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viernes, 28 de abril de 2017

JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN II
Un Comentario de Lucas 21:12-21
12. “Pero antes de todas estas cosas os echarán mano, y os perseguirán, y os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y seréis llevados ante reyes y ante gobernadores por causa de mi nombre.”
Jesús dijo que una de las señales por las que se reconocerá a sus discípulos será el amor que se tienen unos por otros (Jn.13:35), algo que, efectivamente, llamaba mucho la atención de los paganos, según atestigua el escritor Tertuliano del siglo III. Otra sería la persecución.
Lo que aquí se menciona que experimentarían los discípulos de Cristo puede ser expresado con los siguientes verbos: detener, perseguir, confinar, acusar. A nosotros en el Perú no nos parece que esta señal ocurriendo en nuestro país, ni en ningún otro país del mundo occidental, pero hay países en que ésa es la experiencia diaria de los cristianos, que son hostigados, calumniados, apresados, acusados, torturados y condenados a muerte. De manera que si alguien alega que esta señal aún no es aparente hoy en día, debería precisar la ubicación geográfica, porque no en todas las regiones del orbe prevalece el mismo clima de tolerancia.
Tampoco podemos negar que los cristianos empiezan a ser mal vistos aún en
países tradicionalmente cristianos. Incluso entre nosotros se descalifica las opiniones de algunos cristianos, llamándolos “conservadores”, “fanáticos”, o “inflexibles”, por el sólo hecho de expresar opiniones ortodoxas frente a las situaciones del presente. Y en verdad, esos cristianos “conservadores” son en muchos casos los únicos que merecen el calificativo de cristianos, porque muchos de aquellos a los que no se aplica esa chapa han abandonado la fe verdadera, o al menos, son tibios.
Sin embargo, no debemos olvidar que las palabras de Jesús en este versículo eran antes que nada una profecía de lo que ocurriría a sus discípulos antes de la destrucción del templo de Jerusalén por las tropas romanas. En efecto vemos, por los episodios que se narran en el libro de los Hechos, que los discípulos de Jesús fueron perseguidos desde el nacimiento de la iglesia en Pentecostés, como cuando Pedro y Juan fueron apresados por predicar en el templo, y al día siguiente fueron llevados ante el Sanedrín, donde se les prohibió terminantemente que predicaran en el nombre de Jesús (Hch 4:3-22). O como la muerte de Esteban (7:54-60), y la persecución que se desató a continuación (8:1-3). O como Saulo, que una vez convertido en Pablo, de perseguidor pasó a ser perseguido (9:23-25; 2Cor 11:24); o como la prisión y muerte de Santiago (Hch 12:1,2), y el intento de Herodes Agripa de hacer lo mismo con Pedro (12:3-19).
Aquí es importante notar que todo el que persigue a un discípulo de Jesús, lo persigue a Él, como se desprende de la pregunta que el Resucitado le hizo a Saulo al salirle al encuentro cuando iba camino de Damasco: “¡Saulo,  Saulo! ¿Por qué me persigues?” (9:4).
13. “Y esto os será ocasión para dar testimonio.”
Debemos alegrarnos de la persecución porque nos proporciona ocasión de dar testimonio de nuestra fe y de que, como consecuencia, muchos se conviertan. El sufrimiento de los creyentes que predican produce abundante cosecha de salvación. En cambio la comodidad y la prosperidad –como ya había observado John Wesley- producen tibieza.
Conviene notar que dar testimonio se dice en griego “martureo”, de donde viene nuestra palabra “mártir”. Mártir es, en efecto, el que da testimonio, y, por eso mismo, arriesga su vida y su integridad física. A los mártires de ayer y hoy los matan porque dan testimonio. En el caso de los discípulos de Jesús la persecución fue efectivamente bienvenida ocasión para que dieran testimonio de su fe, tal como vemos en los casos de Pedro y Juan, y de Esteban, que ya hemos mencionado; o en la predicación en Samaria (8:4-25); y en las muchas ocasiones que Pablo tuvo de dar testimonio al defenderse de sus acusadores (22:1-21; 24:10-21; 26:1-29; 28:23-29).
14,15. “Proponed en vuestros corazones no pensar antes cómo habéis de responder en vuestra defensa; porque yo os daré palabra y sabiduría, la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se opongan.”
Esta es una magnífica promesa. Llegado el momento de la prueba no nos preocupemos de lo que habremos de decir o contestar, porque palabras poderosas y cargadas del Espíritu fluirán de nuestra boca sin que tengamos que pensarlas.
Esta asistencia de Jesús a través del Espíritu Santo es una prueba más de que contamos con su compañía y apoyo cuando los necesitamos. ¿Quién no ha tenido la experiencia de encontrarse en una situación delicada, en que era importante pronunciar la palabra adecuada, y que ésta venía a sus labios sin que tuviera que pensarla?
En estos versículos se nos dice:
1) Que no necesitamos preocuparnos por nuestra defensa. El Espíritu Santo será nuestro abogado. Ésa es una de sus funciones como paráclito.
2) Que no podrán resistir a nuestras palabras ni contradecirlas. Un buen ejemplo del cumplimiento de esta promesa es la escena ya mencionada en que Pedro y Juan comparecen ante los sacerdotes y fariseos del Sanedrín (Hechos 4:5-22), y los confunden con su inesperada elocuencia.
16. “Mas seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros;”
