digo…” (Jn 3::3; Mr 8:12; Mt 13:17) “En verdad, en verdad os digo” (o “de cierto, de cierto…”). En otras palabras, lo que digo es verdad. Yo certifico que las cosas que digo son verdaderas. ¿Por qué puedo afirmarlo? Porque yo soy la verdad misma. (Jn 14:6) Y porque lo soy, yo soy en sentido absoluto el único “testigo fiel y verdadero” que existe. Por eso puedo llevar ese nombre. Yo soy el testigo fiel y verdadero de las cosas pasadas, de las cosas presentes y de las cosas futuras también, porque mi mirada se extiende sobre todas las edades y todos los tiempos, y todo es presente para mí. Yo estoy por encima y más allá del tiempo, porque yo habito en la eternidad. El tiempo es creación mía.
Todo lo que existe procede de mi boca, y sin mí nada existe, porque Yo era desde el principio”, y estaba junto con Dios antes de que nada existiera (Jn 1:1; Pr 8:22). Todo lo que existe surgió en obediencia a mi palabra que ordenaba que existiera. Tú mismo que lees estas líneas, vives porque yo te llamé a la existencia. Sin mí no serías nada, no existirías, tus padres no te habrían concebido. ¿Y tú te atreves a desafiarme? ¿Tú te atreves a negar que existo? Si me niegas a mí, niegas tu mismo ser, que de mí procede y depende.
La frase “el principio de la creación de Dios” fue usada por los arrianos del siglo IV (y la utilizan sus sucesores modernos, los Testigos de Jehová) para intentar negar que el Verbo fuera eterno, alegando que Él fue creado. Pero la palabra arjé (traducida por “principio”) quiere decir aquí “fuente” u “origen” de la creación: “Todas las cosas fueron hechas por Él” (Jn 1:3).
          Él está por encima de la creación. Él es el primero y el último, el Alfa y la Omega, el que todo lo comprende y abarca. Como dice Pablo: “Y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de Él,” (1Cor 8:6b). Hebreos lo pone en estos términos: “Porque era propio que Aquel por cuya causa son todas las cosas, y en quien todas las cosas subsisten…” (2:10). Si Él dejara de existir, todo desaparecería con Él.

15. “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!”
¡Oh, qué reproche el que Jesús dirige al ángel de esa iglesia y con él a todos sus fieles! “No eres frío ni caliente”. No eres como el hielo en el que todo fervor se ha congelado y que parece sin vida, ni como el fuego que hace arder todo lo que toca. Ojalá fueras como lo uno o como lo otro. Es decir, ojalá te definieras y salieras de tu lánguida apatía. Ojalá despertaras y se llenaran tus venas de vida, porque pareciera que por las tuyas no circula sangre sino agua. Si fueras  frío, es decir, totalmente alejado de Dios, habría posibilidades de que te convirtieras a Él. Si fueras caliente, ardiendo en el amor de Dios, te encaminarías derecho al cielo, donde te espera el abrazo de Jesús. Pero tu indiferencia hacia las cosas de Dios es la peor actitud de todas, porque equivale al desprecio. De ahí la condena que sigue:

16. “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.”
Así como el agua tibia provoca el vómito, yo te vomitaré a causa de tu tibieza. El Señor te escupe con asco y te rechaza porque no soporta tu maligna tibieza y tu hipocresía con la que aparentas ser lo que no eres, y que quieras estar bien con Dios y con el diablo. ¡Qué terrible es que el Señor le diga a alguien que pretende ser suyo: Te vomitaré de mi boca! No quiere verte ni saber nada contigo.
El Señor Jesús tuvo palabras muy fuertes contra los fariseos a causa de su hipocresía. Pero aquí tenemos un reproche aun mayor, porque los fariseos no eran sus discípulos, no le pertenecían. En cambio, éstos de Laodicea eran cristianos, pertenecían al cuerpo de Cristo, pero eran indignos de estar en Él, no por sus pecados,  sino por su pasividad. No porque toleraran a una Jezabel en su seno, no porque tolerara maestros de falsas doctrinas entre ellos, sino por su tibieza.
El Señor no tolera la tibieza, no tolera las medias tintas, no tolera la mediocridad. Él quiere que los que lo siguen se esfuercen y den lo máximo de sí, porque cuando nosotros damos lo máximo de nosotros mismos, el Señor añade más y colma la medida. Pero si no damos nada de nosotros mismos, cerramos la puerta a la gracia.
En la vida del espíritu no es posible permanecer en el mismo lugar, se ha observado muchas veces. Si no avanzas, retrocedes. Si no nadas contra la corriente, la corriente te arrastra. Y aún lo poco que tienes, lo perderás, como el siervo infiel que no sacó provecho del único  talento que tenía. (Mt 25:24-30).
El peligro de la tibieza consiste, entre otras cosas, en que no es consciente de lo que le falta y necesita adquirir. Se cree suficiente y cree tener asegurado un lugar en el cielo, y no se da cuenta de que está a punto de perderlo todo.
En el reproche de la tibieza parece haber una alusión a las aguas calientes que brotaban de las fuentes de la cercana Hierópolis, al otro lado del valle, frente a Laodicea y que, al correr por la meseta, se volvían tibias. Sabemos que el agua tibia provoca náusea. Eso es lo que el Señor siente por el tibio. ¡Ojalá que nunca le causemos nosotros esa sensación al Señor! ¡Ojalá que nunca le provoquemos náuseas!

