viernes, 28 de abril de 2017

JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN II
Un Comentario de Lucas 21:12-21
12. “Pero antes de todas estas cosas os echarán mano, y os perseguirán, y os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y seréis llevados ante reyes y ante gobernadores por causa de mi nombre.”
Jesús dijo que una de las señales por las que se reconocerá a sus discípulos será el amor que se tienen unos por otros (Jn.13:35), algo que, efectivamente, llamaba mucho la atención de los paganos, según atestigua el escritor Tertuliano del siglo III. Otra sería la persecución.
Lo que aquí se menciona que experimentarían los discípulos de Cristo puede ser expresado con los siguientes verbos: detener, perseguir, confinar, acusar. A nosotros en el Perú no nos parece que esta señal ocurriendo en nuestro país, ni en ningún otro país del mundo occidental, pero hay países en que ésa es la experiencia diaria de los cristianos, que son hostigados, calumniados, apresados, acusados, torturados y condenados a muerte. De manera que si alguien alega que esta señal aún no es aparente hoy en día, debería precisar la ubicación geográfica, porque no en todas las regiones del orbe prevalece el mismo clima de tolerancia.
Tampoco podemos negar que los cristianos empiezan a ser mal vistos aún en
países tradicionalmente cristianos. Incluso entre nosotros se descalifica las opiniones de algunos cristianos, llamándolos “conservadores”, “fanáticos”, o “inflexibles”, por el sólo hecho de expresar opiniones ortodoxas frente a las situaciones del presente. Y en verdad, esos cristianos “conservadores” son en muchos casos los únicos que merecen el calificativo de cristianos, porque muchos de aquellos a los que no se aplica esa chapa han abandonado la fe verdadera, o al menos, son tibios.
Sin embargo, no debemos olvidar que las palabras de Jesús en este versículo eran antes que nada una profecía de lo que ocurriría a sus discípulos antes de la destrucción del templo de Jerusalén por las tropas romanas. En efecto vemos, por los episodios que se narran en el libro de los Hechos, que los discípulos de Jesús fueron perseguidos desde el nacimiento de la iglesia en Pentecostés, como cuando Pedro y Juan fueron apresados por predicar en el templo, y al día siguiente fueron llevados ante el Sanedrín, donde se les prohibió terminantemente que predicaran en el nombre de Jesús (Hch 4:3-22). O como la muerte de Esteban (7:54-60), y la persecución que se desató a continuación (8:1-3). O como Saulo, que una vez convertido en Pablo, de perseguidor pasó a ser perseguido (9:23-25; 2Cor 11:24); o como la prisión y muerte de Santiago (Hch 12:1,2), y el intento de Herodes Agripa de hacer lo mismo con Pedro (12:3-19).
Aquí es importante notar que todo el que persigue a un discípulo de Jesús, lo persigue a Él, como se desprende de la pregunta que el Resucitado le hizo a Saulo al salirle al encuentro cuando iba camino de Damasco: “¡Saulo,  Saulo! ¿Por qué me persigues?” (9:4).
13. “Y esto os será ocasión para dar testimonio.”
Debemos alegrarnos de la persecución porque nos proporciona ocasión de dar testimonio de nuestra fe y de que, como consecuencia, muchos se conviertan. El sufrimiento de los creyentes que predican produce abundante cosecha de salvación. En cambio la comodidad y la prosperidad –como ya había observado John Wesley- producen tibieza.
Conviene notar que dar testimonio se dice en griego “martureo”, de donde viene nuestra palabra “mártir”. Mártir es, en efecto, el que da testimonio, y, por eso mismo, arriesga su vida y su integridad física. A los mártires de ayer y hoy los matan porque dan testimonio. En el caso de los discípulos de Jesús la persecución fue efectivamente bienvenida ocasión para que dieran testimonio de su fe, tal como vemos en los casos de Pedro y Juan, y de Esteban, que ya hemos mencionado; o en la predicación en Samaria (8:4-25); y en las muchas ocasiones que Pablo tuvo de dar testimonio al defenderse de sus acusadores (22:1-21; 24:10-21; 26:1-29; 28:23-29).