He aquí un anuncio de nuestro Señor que es realmente terrible: los más cercanos a nosotros serán los que nos denuncien. ¡Que doloroso será eso para nosotros! Pero ya Jesús lo había predicho cuando dijo que Él no había venido a traer paz sino guerra; y que habría división en las familias; que se levantarían padres contra hijos, e hijos contra padres, etc. (Lucas 12:51-53). Nuestros primeros enemigos serán nuestros seres más queridos.
Y algunos justos perecerán, como en verdad ha ocurrido en el pasado y seguirá ocurriendo en el futuro. El camino cristiano supone ese riesgo. Pero no debemos inquietarnos por ello. La fe triunfa cuando sus hijos dan la vida por ella. Ese fue el camino de Jesús: triunfar muriendo (Nota 1).
17. “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre.”
¡Cuántas veces se ha cumplido esta profecía! El cristiano es aborrecido a causa de su fe. Ocurre en el seno de las familias, de los grupos, de la sociedad, de los países. Está atestiguado en lo que Pablo declara acerca de su propia carrera como apóstol (2Cor 11:24-26). En el menos malo de los casos al cristiano se le toma como un “aguafiestas” y se le margina.
18. “Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.”
Al versículo anterior, que amenaza nuestra seguridad, sigue éste que nos conforta: ni uno solo de nuestros cabellos perecerá (ver Lc 12:7; Mt 10:30). Pero ¿no ha dicho poco antes Jesús que algunos morirían? (Lc 21:16). En efecto, pero también había dicho que ni un solo pajarillo cae a tierra sin que nuestro Padre lo sepa (Mt 10:29). Como consecuencia de la persecución nuestro cabello puede caer, pero lo hace en manos del Padre que permite que caiga, y Él lo recoge y lo guarda para la vida eterna. Aunque caiga no perecerá. No sólo nuestros cabellos, sino ninguna de nuestras acciones, aún las más pequeñas, dejarán de ser tenida en cuenta y producir su recompensa.
19. “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas.”
Yo creía que con la fe se ganaba el cielo. Pero es cierto que también se gana con la paciencia (en el sentido de soportar las pruebas): “con la fe y la paciencia se alcanzan las promesas” (Hb.6:12). Lo que el versículo quiere decir es que la fe verdadera persevera pese a toda oposición, y no se muda. Aquellos cuya fe es débil abandonan la lucha pronto cuando las cosas se vuelven difíciles. (Mr.4:17) “Mas el que persevere hasta el fin, ése será salvo.” (Mt 10:22) Y “al que venciere yo le daré de comer del árbol de la vida” (Ap 2:7).
20. “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.” Los cinco versículos que siguen a continuación (contando éste) contienen una profecía famosa acerca de la destrucción de Jerusalén, que corrobora la predicción hecha anteriormente por Jesús acerca de la destrucción del templo (Lc 19:41-44). Lo primero que Jesús indica es la señal de su cumplimiento: el día en que Jerusalén se vea rodeada de ejércitos. (2)
Jerusalén, como toda Judea, estaba ocupada por tropas romanas, pero las guarniciones que mantenían ahí para conservar el orden eran relativamente pequeñas. Jesús anuncia que se vería rodeada de ejércitos, como efectivamente ocurrió el año 69, cuando un poderoso ejército, bajo las órdenes de Tito, después de someter a sangre y fuego el resto del país, puso sitio a Jerusalén.
El año 66 DC el descontento latente del pueblo judío contra los romanos, agravado por la incompetencia y torpeza del gobernador Florus, (3) estalló en una revuelta en Jerusalén, en que se quemaron varios edificios importantes, y que pronto se convirtió en una insurrección general, es más, en una verdadera guerra de independencia. Una legión romana, al mando de Cestus Gallus, legado imperial en Siria, quien, subestimando la amplitud de la rebelión, acudió apresuradamente a sofocarla, fue perseguida y derrotada por las improvisadas fuerzas judías. Esta efímera victoria, que infló de vano y exaltado optimismo a los rebeldes, tuvo un alto costo para los judíos, porque suscitó la organización de una expedición punitiva en gran escala que el emperador Nerón encargó al experimentado general Vespasiano. Éste, al mando de 60,000 hombres, sometió a Galilea, Perea y otras regiones. Cuando algún tiempo después, al ser asesinado Nerón, Vespasiano fue proclamado emperador, y debió retornar a Roma para ser coronado y asumir el trono, su hijo Tito quedó al mando de las tropas con el encargo de llevar la guerra a su término y aplastar sin misericordia la rebelión.
21. “Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella.”
Jesús pronuncia una seria advertencia que salvará a muchos del peligro: los que estén a lo largo y ancho del territorio de Judea huyan de las ciudades y del campo a los montes; los que estén en Jerusalén misma, huyan adonde fuere, porque si se quedan, perecerán; y los habitantes de la ciudad que estuvieren en el campo, o en algún otro lugar, no piensen en retornar a la urbe, porque ahí la destrucción los sorprenderá. Es como si Jesús les dijera: Váyanse de Jerusalén porque Dios la ha abandonado a causa de su impiedad (Véase Lc 13:34,35).
En el pasaje paralelo de Mateo y de Marcos Jesús añade que los que estén en la azotea no entren en casa para recoger lo que fuere (Mt 24:17; Mr 13:15). Al techo de las casas en Oriente se accedía entonces por una escalera exterior (no interior como en nuestros días). Lo que Jesús quiere subrayar es que deben huir tan rápidamente que no tendrán tiempo ni para entrar a sus casas a recoger su abrigo. Esta urgencia es enfatizada por el dicho de que los que estén en el campo no deben retornar a la ciudad. (4).