17. “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.”
Más allá del significado que estas duras palabras de reproche tenían para sus destinatarios cuando fueron proferidas, este mensaje se dirige a los ricos de todos los tiempos, a todos aquellos que fundan su seguridad en su riqueza, y que más allá de eso, se enaltecen a causa de la fortuna que han acumulado. “Yo soy rico” se jactan, “y me he enriquecido”, es decir, yo he amontonado dinero gracias a mis esfuerzos, y por ello, cuento con todo lo necesario para vivir a mis anchas y me basto a mí mismo. Como dice un proverbio: “Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación.” (18:11). Pero él ignora cuándo van a pedir su alma y lo que ha acumulado ¿para quién será? (Lc 12:20).
Por eso Jesús contesta: Tú no sabes cuán miserable eres y cuán pobre. Tienes riquezas, pero eso es todo lo que tienes. Eres un desventurado, y estás ciego y desnudo, porque no te das cuenta de que lo que has acumulado son carbones para atizar el fuego del infierno al cual vas a ir, y donde vas a pagar por todo el sufrimiento que causaste a otros en el proceso de hacerte rico; por todos los abusos, por toda la explotación, por todo el engaño y la usura que usaste como instrumento para enriquecerte.
En realidad eres pobre en la gracia de Dios, pobre en amor no sólo divino sino humano, porque si bien hay muchos que te temen o te envidian, no tienes uno solo que te ame de verdad. Y si te muestran aprecio y si te halagan no es por ti, sino por tu dinero. Es un cariño interesado.
El dinero –se ha dicho con razón- puede comprar caricias, pero no puede comprar amor. Tampoco puede comprar el favor de Dios, a menos que se use para calmar el hambre de los pobres.
Naturalmente puede decirse que este versículo de la carta a Laodicea no se refiere a la riqueza material, sino a la supuesta riqueza espiritual que esa iglesia se jactaba de poseer. Pero ¿cómo se compagina la riqueza espiritual con la tibieza? Imposible. La riqueza espiritual destruye la tibieza con su fervor, así como la tibieza apaga toda riqueza espiritual. Las palabras de Jesús tomadas en ese sentido son plenamente justificadas. El que es tibio se ha empobrecido en sentido espiritual, y está cubierto de harapos que dejan ver su desnudez. Vale la pena notar que, contrariamente a los griegos que se exhibían desnudos, para los judíos la desnudez era una vergüenza que los hacía correr para esconderse, como ocurrió con Adán cuando descubrió que estaba desnudo. (Gn 3:10). (4)

18. “Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.”
Como consecuencia Jesús exhorta a los de Laodicea a “comprar de mí”. Como esta iglesia se jacta de su riqueza con la que pueden adquirir todo lo que desean, les aconseja que “compren” –usando un lenguaje que corresponde a su jactancia- es decir, que adquieran de Él, que es la fuente de toda riqueza, tres cosas que tienen un valor eterno, y no pasajero como las riquezas materiales que poseen.
Son tres cosas que sólo Él puede dar al hombre. La primera es el oro de la fe, que es el inicio de la vida cristiana que asegura la entrada al cielo, el cual es bueno que haya sido refinado por el fuego de las pruebas para que sea perseverante (1P 1:7; 4:12,13). Lo segundo es la pureza del alma sin la cual nadie verá a Dios (Mt 5:8), ni puede permanecer en su presencia (Véase la parábola del Banquete de Bodas, Mt 22:11-13). El que no lleva puestas esas vestiduras, es decir, el que no se ha purificado por el arrepentimiento de sus pecados, deja ver a todos la inmundicia que mancha su alma. Su lugar no es el cielo, sino el fuego del infierno.
Por último, puesto que Jesús en el versículo anterior le ha reprochado su ceguera para las cosas que realmente tienen valor, le aconseja que compre colirio, es decir, gotas para los ojos que remuevan las escamas que entorpecen su visión, y pueda ver por fin realmente lo que constituye el tesoro escondido que deben buscar (Mt 13:44).
En estas palabras puede haber una alusión al renombrado “polvo frigio” que los médicos de la ciudad usaban para curar a los afligidos por enfermedades de los ojos físicos.
Hay también una sutil ironía en la exhortación hecha a los que se creen ricos, de comprar aquellos bienes que con ninguna riqueza material pueden adquirirse, como advierte Isaías en un conocido pasaje: “A los que no tienen dinero venid, comprad sin dinero y sin precio vino y leche..” (Is 55:1). El vino y la leche espiritual que nutren y regocijan el alma se adquieren acercándose a Dios, y no hay riqueza material que los pueda comprar. 

