LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LOS
VALORES Y EL AMOR I
De dónde viene esta palabra “valores”,
por qué usamos la palabra “valores”, y qué tiene que hacer este concepto de “valores”,
con lo que se enseña en la iglesia, es algo que queremos explorar sumariamente.
Sabemos lo
que es el valor en el sentido de coraje. Es una cualidad muy importante,
sinónimo de arrojo, de intrepidez. Es una cualidad que se halla detrás de
muchos actos heroicos, de las grandes hazañas que el mundo admira, y de muchísimos
actos de la vida diaria que sólo Dios conoce, pero que influyen positivamente
en la vida de la gente, y que algún día recibirán su recompensa.
Pero la
palabra “valores” en plural es una cosa diferente. Es una palabra que se usa en
la Bolsa, que se llama precisamente “Bolsa de Valores”, y que se refiere a
papeles, acciones, o documentos de deuda que se negocian en el mercado
financiero. Pero nosotros no vamos a hablar de eso. La palabra “valores” es también
un término de las matemáticas, y de las finanzas. Pero nosotros tampoco vamos a
hablar de eso. Entonces ¿por qué hablamos de valores? ¿Y de qué clase de
valores hablamos?
Pues
bien, el hecho es que de un tiempo a esta parte se habla de valores en relación
con la ética, con el comportamiento moral de las personas. Incluso se habla de “escala
de valores”, y de una jerarquía de valores. Nosotros no sólo valoramos los bienes
materiales, sino valoramos también las conductas de las personas. Si alguien ha
tenido con nosotros un gesto amable, le decimos: “Yo valoro mucho el gesto que
has tenido conmigo”. Le adjudicamos valor a las conductas, a los actos humanos.
Hace
unos 200 años surgió una filosofía, una ética de los valores. Esa filosofía, cuyos
conceptos han impregnado el mundo, ha hecho que esa palabra se convierta en un término
muy común en el lenguaje usual. ¿De dónde viene? Su origen se encuentra en el pensamiento del
gran filósofo alemán de finales del siglo XVIII, de Emmanuel Kant, que escribió
entre otros libros uno que alcanzó una gran resonancia, “La Crítica de la Razón
Pura”, y en particular, en el terreno de la ética, otro titulado “Fundamentos
de la Metafísica de las Costumbres”. De su pensamiento viene el concepto de
valores. Los sucesores de Kant, los pensadores de la generación siguiente, Lotze
en especial, tomando su pensamiento y su filosofía como base, construyeron lo
que hoy conocemos como teoría de los valores.
Lo que
ellos trataban de hacer era construir una ética o moral racional autónoma,
independiente de la religión, independiente del concepto de Dios, independiente
del cristianismo. Alguien podría quizá decir que se trataba de un intento de
rebelarse contra Dios, pero no es el caso, sino fue más bien un intento honesto
de plasmar en términos teóricos lo que eran los conceptos morales y éticos
prevalecientes en esa época, que eran por lo demás fundamentalmente derivados
del cristianismo y de la filosofía griega anterior a Cristo, pero prescindiendo
de todo concepto religioso. De manera que no fue propiamente un intento de
rebelarse contra Dios, pero sí una manera de mostrar que para los asuntos
fundamentales de la existencia, el hombre era autónomo y podía manejarse sin la
necesidad de acudir como referente a un Ser supremo.
Lo
cierto es que, debido al creciente racionalismo que ha dominado al mundo de las
ideas desde los tiempos de la Ilustración en el siglo XVIII, aunado al
desarrollo espectacular de la ciencia, y al creciente agnosticismo, poco a poco
esta filosofía de los valores ha ido prescindiendo cada vez más de la idea de
Dios.
Como
consecuencia esta filosofía, o ética de los valores, se ha ido apartando en la
práctica de algunas nociones claves de la moral cristiana. Al comienzo consideraba
a los valores como cualidades absolutas, tal como la verdad es algo absoluto, o
el bien es algo absoluto. Pero los valores, objetivos en sí mismos, poco a poco
se fueron convirtiendo, por la obra de muchos pensadores agnósticos, en valores
subjetivos, personales, relativos, al punto de que hoy vivimos en una época en
que impera el relativismo en el terreno de la moral. Tú dices que esto está
bien, pero eso es de acuerdo a tu manera de pensar, a tu escala de valores, que
yo respeto. Pero yo tengo mi propia escala de valores que es diferente de la
tuya, y que tú debes también respetar.
Recuerdo
que hace años un candidato presidencial, al comienzo de su campaña electoral, habló
de que cada uno tenía su propia escala de valores. Es decir, como si cada cual
pudiera formular un patrón de conducta personal adaptado a su gusto, a sus
preferencias, a su conveniencia y a su idiosincrasia. Naturalmente eso es
absurdo, aunque muchos piensan así.