Contrariamente a lo aconsejado por Jesús, cuando los judíos vieron el avance de las tropas romanas, corrieron a refugiarse en las ciudades y, en especial, en Jerusalén, algo que es natural desde cierto punto de vista, ya que es más seguro estar en las ciudades amuralladas que en el campo abierto. Si a ello se añade que la ofensiva final romana coincidió con la celebración de la Pascua, que atraía a muchísimos peregrinos, podrá comprenderse por qué la ciudad estaba en esos días repleta de judíos provenientes de otros lugares. Ellos estaban tan confiados de que derrotarían a los romanos, que no dejaron de acudir a Jerusalén, según su costumbre, para tomar parte en la fiesta.
Sin embargo, las instrucciones de Jesús equivalían a una orden de no ofrecer resistencia a los romanos, sino de salvar su vida huyendo. Eso fue precisamente lo que hicieron sus seguidores, a quienes los judíos entonces llamaban “nazarenos”. Según el historiador Eusebio, al ver los movimientos de las legiones romanas, y recordando las palabras de advertencia de Jesús, la comunidad cristiana de Jerusalén, al frente de la cual estaba Simeón, hijo de Clopas y primo de Santiago, abandonó prudentemente la ciudad, y se refugió en la ciudad de Pella, en la vecina Perea.
La huida de los cristianos de Jerusalén fue considerada por los líderes de la comunidad judía como una traición a su pueblo, y agravó las tensiones ya existentes entre la sinagoga y la naciente iglesia (5). Fue por ese motivo que el rabino Schmu-‘elHaKatan compuso entre los años 70 y 90 DC, la bendición (llamada así eufemísticamente porque, en realidad, es una maldición) “Birkat-HaMinim” contra los herejes (con lo que se aludía principalmente a los “nazarenos”) que fue agregada a la Amida, una de las oraciones principales del culto judío, que todo creyente debe, aún en nuestro tiempo, recitar tres veces al día con los pies juntos (6). Los cristianos judíos que asistieran a la sinagoga -como muchos entonces todavía lo hacían- no podían participar en el servicio recitando una maldición que estaba dirigida contra ellos mismos. Por ese motivo empezaron a alejarse del culto sinagogal donde quiera que se introdujera esa “bendición”. Ése fue precisamente el efecto que los rabinos buscaban: eliminar de sus asambleas a las tendencias discrepantes con el fin de consolidar a las comunidades, y asumir plenamente el control de su religión, que ellos consideraban amenazada por fuerzas exteriores (7). No fue pues la Iglesia la que se separó de sus raíces judías, como algunos judaizantes modernos nos quieren hacer creer, sino fue la sinagoga la que excluyó a los seguidores de Jesús.
Los que se quedaron en Jerusalén y ofrecieron resistencia a los romanos desobedecieron al mandato que Jesús les había dado ordenándoles huir, y por eso, como veremos más adelante, perecieron de una muerte horrible.
Notas: 1. Esta verdad incontrovertible no puede ser distorsionada, como hacen algunos fanáticos de otras religiones, que la toman como pretexto para inmolarse matando a sus enemigos. Cuando el cristiano muere por su fe lo hace como Jesús, como víctima inerme e inocente, no como verdugo de otros.
2. Según Lucas, Jesús pone como señal para huir y ponerse a salvo que Jerusalén se vea rodeada de ejércitos. Según Mt 24:15,16 y Mr 13:14, la señal es la abominación desoladora de que habla Dn 9:27, entre otros lugares. ¿Qué relación hay entre ambos signos? La relación puede encontrarse en Dn 8:13 y 11:31 donde se habla a la vez de tropas y de la abominación desoladora. En opinión de muchos intérpretes la expresión “abominación desoladora” en los evangelios representa a las insignias imperiales de las legiones romanas paganas acampando en el territorio que rodeaba a la ciudad santa.
3. Él quiso mediante el uso de la fuerza obligar a los judíos a entregar 17 talentos de oro (¡una fortuna!) del tesoro del templo.
4. Es muy singular que esas palabras de Jesús se encuentren en un capítulo anterior de Lucas, en el que el evangelista habla de la venida del Reino (17:31). Buena parte del contenido de ese largo pasaje lucano (vers. 20 al 37) está intercalado en Mt 24 y Mr 13. ¿Por qué Lucas separa lo que Mateo y Marcos juntan? No lo sabemos.
5. Según una tradición judía, el rabino Yohanán Ben Zakai logró salir de Jerusalén durante el sitio, escondido en un ataúd. Habiendo escapado de la matanza él pudo convocar en Yavné de Galilea a los escribas judíos dispersos en otras ciudades, e iniciar el movimiento de reconstrucción del judaísmo rabínico que ha sobrevivido hasta nuestros días.
6. Esa bendición en su forma actual no contiene ninguna referencia a los “herejes”, pero según el Talmud originalmente sí la tenía.
7. Es de notar que, contrariamente a la multiplicidad de tendencias que exhibía el judaísmo antes de la destrucción de Jerusalén, el judaísmo renovado posterior a la catástrofe, muestra una notable unidad doctrinal en que la corriente farisea prevaleció absorbiendo a las demás.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, y te invito a arrepentirte de todos tus pecados, pidiéndole humildemente perdón a Dios por ellos.

