viernes, 20 de julio de 2012

JOSUÉ, SIERVO DE MOISÉS I


Por José Belaunde M.
JOSUÉ, SIERVO DE MOISÉS I

Josué es uno de los personajes más interesantes y populares de la Biblia. Un libro del Antiguo Testamento está enteramente dedicado a él. Pero en los libros anteriores del Pentateuco, en Éxodo, Números y Deuteronomio, se habla bastante de él, antes de que él se convirtiera en el líder de su pueblo y sólo era el siervo y ayudante de Moisés.

Esa fue una etapa muy importante del que sería después líder y general de su pueblo, del que iba a comandar las huestes de Israel para conquistar la tierra prometida, porque para saber mandar es necesario primero saber obedecer. Y eso fue lo que hizo Josué durante los largos años de su servicio a las órdenes de Moisés.

Vamos a examinar cinco episodios de esa etapa de la vida de Josué para ver qué enseñanzas ellas nos ofrecen.

Sabemos que apenas los israelitas cruzaron el Mar Rojo, y después de que bebieran el agua de Mara, ante la queja del pueblo de que se iban a morir de hambre en el desierto, Dios le dijo a Moisés que iba a hacer llover diariamente pan del cielo (Ex 16:4). Y le dio instrucciones para que cuando cayera en la mañana, el pueblo sólo recogiera lo que iban a comer en el día, y que no guardaran para el día siguiente, salvo la víspera del día de reposo, el sábado, en que deberían recoger el doble, porque ese día no caería. (Nota 1)

Estas instrucciones tienen una valiosa enseñanza para nosotros porque nos muestran cómo Dios cuida de su pueblo, y cómo nosotros debemos confiar en que la provisión diaria de Dios nunca nos va a faltar.

En la mañana siguiente descendió rocío sobre el campamento y cuando cesó había una cosa redonda, menuda, como escarcha en el suelo (Ex 16:14). El pueblo al verlo se preguntaban unos a otros: “¿Maná?, que en hebreo quiere decir: ¿Qué es esto? Porque no sabían lo que era. Y Moisés les contestó: Este es el pan que Dios os envía para comer.” (v. 15). Su aspecto era como semillas de culantro “y su sabor como de hojuelas de miel.” (v. 31).

Durante cuarenta años el pueblo comió el maná “hasta que llegaron a los límites de la tierra de Canaán.” (v. 35) ¡Cuántas veces Dios, en respuesta a nuestro clamor, nos sorprende con cosas y sucesos inesperados que en nuestra inteligencia humana no podíamos imaginar ni prever, y que son mucho mejor de lo que deseábamos!

A) El pueblo de Israel siempre fue muy quejoso. En este episodio de su peregrinar se nos dice que el pueblo, junto con la multitud de egipcios que lo acompañaba (Ex 12:38), empezó a quejarse porque no comían carne ni pescado y extrañaban la carne que comían en Egipto. (Nm 11:4-6; cf Sal 78:17-19).También extrañaban “los pepinos, los melones, los poros, las cebollas y los ajos.” (v. 5)

Están hartos del maná (v. 6) y hasta se ponen a llorar (v. 10). El maná era comida preparada en la cocina del cielo, traída por delivery celestial. Antes lo admiraban, ahora lo desprecian. El maná los libraba de la maldición de comer el pan con el sudor de su frente (Gn 3:19), y ¡todavía se quejan! Así somos nosotros los hombres. Cuando tenemos cosas buenas que nos da Dios, nos aburrimos y deseamos otras cosas. Somos caprichosos y majaderos. Preferimos las cosas de la tierra a las cosas del cielo. ¿Extrañaremos en el cielo las cosas de la tierra?

Enseguida es Moisés quien se queja de la carga que Dios le ha impuesto. ¿Acaso he concebido yo a este pueblo y los he llevado en el vientre para que tenga que ocuparme de ellos? “¿De dónde conseguiré yo carne para dar a este pueblo?” Ya no puedo soportarlos. Prefiero, Señor. que me quites la vida “si he hallado gracia en tus ojos.” (Nm 11:11-15)

¿No nos ha pasado eso a nosotros alguna vez? ¿Que ya no soportamos las responsabilidades que Dios nos ha encargado? Es concebible que a causa de nuestra debilidad humana, eso nos suceda como si dudásemos de la eficacia de la gracia de Dios.

Entonces Dios le dice a Moisés que escoja setenta varones que compartan con él la carga. (2) Tú no puedes llevarla solo.