Notas: 1. La antigua ciudad de Diospolis (ciudad de Zeus) fue fortificada a mediados del siglo III AC por el rey seléucida Antígono II, quien le dio el nombre de Laodicea, en honor de su esposa Laodice. (El nombre de la ciudad viene de laos, pueblo, y diké, justicia o juicio) Según Josefo el rey Antíoco III, el Grande (223-187 AC) trajo de la región babilónica a unas dos mil familias judías, y las estableció en Lidia y Frigia. Ellas contribuyeron a la prosperidad de la región pero, según Cicerón, los judíos de Asia Menor estaban prohibidos de enviar dinero a Jerusalén, como era su costumbre, para el sostenimiento del templo. (Esa numerosa colonia judía fue más tarde la base de la fuerte implantación del cristianismo en la ciudad) Laodicea fue conquistada por los romanos el año 133 AC, quienes reconstruyeron los antiguos caminos que convergían en la ciudad. Estaba situada en una planicie sobre el valle del río Licos. Su situación estratégica la convirtió en un próspero centro comercial y bancario. Cuando fue destruida por un terremoto el año 60 DC, pudo reconstruirse sin apelar a la ayuda romana.
Se hallaba no muy lejos de Hierópolis, famosa por sus aguas termales, que llegaban ya tibias a Laodicea (lo que puede explicar la referencia a la tibieza de los creyentes de la ciudad); y cerca también de Colosas, cuyas aguas eran, por el contrario, frías.
En la ciudad se fabricaba el “polvo frigio”, que era usado para tratar enfermedades oftálmicas. La mención del colirio para ungir los ojos puede ser una alusión velada a ese producto. Se distinguía por la fabricación de tejidos de lana negra brillante, lo que puede estar detrás de la alusión a las “vestiduras blancas” que la carta aconseja comprar a los creyentes.
Es probable que la iglesia de la ciudad fuera fundada por Epafras, o algún otro discípulo de Pablo, que no había llegado a visitarla antes de su primera prisión (Col 2:1), aunque tenía una gran preocupación por los creyentes de esa ciudad, a los cuales había escrito una carta que, lamentablemente, se ha perdido (4:12,16).
Si Jesús le reprocha a esta iglesia su tibieza y autocomplacencia, pronto se convertirá en uno de los obispados más distinguidos de la región. Su obispo Sagaris fue martirizado el año 166, y un sucesor suyo participó en el Concilio de Nicea (325 DC). El año 367 tuvo lugar en la ciudad un concilio que se opuso vigorosamente a la herejía montanista. La ciudad fue capturada por los turcos en el siglo XI, pero fue reconquistada por los bizantinos el año 1119. Formó parte del reino latino a raíz de la 4ta. Cruzada, pero fue tomada por el tártaro Tamerlán en 1402, para caer finalmente en manos del Imperio Otomano. Sobre su emplazamiento se hallan las ruinas de Eski Hisar (antiguo castillo).
2. En Isaías 65:16 leemos: “El que sea bendecido en la tierra, en el Dios Amén será bendecido…”, esto es “en el Dios de verdad”. Su uso es también ocasional en los salmos como respuesta de la congregación a la exhortación de alabar a Dios (Sal 41: 13; 72:19; 89:52). En medios evangélicos se usa como señal de asentimiento a las palabras del predicador.
3. En ese sentido lo emplea también Jeremías: “Respondí: Amén, oh Jehová”. Es decir, “Así sea, Señor”, (11:5).
4. Para los hebreos y otros pueblos orientales de la antigüedad, era una vergüenza estar desnudo. Hacer desfilar desnudos a sus enemigos prisioneros era una forma muy usada de humillarlos (1Sm 19:24; 2Sm 10:4; Is 20:2,4).




Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:

   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#908 (03.01.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

jueves, 14 de julio de 2016

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS - A PÉRGAMO

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS V
A LA IGLESIA DE PÉRGAMO
Un Comentario de Apocalipsis 2:12-17

12. “Y escribe al ángel de la iglesia en Pérgamo: El que tiene la espada aguda de dos filos dice esto:"

La historia de la ciudad de Pérgamo (que todavía subsiste bajo el nombre de Bergama) es compleja y accidentada. Situada a 24 Km. del mar Egeo y al Norte de Éfeso y de Esmirna, fue capital del reino de los atálidas, por el nombre de su fundador, Atalo y de varios de sus sucesores. Uno de ellos, Eumeno, la dotó de una gran biblioteca de 200,000 volúmenes, superada en tamaño sólo por la de Alejandría. El último de sus reyes, Atalo III, donó el territorio de sus dominios a Roma, y la ciudad se convirtió en la capital de la provincia romana de Asia.

