lunes, 2 de abril de 2012

EL ALBOROTO EN TESALÓNICA

Por José Belaunde M.

Consideraciones acerca del libro de Hechos XIV

Pablo y sus dos compañeros, Silas y Timoteo, salieron de Filipos y, tomando la Vía Ignacia, después de pernoctar en Anfípolis, y luego en Apolonia (Nota 1), llegaron a Tesalónica, que era la capital de la provincia romana de Macedonia, y era, al mismo tiempo, un importante puerto y centro comercial, como lo sigue siendo hoy la moderna Salónica (2). Allí encontraron, como era de esperar, una sinagoga judía, de modo que durante tres sábados seguidos se pusieron a discutir con los asistentes acerca de Jesús.
Esta vez no dice el texto que Pablo, como había ocurrido en Antioquía de Pisidia (Hch 13:15ss), fuera invitado a hablar a la congregación, después de la lectura de las Escrituras, sino que él tomó la palabra por iniciativa propia para anunciarles el Evangelio. ¿Qué fue lo que Pablo les dijo con apoyo de las Escrituras? Lo mismo que él predicaba en todas partes, el meollo de su Evangelio: que, según las profecías que él debe haber citado como era su costumbre, era necesario que el Cristo, es decir, el Mesías de Israel, padeciera en manos de sus torturadores, que fuera muerto en la cruz, y que al tercer día resucitase de entre los muertos. (Hch 17:1-3). (3) Pero además les habló del próximo regreso del Señor Jesús a la tierra para “librarnos de la ira venidera” el día del juicio (1 Ts 1:10). La enseñanza que él les dio sobre el tema puede no haber sido tan completa como él hubiera deseado, pues fue impedido de concluirla debido a su forzada partida, como veremos luego. Él debe haberles aseverado también que Jesús era inocente de los cargos falsos que se levantaron en contra suya para que el gobernador romano lo condenase.
La predicación de Pablo en Tesalónica debe haberse producido en medio de una gran expectativa escatológica, porque él se vio obligado, en su segunda carta a los creyentes de esa ciudad, a calmar su inquietud y a asegurarles que el fin no estaba tan cerca como algunos creían (2Ts 2:1,2).
Enseguida, dice el texto, que algunos de los judíos creyeron y se adhirieron a él y a Silas, pero de los griegos piadosos, es decir, de los temerosos de Dios y de los prosélitos que también asistían a la sinagoga, un número mayor aún, así como muchas mujeres principales. (Es interesante que Lucas destaque siempre el hecho de que entre los que se juntaban a la iglesia hubiera mujeres, porque ellas se convertían en colaboradoras muy eficaces y en evangelistas muy activas).
En su primera epístola a la iglesia que dejó fundada en Tesalónica Pablo elogia a sus miembros que le escucharon predicar, porque dice que recibieron sus palabras “no como palabra de hombre, sino como palabra de Dios, como es en verdad”, la cual tiene poder para actuar en los hombres. (1Ts 2:13). Con ello quiere decir que la palabra de Dios, cuando es recibida y creída, y se medita en ella, produce cambios en el interior de las personas que las transforman y renuevan su mente (Rm 12:2).
Él dice de ellos también que recibieron la palabra en medio de gran tribulación, a causa de la oposición de los miembros de la sinagoga que rechazaron su mensaje pero, a la vez, con gozo del Espíritu Santo (1Ts 1:6), y que los de su nación le impidieron que siguiera hablando a los gentiles (1Ts 2:16).
¿Cómo así? Lucas nos dice que algunos de los judíos que no creían tuvieron celos del éxito que Pablo y Silas cosechaban, y entonces, para impedir que continuaran predicando, sin duda no sólo en la sinagoga sino también en la ciudad, contrataron en el ágora a un grupo de matones (“ociosos, hombres malos”, dice Hch 17:5) y armaron un gran alboroto que atrajo a una gran turba, y fueron y asaltaron la casa de Jasón (4), un judío helenizado miembro de la sinagoga, que había hospedado a los tres evangelistas en su casa. (Esas tácticas se parecen a las que usan en nuestro país personas inescrupulosas para amedrentar a la gente y para conseguir, recurriendo a la fuerza, lo que no pueden obtener legalmente).
Pero como los revoltosos no hallaron a los tres en casa de Jasón, arrastraron a éste y a algunos hermanos que estaban con él, ante las autoridades (5) para acusarlos de que habían recibido en su casa a unos que están trastornando el mundo entero, en todas partes a donde van (v. 6).
Esas palabras que profirieron como acusación contra Pablo y los suyos son en realidad un gran elogio, porque lo que ellos estaban haciendo al predicar el evangelio era, en efecto, causar una revolución en la mente y el corazón de sus oyentes, pues nadie se convierte a Cristo sin experimentar un gran cambio. Y parte de ese cambio venía del hecho de que al creer ellos reconocían a Jesús como su Rey y Señor, cuya autoridad está por encima de las autoridades humanas (Hch 17:7).
Ésta, naturalmente, podía ser interpretada como una acusación muy grave, pues daba a entender que Pablo y los suyos pretendían subvertir el orden público sublevándose contra la autoridad del César, sustituyéndolo por otro rey. (6)
Pero los magistrados deben haber sentido que estas acusaciones, aunque graves, eran falsas. Quizá intuyeron que el reinado de Jesús del que esos supuestos agitadores hablaban, era de orden espiritual y no temporal (tal como Jesús había dicho: “Mi reino no es de este mundo”, Jn 18:36), porque en lugar de apresar a Jasón, lo dejaron libre, previo pago de una fianza, lo cual nos hace pensar que Jasón era un hombre de consideración en la ciudad por su posición económica (Hch 17:9). Podemos ver aquí también que los procedimientos judiciales de entonces eran semejantes a los que son usuales entre nosotros.
Sin embargo, en su primera carta a los Tesalonicenses 2:9, Pablo hace notar que él y los suyos no abusaron de la hospitalidad de Jasón, esperando que él los alimentara, sino que, para no serle una carga, durante las tres semanas de su permanencia en la ciudad, él trabajó día y noche en su oficio de fabricante de tiendas, como había hecho en otras partes (Hch 18:3. Véase también 2Ts 3:7-9).
La misma noche del alboroto los discípulos despacharon a los tres evangelistas –que deben haber permanecido entretanto escondidos- porque no convenía que se quedaran en la ciudad, dado que se les había acusado de sedición contra el emperador. Puesto que partieron de noche es probable que lo hicieran acompañados de algunos de los gentiles que habían creído para que pudieran guiarlos en la oscuridad (Hch 17:10).
Es muy probable –según 1 Ts 2:17,18- que Pablo no pudiera regresar a Tesalónica como hubiera querido, porque la fianza dada por Jasón para ser liberado incluía el compromiso de que él no volviera a la ciudad. (Él escribe al respecto: “Satanás nos estorbó”, 1Ts 2:18). Por ese motivo tan pronto como pudo, estando en Atenas, envió a Timoteo para confirmar a los creyentes en la fe, y para que les diera noticias acerca de él, y que él, a su vez, tuviera noticias de ellos que calmaran su preocupación (1Ts 3:1-8).
Vale la pena recalcar que en el inicio de su primera epístola a los Tesalonisenses (1:6-8), Pablo hace un vivo elogio de ellos diciendo que se convirtieron en ejemplo de los de Macedonia y Acaya, pues se dedicaron a predicar en las regiones vecinas, ahorrándole al él el trabajo de hacerlo.

