LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PORNOGRAFÍA Y VIOLENCIA
El presente artículo fue publicado a fines de la
década del setenta en un medio impreso hoy desaparecido. Eran los finales del
régimen militar y había en el país un clima de agitación que llevó a la
convocación de elecciones presidenciales. Como puede verse, su contenido fue
involuntariamente profético. Lo he revisado para ponerlo al día y lo publico
nuevamente con pocos cambios, porque creo que su mensaje sigue siendo actual.
Desde hace cerca de dos
años se observa en Lima la aparición de una serie de publicaciones y revistas
abiertamente pornográficas: sus carátulas están adornadas de desnudos
llamativos y sus artículos explotan y azuzan la curiosidad de los lectores
acerca de temas sexuales. De otro lado, a las películas eróticas algo osadas
que se exhibían antes, ha sucedido una avalancha de “films” de franco corte
pornográfico. En varios programas de TV los participantes asumen actitudes y
gestos descaradamente eróticos como motivo de broma.
Se observa al mismo tiempo en los últimos meses una
agravación de los fenómenos de violencia que asumen algunas características
inéditas en nuestro medio: desafío abierto a la autoridad, toma de rehenes,
asalto a lugares públicos, etc., que configuran los primeros síntomas de un
fenómeno que aflige terriblemente a otros países.
Esta simultaneidad de fenómenos no es una mera
coincidencia; hay más bien una estrecha vinculación entre ambos. En gran número
de países, con excepción de los escandinavos, la aparición de la violencia como
fenómeno endémico ha seguido de cerca a la difusión abierta de material
pornográfico. Esta vinculación es más marcada en aquellos países como los
nuestros, en donde el contraste entre pornografía y moralidad tradicional es
más grande.
Yo caí por primera vez en la cuenta de la vinculación que
existe entre pornografía y violencia cuando, residiendo temporalmente en Nueva
York a inicios de la década del setenta, leí que el lugar más violento del
mundo, en el que ocurrían más asesinatos por metro cuadrado, era nada menos que
Times Square, la zona de Broadway en la isla de Manhattan que pocas décadas
antes había sido el centro glamoroso de los espectáculos, las comedias
musicales y el cinema. Pero en los años setenta se había convertido en el antro
repugnante de la pornografía. Las funciones teatrales de calidad habían
emigrado a otros barrios de la isla, los prestigiosos cines antiguos de
estreno, si no habían cerrado, estaban dedicados a la exhibición de películas
pornográficas, y las calles estaban llenas de prostitutos homosexuales que se
ofrecían por la noche a los transeúntes. Era un lugar para salir corriendo.
Si bien no existe una demostrada relación causal directa
entre pornografía y violencia, es fácil comprender el vínculo que existe entre
ambos fenómenos si se recuerda que el proceso civilizatorio de la humanidad ha
sido uno de dominio paulatino, afinamiento y sublimación de los impulsos
instintivos de origen animal. Una lenta evolución ha llevado a la especie
humana desde una etapa en que las necesidades vitales (alimentación, vivienda,
procreación, etc.) se satisfacían mediante el uso de la fuerza, a una en que la
satisfacción de esas necesidades se efectúa a través de canales establecidos
por un orden más o menos respetado, y en que la agresividad ha asumido formas
sutiles de manifestarse.
La clave de bóveda de este proceso de afinamiento de los
impulsos instintivos ha sido el dominio adquirido, o impuesto, sobre el
instinto sexual. De ahí que todas las civilizaciones de la historia, sea a
través del orden social o de la religión, hayan puesto un énfasis primordial en
educar y normar la conducta sexual del hombre. Cuestionada esta llave maestra
todo el edificio de frenos e inhibiciones morales y sociales empieza a desmoronarse.
De otro lado, es conocida la vinculación que existe entre
agresividad y sexo. Los impulsos agresivos pueden expresarse sexualmente y,
viceversa, los impulsos sexuales pueden manifestarse en forma de agresión, es
decir, se expresan en forma de actos tales como la violación y el acoso. Ahora
bien, las imágenes contempladas en revistas, películas y TV exacerban los
impulsos instintivos e inflan las expectativas de satisfacción sexual. Como
estas expectativas crecidas no pueden ser satisfechas en el mundo real, se
produce un fenómeno de sustitución en que la agresión provee el canal por el
que se descargan las tensiones y frustraciones acumuladas. Es obvio que este
fenómeno incide más en las personalidades inestables y en los jóvenes, que no
la tienen aún plenamente formada.