14,15. “Proponed en vuestros corazones no pensar antes cómo habéis de responder en vuestra defensa; porque yo os daré palabra y sabiduría, la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se opongan.”
Esta es una magnífica promesa. Llegado el momento de la prueba no nos preocupemos de lo que habremos de decir o contestar, porque palabras poderosas y cargadas del Espíritu fluirán de nuestra boca sin que tengamos que pensarlas.
Esta asistencia de Jesús a través del Espíritu Santo es una prueba más de que contamos con su compañía y apoyo cuando los necesitamos. ¿Quién no ha tenido la experiencia de encontrarse en una situación delicada, en que era importante pronunciar la palabra adecuada, y que ésta venía a sus labios sin que tuviera que pensarla?
En estos versículos se nos dice:
1) Que no necesitamos preocuparnos por nuestra defensa. El Espíritu Santo será nuestro abogado. Ésa es una de sus funciones como paráclito.
2) Que no podrán resistir a nuestras palabras ni contradecirlas. Un buen ejemplo del cumplimiento de esta promesa es la escena ya mencionada en que Pedro y Juan comparecen ante los sacerdotes y fariseos del Sanedrín (Hechos 4:5-22), y los confunden con su inesperada elocuencia.
16. “Mas seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros;”
He aquí un anuncio de nuestro Señor que es realmente terrible: los más cercanos a nosotros serán los que nos denuncien. ¡Que doloroso será eso para nosotros! Pero ya Jesús lo había predicho cuando dijo que Él no había venido a traer paz sino guerra; y que habría división en las familias; que se levantarían padres contra hijos, e hijos contra padres, etc. (Lucas 12:51-53). Nuestros primeros enemigos serán nuestros seres más queridos.
Y algunos justos perecerán, como en verdad ha ocurrido en el pasado y seguirá ocurriendo en el futuro. El camino cristiano supone ese riesgo. Pero no debemos inquietarnos por ello. La fe triunfa cuando sus hijos dan la vida por ella. Ese fue el camino de Jesús: triunfar muriendo (Nota 1).
17. “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre.”
¡Cuántas veces se ha cumplido esta profecía! El cristiano es aborrecido a causa de su fe. Ocurre en el seno de las familias, de los grupos, de la sociedad, de los países. Está atestiguado en lo que Pablo declara acerca de su propia carrera como apóstol (2Cor 11:24-26). En el menos malo de los casos al cristiano se le toma como un “aguafiestas” y se le margina.
18. “Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.”
Al versículo anterior, que amenaza nuestra seguridad, sigue éste que nos conforta: ni uno solo de nuestros cabellos perecerá (ver Lc 12:7; Mt 10:30). Pero ¿no ha dicho poco antes Jesús que algunos morirían? (Lc 21:16). En efecto, pero también había dicho que ni un solo pajarillo cae a tierra sin que nuestro Padre lo sepa (Mt 10:29). Como consecuencia de la persecución nuestro cabello puede caer, pero lo hace en manos del Padre que permite que caiga, y Él lo recoge y lo guarda para la vida eterna. Aunque caiga no perecerá. No sólo nuestros cabellos, sino ninguna de nuestras acciones, aún las más pequeñas, dejarán de ser tenida en cuenta y producir su recompensa.
19. “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas.”
Yo creía que con la fe se ganaba el cielo. Pero es cierto que también se gana con la paciencia (en el sentido de soportar las pruebas): “con la fe y la paciencia se alcanzan las promesas” (Hb.6:12). Lo que el versículo quiere decir es que la fe verdadera persevera pese a toda oposición, y no se muda. Aquellos cuya fe es débil abandonan la lucha pronto cuando las cosas se vuelven difíciles. (Mr.4:17) “Mas el que persevere hasta el fin, ése será salvo.” (Mt 10:22) Y “al que venciere yo le daré de comer del árbol de la vida” (Ap 2:7).