PABLO Y SILAS EN BEREA
Sus acompañantes llevaron a Pablo, Silas y Timoteo a Berea, situada a unos 85 Km al SO de Tesalónica, pero alejada del mar. Estando allí entraron según su costumbre en la sinagoga el día sábado y encontraron que los judíos que allí se reunían “eran más nobles que los de Tesalónica porque recibieron la palabra con solicitud”. Eso quiere decir que estaban más abiertos a la prédica de Pablo y Silas. Y no sólo eso sino que “escudriñaban cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.” (Hch 17:11). Las palabras “cada día” indican que Pablo tuvo ocasión de hablarles no sólo los días de reposo, sino que acudieron también entre semana a la sinagoga para escuchar a los dos evangelistas. Y no se contentaban con oír su enseñanza sino que se ponían a examinar los textos sagrados para verificar si efectivamente las cosas eran tal como Pablo y Silas aseguraban. Como resultado, dice el texto, muchos hombres y mujeres se convirtieron.
Esa actitud de los judíos de Berea es un ejemplo para nosotros porque muestra un deseo de conocer con certidumbre la verdad, sin limitarse a escuchar pasivamente el mensaje. Todo lo que escuchemos en la iglesia, o en reuniones de cualquier tipo, o los argumentos que leamos en libros y periódicos, debe ser escudriñado y compulsado con otras fuentes de información (especialmente la Biblia) antes de aceptarlo como cierto. Dios nos ha dado una inteligencia que debemos usar para no ser víctimas del error, o simplemente de las exageraciones de los que quieren ganarnos para su causa. La verdad límpida no teme ser examinada y verificada. Al contrario, el que la predica con corazón recto no rehúye que se verifique sus afirmaciones.
Pero cuando los judíos de Tesalónica se enteraron de que los tres evangelistas que habían hecho expulsar de su ciudad estaban haciendo la misma labor en Berea, vinieron a ésta para impedir que continuaran su obra. Ellos obraron con la misma mala intención con que los judíos de Antioquia de Pisidia, y de Iconio siguieron a Pablo y Bernabé a Listra para impedirles predicar (Hch 14:19. Véase el artículo “Pablo y Bernabé son Tomados por Dioses” #668).
¡Qué llenos de odio por la palabra de Dios estaban esos hombres! ¿Por qué la rechazaban con tanto furor? Era el demonio el que los impulsaba a oponerse a la predicación del Evangelio. Pero es posible que ellos hubieran sido advertidos por algunos judíos itinerantes de que el mismo mensaje que Pablo y Silas predicaban, estaba siendo difundido en otros lugares, hasta en la capital del imperio, por los seguidores del Maestro que había sido crucificado en Jerusalén. Como los anunciantes de las Buenas Nuevas se apoyaban en las mismas Escrituras que ellos veneraban, su mensaje no podía serles más odioso. En realidad era el odio a Jesús lo que los movía.
Teniendo el antecedente de lo ocurrido en Tesalónica, los hermanos de Berea enviaron a Pablo hacia el mar para que se embarcara, y lo acompañaron hasta Atenas, mientras que Silas y Timoteo se quedaban en Berea, esperando órdenes de Pablo de reunírsele tan pronto como pudieran (Hch 17:14,15).
Buen motivo tuvo Pablo para escribirles a los corintios que, cuando llegó a su ciudad, lo hizo con “mucho temor y temblor” (1Cor 2:3), porque había tenido que huir de las tres ciudades de Macedonia en que había predicado, por lo mal que había sido tratado. ¡Pensar que para eso lo había llamado el Señor a esa región! Sí, para eso, porque ya le había advertido Jesús a Pablo a través de Ananías (9:15), cuánto había él de sufrir por su Nombre. Y él no lo había rehuido.

