viernes, 6 de julio de 2012

EL ALBOROTO EN ÉFESO II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL ALBOROTO EN ÉFESO II
Un Comentario al libro de Hechos 19:31-41
31. “También algunas de las autoridades de Asia, que eran sus amigos, le enviaron recado, rogándole que no se presentase en el teatro.”
Es interesante que el texto agregue que algunas autoridades de la ciudad, los llamados “asiarcas”, que eran amigos de Pablo, se preocuparon por su seguridad. ¿Quiénes eran estos asiarcas? Eran personas notables de las ciudades de la provincia, entre las cuales se elegía a los sumos sacerdotes del culto al emperador que se celebraba en la ciudad de Pérgamo (Ap 2:12) y que estaban además encargados de supervisar los juegos públicos. ¿Por qué le tendrían simpatía a Pablo? Quizá alguno de ellos había sido tocado por su prédica, aunque es más probable que ellos vieran en Pablo a un aliado de sus propósitos, porque el culto a Diana competía con el culto al emperador del que ellos eran responsables. Ésta ciertamente no es más que una hipótesis para explicar una amistad que parece sorprendente, ya que el culto al Dios verdadero era un rival mucho más poderoso del culto al emperador, (que era un simple hombre) como se vería patentemente en las décadas siguientes cuando empezaron las persecuciones de los cristianos.
El teatro mencionado aquí en el cual la multitud se congregó (y cuyas espléndidas ruinas pueden admirarse todavía), no era un edificio techado como los que nosotros conocemos, sino un anfiteatro, es decir, una construcción semicircular sin techo en forma de abanico, con gradas escalonadas que podían llegar a dar asiento hasta a unos 25,000 concurrentes. Su forma aconchada permitía que la voz de una persona situada abajo en el centro del escenario pudiera escucharse con facilidad en las graderías. Ese teatro –o más propiamente, anfiteatro- era pues un punto natural de reunión del pueblo.

32. “Unos, pues, gritaban una cosa, y otros otra; porque la concurrencia estaba confusa, y los más no sabían por qué se habían reunido.”
¡Qué bien describe este versículo la confusión reinante! Una buena parte de los que habían concurrido al teatro habían ido porque vieron que la multitud corría a ese lugar y se sumaron a ella, pero no sabían cuál era el motivo que los convocaba. Y como no sabían cuál era la causa de la asamblea, en su ignorancia decían una cosa y se contradecían unos a otros. Podemos imaginar que en las discusiones que surgieron en medio de la confusión algunos podrían llegar a las manos. El asunto sería ocasión de risa si no fuera porque las grandes aglomeraciones de gente exaltada pueden derivar fácilmente en violencia.

33. “Y sacaron de entre la multitud a Alejandro, empujándole los judíos. Entonces Alejandro, pedido silencio con la mano, quería hablar en su defensa ante el pueblo.”
Los judíos de la ciudad que, como la mayoría, habían acudido al teatro intrigados por lo que sucedía, cuando comprendieron cuál era la causa del descontento de la multitud, percibieron que la furia colectiva podría volverse contra ellos, ya que era sabido que ellos tampoco reconocían a los ídolos como dioses. Uno de ellos, Alejandro, empujado por sus correligionarios, quiso dirigirse a la multitud posiblemente para deslindar responsabilidades, puntualizando que ellos no pertenecían al grupo de los cristianos que había provocado el furor de los devotos de la diosa.

34. “Pero cuando le conocieron que era judío, todos a una voz gritaron casi por dos horas: ¡Grande es Diana (esto es, Artemisa) de los efesios!” (Véase la Nota 1 del artículo anterior, la siguiente Nota 1).
Sin embargo, la multitud no distinguía entre cristianos y judíos. ¿Acaso los cristianos no eran también judíos? Al menos lo eran Pablo y algunos de sus colaboradores. En todo caso, tanto los judíos como los cristianos no rendían culto a la diosa que veneraba la ciudad, y podían ser considerados igualmente responsables del ataque a la preeminencia de la diosa.
Como consecuencia, como para revindicar sus sentimientos ofendidos y el prestigio de su diosa, la multitud se puso a gritar en coro: “Grande es Artemisa de los efesios”, -como dice el texto griego- durante dos horas.

35,36. “Entonces el escribano, cuando había apaciguado a la multitud, dijo: Varones efesios, ¿y quién es el hombre que no sabe que la ciudad de los efesios es guardiana del templo de la gran diosa Artemisa, y de la imagen venida de Júpiter? Puesto que esto no puede contradecirse, es necesario que os apacigüéis, y que nada hagáis precipitadamente.”
El secretario de la ciudad –o escribano, según la versión RV 60 (2)- era el funcionario local más importante y constituía el nexo entre el gobierno democrático de la ciudad y el procónsul romano que representaba al poder imperial. De producirse un desorden grave, él hubiera sido considerado responsable por las autoridades romanas.
El discurso que él dirige a la multitud enfurecida, tal como lo transmite Lucas, es un modelo de habilidad oratórica, pues él comienza halagando los sentimientos de patriotismo local de la multitud: ¿Quién no sabe que nuestra ciudad es guardiana del templo de la gran diosa Artemisa cuya imagen había caído del planeta Júpiter? (Zeus es su nombre griego). Estos son hechos que no pueden negarse porque son demasiado evidentes y conocidos de todos. Entonces ¿por qué os inquietáis corriendo peligro de cometer alguna injusticia por apresuramiento?

37. “Porque habéis traído a estos hombres, sin ser sacrílegos ni blasfemadores de vuestra diosa.”
Estos hombres a los que acusáis no han cometido ningún crimen contra nuestra venerada diosa. Posiblemente el secretario, o escribano, alude al hecho de que al predicar en Éfeso acerca de la vanidad de los ídolos, Pablo prudentemente se guardaba bien de mencionar de manera directa el templo de Artemisa y el nombre de la diosa favorita de la ciudad. Su predicación era esencialmente evangelística, dirigida a la conversión de las personas, y nunca pretendió alterar el orden establecido.

38. “Que si Demetrio y los artífices que están con él tienen pleito contra alguno, audiencias se conceden, y procónsules hay; acúsense los unos a los otros.”
Si Demetrio y los de su oficio tienen alguna queja que presentar para eso están los tribunales legalmente instituidos. Soliciten una audiencia y aboguen, o acusen, a quienes ellos consideran que los perjudican.
El hecho de que Lucas diga en plural “procónsules hay”, es una prueba de la historicidad de su relato, pues en ese tiempo preciso el cargo de procónsul estaba vacante porque Marcus Julius Silanus había sido envenenado por instigación de Agripina, la madre de Nerón. Mientras se nombraba a un sucesor sus funciones fueron desempeñadas por dos funcionarios transitorios.

39-41. “Y si demandáis alguna otra cosa, en legítima asamblea (3) se puede decidir. Porque peligro hay de que seamos acusados de sedición por esto de hoy, no habiendo ninguna causa por la cual podamos dar razón de este concurso. Y habiendo dicho esto, despidió la asamblea.”
Él concluye su discurso haciendo notar a la multitud que su reunión improvisada no constituía una asamblea legal legítima, y  que, por tanto, la ciudad podía ser acusada de sedición por los romanos, que eran muy celosos del orden público.
Eso podría traer serios perjuicios a la ciudad que gozaba de algunos privilegios concedidos por las autoridades imperiales y que podían serles revocados.
Con estas palabras inteligentes y sensatas él logró que la muchedumbre se retirara pacíficamente.
Se ha observado que el relato que Lucas hace de la estadía de Pablo en Éfeso es como una selección de cuatro viñetas, o episodios destacados que él describe con cierto detalle (4), pero que omite muchas de las cosas que deben haber ocurrido durante la larga estadía de Pablo ahí. Eso es comprensible dado que él no estuvo con Pablo en esa ciudad y que debe haber escrito su relato en base al testimonio de terceros que inevitablemente era fragmentario.
Entre los eventos ocurridos en Éfeso que Lucas no menciona está lo sugerido por la frase enigmática que figura en 1Cor 15:32: “Si como hombre batallé contra fieras en Éfeso ¿qué me aprovecha?” (es decir, implícitamente, si los muertos no resucitan). Esta frase apunta a una situación en que la vida de Pablo debe haber corrido grave peligro en manos de enemigos encarnizados. No se refiere al episodio ocurrido en el teatro porque ahí la vida de Pablo no estuvo en peligro. ¿Guarda esa frase alguna relación con las que figuran en 2Cor 1:8-10: “…no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida, etc.…”? Si estas frases no se refieren a alguna enfermedad grave ¿se trataría de un peligro de muerte a manos de sus adversarios judíos en la ciudad? Recuérdese que la grave acusación hecha contra él en Jerusalén algún tiempo después, provino de “judíos de Asia”, (es decir, probablemente de Éfeso), que lo odiaban a muerte (Hch 21:27).
¿En qué ciudad sino en Éfeso puede haber ocurrido el incidente en el que Aquila y Priscila arriesgaron la vida por Pablo? (Rm 16:3,4) Tiene que haber sido una situación muy grave.
Pablo alude también en 2Cor 11:23-27 a las muchas penalidades que tuvo que afrontar a causa del Evangelio, entre las que menciona haber estado preso muchas veces. ¿No habrá sido una de ellas en Éfeso? ¿No sería en esta ciudad, y en una de esas ocasiones, cuando sus parientes Andrónico y Junias fueron sus compañeros de prisión? (Rm 16:7). (5)
Estas preguntas nos muestran cuántas cosas ignoramos de la accidentada vida de Pablo que no han sido descritas en Hechos, y de las muchas pruebas por las que tuvo que pasar -y que no conocemos- para llevar a cabo la misión que el Señor le encomendara de llevar el Evangelio a las naciones. (Hch 9:16).

Notas: 1. Vale la pena señalar que el gran poeta alemán Goethe (1749-1832), admirador del paganismo escribió un poema titulado “Grande es Diana de los Efesios”, y que él se consideraba (figuradamente) a sí mismo como uno de los artífices efesios, admiradores del templo de la diosa. (Este dato está tomado del 3er tomo del Comentario del NT escrito por Jamieson, Fausset y Brown, que contiene edificantes reflexiones sobre este episodio de Hechos.)
2. Grammateus. Esta es la misma palabra que en los evangelios y en varios pasajes de Hechos es traducida como “escriba”.
3. Es ilustrativo para nosotros que la palabra ekklesía que Lucas emplea aquí, para designar una asamblea cívica que se reunía regularmente tres veces al mes para discutir y decidir asuntos de la ciudad, sea la misma palabra que solemos traducir como “iglesia”.
4. Ellos son el encuentro con los doce discípulos del Bautista, las discusiones de Pablo en la sinagoga de la ciudad, su enfrentamiento con los siete exorcistas hijos de Esceva, y el alboroto en el teatro que comentamos.
5. En las afueras de la ciudad hay unas ruinas conocidas como la “Prisión de San Pablo”, y existe una antigua tradición según la cual él estuvo preso en Éfeso.


UN PABLO CONTEMPORÁNEO.
Nosotros vivimos en un país y en una sociedad que goza de libertad religiosa y en la que hoy felizmente nadie es perseguido por difundir sus creencias o por predicar. Por eso quizá nos cueste imaginar que haya países en donde los que tal hacen corren grave peligro y son cruelmente atormentados. Eso ocurre, entre otros países asiáticos, en Nepal, pequeña república –hasta hace poco monarquía- al pie del Himalaya. El episodio que reproduzco a continuación (y que está tomado del libro “Revolution in World Missions” del evangelista hindú K.P. Yohannan) nos muestra el caso de las penalidades sufridas por alguien que, salvadas las epístolas, podría ser llamado un Pablo de nuestro tiempo.

Un misionero nepalés estuvo preso en 14 diferentes prisiones entre los años 1969 y 1975. De esos 15 años, 10 estuvieron marcados por la tortura y el ridículo a causa de su empeño en predicar el Evangelio a su pueblo. Su terrible odisea comenzó cuando bautizó a nueve personas y lo arrestaron por ese motivo. Los nueve convertidos, cinco hombres y cuatro mujeres, fueron también arrestados y condenados a un año de prisión. Él fue condenado a seis años de cárcel por haberlos bautizado.
La prisión en la que fueron encerrados era literalmente un mazmorra de muerte. 25 personas confinadas en un cuarto pequeño sin servicios higiénicos ni ventilación. El hedor era tan terrible que los que entraban se desmayaban al poco rato.
El lugar donde el hermano P. y sus compañeros fueron encerrados estaba saturado de piojos y cucarachas. Los prisioneros dormían en el piso de tierra. Ratas y pericotes les mordían los dedos de manos y pies por la noche. En invierno no había calefacción y en verano no había ventilación. Como comida los prisioneros recibían una taza de arroz al día, pero tenían que encender un fogata en el suelo para cocinarla. El cuarto estaba constantemente lleno de humo porque no había chimenea. Dado lo inadecuado de la alimentación la mayoría de los prisioneros se enfermaron gravemente, y el hedor de su vómito se mezclaba con los otros olores pútridos. No obstante, ninguno de los cristianos milagrosamente se enfermó durante el año.
Cumplida su sentencia los nueve creyentes fueron puestos en libertad. Entonces las autoridades decidieron quebrar al Hno. P. Le quitaron su Biblia; le encadenaron manos y pies, y luego lo forzaron a entrar por una puerta baja en un minúsculo cubículo que anteriormente había sido usado para depositar los cadáveres de los prisioneros muertos mientras sus familiares los reclamaban.
El carcelero predijo que en esa húmeda oscuridad el Hno. P. iba a perder la razón en pocos días. El cuarto era tan pequeño que él no podía ponerse de pie ni estirar su cuerpo en el piso. No podía encender fuego para cocinar su ración por lo que otros presos le deslizaban algo de comida bajo la puerta para que sobreviviera.
Los piojos mordían su ropa interior pero él no podía rascarse a causa de las cadenas, que pronto le ajustaron muñecas y tobillos hasta los huesos. En invierno casi murió congelado varias veces. No podía distinguir el día de la noche, pero cuando cerraba sus ojos Dios le hacía ver las páginas del Nuevo Testamento. Aunque le habían quitado su Biblia él todavía podía leerla en la más absoluta oscuridad. Eso lo sostuvo mientras padecía esa tortura terrible. Durante tres meses no se le permitió hablar con ninguna persona.
El Hno. P. fue transferido a muchas otras prisiones. En cada una de ellas él compartía su fe con los guardias y los otros presos.
Aunque el Hno. P. siguió entrando y saliendo de la cárcel siempre se negó a fundar iglesias secretas. “¿Cómo puede un cristiano quedarse callado?”, preguntaba. “¿Cómo puede una iglesia pasar a la clandestinidad? Jesús murió públicamente por nosotros. No trató de esconderse cuando lo llevaban a la cruz. Nosotros tenemos también que hablar osadamente de Él sin importarnos las consecuencias.”

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#732 (24.06.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). DISTRIBUCIÓN GRATUITA. PROHIBIDA LA VENTA. 

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