En suma, la difusión de la pornografía contribuye
significativamente a la creación de un clima psicológico en que la violencia
puede prosperar, en que las tensiones sociales encuentran fácilmente una
válvula de escape en actos de violencia irracional. (Nota)
No es necesario subrayar los prejuicios que a la sociedad
causan la violencia y el terrorismo. Además de producir enorme sufrimiento
individual, la violencia perturba la marcha normal de las actividades sociales;
su necesaria prevención y represión absorben considerables recursos humanos y
económicos. Aún más, la sola existencia de la violencia interfiere en los actos
de gobierno, o en la administración de justicia, porque el temor a una
represalia hace que los individuos se inhiban de actuar. El caso de los jueces
y fiscales en Italia que se inhiben, o renuncian, a causa de las amenazas de la
mafia, es un ejemplo patente. En nuestro país, como bien sabemos, los fiscales
y jueces, los testigos, las autoridades locales y los candidatos a las
elecciones, son objeto de amenazas, ataques y asesinatos. Por último, ciertos
actos de terrorismo pueden paralizar la marcha de un gobierno, al enfrentarlo a
dilemas penosos, cuya solución acapara toda su atención.
Si se quiere evitar que la violencia endémica se instale
definitivamente como un fenómeno normal en nuestra sociedad, como ha sido el
caso de tantos países, es necesario poner coto ya a la difusión pública de
material pornográfico en los tres canales de difusión principales: la prensa
escrita (diarios y revistas), el cine y la televisión.
La libertad de prensa, que protege la libre difusión de las
ideas, no puede amparar a la pornografía por el mismo motivo por el que la
libertad de comercio no ampara al tráfico de drogas.
A este respecto debe hacerse una distinción clara entre dos
aspectos del fenómeno de la pornografía. Hay la pornografía que el individuo
busca voluntariamente, y por la que está dispuesto a pagar un precio (cuya
difusión está prohibida por la ley), y la pornografía a la que, como el ruido o
la lluvia en las calles, están expuestos todos, quiéranlo o no: las carátulas
de las revistas exhibidas en los quioscos, los afiches de publicidad de
películas en las puertas de los cines y en carteles, los anuncios de las
películas pornográficas en los diarios y, recientemente, ciertos “sketches”
publicitarios y escenas de algunas series y programas televisivos importados, o
producidos localmente.
Es sobre todo esta segunda forma la más insidiosa que es
necesario atacar, porque afecta más a los menos preparados para defenderse de
su influencia, esto es, a los niños y jóvenes.
Para cumplir esta tarea no es suficiente adoptar medidas
paliativas, intermitentes, que hasta ahora se han demostrado ineficaces. Es
necesario atacar el problema con consistencia y perseverancia, tomando medidas
concretas que, sin violar los preceptos constitucionales, frenen con eficacia
la difusión de la pornografía.
Lo más adecuado sería una combinación calculada de medidas
directas reglamentarias (con normas y prohibiciones pertinentes), y de trabas
indirectas de orden administrativo-burocrático y tributario que desalienten no
sólo la producción o importación del material pornográfico, sino también su
distribución y comercialización en detalle.
Estamos todavía a tiempo para contener el afloramiento
incipiente de la violencia endémica en nuestro país –decía yo entonces- pero la
tarea urge; una vez instalado, el fenómeno adquiere una dinámica propia,
independiente de los factores que contribuyen a generarlo.
Esto es precisamente lo que ha ocurrido en nuestro país. La
violencia en sus diversas formas, incluyendo la más cruel y perniciosa de
todas, esto es, el sicariato, se ha instalado en nuestra sociedad, y el número
de asesinatos a mansalva ha aumentado exponencialmente. De no ponerse coto a
este fenómeno la inseguridad en nuestro país podría alcanzar los niveles
terribles a que ha llegado en Colombia, Centroamérica o México. Dios nos libre.
Nosotros no podemos ignorar que la pornografía es un ataque
a la santidad de Dios, que creó el sexo como medio para la propagación de la
raza humana, y para el contentamiento mutuo de los hombres y mujeres unidos en
matrimonio. Por ello el acto sexual es una acción santa. Todo lo que lo degrade
atenta no sólo contra el Creador, sino también contra la dignidad de la criatura,
esto es, de la persona humana.
Nota: Es conocido el hecho de que la mayoría de los asesinos en
serie que han sido condenados a muerte en los EEUU eran adictos a la
pornografía. Más aún, antes de iniciar su carrera criminal habían caído en la
adicción a la pornografía.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le
sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás
seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy
importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra
que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a
arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos
haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
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Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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