miércoles, 10 de septiembre de 2014

LOS VALORES Y EL AMOR I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LOS VALORES Y EL AMOR I
De dónde viene esta palabra “valores”, por qué usamos la palabra “valores”, y qué tiene que hacer este concepto de “valores”, con lo que se enseña en la iglesia, es algo que queremos explorar sumariamente.

Sabemos lo que es el valor en el sentido de coraje. Es una cualidad muy importante, sinónimo de arrojo, de intrepidez. Es una cualidad que se halla detrás de muchos actos heroicos, de las grandes hazañas que el mundo admira, y de muchísimos actos de la vida diaria que sólo Dios conoce, pero que influyen positivamente en la vida de la gente, y que algún día recibirán su recompensa.
Pero la palabra “valores” en plural es una cosa diferente. Es una palabra que se usa en la Bolsa, que se llama precisamente “Bolsa de Valores”, y que se refiere a papeles, acciones, o documentos de deuda que se negocian en el mercado financiero. Pero nosotros no vamos a hablar de eso. La palabra “valores” es también un término de las matemáticas, y de las finanzas. Pero nosotros tampoco vamos a hablar de eso. Entonces ¿por qué hablamos de valores? ¿Y de qué clase de valores hablamos?
Pues bien, el hecho es que de un tiempo a esta parte se habla de valores en relación con la ética, con el comportamiento moral de las personas. Incluso se habla de “escala de valores”, y de una jerarquía de valores. Nosotros no sólo valoramos los bienes materiales, sino valoramos también las conductas de las personas. Si alguien ha tenido con nosotros un gesto amable, le decimos: “Yo valoro mucho el gesto que has tenido conmigo”. Le adjudicamos valor a las conductas, a los actos humanos.
Hace unos 200 años surgió una filosofía, una ética de los valores. Esa filosofía, cuyos conceptos han impregnado el mundo, ha hecho que esa palabra se convierta en un término muy común en el lenguaje usual. ¿De dónde viene?  Su origen se encuentra en el pensamiento del gran filósofo alemán de finales del siglo XVIII, de Emmanuel Kant, que escribió entre otros libros uno que alcanzó una gran resonancia, “La Crítica de la Razón Pura”, y en particular, en el terreno de la ética, otro titulado “Fundamentos de la Metafísica de las Costumbres”. De su pensamiento viene el concepto de valores. Los sucesores de Kant, los pensadores de la generación siguiente, Lotze en especial, tomando su pensamiento y su filosofía como base, construyeron lo que hoy conocemos como teoría de los valores.
Lo que ellos trataban de hacer era construir una ética o moral racional autónoma, independiente de la religión, independiente del concepto de Dios, independiente del cristianismo. Alguien podría quizá decir que se trataba de un intento de rebelarse contra Dios, pero no es el caso, sino fue más bien un intento honesto de plasmar en términos teóricos lo que eran los conceptos morales y éticos prevalecientes en esa época, que eran por lo demás fundamentalmente derivados del cristianismo y de la filosofía griega anterior a Cristo, pero prescindiendo de todo concepto religioso. De manera que no fue propiamente un intento de rebelarse contra Dios, pero sí una manera de mostrar que para los asuntos fundamentales de la existencia, el hombre era autónomo y podía manejarse sin la necesidad de acudir como referente a un Ser supremo.
Lo cierto es que, debido al creciente racionalismo que ha dominado al mundo de las ideas desde los tiempos de la Ilustración en el siglo XVIII, aunado al desarrollo espectacular de la ciencia, y al creciente agnosticismo, poco a poco esta filosofía de los valores ha ido prescindiendo cada vez más de la idea de Dios.
Como consecuencia esta filosofía, o ética de los valores, se ha ido apartando en la práctica de algunas nociones claves de la moral cristiana. Al comienzo consideraba a los valores como cualidades absolutas, tal como la verdad es algo absoluto, o el bien es algo absoluto. Pero los valores, objetivos en sí mismos, poco a poco se fueron convirtiendo, por la obra de muchos pensadores agnósticos, en valores subjetivos, personales, relativos, al punto de que hoy vivimos en una época en que impera el relativismo en el terreno de la moral. Tú dices que esto está bien, pero eso es de acuerdo a tu manera de pensar, a tu escala de valores, que yo respeto. Pero yo tengo mi propia escala de valores que es diferente de la tuya, y que tú debes también respetar.
Recuerdo que hace años un candidato presidencial, al comienzo de su campaña electoral, habló de que cada uno tenía su propia escala de valores. Es decir, como si cada cual pudiera formular un patrón de conducta personal adaptado a su gusto, a sus preferencias, a su conveniencia y a su idiosincrasia. Naturalmente eso es absurdo, aunque muchos piensan así.