20. “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.” Los cinco versículos que siguen a continuación (contando éste) contienen una profecía famosa acerca de la destrucción de Jerusalén, que corrobora la predicción hecha anteriormente por Jesús acerca de la destrucción del templo (Lc 19:41-44). Lo primero que Jesús indica es la señal de su cumplimiento: el día en que Jerusalén se vea rodeada de ejércitos. (2)
Jerusalén, como toda Judea, estaba ocupada por tropas romanas, pero las guarniciones que mantenían ahí para conservar el orden eran relativamente pequeñas. Jesús anuncia que se vería rodeada de ejércitos, como efectivamente ocurrió el año 69, cuando un poderoso ejército, bajo las órdenes de Tito, después de someter a sangre y fuego el resto del país, puso sitio a Jerusalén.
El año 66 DC el descontento latente del pueblo judío contra los romanos, agravado por la incompetencia y torpeza del gobernador Florus, (3) estalló en una revuelta en Jerusalén, en que se quemaron varios edificios importantes, y que pronto se convirtió en una insurrección general, es más, en una verdadera guerra de independencia. Una legión romana, al mando de Cestus Gallus, legado imperial en Siria, quien, subestimando la amplitud de la rebelión, acudió apresuradamente a sofocarla, fue perseguida y derrotada por las improvisadas fuerzas judías. Esta efímera victoria, que infló de vano y exaltado optimismo a los rebeldes, tuvo un alto costo para los judíos, porque suscitó la organización de una expedición punitiva en gran escala que el emperador Nerón encargó al experimentado general Vespasiano. Éste, al mando de 60,000 hombres, sometió a Galilea, Perea y otras regiones. Cuando algún tiempo después, al ser asesinado Nerón, Vespasiano fue proclamado emperador, y debió retornar a Roma para ser coronado y asumir el trono, su hijo Tito quedó al mando de las tropas con el encargo de llevar la guerra a su término y aplastar sin misericordia la rebelión.
21. “Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella.”
Jesús pronuncia una seria advertencia que salvará a muchos del peligro: los que estén a lo largo y ancho del territorio de Judea huyan de las ciudades y del campo a los montes; los que estén en Jerusalén misma, huyan adonde fuere, porque si se quedan, perecerán; y los habitantes de la ciudad que estuvieren en el campo, o en algún otro lugar, no piensen en retornar a la urbe, porque ahí la destrucción los sorprenderá. Es como si Jesús les dijera: Váyanse de Jerusalén porque Dios la ha abandonado a causa de su impiedad (Véase Lc 13:34,35).
En el pasaje paralelo de Mateo y de Marcos Jesús añade que los que estén en la azotea no entren en casa para recoger lo que fuere (Mt 24:17; Mr 13:15). Al techo de las casas en Oriente se accedía entonces por una escalera exterior (no interior como en nuestros días). Lo que Jesús quiere subrayar es que deben huir tan rápidamente que no tendrán tiempo ni para entrar a sus casas a recoger su abrigo. Esta urgencia es enfatizada por el dicho de que los que estén en el campo no deben retornar a la ciudad. (4).
Contrariamente a lo aconsejado por Jesús, cuando los judíos vieron el avance de las tropas romanas, corrieron a refugiarse en las ciudades y, en especial, en Jerusalén, algo que es natural desde cierto punto de vista, ya que es más seguro estar en las ciudades amuralladas que en el campo abierto. Si a ello se añade que la ofensiva final romana coincidió con la celebración de la Pascua, que atraía a muchísimos peregrinos, podrá comprenderse por qué la ciudad estaba en esos días repleta de judíos provenientes de otros lugares. Ellos estaban tan confiados de que derrotarían a los romanos, que no dejaron de acudir a Jerusalén, según su costumbre, para tomar parte en la fiesta.
Sin embargo, las instrucciones de Jesús equivalían a una orden de no ofrecer resistencia a los romanos, sino de salvar su vida huyendo. Eso fue precisamente lo que hicieron sus seguidores, a quienes los judíos entonces llamaban “nazarenos”. Según el historiador Eusebio, al ver los movimientos de las legiones romanas, y recordando las palabras de advertencia de Jesús, la comunidad cristiana de Jerusalén, al frente de la cual estaba Simeón, hijo de Clopas y primo de Santiago, abandonó prudentemente la ciudad, y se refugió en la ciudad de Pella, en la vecina Perea.