#938 (14.08.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 10 de febrero de 2016

LA ORACIÓN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ORACIÓN II

Revisando mi charla anterior (La Oración I), al llegar al texto que decía: Si no le amamos y adoramos en la intimidad de nuestro ser, no le amaremos en la práctica de la vida, me di cuenta de que antes de preguntar ¿Cómo se ama a Dios en la práctica? debí haber preguntado ¿Cómo se ama a Dios en la intimidad de nuestro ser? No lo hice porque pensé que todos mis lectores lo saben. Pero quizá no sea tan evidente para todos.

Así que contestemos a esa pregunta. Lo primero que debemos tener en cuenta es que nosotros somos indignos de acercarnos a Dios. Aunque tengamos la sincera intención de honrarlo en nuestras vidas, en los hechos muchas veces le fallamos y nos comportamos de una manera que no le agrada. Por ese motivo, la primera forma de amarlo es decirle que reconocemos nuestra indignidad, que sabemos que no merecemos que nos atienda, y enseguida pedirle perdón por las muchas veces que le hemos sido ingratos, en lo poco y en lo mucho. Y a continuación, suplicarle que nos admita en su presencia. Lo hará porque de todos modos lo desea, y ya nos ha perdonado.

¿Cómo se ama a Dios? Pues simplemente amándolo. Diciéndole todas las cosas gratas que nos vengan en mente y que nuestro amor inspire. Dios no se cansará de oírlas. Más bien, Él hará que nuestro amor crezca al decirlas.

Amamos a Dios en nuestro ser más íntimo dándole gracias por los muchos favores y bendiciones que hemos recibido de Él, comenzando por la vida misma, por la salud y el bienestar de que gozamos. Podemos decirle con el rey David: "Bendice alma mía al Señor, y todo mi ser bendiga su santo nombre" (Sal 103:1).

En ese salmo el poeta real enumera algunas de las bendiciones que recibió de Dios. Nosotros podríamos hacer lo mismo, recordando las muchas cosas que Dios ha hecho a favor nuestro desde nuestro nacimiento, y dándole gracias por cada una de ellas. Nosotros las conocemos bien, pero no deberíamos olvidarlas nunca,  porque tenerlas siempre en mente fortalece nuestra fe y nuestra confianza en Él, y nos ayuda a esperar cosas mejores.