Es como
si dijéramos que en nuestro país las leyes no fueran válidas para todos. Como
si, por ejemplo, la ley que manda pagar un impuesto del 19% sobre las ventas,
no fuera aplicable a todos los comerciantes y empresas, sino sólo a los que
quieran acatarla. El que quiere pagar sólo una tasa del 16%, paga el 16%; el
que quiere pagar 12%, paga 12%; y el que no quiere pagar nada, no paga nada,
porque cada cual tiene derecho a establecer su propia ley. ¿Funcionaría así el estado?
¿Podrían funcionar así el país y la administración pública con su compleja organización
presupuestal? No podría. La ley es una para todos. De igual manera las normas
morales no pueden sino ser una para todos, si queremos vivir en paz con
nosotros mismos, y en armonía con los demás. De lo contrario el capricho y la
arbitrariedad imperan.
¿Qué cosa son los “valores” en términos de la ética? En
realidad los pensadores no se ponen de acuerdo para definir qué son los valores,
y existe una gran cantidad de definiciones, algunas coincidentes, otras
divergentes. Pero podríamos decir generalizando, y resumiendo las opiniones
prevalecientes, que los valores son ciertas cualidades que adjudicamos a la
forma cómo la gente se comporta y a los ideales que rigen su conducta (Nota). Valoramos la
conducta de la gente de acuerdo a esos conceptos abstractos de valores. Por
ejemplo, podríamos decir que en una escala de calificación ideal de 1 a 5,
asignaríamos una nota determinada a la forma cómo una persona se conduce
respecto de la bondad, y diríamos que una persona es realmente bondadosa si recibe
una calificación de por lo menos 4 ó 5. Si sólo recibe una nota de 1 ó 2,
diríamos que no es bondadosa, o que es poco bondadosa. Eso parece un poco
complicado, y la filosofía es complicada.
Pero en realidad lo que hoy día llamamos “valores” no es
otra cosa sino un nuevo término para un concepto muy antiguo conocido nuestro. Los
valores no son otra cosa sino las virtudes a las cuales el mundo moderno ha dado
el nombre de valores, aplicando a la ética términos y conceptos que provienen
de la economía, en la que se valoran los objetos y los bienes de acuerdo a factores
que la economía considera válidos. Pero hay una diferencia importante, como
veremos enseguida.
Ahora bien, ¿por qué hablamos nosotros en la iglesia de
valores? Por una razón muy sencilla y práctica. El término “valores” se ha
impuesto en el mundo y la gente sabe de qué se está hablando cuando se habla de
ellos. Usar el término valores nos permite a nosotros los cristianos encontrar
un terreno común con la manera de pensar del mundo y, al mismo tiempo, introducir
en nuestra conversación con ellos, nociones y conceptos que vienen de la
palabra de Dios, de la Biblia.
Hay una moral del mundo y hay una moral cristiana, y
nosotros debemos estar en condiciones de distinguir entre una y otra para no
dejarnos influenciar por la primera, que, en muchos casos, es abiertamente
contraria a la segunda. La moral del mundo pretende obtener determinados resultados
positivos en la forma cómo la gente en general se comporta para que haya orden
y equilibrio en la sociedad. La moral cristiana la constituyen principios y
normas que proceden de la palabra de Dios y, por tanto, quiere moldear nuestro
carácter y nuestra conducta a la semejanza de Cristo, que es una meta hacia lo
cual todos nosotros debemos tender.
Cuando se habla de valores comparándolos con las virtudes,
es necesario tener
en cuenta una distinción fundamental, y es que los valores
están en la mente; son conceptos abstractos que no influyen necesariamente en
la conducta de la gente, no cambian necesariamente su manera de ser en un sentido
positivo. Hay gente que tiene un concepto de valores muy alto, que tiene un
alto concepto de la honradez, por ejemplo, pero que en la práctica son unos
corruptos; personas que hablan de la honestidad, o de la pureza de pensamientos,
pero que son deshonestas y lujuriosas. Una cosa es tener valores en la mente,
como quien tiene en su casa objetos valiosos, o una colección de cuadros de
pintores famosos, y otra cosa es practicar las virtudes. Los valores son algo
que se puede tener, pero las virtudes no se “tienen”. Las virtudes se practican.
Las virtudes no se aprenden como conceptos en un libro, tal como ocurre con los
valores, sino se aprenden en la vida práctica, incorporándolas a nuestra manera
de ser, practicándolas. Y así como solamente se aprende a nadar nadando, solamente
se puede adquirir las virtudes ejercitándose en ellas. No creo que se pueda aprender
a nadar asistiendo a un salón de clase donde hay una figura humana, y le
explican a uno las leyes de la física que permiten a los cuerpos flotar en el
agua. Por mucho que uno estudie eso, uno no aprende a nadar. Pero si lo tiran a
uno a la piscina y en la piscina no tiene piso, uno aprende a nadar a la fuerza
para no ahogarse.