La piel de oveja preparada para la escritura, que poco a poco reemplazó al papiro, lleva el nombre de pergamino en honor de esta ciudad, que es donde, según la tradición, se inició la técnica de su confección.

Al empezar la carta Jesús se identifica a sí mismo con una de las características de la visión inicial de Juan, "el que tiene la espada de dos filos." (1:16). La espada de dos filos es aquella que es cortante no sólo por un lado de la hoja, sino por los dos. La espada, o puñal de dos filos, era un arma especialmente mortal. Por ese motivo es símbolo de la palabra de Dios que, de un lado, penetra hasta lo más profundo del corazón humano para revelar sus secretos (Hb 4:12); y de otro, es el arma con la cual el jinete montado sobre el caballo blanco aniquila a sus enemigos (Ap 19:21).

Esas imágenes nos hablan del poder de la palabra de Dios, que es a la vez creadora y destructora. Creadora, como cuando con ella fueron creados los cielos y la tierra (Gn 1:3-25; Sal 33:6); temible y destructora, como cuando dos palabras solas -'Yo soy", el nombre de Dios- hicieron caer por tierra a los esbirros que iban a apresar a Jesús. (Jn 18:6).

La espada de dos filos de la palabra de Dios es el arma con que los santos ejecutan venganza –simbólicamente- entre las naciones para ejecutar el juicio decretado por Dios (Sal 149:6,7). Pero la espada de dos filos simboliza también el fin amargo del que se deja seducir por la blandura del paladar de una mujer (Pr 5:4). En uno y otro ejemplo la espada doblemente aguda es símbolo de castigo, y debería hacernos temblar ante el poder de Dios (Véase también Is 49:2).

El hecho de que Jesús se identifique a sí mismo usando el símbolo de la espada aguda es una advertencia a los ancianos y ministros de la iglesia de Pérgamo, de que Él está dispuesto a castigar a los que se desvíen del camino que Él ha trazado a los suyos. Sírvannos también a nosotros esas palabras de advertencia de que Dios no tolerará nuestras desviaciones.

13. 'Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas, mi testigo fiel, fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás."
Como en todas las otras cartas, en ésta también Jesús dice: “Yo conozco tus obras". ¿Por qué repite tanto esta frase? Para que los destinatarios de las cartas y nosotros seamos conscientes de que Dios conoce todo lo que hacemos, pensamos y sentimos. Él conoce todo acerca de nosotros. Esta idea, que podría inspirarnos temor si vivimos ofendiéndole, debe inspiramos una gran confianza si tratamos siempre de agradarle, pese a nuestras flaquezas, ya que Él apreciará nuestros esfuerzos aunque sean fallidos. Al final, si le permanecemos fieles, se apiadará de nosotros y nos premiará.

La alusión al trono de Satanás donde mora esta iglesia se refiere posiblemente al hecho de que Pérgamo era la sede del poder romano en la provincia de Asia, puesto que en ella residía el procónsul. Pero además, la ciudad era un centro del culto al emperador, al cual cualquier ciudadano recalcitrante de la ciudad podía ser obligado como prueba de su fidelidad a Roma. Negarse a tomar parte de ese culto era considerado como un acto de alta traición, y castigado con la muerte.

Dominando la ciudad había una acrópolis en que se habían levantado varios templos a diferentes divinidades paganas. Entre ellas un templo al divino Augusto, y a la diosa Roma; y un templo dedicado al dios Esculapio, el patrón de la medicina, con su simbología satánica de la serpiente.

Jesús alaba a la iglesia de Pérgamo, porque retiene la fe en su nombre y no lo ha negado, pese al ambiente hostil, incluso cuando uno de los suyos, llamado Antipas, fue martirizado. No sabemos quién fue este héroe de la fe, pero el que se le mencione a él solo, hace suponer que no cayó en esa ciudad ninguna otra víctima de la persecución. Aunque atribulada, Pérgamo no compartía la suerte amarga de Esmirna.

14. "Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación."
Balaam es el profeta que fue llamado por Balac, rey de Edom, para que maldijera al pueblo de Israel que, de paso a la tierra prometida, se acercaba a sus dominios. Dado que el poder guerrero de los hebreos era conocido e inspiraba temor, Balac pensó que de esa manera él podría enfrentarlos con éxito y derrotarlos. Pero en lugar de maldecirlos, Jehová puso tres veces en boca del profeta palabras de bendición sobre Israel, para gran disgusto de Balac (Nm cap. 22 al 24).

Sin embargo, atraído por la oferta de dinero (2P2.15), Balaam aconsejó a Balac que las mujeres de su pueblo sedujeran a los israelitas y los invitaran a ofrecer sacrificios a sus dioses, como en efecto ocurrió en Baal-peor, por lo cual se encendió la ira de Jehová contra Israel, y hubo gran mortandad entre ellos (Nm 25:1-3,9; 31:16).