Es como si dijéramos que en nuestro país las leyes no fueran válidas para todos. Como si, por ejemplo, la ley que manda pagar un impuesto del 19% sobre las ventas, no fuera aplicable a todos los comerciantes y empresas, sino sólo a los que quieran acatarla. El que quiere pagar sólo una tasa del 16%, paga el 16%; el que quiere pagar 12%, paga 12%; y el que no quiere pagar nada, no paga nada, porque cada cual tiene derecho a establecer su propia ley. ¿Funcionaría así el estado? ¿Podrían funcionar así el país y la administración pública con su compleja organización presupuestal? No podría. La ley es una para todos. De igual manera las normas morales no pueden sino ser una para todos, si queremos vivir en paz con nosotros mismos, y en armonía con los demás. De lo contrario el capricho y la arbitrariedad imperan.
¿Qué cosa son los “valores” en términos de la ética? En realidad los pensadores no se ponen de acuerdo para definir qué son los valores, y existe una gran cantidad de definiciones, algunas coincidentes, otras divergentes. Pero podríamos decir generalizando, y resumiendo las opiniones prevalecientes, que los valores son ciertas cualidades que adjudicamos a la forma cómo la gente se comporta y a los ideales que rigen su conducta (Nota). Valoramos la conducta de la gente de acuerdo a esos conceptos abstractos de valores. Por ejemplo, podríamos decir que en una escala de calificación ideal de 1 a 5, asignaríamos una nota determinada a la forma cómo una persona se conduce respecto de la bondad, y diríamos que una persona es realmente bondadosa si recibe una calificación de por lo menos 4 ó 5. Si sólo recibe una nota de 1 ó 2, diríamos que no es bondadosa, o que es poco bondadosa. Eso parece un poco complicado, y la filosofía es complicada.
Pero en realidad lo que hoy día llamamos “valores” no es otra cosa sino un nuevo término para un concepto muy antiguo conocido nuestro. Los valores no son otra cosa sino las virtudes a las cuales el mundo moderno ha dado el nombre de valores, aplicando a la ética términos y conceptos que provienen de la economía, en la que se valoran los objetos y los bienes de acuerdo a factores que la economía considera válidos. Pero hay una diferencia importante, como veremos enseguida.
Ahora bien, ¿por qué hablamos nosotros en la iglesia de valores? Por una razón muy sencilla y práctica. El término “valores” se ha impuesto en el mundo y la gente sabe de qué se está hablando cuando se habla de ellos. Usar el término valores nos permite a nosotros los cristianos encontrar un terreno común con la manera de pensar del mundo y, al mismo tiempo, introducir en nuestra conversación con ellos, nociones y conceptos que vienen de la palabra de Dios, de la Biblia.
Hay una moral del mundo y hay una moral cristiana, y nosotros debemos estar en condiciones de distinguir entre una y otra para no dejarnos influenciar por la primera, que, en muchos casos, es abiertamente contraria a la segunda. La moral del mundo pretende obtener determinados resultados positivos en la forma cómo la gente en general se comporta para que haya orden y equilibrio en la sociedad. La moral cristiana la constituyen principios y normas que proceden de la palabra de Dios y, por tanto, quiere moldear nuestro carácter y nuestra conducta a la semejanza de Cristo, que es una meta hacia lo cual todos nosotros debemos tender.
Cuando se habla de valores comparándolos con las virtudes, es necesario tener
en cuenta una distinción fundamental, y es que los valores están en la mente; son conceptos abstractos que no influyen necesariamente en la conducta de la gente, no cambian necesariamente su manera de ser en un sentido positivo. Hay gente que tiene un concepto de valores muy alto, que tiene un alto concepto de la honradez, por ejemplo, pero que en la práctica son unos corruptos; personas que hablan de la honestidad, o de la pureza de pensamientos, pero que son deshonestas y lujuriosas. Una cosa es tener valores en la mente, como quien tiene en su casa objetos valiosos, o una colección de cuadros de pintores famosos, y otra cosa es practicar las virtudes. Los valores son algo que se puede tener, pero las virtudes no se “tienen”. Las virtudes se practican. Las virtudes no se aprenden como conceptos en un libro, tal como ocurre con los valores, sino se aprenden en la vida práctica, incorporándolas a nuestra manera de ser, practicándolas. Y así como solamente se aprende a nadar nadando, solamente se puede adquirir las virtudes ejercitándose en ellas. No creo que se pueda aprender a nadar asistiendo a un salón de clase donde hay una figura humana, y le explican a uno las leyes de la física que permiten a los cuerpos flotar en el agua. Por mucho que uno estudie eso, uno no aprende a nadar. Pero si lo tiran a uno a la piscina y en la piscina no tiene piso, uno aprende a nadar a la fuerza para no ahogarse.