Notas: 1. Pablo no se detuvo en ninguna de esas dos ciudades posiblemente porque pensó que siendo Tesalónica una ciudad puerto que atraía a muchos visitantes, era un lugar estratégico para predicar el Evangelio, pues los extranjeros que creyeran llevarían consigo la fe al regresar a su lugar de origen.
2. Tesalónica era la ciudad más populosa e importante de Macedonia. Cuando la región fue conquistada por los romanos, fue hecha primero capital del segundo distrito de Macedonia, y luego capital de toda la provincia. Hay tres versiones acerca del origen de su nombre. Según una de ellas, Cesandro, rey de Macedonia, le dio ese nombre en honor de su esposa Tesalónica. Según otra, el rey Filipo se lo dio en celebración de su victoria sobre los tesalios. Augusto la hizo ciudad libre el año 42 AC en premio a su lealtad durante su lucha contra Brutus y Cassius.
3. Notemos que la muerte de Jesús, y su subsiguiente exaltación, son los dos puntos esenciales de toda predicación del Evangelio (Hch 3:18;Lc 24:26,46;1Cor 15:3,4;1P1:11).
4. Jasón era el nombre griego que muchos judíos que se llamaban Jesús, o Josué, adoptaban.
5. Lucas emplea en el vers. 6 la palabra “politarjés” (politarjás en acusativo plural) con que se designaba a los magistrados en las ciudades de Macedonia. Esta es una muestra de la exactitud histórica del libro de Hechos.
6. Aquí hay otra muestra de la precisión histórica de Lucas pues en las regiones griegas se llamaba “rey” (basileus) al emperador.

NB. Es posible que algún lector se sorprenda de que yo dedique tanto tiempo y espacio al libro de los Hechos de los Apóstoles. Pero tengo un buen motivo para ello. He observado en muchas ocasiones que este libro suele ser descuidado, y hasta ignorado por muchos cristianos, como si no tuviera un mensaje importante para nosotros.
Sin embargo, este libro es vital porque relata los primeros pasos de la Iglesia después de la partida de Jesús al cielo; narra el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, en cumplimiento de la promesa hecha por Jesús poco antes de partir, y la transformación que produjo en los discípulos. Por eso bien se podría llamar a este libro el Libro de los Hechos del Espíritu Santo, pues es Él quien obraba a través de ellos; Él quien hacía los milagros y prodigios que Jesús predijo que harían sus discípulos, aun mayores que los que Él había hecho (Jn 14:12).
El libro narra también el alto costo personal que tuvieron que pagar los apóstoles al inicio de la evangelización, las prisiones y la persecución que sufrieron, el martirio de Esteban y de Santiago, etc. Por último, nos permite conocer todo lo que sufrió Pablo, el autor de la tercera parte del Nuevo Testamento, por seguir el llamado de Jesús. Por ese motivo este libro es para nosotros un reto.
El libro de los Hechos no concluye sino se interrumpe en el capítulo 28, como un torso inconcluso, al llegar Pablo a Roma. No ha terminado de escribirse aún pues es nuestra historia, la historia de la Iglesia; y sigue escribiéndose día a día, año tras año, en los anales del cielo que registran lo que nosotros, los seguidores de Jesús, hacemos –y sufrimos cuando es necesario- para dar a conocer y hacer amar su Nombre hasta los confines de la tierra.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero
vivir para ti y servirte.”

#719 (25.03.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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