El hecho de que Jesús mencione el nombre del antiguo profeta quiere decir que había en la iglesia de Pérgamo quienes propiciaban una conducta licenciosa, y no sólo no tenían escrúpulos de comprar en el mercado carne sacrificada a los ídolos (como permitía Pablo, 1Cor 10:25-30) sino que animaban a los incautos a participar en los sacrificios a los dioses, que solían estar acompañados de orgías.

15. 'Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco."
Nuevamente se menciona a los nicolaítas, que ya lo fueron en la carta a la iglesia de Efeso (v.2:6). Es posible que lo que ellos propugnaban fuera un desorden afín a la doctrina de Balaam mencionada en el vers. anterior porque, según el escritor Victorino, ellos sostenían que la carne contaminada podía ser exorcizada y comida, y quienes hubieran fornicado en un banquete podrían recibir paz al octavo día.

Jesús reprocha al pastor de la iglesia que sea tolerante con estos perturbadores, cuya influencia podía ser muy nociva, si se tiene en cuenta que los convertidos de la gentilidad vivían en ciudades paganas donde reinaba una gran promiscuidad sexual. Era por eso necesario tomar toda clase de medidas para que los cristianos no fuesen tentados a volver a sus antiguas costumbres.

16. "Por tanto, arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca."
¿A quiénes se dirige la palabra "arrepiéntete"? Al ángel de la iglesia, es decir, a su pastor u obispo, que era responsable de la tolerancia con esos desviados. Indirectamente se dirige a todos, y así debe entenderse la advertencia "vendré a ti pronto", es decir, a la iglesia culpable en su conjunto, a enfrentar a los perturbadores.

La exhortación a arrepentirse figura explícitamente sólo en esta epístola, y en las dirigidas a las iglesias de Éfeso y Sardis, que son aquellas a las que, además de la iglesia de Laodicea, tiene un reproche grave que hacer.

Dice que peleará contra ellos "con la espada de mi boca", es decir, con su palabra. ¿Qué quiere decir esto? Que los reprenderá. Pero ¿cómo? ¿Vendrá Jesús a ellos personalmente? ¿Se les aparecerá en visión? Lo más probable es que lo haga a través de terceros, de algún enviado, o apóstol, o profeta que los expulse, o los humille públicamente, y los obligue a confesar su pecado ante la congregación. (Nota). O pudiera ser que lo haga en el espíritu, por medio de una reprensión interna que los convenza del mal que hacen. En todo caso, Jesús desea que ese desorden sea eliminado de la iglesia. Si es necesario lo hará Él mismo mediante enfermedad o muerte.

Sea como fuere, esta seria advertencia nos hace ver que la tolerancia complaciente con los que se apartan de la sana doctrina, o de una conducta irreprensible, es en sí pecado. La autoridad que tolera el pecado se hace su cómplice, pues con su actitud anima a otros a seguir el mal ejemplo de unos pocos. Este versículo es un llamado a la disciplina dentro de la iglesia.

17. "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe."
Una vez más Jesús repite la frase: "El que tiene oído, oiga". Es un llamado a aguzar nuestros sentidos espirituales, que pueden haberse adormecido por la autocomplacencia, o por la rutina. Todos necesitamos aguzar nuestros oídos para escuchar la voz de Dios que nos habla a través de fuentes diversas, como la predicación, y la lectura de su palabra. Si la lectura de la palabra ha de ser una fuente de iluminación y de edificación, debemos leerla con los oídos espirituales bien dispuestos. De lo contrario, como dice el dicho popular, sus palabras nos entrarán por un oído y saldrán por el otro. No dejarán huella en nosotros porque no prestamos atención a lo que dicen. Al que tiene los oídos despiertos Dios le habla constantemente.

Nótese que si bien Jesús le dice a Juan en cada caso: "Escribe al ángel de la iglesia" tal, su mensaje está dirigido no a una persona en particular, que podría ser el anciano principal u obispo (palabra que quiere decir supervisor), o pastor, sino está dirigida a toda la iglesia, es decir, a todos los que la componen, a todos los que se congregan en ella, y que, como entonces no había templos cristianos, se reunían en casas.

"Al que venciere", es decir, al que triunfe sobre las tentaciones y las asechanzas del maligno, "yo le daré de comer del maná escondido". ¿Qué es ese maná escondido? El maná que recogían los israelitas en el desierto no era algo escondido, sino era visible para todos. Pero el maná que -según Hb 9:4- Dios mandó a Moisés poner en una vasija de oro en el Lugar Santísimo, junto a las tablas de la ley, sí era un maná escondido, pues sólo el sumo sacerdote tenía acceso a él. El maná que ahora Jesús ofrece a unos pocos no está a la disposición de todos, sino es un don, un regalo reservado. ¿Qué puede ser ese don? Es una intimidad particular con Jesús, un toque especial de su gracia, un conocimiento más profundo de su persona. Sea lo que fuere, es algo muy deseable.

En realidad, lo que todos buscamos en nuestra vida espiritual es recibir ese maná escondido que satisfaga nuestra hambre de Dios, ese maná no es otra cosa sino Dios mismo.

Otra interpretación posible del maná escondido, y afín a la que hemos propuesto, es que se trate del pan que baja del cielo, de Jesús mismo, de su cuerpo, del que Jesús dice que el que lo comiere "vivirá para siempre" (Jn 6:49-51). Dice que está escondido porque está encubierto bajo la apariencia de pan.

"Le daré una piedrecita blanca". En la antigüedad las pequeñas piedras blancas tenían, según se reporta, varios usos. El que más nos interesa está relacionado con el voto de los miembros del tribunal en juicio: la piedra blanca significaba absolución; la piedra negra, condenación. A los que triunfan sobre sus pasiones Jesús les otorga la piedra de la absolución, significando su victoria sobre la carne, así como también a los vencedores en los juegos olímpicos se les entregaba una piedrecita blanca en premio de su victoria.

Pero hay otro uso que también tiene relevancia para nosotros, y es la práctica común entonces entre dos amigos, de romper en dos pedazos una piedrecita blanca como símbolo de amistad. Cada amigo se quedaba con el trozo que llevaba inscrito el nombre del otro.

Esta práctica puede estar aludida "en el nombre nuevo que ninguno conoce sino el que lo recibe”, y que estará inscrito en la piedrecita blanca que Jesús dé a los vencedores.

Si Jesús mismo recibe un nombre nuevo (Ap 3:12), no tiene nada de sorprendente que el cristiano vencedor reciba también el suyo. Ese nombre nuevo y secreto será revelado el día del juicio final. ¿Qué cosa puede significar ese nombre sino la verdadera identidad de cada persona en Cristo? Jacob recibió también de Dios un nombre nuevo, que significaba "el que luchó con Dios y con los hombres, y venció", y que llevarían en adelante sus descendientes (Gn 32:28).

Nota: Recuérdese que la confesión de pecados era en los primeros tiempos de la iglesia un acto público.
NB. Desde el punto de vista histórico-simbólico, esta iglesia representa el período que va desde el fin de las persecuciones (313 DC), hasta el término del siglo VI; la era de la consolidación de la iglesia, la era de los concilios, en que se condenó a las principales herejías, y se definió en términos teológicos la doble naturaleza divina y humana de Jesús; la era de los grandes doctores de la iglesia.

Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

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lunes, 20 de junio de 2016

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS III - A ESMIRNA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS III
A LA IGLESIA DE ESMIRNA I
Un Comentario de Apocalipsis 2:8,9

8. "Y escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: el primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto:”
La ciudad de Esmirna (que sobrevive actualmente con el nombre turco de Izmir)
estaba situada a unos 90 Km de Éfeso y rivalizaba con ésta como puerto de gran actividad comercial. Tenía la forma de un anfiteatro coronado de flores, y era por ese motivo famosa por su belleza. En ella los romanos habían construido en tiempos de Tiberio, un templo dedicado al emperador divinizado, como premio de su fidelidad a Roma en sus guerras contra los seléucidas y, por eso, disputaba con Éfeso el honor de ser llamada la primera ciudad de la provincia romana de Asia. De hecho, ya en el siglo segundo antes de Cristo, se había construido un templo dedicado a Roma como diosa.

No se sabe quién fundó la iglesia en esta ciudad. Es probable que Pablo la visitara de camino hacia Éfeso (Hch 19:1). En la historia de la iglesia la ciudad se distingue por la figura de su anciano obispo Policarpo, que fue martirizado el año 156 DC, por instigación de los judíos, por negarse a sacrificar al emperador. A pedido del procónsul que lo urgía a negar a Cristo, el anciano obispo contestó: "¿Cómo podría yo blasfemar del Rey que me salvó?" Cuando fue llevado al lugar donde sería quemado, Policarpo agradeció en alta voz a Dios por el privilegio de ser contado digno de compartir el vaso de Cristo (Mt 20:22) entre el número de los mártires.

Es interesante que esta carta, así como la dirigida a la iglesia de Filadelfia, no contenga una sola palabra de reproche, sólo tiene elogios. En el segundo siglo muchos cristianos murieron como mártires al negarse a abjurar de su fe. Por ese motivo los intérpretes que atribuyen un significado histórico-simbólico a las siete iglesias, dicen que esta iglesia representa el período de las persecuciones bajo los romanos, que terminó cuando el emperador Constantino, el año 313, otorgó a los cristianos el derecho de practicar su religión libremente. (Nota).

El nombre de la ciudad, Esmirna, quiere decir "mirra", resina aromática de sabor amargo, procedente del Oriente, y muy valiosa, que era usada en la antigüedad para embalsamar los cadáveres. (Jn 19:39). La mirra era también usada, junto con otros aromas, para confeccionar el aceite de la unción, con el cual se ungía los utensilios sagrados, el altar, etc., y que Moisés usó para ungir a Aarón y a sus hijos al consagrarlos como sacerdotes (Ex 30:23-33). Como perfume tenía un uso variado en tiempos del Antiguo Testamento: para perfumar los vestidos de los reyes (Sal 45:8), y de las novias (Can 3:6), así como la cama de las mujeres (Pr 7:17). Mirra fue uno de los tres presentes que los reyes magos le trajeron a Jesús (Mt 2:11), como anunciando el  sufrimiento que más tarde le esperaba.

Se recordará que antes de crucificar a Jesús los soldados le ofrecieron vino mezclado con mirra para atontarlo y que sufriera menos, pero Él lo rechazó, queriendo apurar el cáliz del sufrimiento hasta el fin (Mr 15:23). El comentarista J. Seiss escribe: "El nombre (de Esmirna) describe muy bien a una iglesia perseguida a muerte, postrada y embalsamada en las preciosas especies de su sufrimiento". Por su lado, H. Lockyer escribe: "Así como la mirra debe ser molida para que despida su fragancia, el testimonio de esta iglesia molida por la persecución fue muy agradable para el Señor."

Al empezar el dictado de su carta a la iglesia de Esmirna, la más corta de las siete, Jesús se identifica a sí mismo con las mismas palabras con que empezó a hablar a Juan en visión: "El primero y el postrero" (último, cf 1:17), título que Dios se da a sí mismo por boca de Isaías (Is 44:6; 48:12). Eso es para nosotros muy importante porque, al atribuirse Jesús ese título divino, se identifica, es decir, se hace uno con Dios, y afirma ser Dios. Algunos eruditos y teólogos liberales han sostenido con argumentos falaces que la iglesia deificó al Jesús de los evangelios por influencia del pensamiento griego durante el siglo II cuando, apartándose de sus raíces judías, se llenó de gentiles idólatras. Pero aquí, en un libro escrito por Juan, discípulo judío de Jesús (a más tardar, según algunos, a fines del primer siglo o, más  probablemente, antes del año 70) vemos a Jesús, con sus propias palabras, plenamente identificado con su Padre Dios, como también lo hace en el cuarto evangelio (Jn 10:30).

Enseguida dice Jesús de sí mismo: "El que estuvo muerto v vivió", es decir, resucitó, aludiendo a las palabras con que hace unos instantes se dirigió a Juan: "el que vivió y estuvo muerto". (Ap 1:18). Aquí Jesús afirma dos hechos fundamentales de su vida en la tierra: su muerte y su resurrección. Con la primera nos redimió; con la segunda proclamó al mundo que es Dios, porque sólo un Dios encarnado puede resucitar por sí mismo (Rm 1:4).

Al recordarles su muerte y resurrección a los cristianos perseguidos de Esmirna, Jesús los anima haciéndoles  comprender que los que mueren con Él resucitarán con Él; que la vida no termina con la muerte, sino que así como Él estuvo muerto y resucitó, si ellos son llamados a ofrendar sus vidas por su fe, resucitarán algún día para vivir para siempre con Él. Si toda vida comienza con Él, pues es su Creador, toda vida también culmina en Él, porque Él es el fin hacia el cual nos dirigimos. A este respecto conviene recordar las palabras tan ciertas de Pablo: "Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos." (Rm 14:7,8).

Otro aspecto que merece ser destacado en el título que Jesús se adjudica al iniciar esta carta dirigida a una iglesia mártir, "el primero y el postrero", es que Él es el primero de todos los mártires, porque Él fue "destinado desde antes de la fundación del mundo" a ser sacrificado como víctima propiciatoria a favor nuestro (1P 1:19,20), como también afirma el Apocalipsis, que Él fue "el cordero inmolado desde el principio del mundo" (Ap 13:8); y es también el último porque, en su momento, Él es quien ha de juzgar a los que acusan a los creyentes de Esmirna.

9. 'Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás."
Como le dijo al ángel de la iglesia de Éfeso, Jesús también le dice al ángel de la iglesia der Esmirna, como le dirá también a los ángeles de las otras cinco iglesias: 'Yo conozco tus obras". Es decir, yo conozco todo lo que haces, tus luchas y tu comportamiento. Eso es algo que Jesús puede decirnos también a todos nosotros, porque nada de lo que hacemos y pensamos escapa a su mirada escrutadora.

Luego añade: "tu tribulación", porque Jesús sabía muy bien cómo esa iglesia sufría y sufriría en manos de sus perseguidores. "Y tu pobreza", porque la iglesia y su pastor eran pobres materialmente, posiblemente a causa de la misma persecución que los despojaba de sus bienes. Es posible también que, al negarse a rendir culto al emperador, ellos fueran excluidos de los gremios de artesanos, y por eso no tenían trabajo. Y si así fuera "¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?" (St 2:5).

"Pero eres rico" porque, en contraste con su pobreza material, la iglesia de Esmirna era rica en bienes espirituales, que son los que finalmente cuentan, ya que son los que Dios más ama y aprecia (1Tm 6:18). Lo que Jesús dijo acerca de los tesoros celestiales es muy pertinente en este respecto (Mt 6:19,20). En cambio, a la iglesia de Laodicea se le reprocha el creerse rica, cuando en realidad era pobre (Ap 3:17,18). Pobreza material y riqueza espiritual suelen ir juntas, porque las riquezas materiales suelen distraemos de los bienes espirituales. Por ese motivo, los que poseen las primeras, carecen con frecuencia de las segundas. Jesús lo dijo: "Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón." (Mt 6:21). Si para nosotros nuestro tesoro son los bienes materiales, muchos o pocos, que poseamos, todos nuestros esfuerzos estarán dirigidos a acrecentarlos, y no nos preocuparemos en adquirir los bienes espirituales. ¡Cuán miope y trágica puede ser esta actitud! Porque las riquezas materiales no son duraderas, sino que terminan con la muerte (Lc 12:20,21). En cambio, los bienes espirituales son eternos.

¿A qué se refiere la blasfemia de los que "dicen ser judíos y no lo son"? La palabra griega blasfemían, dado que el objeto de las invectivas no era Dios, sino seres humanos, debería traducirse en este caso como "calumnias". Debe haber habido en Esmirna, como en casi todas las ciudades del imperio romano, una sinagoga semejante a las que había en Tierra Santa, donde los judíos se congregaban el día sábado. Nosotros sabemos que cuando Pablo llegaba a una ciudad, lo primero que hacía era dirigirse a la sinagoga del lugar para presentar su mensaje (Hch 13:2,14). Y posiblemente los otros apóstoles, cuando salieron a predicar por el mundo, seguían la misma estrategia. ¿Por qué lo hacían? Porque en la sinagoga encontraban un público que sabía de qué ellos y Pablo hablaban, un público que conocía las sagradas escrituras en las que Pablo y los apóstoles basaban su predicación, un público formado mayoritariamente por judíos, como lo eran también ellos, aunque posiblemente también hubiera algunos prosélitos de origen gentil.

Ocurría con frecuencia , sin embargo, como vemos en Hechos, que la mayoría de los asistentes a la sinagoga rechazaban el evangelio, y generalmente expulsaban a Pablo, y le impedían volver a predicar, de manera que sólo los pocos que habían creído en su mensaje lo seguían (Hch 13:44,45,48. Véase también 14:1,15,19 y 17:5). Cuando finalmente Pablo regresó a Jerusalén, los judíos estuvieron a punto de matarlo, y lo hubieran hecho si el centurión no lo arrancaba de sus manos (Hch 21:27-36. Cf 23:12; 24:3- 9).

Pues bien, esas calumnias eran expresión del rechazo de los que decían ser judíos (y que lo eran de raza y religión), pero que no lo eran en realidad, como dice Pablo: "Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior; y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios." (Rm 2:28,29. Véase además los vers. 17-23).

En el pasaje que comentamos Jesús hace una distinción semejante entre el Israel de Dios, los que lo reconocieron como Mesías e Hijo de Dios; y el Israel en la carne que se negó a reconocerlo y a recibir su mensaje.

Es muy probable, como ocurría en otros lugares (Hch 13:50), que la persecución que sufrían los cristianos en Esmirna fuera desatada a instigación de los miembros de la sinagoga que rechazaban el Evangelio y rechazaban a Cristo, a la cual, por ese motivo, Jesús en su carta llama "sinagoga de Satanás". Recuérdese que el mensaje del Evangelio estuvo dirigido en primer lugar a los judíos (Rm 1:16), y que fue a ellos casi exclusivamente a quienes Jesús predicó en vida (Mt 15:24), y a quienes Él envió a sus discípulos inicialmente a predicar (Mt 10:6). Si rechazaban el Evangelio era porque Satanás había puesto un velo delante de sus mentes que les impedía ver la verdad (2Cor 3:14,15). Jesús en vida no tuvo reparos en decir que ellos no eran hijos de Abraham, como pretendían, sino "hijos del diablo", cuyos deseos malvados querían cumplir (Jn 8:44).

Nota: Se suele decir, incluso en libros eruditos de historia, que Constantino, por el llamado Edicto de Milán del año 313, hizo del cristianismo la religión oficial del imperio. Eso no es cierto. Lo que él hizo mediante ese edicto fue declarar al cristianismo como “religión lícita”, con lo cual se dio término a las persecuciones. Es verdad que él favoreció en muchos otros aspectos al cristianismo, como, por ejemplo, al convocar el año 325 al Concilio de Nicea, para lidiar con la herejía arriana; y que apoyó a su madre Elena, en la búsqueda del madero de la cruz. Pero fue recién Teodosio el Grande, el año 381, quien, bajo la influencia del obispo Ambrosio de Milán, oficializó al cristianismo como religión del estado.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."


#899 (20.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución  #003694-2004/OSD-iNDECOPI).