La huida de los cristianos de Jerusalén fue considerada por los líderes de la comunidad judía como una traición a su pueblo, y agravó las tensiones ya existentes entre la sinagoga y la naciente iglesia (5). Fue por ese motivo que el rabino Schmu-‘elHaKatan compuso entre los años 70 y 90 DC, la bendición (llamada así eufemísticamente porque, en realidad, es una maldición) “Birkat-HaMinim” contra los herejes (con lo que se aludía principalmente a los “nazarenos”) que fue agregada a la Amida, una de las oraciones principales del culto judío, que todo creyente debe, aún en nuestro tiempo, recitar tres veces al día con los pies juntos (6). Los cristianos judíos que asistieran a la sinagoga -como muchos entonces todavía lo hacían- no podían participar en el servicio recitando una maldición que estaba dirigida contra ellos mismos. Por ese motivo empezaron a alejarse del culto sinagogal donde quiera que se introdujera esa “bendición”. Ése fue precisamente el efecto que los rabinos buscaban: eliminar de sus asambleas a las tendencias discrepantes con el fin de consolidar a las comunidades, y asumir plenamente el control de su religión, que ellos consideraban amenazada por fuerzas exteriores (7). No fue pues la Iglesia la que se separó de sus raíces judías, como algunos judaizantes modernos nos quieren hacer creer, sino fue la sinagoga la que excluyó a los seguidores de Jesús.
Los que se quedaron en Jerusalén y ofrecieron resistencia a los romanos desobedecieron al mandato que Jesús les había dado ordenándoles huir, y por eso, como veremos más adelante, perecieron de una muerte horrible.
Notas: 1. Esta verdad incontrovertible no puede ser distorsionada, como hacen algunos fanáticos de otras religiones, que la toman como pretexto para inmolarse matando a sus enemigos. Cuando el cristiano muere por su fe lo hace como Jesús, como víctima inerme e inocente, no como verdugo de otros.
2. Según Lucas, Jesús pone como señal para huir y ponerse a salvo que Jerusalén se vea rodeada de ejércitos. Según Mt 24:15,16 y Mr 13:14, la señal es la abominación desoladora de que habla Dn 9:27, entre otros lugares. ¿Qué relación hay entre ambos signos? La relación puede encontrarse en Dn 8:13 y 11:31 donde se habla a la vez de tropas y de la abominación desoladora. En opinión de muchos intérpretes la expresión “abominación desoladora” en los evangelios representa a las insignias imperiales de las legiones romanas paganas acampando en el territorio que rodeaba a la ciudad santa.
3. Él quiso mediante el uso de la fuerza obligar a los judíos a entregar 17 talentos de oro (¡una fortuna!) del tesoro del templo.
4. Es muy singular que esas palabras de Jesús se encuentren en un capítulo anterior de Lucas, en el que el evangelista habla de la venida del Reino (17:31). Buena parte del contenido de ese largo pasaje lucano (vers. 20 al 37) está intercalado en Mt 24 y Mr 13. ¿Por qué Lucas separa lo que Mateo y Marcos juntan? No lo sabemos.
5. Según una tradición judía, el rabino Yohanán Ben Zakai logró salir de Jerusalén durante el sitio, escondido en un ataúd. Habiendo escapado de la matanza él pudo convocar en Yavné de Galilea a los escribas judíos dispersos en otras ciudades, e iniciar el movimiento de reconstrucción del judaísmo rabínico que ha sobrevivido hasta nuestros días.
6. Esa bendición en su forma actual no contiene ninguna referencia a los “herejes”, pero según el Talmud originalmente sí la tenía.
7. Es de notar que, contrariamente a la multiplicidad de tendencias que exhibía el judaísmo antes de la destrucción de Jerusalén, el judaísmo renovado posterior a la catástrofe, muestra una notable unidad doctrinal en que la corriente farisea prevaleció absorbiendo a las demás.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, y te invito a arrepentirte de todos tus pecados, pidiéndole humildemente perdón a Dios por ellos.

#938 (14.08.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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