Alabar a Dios es darle el lugar que le corresponde: "Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder..." (Ap 4:11). Jesús nos enseñó a decir en el Padre Nuestro: "Santificado sea tu nombre" (Mt 6:9), esto es, sea tu nombre alabado, bendito, exaltado, por encima de todas las cosas.

Cuando alabamos a Dios, atraemos su presencia sobre nosotros: "Dios habita en medio de las alabanzas de Israel." (Sal 22:3), esto es, de su pueblo, que somos nosotros. ¿Y qué puede darnos la presencia de Dios sino gozo? Como nos lo recuerda el salmista: "Te alabaré, oh Señor; con todo mi corazón; contaré todas tus maravillas. Me alegraré y me regocijaré en ti." (Sal 9:1,2).

Cuando nos alegramos en Él, Él se regocija en nosotros. ¿No quisiéramos nosotros, sus hijos, que nuestro Padre se alegre en nosotros? ¿Qué mayor alegría podemos tener en la tierra sino que Dios nos visite con su presencia y su gozo? Si alguna vez estamos cansados, deprimidos, tristes, el mejor remedio es empezar a alabarlo, aunque no tengamos ganas de hacerlo. En poco tiempo el gozo de Dios vendrá sobre nosotros y disipará las nubes que ensombrecen nuestra alma.

Frente a las desgracias y tribulaciones, frente a las ingratitudes e incomprensiones,
frente a las injusticias de la vida, el mejor remedio es gozarse en Dios, alabarle y darle gracias, aun por aquello que nos aflige. Con el  gozo de Dios retornarán nuestras fuerzas, si acaso las hubiésemos perdido: "El gozo del Señor mi fortaleza es." (Nh 8:10). ¡Cuántas veces lo hemos cantado!

Más importante es experimentarlo. Pero ése no es el único beneficio: Al alabarle y darle gracias a Dios por todos sus favores, convertimos nuestros sinsabores en fuente de bendiciones, y nos atraemos otras nuevas: "Haz del Señor tus delicias y Él te dará los deseos de tu corazón." (Sal 37:4). Cuando nos deleitamos en Dios, Él se deleita en concedernos nuestros deseos más íntimos, más preciados, sin que tengamos necesidad de  pedírselos.

¿Cuál es la diferencia entre la alabanza y la adoración? Creo que todos lo sabemos de una manera instintiva. Pero una manera de hacer explícita la diferencia sería decir que la primera es expansiva, y la segunda intimista; que la primera lleva naturalmente a elevar la voz; la segunda conduce al silencio: "Guarda silencio ante el Señor y espera en Él." (Sal 37:7a). Sí, bien podemos adorarlo en silencio y Él escucha nuestros más ocultos pensamientos como si los gritáramos a voz en cuello. Podríamos agregar que se alaba mayormente con la boca ("alabar" quiere decir "dar gracias"), y se adora sobre todo con la actitud corporal.

El verbo griego que traducimos por "adorar", "proskuneo", quiere decir literalmente "postrarse". Esa es la actitud que expresa mejor la adoración, así como el estar de pie, cantando o bailando, expresa la alabanza. Cuando adoramos nos arrodillamos, nos postramos con la frente en el suelo, como el esclavo ante su señor, en señal de sumisión.

Hay un episodio en los evangelios que manifiesta muy bien lo que es la adoración: el de la pecadora que cubre de besos y lágrimas los pies de Jesús (Lc 7:37,38). Los hombres objetarán quizá: ¡la que hacía eso era una mujer! En el espíritu no hay sexo, no hay hombre, no hay mujer, como dijo Pablo (Gal 3:28). Todos somos iguales. (Nota 1).

Generalmente asociamos en nuestro espíritu las palabras "oración" y "petición". Si oramos es porque necesitamos algo, y se lo pedimos a Dios para que nos lo conceda. La conexión es cierta. La petición forma parte de la oración. Pero hemos visto que no es su único aspecto, ni es el primero.

Es de mal gusto y una descortesía acercarse a una persona y, sin más, pedirle algo sin ni siquiera saludarlo (2). Si no lo somos con los hombres, mucho menos debemos ser maleducados y descorteses con Dios. Después de todo la cortesía y las buenas maneras surgen del amor. ¿Amaremos menos a Dios que al prójimo? ¿Seremos menos considerados con Él que con el vecino?

Si dedicamos la mayor parte de nuestra oración a alabarlo y bendecirlo, nos habremos ganado su favor, y sólo necesitaremos decirle llanamente, y en pocas palabras, lo que necesitamos para que nos lo conceda.

Pero hay quienes sostienen que no se debe utilizar a Dios como si fuera el duende de la lámpara de Aladino: "¡Dame! ¡Tráeme! ¡Consígueme!" No está bien, dicen, pedirle a Dios cosas todo el tiempo.

Sin embargo, su palabra dice: "Pedid y recibiréis; buscad y hallaréis; tocad y se os abrirá. Porque todo el que pide,  recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá." (Lc 11:9,10). La primera parte es una orden; la segunda, una promesa. Él mismo nos exhorta a pedirle. Él quiere que le pidamos. Nuestras peticiones no le aburren, no le  molestan, no le cansan; al contrario, le agradan. Si deseamos algo y no queremos pedírselo a Dios ¿no será quizá porque no queremos recibirlo de sus manos, o porque no queremos que Él tenga que ver nada con eso? Quizá  pensemos que no nos lo daría si lo mencionamos. Queremos tenerlo sin que Él lo sepa.

Pero si hay algo que deseamos recibir, mas no de sus manos, mejor será que ni siquiera lo deseemos. Porque no  nos convendría. Pero si de algo pensamos que sí lo podríamos recibir de Él, pidámoselo aunque no lo recibamos, porque el sólo hecho de orar nos hace mejores, nos cambia para bien. Ésa es la razón, creo yo, por la que Él, aunque sabe muy bien todo lo que necesitamos, quiere, no obstante, que se lo pidamos (Mr 10:51).

Notas: 1. Por si acaso alguien nos entienda mal, digamos que sí hay diferencia en la tierra entre uno y otro, es decir, mientras estemos en la carne. Diferencia pero no preeminencia. Hay quienes sostienen, sin embargo, que las características psicológicas de los sexos se mantienen en el más allá, porque en la dualidad masculino/femenino  Dios se expresa a sí mismo, expresa la multiforme naturaleza de su ser.
2. Aunque muchas veces lo hacemos en la práctica. El peruano se ha vuelto descortés. Pero el cristiano no debe serlo. Ése es un tema al cual valdría la pena dedicar toda una enseñanza.

NB. Como el artículo anterior, este artículo fue publicado por primera vez en febrero del 2002, y fue reimpreso nuevamente cuatro años después. Se publica de nuevo, pero dividido en dos partes debido a su extensión.

Amado lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a i r a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."


#888 (05.07.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 24 de noviembre de 2015

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS X - FILADELFIA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS X
A LA IGLESIA DE FILADELFIA I
Un Comentario de Apocalipsis 3:7,8


7. Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre:”
La sexta carta está dirigida a la iglesia de Filadelfia (Nota 1). Al identificarse a sí mismo, Jesús no recurre como en cartas anteriores, a las descripciones de la visión de Juan, sino en parte a palabras que figuran más adelante y que describen al jinete del caballo blanco, de quien el texto dice que se llama “Fiel y Verdadero” (Ap 19:11). Pero aquí primero Jesús se llama a sí mismo “el Santo”. Sólo Dios es santo aunque se nos exhorta a que, a imitación suya, nosotros tratemos de serlo: “Sed santos, porque yo soy santo.” (1 P 1:16; cf Lv 11:45). Los demonios a quienes Jesús expulsa lo llaman “el Santo de Dios” (Mr 1:24; Lc 4:34). En Hch 3:14 el apóstol Pedro, evocando la muerte de Jesús, lo llama Santo y Justo. 

Jesús no sólo es santo siendo Dios, sino que es el único verdadero. ¿Qué quiere decir eso? Que es el único hombre cuyas palabras sean todas verdad, porque Él es la verdad misma (Jn 14:6). Siendo Él la verdad, y no habiendo en Él ni sombra de error o engaño, todo lo que Él diga es verdad y debe ser creído. Ésa es la obligación que Él nos impone. Y sin embargo, no todos creen en sus palabras, porque ya lo dijo Jesús, que no todos pertenecen a la verdad sino son hijos, es decir, siervos del padre de la mentira, el diablo (Jn 8:44). Y lo son porque el pecado y el orgullo han cerrado sus oídos. Pero notemos que en hebreo la palabra “verdad” (emuna) tiene la connotación de fiel y confiable. Como dice el Sal 146:6: “El que guarda verdad para siempre.”

