jueves, 25 de agosto de 2016

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XIII - A LA IGLESIA DE LAODICEA II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XIII
A LA IGLESIA DE LAODICEA II
Un Comentario de Apocalipsis 3:19-22



19. “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.”
En el original griego la frase dice: “A los que yo (yo enfático) amo, reprendo y castigo”. Aquí hay un orden pedagógico: amar, reprender, castigar.

Estas palabras de Jesús nos recuerdan el conocido versículo de Proverbios: “No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere.” (3:12) que cita también Hb 12:5b, 6 (cf Jb 5:17 y Sal 94:12); y encajan bien con el tono severo de esta carta, la más negativa de las siete epístolas. La reprensión de Dios no es una expresión de rechazo sino, al contrario, una manifestación del amor de Padre que corrige y disciplina a sus hijos. Jesús lo hace con los suyos porque quiere que superen el marasmo, la debilidad y peligro en que se encuentran. El verdadero amor no es indulgente sino, al contrario, es severo cuando conviene.  Por ello les amonesta: sé pues celoso. Aviva el celo por las cosas de Dios que antes mostraste, y arrepiéntete de tu actual tibieza. Arrepiéntete de haberte dejado cazar por las redes insinuantes del mundo que quiere atraparte con sus halagos, y reconoce de quién proceden esas trampas. Si quieres seguirme ciñe tus lomos y reanuda tu marcha por el camino estrecho que lleva a la salvación (Mt 7:14).

El uso de las palabras griegas es muy instructivo y elocuente: “Élegjo” es la reprensión que produce convicción en la persona acusada, no rechazo. El verbo “paideúo” viene de “paideia” que es la instrucción del niño. Jesús pues no quiere condenar, sino corregir a sus hijos para que enmienden sus caminos, como un padre hace con sus hijos.

20. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.”
Como corolario de lo anterior y como una manifestación de su amor indesmayable, Jesús se dirige a los que ha reprendido severamente y les hace una invitación tierna. Yo no te pido que vengas donde mí y renueves nuestros lazos de amistad, sino que yo estoy delante de ti y toco la puerta de tu corazón.

Si tú estás arrepentido, ábreme la puerta y yo entraré a abrazarte. No sólo a abrazarte, sino que he traído conmigo todas mis riquezas para que cenemos juntos y compartamos lo que he traído.

Sentarse a la mesa con una persona era en la antigüedad –y sigue siéndolo hoy día- una manera de tener comunión, de celebrar y fortalecer la amistad con una persona. Eso es lo que Jesús quiere hacer con todos aquellos que habiéndose enfriado en el camino, quieren recuperar el fervor que antes tuvieron. Jesús no te ha desechado porque te hayas alejado de Él; quiere seguir siendo tu amigo.

Este versículo es usado con frecuencia con fines evangelísticos, para hacer el llamado a los que escuchan por primera vez el Evangelio. Y en verdad el versículo se presta muy bien para ese fin, pero ése no es su propósito en la carta a Laodicea, sino el de renovar la comunión perdida. Una muestra más de cómo la palabra de Dios es multifacética, y se presta para diversos fines sin que haya necesidad de forzar su sentido.

Pero examinemos con más detalle, fuera del  contexto de ese uso, el sentido de las palabras de esta frase. Jesús está “a la puerta”. Él no teme humillarse delante de cada discípulo suyo para presentarse como un mendigo que solicita se le atienda. Él es Rey y podría exigir que los que quieren tener amistad con Él acudan a su puerta y sean los que toquen para que se les abra. Pero Él hace al revés: El Rey acude donde su siervo. Quizá Jesús recuerde en ese momento sus propias palabras para ponerlas en práctica: “Llamad y se os abrirá” (Mt 7:7), esperando una respuesta positiva: “Y al que llama se le abrirá.” (Mt 7:8).

¿Habrá un soberano más tierno, amoroso y condescendiente que Él? Y nosotros cuando nos sintamos ofendidos ¿no tomaremos la iniciativa de buscar al ofensor para reconciliarnos, en vez de exigir que sea él quien venga a nosotros?

“Si alguno oye mi voz”, porque Él habla con voz suave, suplicante, no imponente. “Si alguno oye mi voz”, porque es posible que muchos estén tan distraídos en sus propios asuntos, y se hayan enfriado tanto, que no se ponen en el caso de que Jesús venga a ellos. Sus oídos están tapados por el ruido ensordecedor del mundo, y pueden no escuchar el susurro de Jesús en medio de ese estruendo. “Si alguno oye mi voz”, porque habrá ovejas que no habrán olvidado el timbre inconfundible de la voz de Jesús y la reconocerán, y que, confusos, se apresurarán a abrirle.  ¿Serás tú uno de ellos, o te harás el desentendido?

“Abre la puerta”. Jesús no fuerza su entrada, sino espera que se le abra. Su corazón está lleno de paciencia. ¡Ay de aquellos que no se apuren en abrirle! Pudiera ser que hayan perdido la última oportunidad de renovar su amistad con Él, porque Jesús vino otras veces y se le cerró la puerta. ¡Pero felices aquellos que le abran, y se sienten a la mesa con Él! Probarán manjares cuyo sabor nunca imaginaron.