Dios le dijo a Moisés que una vez que hubiera escogido a los setenta varones, tomaría del espíritu que había en él y lo pondría en ellos, “para que lleven contigo la carga del pueblo y no la lleves tu solo.” Notemos: Cuando Dios pone una responsabilidad sobre algunos, los capacita para que puedan desempeñarla bien. (v. 16,17). Pero no hemos de pensar que por el hecho de que Dios tomara del espíritu que había en Moisés para ponerlo en otros, los dones y las cualidades de su liderazgo fueran de alguna manera disminuidas. (3)

Ante la queja del pueblo, Dios, justamente ofendido, le dice a Moisés que le va a dar de comer carne al pueblo no sólo un día, o dos días, ni sólo cinco, o diez, o veinte días, sino durante un mes entero, hasta que se harten de ella y se les salga por las narices y la aborrezcan. (v. 18-20).
Moisés se asombra. El pueblo suma seiscientos mil hombres, sin contar mujeres y niños. En total quizá unos dos millones de personas. ¿De dónde vas a sacar carne para alimentar a esta multitud durante treinta días? Moisés duda del poder de Dios. Él estaba seguramente pensando en ganado para que comiera tanta gente, pero no contaba con la astucia de Dios que estaba pensando en otra cosa (v. 21,22). (4)

Dios le contesta a Moisés: “¿Acaso se ha acortado la mano del Señor? Ahora verás si se cumple mi palabra, o no.” (v. 23). ¿Yo no seré capaz de hacer lo que me he propuesto?  ¿Qué clase de fe es la tuya? ¿No has visto todos los prodigios que he hecho durante este tiempo? ¿No crees que puedo hacer cosas mayores todavía?

Siguiendo la orden de Dios, Moisés hizo reunir a los setenta varones alrededor del tabernáculo. “Entonces el Señor descendió en una nube, y le habló; y tomó del espíritu que estaba en él y lo puso en los setenta varones ancianos; y cuando posó sobre ellos el espíritu, profetizaron y no cesaron.” (v. 24,25). ¡Oh, como quisiéramos que Dios pusiera sobre nosotros algo del espíritu que había en Moisés, y que nosotros empezáramos a profetizar también!

Notemos: Moisés desempeñó el papel de profeta y conductor del pueblo no por él mismo, sino gracias al espíritu que Dios había puesto en él.

Cuando todos ya habían dejado de profetizar, dos de los varones escogidos por Moisés, Eldad y Modad, que por algún motivo que ignoramos se habían quedado en el campamento y no habían ido al tabernáculo, seguían profetizando. Cuando Josué se entera se inquieta y le dice a Moisés que lo impida.

Moisés contesta: “¿Tienes celos por mí? Ojalá todo el pueblo profetizara.” (v. 26-29).
Josué amaba mucho a Moisés y por eso era celoso de su posición única ante el pueblo. Pero Moisés no era celoso de su posición. No le importaba que otros profetizaran si Dios lo quería.
Nosotros, como seres humanos, nos fijamos mucho en la posición que ocupamos en el mundo; queremos ser, si es posible, siempre el primero, pero Moisés no le daba importancia a eso. Él pensaba sobre todo en lo que convenía al pueblo.

Entonces, dice la Biblia, sopló un viento fuerte que trajo una nube de codornices sobre el campamento, tantas que se extendían a gran distancia alrededor y se apiñaban hasta un metro de altura, y el pueblo recogió todo lo que quiso, el que menos hasta diez montones. (v. 31,32). Ahí tenían suficiente carne para comer durante mucho tiempo.

Pero sigue diciendo la Biblia: “Aún estaba la carne entre los dientes de ellos…cuando la ira del Señor se encendió en el pueblo, y lo hirió con una plaga muy grande,” en la que murieron muchos de ellos (v. 33).

Nunca nos quejemos de Dios, porque Él siempre nos manda lo que nos conviene. Nunca murmuremos contra Él sino, al contrario, démosle siempre las gracias por todo lo que ocurre, que siempre es lo mejor para nosotros, aunque no lo entendamos.

B) El segundo episodio, que narra Ex 17:8-16, ocurrió después de que el pueblo fuera alimentado con maná y codornices. Los amalecitas –una tribu de beduinos feroces, descendientes de Esaú- atacaron sin motivo alguno a los israelitas por la retaguardia (5) en Refidim, y Josué , siguiendo las órdenes de Moisés, se puso al frente del pueblo para pelear contra ellos, mientras Moisés, acompañado por Aarón y Hur, subía a la cumbre de un cerro cercano a orar para que Dios les concediera la victoria. (6)

Y he aquí que los hebreos vencían cuando Moisés levantaba las manos en oración, pero eran derrotados cuando Moisés, cansado, las bajaba dejando de orar.