Luego Jesús dice de sí mismo palabras que son una cita de la frase que el profeta Isaías dirige al mayordomo Eliaquim, a quien Dios llama a tomar el lugar del impío Sebna: “Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; y abrirá, y nadie cerrará; cerrará, y nadie abrirá.” (Is 22:22). Y, en verdad, Jesús es el supremo mayordomo de la casa de su Padre: la puerta que Él abre, nadie la puede cerrar; y la puerta que Él cierra, nadie la puede abrir, porque a Él se le ha dado “toda potestad en el cielo y en la tierra.” (Mt 28:18).

En el contexto del Antiguo Testamento la llave de David es la llave de la “casa” o “linaje de David”, es decir, el reino mesiánico que pertenece a Jesús, el león de la tribu de Judá (Ap 5:5), el “Rey de Reyes y Señor de Señores” (Ap 19:16), que está destinado a reinar “sobre la casa de David para siempre, y su reino no tendrá fin.” (Lc 1:33).

¿Qué representa para nosotros la puerta que está implícita aquí? En primer lugar, la puerta del cielo, es decir, de la salvación (Jn 10:7,9). Es Él quien la abre de par en par para nosotros, o el que la cierra inexorablemente a los que lo rechazan.

En Mt 7:13,14 Jesús dijo: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” Jesús no sólo dijo de sí mismo que Él era “el camino, la verdad y la vida.” (Jn 14:6), sino que Él era también “la puerta de las ovejas.” (Jn 10:7).

Hay dos caminos y dos destinos finales totalmente distintos. Él nos muestra el camino que lleva a la vida, pero para que vayamos por él es necesario que Él nos abra la puerta estrecha por donde empieza, y que es Él mismo. Para entrar por ella debemos despojarnos de todo orgullo y de todo egoísmo; y hacernos humildes como Él era, y estar dispuestos a morir en la cruz que Él nos asigne (Mt 16:24).

Pero la puerta representa también oportunidades que Él nos abre para que trabajemos; o los caminos que Él nos señala para que los sigamos; o los que cierra para que nos alejemos de ellos. Pablo usa con frecuencia la figura de una puerta abierta para referirse a las oportunidades que el Señor le brinda para predicar el Evangelio (Hch 14:27; 1Cor 16:9; 2Cor 2:12). Pero él no sólo predicaba a Cristo cuando estaba libre, sino también cuando estuvo preso en Roma, esperando ser juzgado por el César, a quien había apelado (Hch 25:10-12), gozando, es verdad, de cierta libertad –lo que nosotros llamaríamos “arresto domiciliario”- pues vivía en una casa alquilada “y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento.” (Hch 28:30,31; cf Col 4:3,4).    

¡En verdad cuánta bendición trae a nuestras vidas que nosotros dejemos que sea Jesús quien nos dirija abriendo o cerrando puertas a nuestras actividades, y a nuestro servicio; que dejemos que Él nos diga a diario lo que nosotros debemos hacer, y que lo hagamos. El que lo siga, es decir, el que le obedezca, “no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8:12), y será también una luz para otros (Mt 5:14-16). Así pues también nosotros, en nuestra modesta medida, podemos ser una luz que anime y edifique a otros, y que les ayude a seguir el camino que Dios les traza; que les recuerde que, pese a nuestras limitaciones, Dios nos capacita para la obra a la que Él nos ha llamado. No seamos pues tímidos sino osados, porque si Él nos llama, Él también obrará a través nuestro.

8. “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre.”
Así como hay dos cartas que contienen reproches, esta carta, dirigida posiblemente a una iglesia pequeña (tienes poca fuerza) es sumamente elogiosa, como lo es también la carta dirigida a la iglesia de Esmirna.

Jesús afirma, como en todas sus otras epístolas, que conoce muy bien las obras del ángel (pastor u obispo) de la iglesia. Conoce no sólo las suyas, conoce también las de cada uno de nosotros y, por tanto, también las mías. Todo lo que hacemos, sentimos, pensamos y hablamos lo conoce Él en detalle. ¡Cuánto motivo para temblar delante de Él, si no fuera por su misericordia que atempera su justicia!

Hacia los que son pocos y pequeños, y luchan contra circunstancias adversas, Él se inclina con benevolencia, pero a los que tienen todo a su favor, pero no aprovechan las oportunidades que se les presentan, Él los tratará con severidad.

En este caso Jesús dice a la iglesia: Aunque no eres numerosa has guardado mi palabra –y he aquí lo más importante- pese a la persecución, no has negado mi nombre; es decir, no has renegado de mí, me has confesado sin temor delante de los hombres. Por eso, yo confesaré el tuyo delante del trono de mi Padre. ¡Pero qué tremendo sería que nosotros diéramos ocasión a que Él nos niegue delante de su Padre, porque nosotros lo negamos delante de los hombres! (Mt 10:32,33)

Las palabras “tienes poca fuerza” pueden aludir al hecho de que no había en esta iglesia “muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles” (1Cor 1:26), pese a lo cual Dios pudo obrar poderosamente a través de ellos.

Yo he abierto una puerta de oportunidad delante de ti –no sabemos en qué consistía esa oportunidad- para que anuncies mi nombre delante de los infieles. Tal vez la puerta consistía en la cantidad de gente que venía a la ciudad debido a su actividad comercial. La llave de David con que se abre la puerta denota la extensión del reino. Quizá la puerta era precisamente la persecución que sufrían los de Filadelfia, porque es probable que concitara la atención de la gente y que eso les diera ocasión para proclamar el mensaje de Jesús. El ejemplo de constancia que han dado los perseguidos ha convertido siempre a muchos espectadores.  (2)  Por eso Satanás es derrotado muchas veces cuando creía haber vencido. Ese fue el secreto de la muerte de Cristo. Satanás pensó que había vencido al verlo morir, cuando en realidad fue derrotado. Igual sucede con los cristianos: ellos triunfan cuando parecen vencidos. Su influencia aumenta con la persecución. En nuestro tiempo hay muchos lugares donde los cristianos son perseguidos, y otros donde les está prohibido, bajo pena de muerte, evangelizar. Pero hay también muchos, como nuestro país, donde las puertas están abiertas. Esas son las oportunidades que nosotros debemos aprovechar para llevar el mensaje de salvación a los perdidos, a los que, sin saberlo, andan por el camino ancho y espacioso que lleva a la perdición, porque nadie les ha advertido. A nosotros toca mostrarles la puerta y el camino estrecho que lleva a la vida. No  tenemos excusa si no lo hacemos.

Notas: 1. Filadelfia es el nombre de una ciudad situada en la provincia romana de Asia (que no debe confundirse con el continente de ese nombre) que fue fundada por Eumenes, rey de Pérgamo en el segundo siglo AC. El nombre de la ciudad [Philadelphia en griego, de philia (amor filial) y adelphós (hermano)] se lo puso Eumenes II en recuerdo de su hermano Attalus II, que fue llamado Philadelphus (hermano amante) por su fidelidad proverbial.

Estaba situada en la parte alta de un ancho valle y en el umbral de una llanura muy fértil, de donde provenía la riqueza comercial de la ciudad. Albergaba varios templos paganos, que le aseguraban un flujo constante de peregrinos, por lo que llegó a ser conocida como “pequeña Atenas”. A inicios del siglo II, Ignacio, obispo de Antioquía, camino a Roma, donde sería martirizado, escribió una carta a la iglesia de Filadelfia.

Sin embargo, esa región estaba sujeta a terremotos, uno de los cuales, el año 17 DC, destruyó totalmente la ciudad. Reconstruida generosamente por los romanos, la ciudad adoptó el nombre de Neocesarea, en homenaje al César, su benefactor, pero pronto retomó su antiguo nombre. La ciudad se hizo famosa por sus templos y festivales religiosos. Pero no era la única ciudad en ese tiempo que se llamaba así. Había otra en Egipto. Filadelfia era también el nombre de una de las ciudades de la Decápolis, la antigua Rabá, capital de los amonitas, que fue conquistada por David (2Sm 12:26-31). En los EEUU, donde abundan las ciudades con nombres bíblicos, hay una gran ciudad en el estado de Pennsylvania que se llama así, donde se firmó la independencia de ese país el año 1776.  

La carta dirigida al ángel de la iglesia de Filadelfia alude posiblemente a algunas de las circunstancias de la ciudad. Como Philadelphus fue renombrado por su fidelidad a su hermano, la iglesia fue conocida por su fidelidad a Cristo. Como la ciudad está situada en una puerta abierta a la región de donde deriva su riqueza, a la iglesia se le ofrece la oportunidad de ser una “puerta abierta” para la extensión del Evangelio. En contraste con la inestabilidad del suelo, debido a los terremotos, a los que vencieren se les ofrece la estabilidad suprema de ser columnas en el templo de Dios. (Información tomada principalmente del “New Bible Dictionary”). La ciudad sobrevive con el nombre de Ala-sehir, (probablemente “ciudad de Alá”), una cuarta parte de cuya población es griega y cristiana.

2. En cambio la inconstancia, o la infidelidad de la Iglesia, alejan de ella a los que pudieran haberse convertido. De ahí la tremenda responsabilidad de los que causan escándalos en la iglesia que la vuelven indigna del nombre que llevan.



Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


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