Por eso dice “cenaré con él”. ¡Qué gran privilegio y honor es ser invitado a la mesa de los grandes! Muchos que alguna vez lo fueron lo recuerdan como uno de los momentos más felices de su vida, y se deleitan recordando los detalles de la fiesta suntuosa en la que participaron. Mas aquí está el más grande de los grandes, el Soberano de los reyes de la tierra, y Él no te ha invitado a su palacio, sino que ha venido a tu humilde morada con todas sus riquezas para honrarte. ¿Querrás perder esta oportunidad que muchos ansían de renovar tu comunión con Él? ¡Oh, no seas lerdo, sino deja tu tibieza, y acude pronto a la invitación que Él te hace! (1)

Pero notemos que Jesús ha dicho puntualmente: “Cenaré con él y él conmigo.” Esa cena verá su consumación en el banquete de las bodas del Cordero, al final de los siglos: Ap 19:9; cf Mr 14:25.

21. “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.”
Por último, Jesús repite la promesa que ha hecho en las otras cartas: “al que venciere”, aunque cada vez lo prometido es diferente. Al que no se rinda ante los halagos, o la oposición del mundo; al que supere los obstáculos que el enemigo se empeñará en poner en su camino; al que venciere, en fin, como Jesús venció sin temor a la muerte, Él, Jesús, el vencedor que subió al cielo para sentarse a la diestra de su majestad, le dará que se siente junto con Él en su trono. Pablo, en otro contexto, habla de los que se han sentado en lugares celestiales con Cristo Jesús (Ef 2:6). (2)

¿Qué cosa quiere decir “sentarse” en el trono mismo de Jesús? ¿Acaso hay en un trono, que es una silla grande, majestuosa para una sola persona, lugar para dos, o tres, o para muchísimos más, que serían los que vencieren, y a los que Él hace esta promesa?

Jesús dice que Él se ha sentado en el trono de su Padre (Mt 26:64), lo que quiere decir que, según la promesa de un salmo mesiánico, a Él se le ha dado el gobierno del mundo, porque el trono simboliza autoridad, como lo declara el Salmo 110: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” (v. 1, cf 1Cor 15:25) (3)

Jesús prometió a sus apóstoles que algún día en su reino ellos regirán a las 12 tribus de Israel (Mt 19:28), es decir, las gobernarían, tendrían autoridad sobre ellas (4). Lo que Jesús les está prometiendo a todos los que vencieren, es que algún día Él compartirá con ellos su autoridad sobre el mundo creado. Ellos serán, por así decirlo, sus ministros o mandatarios, en ese mundo futuro que nosotros no conocemos, que es de una grandeza que apenas podríamos imaginar. Pablo da a entender algo semejante cuando escribe: “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? …¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?” (1Cor 6:2,3).

Toda persona a quien se delega autoridad comparte la autoridad de Aquel que se la ha delegado. Sus escogidos pues, los que le sirvieron en la tierra y no desfallecieron en las pruebas, compartirán la autoridad del Rey del Universo. De esta manera recibirán su recompensa (2Tm 2:12; Rm 8:17; Col 3:4). Ninguna acción suya, aún la más pequeña; ninguna palabra, aún la más furtiva; ningún gesto de caridad, pasará desapercibido; hasta la menor sonrisa, será tenida en cuenta; nada será perdido, todo será considerado para la asignación de la recompensa generosa que a cada uno corresponda, porque Dios es un Dios justo que paga a cada cual según sus obras. (Sal 62:12; Rm 2:6; Ap 2:23; 22:12).

22. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”
¿Tienes tus oídos para escuchar y entender la promesa que Jesús te hace? Él no habla en vano, sino que cada palabra suya es “en Él sí, y en Él amén.” (2Cor 1:20), es decir, firme, segura. Si Él lo ha hablado, Él lo hará.

Como ya he dicho en otra parte (Mensajes a las Siete Iglesias IX), Él no habla aquí sólo a una iglesia en particular del pasado, sino que habla a la iglesia universal, a todos los creyentes de todos los tiempos, a ti y a mí.

Notas: 1. Aquí hay una relación de koinonía frecuente en el evangelio de Juan: “Cenaré con él y él conmigo.”  Véase Jn 6:56; 10:38; 14:20,23; 15:4,5; 17:21,26.
2. La carta a los Efesios sería, según algunos eruditos, la carta a la iglesia de Laodicea que  muchos dan por perdida.
3. Véase también las siguientes referencias: Mt 22:44; Mr 12:36; Lc 20:42,43; Hch 2:34,35; Ef 1:20-22; Col 3:1; Hb 1:3,13; 8:1; 10:12,13.
4. En Lucas 22:28-30 Jesús les dice que Él les asignará un reino así como su Padre le asignó un reino a Él.



Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#909 (10.01.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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