De igual manera, repito, las virtudes no son conceptos que se puedan aprender de los libros como teoría, sino se adquieren practicándolas, hasta que se conviertan en hábitos. Entonces cuando hablamos de valores debemos tener en cuenta que los valores adquieren significado real para el hombre sólo cuando se hacen carne en la vida de la persona, cuando los asimilamos, cuando se convierten en parte de nuestra existencia, de nuestro carácter. Es decir, en suma, cuando se convierten en virtudes.
Quisiera dar un ejemplo práctico. Hace un tiempo llegó al aeropuerto limeño un extranjero a quien se le extravió mientras hacía sus trámites, una billetera con $3,000 en billetes. La billetera fue encontrada por un joven que trató de alcanzar al pasajero antes de que saliera del recinto, pero no pudo, por lo que se acercó a un policía y juntos fueron a entregarla a la oficina de objetos perdidos del aeropuerto. Como en la billetera figuraba la dirección electrónica del pasajero le enviaron un correo, avisándole que su billetera había sido encontrada. Y así le fue entregada sin que le faltara un billete. El hombre agradecido hizo público su reconocimiento al joven que la había encontrado y devuelto.
Pero los amigos de ese joven le dijeron: ¡Qué estúpido eres, qué tonto! Si nadie sabía que tú habías encontrado esa billetera, ¿por qué no te quedaste con ella? Eres un mongo.
¿Qué significa esto? Vemos acá un contraste de valores. Para ese joven, la honestidad es un valor absoluto que determina su conducta, pero para los que criticaron su acción, la honestidad, en el mejor de los casos, es una palabra bonita que no influye en su conducta, porque lo que vale para ellos es el dinero contante y sonante, y cualquier forma de adquirirlo es válida. Según ese criterio el que entrega algo que se ha perdido es un tonto. El valor verdadero para esa gente consiste en ser vivo, mosca, como se dice.
Nosotros vivimos en un mundo en que la gente trata de ser viva, despierta, y como todos tratan de ser vivos al mismo tiempo a costa del otro, del prójimo, del vecino, la consecuencia es que todos vivimos aprovechándonos unos de otros. Finalmente todos sufrimos un perjuicio, porque todos nos quitamos algo, nos robamos algo del otro. A la larga todos perdemos, aparte del hecho de que la vida así no es nada agradable, si tenemos que estar pensando todo el tiempo en evitar que se aprovechen de nosotros. Vivimos a la defensiva, temiendo que alguien nos quite lo que es nuestro, o que se van a aprovechar de nosotros. Así no podemos vivir contentos.
¡Pero qué diferente es cuando todos podemos confiar unos de otros! Si todos fueran como ese joven que devolvió sin dudar la billetera con 3,000 dólares, y si todos supiéramos que la mayoría de la gente es así (como lo son en el Japón, por ejemplo, que sin embargo, no es un país cristiano), hacer negocios sería muy fácil, porque nadie se aprovecharía de nadie. No tendríamos incluso necesidad de firmar contratos, porque la palabra dada tendría el valor de un contrato firmado.
En otras palabras, los valores le dan calidad a la vida, mientras que la perversión de los valores, el desdén por los valores, se la quita. La perversión de los valores trae como consecuencia que no se respete los derechos ajenos, sino que, al contrario, se abuse del prójimo, y sobre todo, del desprotegido. Y ése puede ser cualquiera de nosotros.
Ahora bien, aun sabiendo que el término y la filosofía de los valores viene del mundo, nosotros podemos usar esa palabra e incorporarla a nuestro vocabulario, concientes de que nos permite hablar en el lenguaje que usa la gente del mundo, gente a la que si le habláramos de virtudes, o le habláramos de conceptos que vienen de la Biblia, como el amor al prójimo, nos rechazaría, porque dicen que no quieren saber nada de las cosas de la religión. Pero si les hablamos de valores, estamos hablando de ética, algo que es respetable, muy diferente, de lo cual sí está dispuesta a hablar.
Hay una ética de las profesiones, hay una ética del periodismo, hay una ética del gobierno, hasta una ética del Congreso. Pero ¿cuál es el valor de los valores? ¿Cuál es el valor supremo en la vida? ¿Alguien tiene idea? En relación con las cualidades que hemos mencionado antes, ¿cuál es el valor de los valores, la cualidad de las cualidades, la virtud de todas las virtudes? De eso vamos a hablar en el artículo siguiente.
Nota. Un conocido diccionario inglés da la siguiente definición de la palabra “valores”: Principios sociales, metas o “estándares” mantenidos por un individuo, o por una clase, o por la sociedad, etc. Aquello que es deseable, o digno de estima en sí mismo; aquella cosa o cualidad que tiene un mérito intrínseco.
NB. El texto de este artículo y de los dos siguientes del mismo título, está basado en la trascripción de una conferencia dada en la sede de la IACYM de Tacna, el 26.06.03 en el curso de un seminario sobre valores.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (VOL I) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA, TEL. 4712178.
#844 (24.08.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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