LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LOS VALORES Y EL AMOR II
Al terminar el artículo
anterior, en que estuvimos hablando acerca de los valores, dijimos que en el
siguiente hablaríamos acerca del primero de todos los valores o virtudes.
El amor en realidad es la raíz de todas las virtudes, la
raíz de todos los valores, porque del amor procede todo lo demás, es decir,
todas las cualidades y todas las cosas buenas que hay en la vida. El amor es la
virtud central, el valor central. Agustín, el famoso obispo de Hipona, decía: “Ama
y haz lo que quieras”. No estaba propugnando una vida sin ley, librada al
capricho humano, sino que si una persona ama y es una persona buena, va a hacer
de una manera natural y espontánea lo que es bueno, conveniente, beneficioso y
útil para los demás. Por eso es que el amor, decimos, es lo primero.
Pablo lo enseña muy claramente en 1ª Corintios, en un
pasaje que seguramente todos conocen muy bien. En el cap. 12 Pablo ha estado
hablando de los diferentes dones espirituales, y al llegar al versículo 31,
dice: “procurad pues los dones mejores”.
Todos esos dones de los cuales os he hablado, tratad de tenerlos, de adquirirlos.
Pero en seguida añade: “Mas yo os muestro
un camino aun más excelente”. Entonces comienza a decir: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas,
y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si
tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese
toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy.
Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase
mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.” (13:1-3)
Y podríamos añadir: Si tú tienes todos los conocimientos
del mundo, y además tienes los mejores contactos en la vida empresarial y en el
mundo de los negocios y en la política, y si tú eres una persona fuerte, más
fuerte que Hulk, pero no tienes amor, no eres nada. Pero si tienes amor, aunque
seas pequeño, desconocido, inválido, pobre, menospreciado por la gente, lo
tienes todo. ¿Por qué? Porque el amor es la cualidad suprema, que viene
directamente de Dios, y quien lo tiene, lo tiene todo, porque Dios es amor. De
otro lado sabemos también que el primero de los frutos del Espíritu, de que
habla Gálatas 5: 22,23 es el amor.
¿Y por qué es el amor tan importante? Podríamos decir que
el amor es como el tronco de un árbol, la cepa principal de la cual salen no
solamente las ramas cubiertas de hojas, y de las cuales cuelgan los frutos,
sino también los brotes a nivel del suelo, de la tierra. Del amor viene todo lo
demás. Del amor viene la cortesía, la amabilidad, la bondad, la consideración,
la fidelidad, la lealtad, etc., etc., las cualidades que ennoblecen la vida. En
suma, el amor es la madre del cordero, por decirlo en términos populares. El
amor lo es todo.
De hecho nosotros sabemos por qué creó Dios al hombre, por qué
creó a todos los demás seres, a sus criaturas, a los animales de toda clase,
desde los dinosaurios, cuyos pasos hacían retumbar el suelo, hasta los
minúsculos microbios y bacterias, invisibles al ojo humano. Todas las creó por
amor y, de acuerdo a su amor, las creó para amarlas y para ser amado por ellas.
Y cuando los hombres, que son la corona de su creación, se rebelaron y se
apartaron de Él, vino a salvarlos. ¿Por qué motivo? ¿Qué dice su palabra? “Porque de tal manera amó Dios…” (Jn
3:16). Lo hizo por amor.
La verdad es que todas las cosas valiosas que hay en la
vida son hechas, movidas, condicionadas por el amor. Pero también es cierto
que, en la práctica, todos nosotros – y si no somos hipócritas tenemos que reconocer
que es cierto- somos movidos más por el interés, por lo que nos conviene. Y de
eso, a la larga, no viene nada bueno, porque los intereses de las personas
colisionan unos con otros.
Es mucho mejor ser movido por el amor que ser movido por el
interés porque el resultado, a la larga, es mejor para todos. Actuar por
interés nunca puede dar frutos comparables a los que rinde el amor. De manera
que, no por razones idealistas sino por razones estrictamente prácticas, el
amor es el más importante de todos los valores. Cuando actuamos por amor,
especialmente movidos por el amor sobrenatural, Dios nos mira con agrado y nos
bendice. Eso es lo que Dios desea y espera de nosotros, porque Él actúa también
de esa manera, movido por amor.
En primera de Corintios 13·Pablo dice que “el amor es sufrido” (según Reina Valera
60; en otras versiones dice “paciente”,
que viene a ser lo mismo) “el amor es
benigno, el amor no tiene envidia...” -aunque nosotros somos con frecuencia
envidiosos - “el amor no es jactancioso”,
-aunque todos somos unos sobrados- “el
amor no se envanece” -aunque todos nos miramos en el espejo para ver si soy
más guapo hoy día que ayer- “el amor no
hace nada indebido” -aunque con frecuencia nos portamos mal- “el amor no busca lo suyo” -aunque cada
cual está buscando ganarse alguito- “el
amor no se irrita” -aunque con frecuencia nos molestamos- “no guarda rencor” -aunque estamos
llenos de resentimientos- “el amor no se
goza de la injusticia” ni del daño ajeno, -aunque nosotros con frecuencia
decimos: “bien merecido se lo tiene”- “mas
se goza de la verdad” –aunque con frecuencia mintamos. Pablo concluye con
una frase maravillosa: “el amor todo lo
sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (v. 4-7). Muchas
madres lo saben muy bien por experiencia, porque ellas están acostumbradas a
sufrir, a esperar y soportar orando y creyendo que al fin su hijo ha de
corregirse y seguir por el buen camino.
En suma, todos nosotros necesitamos llenarnos de amor para
atraer a nosotros las cosas buenas a las que aspiramos y que deseamos, porque el
amor es como un imán que atrae el bien y rechaza el mal. Cuando no amamos este
imán de nuestra alma carece de fuerza, está como apagado. Hay personas que se dicen:
“¿Por qué me sucede esto? ¿Por qué es que no tengo amigos? ¿Por qué estoy solo?”
Naturalmente pueden haber muchas causas inmediatas del porqué eso sucede pero,
en el fondo, detrás de la suerte como se dice, de lo que llamamos buena o mala
suerte, de la felicidad o de la infelicidad de las personas, está el amor, el
tener amor o carecer de amor, porque el amor siempre produce un fruto bueno,
nunca un fruto malo, aunque pueda ser causa temporalmente de sufrimiento. Jesús
dijo: “Por sus frutos los conoceréis.”
(Mt 7:16). Por el fruto del amor conoceremos la calidad del amor, o conoceremos
que no hay amor.
Cuando en una casa, o en una familia, reina el amor, ¿cómo
es la vida de ellos? Todos se llevan bien, todos se tratan bien, son
considerados unos con otros, se ayudan mutuamente, se consuelan unos a otros si
alguno está triste; se levantan y se acuestan felices, de buen humor, porque el
amor reina en el hogar. Pero cuando no hay amor, ¿qué es lo primero que surge? Hay
división, peleas, contiendas, rivalidades, hay infelicidad.
Cuando reina en nuestros corazones el amor, atrae el bien
hacia nosotros, porque el amor, hemos dicho, es como un imán, y se manifiesta
de muchas maneras en la vida práctica. Por ejemplo, el amor se manifiesta en
fidelidad (¡y qué importante es la fidelidad!); el amor se manifiesta en
lealtad, el amor se manifiesta en bondad, en benevolencia -que es querer bien- en
buena voluntad; el amor se manifiesta en consideración, que es lo contrario a
la desconsideración. A veces decimos: ¡qué persona tan desconsiderada! Nadie
quiere estar al lado de una persona desconsiderada y nos alejamos de ella,
porque no tiene amor. Si tuviera amor sería considerada. El amor se manifiesta
en buenas maneras, en cortesía; el amor se manifiesta en misericordia, en
compasión; el amor se manifiesta en generosidad, en solidaridad; el amor, en
última instancia, se manifiesta en integridad, en honestidad, porque
instintivamente busca lo recto; se manifiesta en diligencia, en veracidad, por
amor de la verdad misma; se manifiesta en paciencia, en contentamiento, en
dominio propio. En suma, todas estas cualidades surgen del amor.
Pero profundicemos aun más el tema.
El ser humano ama instintivamente. ¿Por qué? Porque la
imagen de Dios que tiene dentro le impulsa a amar. Si tiene dentro de sí la
imagen de Dios, y Dios es amor, entonces esa imagen de Dios que tiene dentro de
sí al amor, como parte esencial de su ser, aunque haya sido maltratada y
corrompida por el pecado, lo llevará a amar instintivamente, casi como si no quisiera.
Sabemos que también los animales aman, especialmente los
animales domésticos. Aman a sus dueños, aman a los niños que juegan con ellos,
y conocemos muchos casos de cómo los protegen y los cuidan, como si tuvieran la
intuición de la fragilidad de la infancia.
Los animales aman, aunque no de la misma manera ni con la
misma intensidad que los seres humanos, pero sabemos bien que la perra que ha
dado a luz ama a sus cachorros; y la gatita, cuando tiene hijos, ama a esos
gatitos que han salido de su vientre.
Yo he sido testigo en mi casa del amor de un gato fino y
elegante, casi diría aristocrático, por una gatita techera chusca. Al llegar a
mi casa el gato fino, no sabemos cómo, se convirtió en su pareja, como dicen
hoy día. Le reservaba lo mejor de la comida que les proporcionábamos, y no
permitía que otros gatos se acercaran a robársela. Estaba constantemente con
ella como un fiel enamorado, al punto que era conmovedor verlos juntos, casi
como si fueran humanos. Y fue una cosa terrible cuando unos chicos malcriados de
la calle le echaron un veneno a la pobre gatita, y la gatita apareció un día muerta
en el jardín. Hubieran visto a ese gatito fino y elegante, con su pelo lustroso,
cómo ahora estaba con la cabeza baja, la imagen misma de la tristeza y del
desconsuelo. No comía ni bebía la leche que le ofrecíamos; el pelo se le
malogró y apenas caminaba de un sitio a otro como si se hubiera perdido. El
pobre gato se moría de tristeza, hasta que un día se fue y no lo vimos más, porque
había perdido a su novia, a esa gatita chusca, que por lo demás, le era infiel,
como suelen serlo todas las gatas.
El amor es como el hambre, necesita un objeto para saciarse.
Todos necesitamos amar a alguien, y si no tenemos a quien amar, amamos aunque
sea a una mascota. Las personas que se han quedado solas en la vida y que no
tienen a quien amar, tienen un perro, un gato, o varios; o a veces un loro, un
gorrión, un canario, cualquier animalito; y lo tratan con tanto cariño, lo
acurrucan y lo besan si pueden, porque necesitan amar. Y ciertamente ese
animalito, o animalazo, que es su mascota, responde también con amor a la
persona que lo ama. Ha habido casos de perros que han salvado la vida de sus
dueños.
¿Saben ustedes que Adán estaba lleno de mascotas? Eso dice
la Biblia, que Dios le trajo a todos los animales que había creado, y Adán les
puso nombre a todos, pero no encontraba alguno que fuera como él. Entonces Dios
dijo: Aquí falta algo, tengo que darle alguien semejante a él a quien él pueda
amar, y lo durmió. Cuando se despertó Adán exclamó: “Ésta sí es hueso de mis
huesos y carne de mi carne. Ya no es una mascota; ésta es alguien semejante a mí,
a quien puedo amar.” Y se unió a ella.
Todo ser humano necesita amar a una persona del sexo
opuesto, a menos que su corazón se haya marchitado, o haya renunciado
voluntariamente al amor humano por amor de Cristo. No hay límite de edad para
el amor, porque amar da vida, hace brillar los ojos, y rejuvenece la piel.
Agustín decía que en su juventud él amaba a todas las muchachas que encontraba,
pero que, en realidad, como comprendió después, él estaba enamorado del amor.
El amor, sabemos muy bien, impulsa a darse y necesita dar. Todo
el que ama, da. Por eso es que existen los regalos. ¿Por qué regalamos? ¿Por
altruismo o generosidad? No siempre, o no únicamente, sino porque dando expresamos
nuestro amor. Aun el niño pequeño, si se encuentra con una niñita que le gusta,
le da su juguete que no le entregaría a nadie. Pero como la quiere, le da su
juguete, porque la ama. Dar cuando se ama es un impulso instintivo.
En el amor hay un movimiento o impulso desinteresado pero, a
la vez, el amor quiere también recibir. No nos contentamos con dar amor, sino queremos
también recibir amor. En el amor hay pues dos aspectos, uno desinteresado y otro
egocéntrico. Hay una fuerza centrífuga y una fuerza centrípeta en el amor:
queremos dar y queremos recibir amor, queremos amar y queremos ser amados. Ambas
cosas van juntas. Por eso es que el amor, en principio, invita a una respuesta y
suscita amor, o por lo menos simpatía en la persona amada.
Pero ocurre a veces que el que ama no es correspondido. Y
¿qué ocurre con el que ama y no es correspondido? Sufre, y su sufrimiento es
uno de los más intensos que puede experimentar el ser humano. ¿Cuántos hombres y
mujeres pueden decir amén a eso? El hecho es que en este darse y recibir amor
estriba gran parte de la felicidad humana. Es el amor el que nos hace felices o
desgraciados.
Antes se pensaba que el espacio sideral no estaba vacío,
sino que estaba lleno de una sustancia a la que se llamó éter, y eso era lo que
permitía que las ondas de luz y de calor se propagaran por el espacio. Pero la
ciencia ha descartado la hipótesis del éter, y sostiene ahora que las ondas se
propagan en el vacío. Pero nosotros podemos postular que, si no de éter, el
universo entero está lleno del amor de Dios, que todo lo impregna y que en todo
deja su huella.
Dios ama no sólo al hombre, sino a todas sus criaturas. Ama
a la creación entera, aun a la inanimada, ama todo lo que ha salido de sus
manos. Y por eso es que no sólo los animales domésticos aman, también aman las
grandes bestias, el elefante y el rinoceronte; aman las fieras, el tigre y el
león. ¿Aman los insectos, las moscas, las arañas, las mariposas? No tenemos
manera de saberlo, pero tampoco podemos descartarlo. Yo me atrevería a postular
que aun los vegetales aman. Por lo menos sabemos que responden al amor de las
personas que les hablan, porque mejoran su aspecto y reverdecen como si se las
regara. Y eso es lo que ocurre con las personas cuando se les ama. ¿No han
visto como la planta marchita, cuyo tallo se ha doblado, se endereza y vuelve a
florecer cuando se la riega? El amor es para el ser humano un elemento tan
vital como lo es el agua para los vegetales. El que no ama y no es amado se
seca, a menos que el amor de Dios compense la ausencia del amor humano.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la
siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por
todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque
te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo
ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento
sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy.
Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón
y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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