De igual manera, repito, las virtudes no son conceptos que
se puedan aprender de los libros como teoría, sino se adquieren practicándolas,
hasta que se conviertan en hábitos. Entonces cuando hablamos de valores debemos
tener en cuenta que los valores adquieren significado real para el hombre sólo cuando
se hacen carne en la vida de la persona, cuando los asimilamos, cuando se
convierten en parte de nuestra existencia, de nuestro carácter. Es decir, en
suma, cuando se convierten en virtudes.
Quisiera dar un ejemplo práctico. Hace un tiempo llegó al
aeropuerto limeño un extranjero a quien se le extravió mientras hacía sus
trámites, una billetera con $3,000 en billetes. La billetera fue encontrada por
un joven que trató de alcanzar al pasajero antes de que saliera del recinto,
pero no pudo, por lo que se acercó a un policía y juntos fueron a entregarla a la
oficina de objetos perdidos del aeropuerto. Como en la billetera figuraba la
dirección electrónica del pasajero le enviaron un correo, avisándole que su
billetera había sido encontrada. Y así le fue entregada sin que le faltara un
billete. El hombre agradecido hizo público su reconocimiento al joven que la
había encontrado y devuelto.
Pero los amigos de ese joven le dijeron: ¡Qué estúpido
eres, qué tonto! Si nadie sabía que tú habías encontrado esa billetera, ¿por qué
no te quedaste con ella? Eres un mongo.
¿Qué significa esto? Vemos acá un contraste de valores. Para
ese joven, la honestidad es un valor absoluto que determina su conducta, pero para
los que criticaron su acción, la honestidad, en el mejor de los casos, es una
palabra bonita que no influye en su conducta, porque lo que vale para ellos es
el dinero contante y sonante, y cualquier forma de adquirirlo es válida. Según
ese criterio el que entrega algo que se ha perdido es un tonto. El valor
verdadero para esa gente consiste en ser vivo, mosca, como se dice.
Nosotros vivimos en un mundo en que la gente trata de ser
viva, despierta, y como todos tratan de ser vivos al mismo tiempo a costa del
otro, del prójimo, del vecino, la consecuencia es que todos vivimos aprovechándonos
unos de otros. Finalmente todos sufrimos un perjuicio, porque todos nos
quitamos algo, nos robamos algo del otro. A la larga todos perdemos, aparte del
hecho de que la vida así no es nada agradable, si tenemos que estar pensando
todo el tiempo en evitar que se aprovechen de nosotros. Vivimos a la defensiva,
temiendo que alguien nos quite lo que es nuestro, o que se van a aprovechar de nosotros.
Así no podemos vivir contentos.
¡Pero qué diferente es cuando todos podemos confiar unos de
otros! Si todos fueran como ese joven que devolvió sin dudar la billetera con
3,000 dólares, y si todos supiéramos que la mayoría de la gente es así (como lo
son en el Japón, por ejemplo, que sin embargo, no es un país cristiano), hacer
negocios sería muy fácil, porque nadie se aprovecharía de nadie. No tendríamos
incluso necesidad de firmar contratos, porque la palabra dada tendría el valor
de un contrato firmado.
En otras palabras, los valores le dan calidad a la vida, mientras
que la perversión de los valores, el desdén por los valores, se la quita. La
perversión de los valores trae como consecuencia que no se respete los derechos
ajenos, sino que, al contrario, se abuse del prójimo, y sobre todo, del
desprotegido. Y ése puede ser cualquiera de nosotros.
Ahora bien, aun sabiendo que el término y la filosofía de
los valores viene del mundo, nosotros podemos usar esa palabra e incorporarla a
nuestro vocabulario, concientes de que nos permite hablar en el lenguaje que
usa la gente del mundo, gente a la que si le habláramos de virtudes, o le
habláramos de conceptos que vienen de la Biblia, como el amor al prójimo, nos rechazaría,
porque dicen que no quieren saber nada de las cosas de la religión. Pero si les
hablamos de valores, estamos hablando de ética, algo que es respetable, muy
diferente, de lo cual sí está dispuesta a hablar.
Hay una ética de las profesiones, hay una ética del
periodismo, hay una ética del gobierno, hasta una ética del Congreso. Pero
¿cuál es el valor de los valores? ¿Cuál es el valor supremo en la vida?
¿Alguien tiene idea? En relación con las cualidades que hemos mencionado antes,
¿cuál es el valor de los valores, la cualidad de las cualidades, la virtud de
todas las virtudes? De eso vamos a hablar en el artículo siguiente.
Nota. Un conocido diccionario inglés da la siguiente definición
de la palabra “valores”: Principios sociales, metas o “estándares” mantenidos
por un individuo, o por una clase, o por la sociedad, etc. Aquello que es
deseable, o digno de estima en sí mismo; aquella cosa o cualidad que tiene un
mérito intrínseco.
NB. El texto de este artículo y de
los dos siguientes del mismo título, está basado en la trascripción de una
conferencia dada en la sede de la IACYM de Tacna, el 26.06.03 en el curso de un
seminario sobre valores.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la
siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por
todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque
te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo
ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento
sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy.
Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi
corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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