Entonces Aarón y Hur, al darse cuenta de lo que sucedía, hicieron que Moisés se sentara en una piedra cercana mientras ellos le sostenían las manos para que siguiera orando hasta que Josué derrotó a Amalec “a filo de espada.” (v. 13)

Enseñanza: Las victorias se obtienen como fruto de la perseverancia en la oración. Tenemos que orar sin desmayar hasta que Dios nos otorgue la victoria. Si dejamos de orar le damos ventaja al enemigo.

Obtenida la victoria Dios le ordena a Moisés que ponga por escrito lo ocurrido “para memoria”. Es decir, para que el pueblo recuerde lo que ocurrió en esa ocasión. Le dice además que le diga a Josué que Él borrará a los amalecitas.(v. 14). (7).

Notemos: En esa ocasión Josué se convierte en el confidente de las cosas que Dios se propone hacer, cosas que hasta entonces sólo Moisés conocía. De esa manera Dios lo va preparando para el papel que asumiría después.

 “Y Moisés edificó un altar y llamó su nombre: Jehová-nisi.” Esto es, “Jehová es mi estandarte”, (v. 15) como diciendo, es Dios quien nos llevó a la victoria.

Aunque figura en otro lugar (Nm 13:16), fue posiblemente en esta ocasión, pues parece ser la más apropiada, cuando Moisés le cambió a su ayudante el nombre de Oseas –que quiere decir “salvación”- que tenía antes por el de Josué, que quiere decir “Dios Salva”, del cual deriva el nombre de Jesús.

Notas: 1. Se recordará que en el Evangelio de Juan, Jesús dice: “Este es el pan que descendió del cielo (hablando de su carne y de su sangre); no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que coma de este pan vivirá eternamente.” (Jn 6:58). El maná que alimentó al pueblo hebreo en el desierto es figura del cuerpo y de la sangre de Cristo que es alimento de vida para todo el que cree.
2. Setenta varones fueron los israelitas que entraron en Egipto con Jacob (Gn 46:27). Setenta fueron los discípulos que conformaban el segundo grupo de seguidores que Jesús había escogido.
3. Algunos escritores judíos ven en este grupo de setenta varones el origen remoto del Sanedrín.
4. Debe tenerse en cuenta que los israelitas al salir de Egipto llevaron consigo una gran cantidad de ganado (Ex 12:38) que era usado para los sacrificios del tabernáculo. Pero si se hubiera matado ese ganado para dar de comer al pueblo, se hubiera acabado muy rápidamente.
5. Es lo que se deduce de Dt 25:17,18.
6. Hur era un hombre piadoso prominente, ligado a Moisés, porque, según el historiador Josefo, era esposo de su hermana Miriam. En Ex 24:14, cuando Moisés está por subir al Sinaí junto con Josué para encontrarse con Dios, él deja a Aarón y a Hur encargados de los asuntos judiciales que pudieran presentarse durante su ausencia.
7. Véase Nm 24:20 cuando el profeta Balaam maldice a los amalecitas, y donde se dice que Amalec es “cabeza de naciones”. El sentido parece ser que ellos fueron la primera nación que atacó a Israel. Los amalecitas figuran en varios lugares de la historia como enemigos implacables de Israel. Su decadencia empezó cuando Dios le ordenó a Saúl, por boca de Samuel, que los aniquilara (1Sm 15:2,3). David combatió contra ellos (1Sm 30:1-20). En tiempos del rey Ezequías ya quedaban muy pocos (1Cro 4:43).

NB. El presente artículo y el siguiente están basados en una charla dada recientemente en el ministerio de “La Edad de Oro”.

INVOCACIÓN: Quisiera hacer un llamado a todas las iglesias y a todos los creyentes para que reaviven su intercesión por nuestra nación, a fin de que impere la paz en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Sabemos que “no tenemos lucha contra sangre ni carne…sino contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Ef 6:12). Es contra ellas –no contra individuos- que debemos levantarnos pidiendo al mismo tiempo que Dios otorgue sabiduría de lo alto a nuestros gobernantes para enfrentar los grandes retos de la hora presente.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#735 (15.07.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

No hay comentarios: