viernes, 13 de abril de 2012

PABLO EN ATENAS

Por José Belaunde M.
PABLO EN ATENAS
Consideraciones acerca del libro de Hechos XV

Los discípulos de Berea que sacaron a Pablo de su ciudad lo acompañaron no sólo hasta el puerto donde tenía que embarcarse, sino fueron con él hasta su destino que era Atenas (Hch 17:14,15. Nota 1). Ellos querían asegurarse de que llegaba bien. Amaban y respetaban tanto al hombre que les había hecho conocer la verdad, que no podían quedarse tranquilos si su maestro no llegaba con bien al término de su viaje.

Ahora, cabe preguntarse ¿Por qué escogió Pablo ir a Atenas? Ya esa ciudad no ocupaba el lugar privilegiado de antaño, pues Grecia había pasado a formar parte del Imperio Romano. No obstante, retenía su prestigio como antiguo centro del poder griego pero, sobre todo, por la calidad de su vida intelectual, aunque habían surgido también otros centros académicos.

Antes de partir sus acompañantes, Pablo les había pedido que dijeran a Silas y Timoteo, que se habían quedado en Berea para fortalecer a los hermanos, que vinieran a reunirse con él a Atenas a la brevedad.

Mientras los esperaba, dice el texto, Pablo “se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría” (v.16), (2) seguramente porque contemplaba los grandes templos, comenzando por el majestuoso Partenón, que adornaban la ciudad con su arquitectura, y el culto que se rendía a sus numerosos dioses.

Para él, que sabía que sólo hay un Dios, ese espectáculo debe haberle parecido triste, extraño y deprimente. No porque él no se hubiera enfrentado antes al fenómeno de la idolatría, con sus estatuas, sacrificios y templos, sino porque ahí en Atenas, sus esfigies, templos y monumentos brillaban por su esplendor, y los atenienses se sentían orgullosos de ellos. Pero vistas bien las cosas, de lo que ellos estaban orgullosos era en verdad de las manifestaciones de su tremenda y trágica ignorancia, a pesar de que, por otro lado, fueran sin duda, muy cultos e inteligentes.

Ese paradójico contraste ocurre también en nuestro tiempo. Hay muchísimos hombres y mujeres que poseen un intelecto muy desarrollado, que están repletos de conocimientos y habilidades, y que desempeñan funciones de mucha utilidad en la sociedad, y que, sin embargo, en las cosas fundamentales del espíritu están en la luna, por así decirlo, porque no tienen fe y no conocen al Dios verdadero. Por ese motivo, aunque gocen de gran prestigio en el mundo de la ciencia, de la política, o de los negocios, muchos de ellos caminan dando tumbos en su vida privada y caen a veces del pedestal que los encumbra. (El caso reciente de un alto funcionario internacional famoso que perdió se encumbrada posición en medio de un escándalo, es un buen ejemplo de lo que afirmo).

Es que en verdad, el que tiene a Dios lo tiene todo, aunque sea un indigente, o un ignorante. Pero el que no tiene a Dios no tiene nada aunque sea dueño de una fortuna, o de grandes conocimientos.

Vemos ahora que aquí en Atenas, aunque Pablo no deja de acudir a la sinagoga para debatir con los judíos acerca de Jesús, su atención principal se centra en los paganos de la ciudad, a quienes deseaba dar a conocer a Cristo.

Con ese propósito en mente él va al ágora (o plaza principal), esto es, al lugar central en donde, como era usual en las ciudades griegas, solía reunirse la gente para tratar de sus asuntos y negocios, o para discutir de política o de filosofía. Ahí encontró a algunos cultores de las dos corrientes filosóficas predominantes entonces, a los seguidores de Epicuro y a los estoicos (3). A ellos lo que Pablo les decía debe haberles sonado extraño, pues les hablaba en términos a los cuales ellos no estaban acostumbrados pero, sobre todo, porque lo hacía desde una perspectiva que ellos desconocían: la de un Dios personal que se acerca a los hombres y se hace como uno de ellos; que desciende a la tierra para morir y resucitar (v.18).

Intrigados por su mensaje y deseando oírlo en un marco más adecuado lo llevaron a la corte del Areópago (v.19,20), que se reunía en la columnata real del ágora. La corte del Areópago, así llamada porque originalmente se reunía en la colina (pagos) de Ares (nombre griego del dios Marte), era la más venerable de las instituciones atenienses, que había cumplido las funciones de un senado en épocas pasadas. Aunque sus atribuciones habían sido recortadas con el advenimiento de la democracia, retenía parte de su antiguo prestigio y tenía bajo su responsabilidad los asuntos relativos a la religión, la moral y el homicidio, entre otros.

Aquí Lucas hace una acotación muy pertinente acerca del carácter de los atenienses en esa etapa de decadencia de su ciudad, pasados sus tiempos de gloria, pero que es característica también de los habitantes de muchas ciudades del mundo contemporáneo (v. 21). Y era que los atenienses estaban siempre pendientes, y no les interesaba otra cosa que no fueran las novedades que llegaban a su atención (4). En esto, en realidad, no se diferenciaban mucho del hombre moderno de todas las latitudes que está pendiente de lo nuevo que ocurre. Si no fuera eso cierto no se venderían tantos diarios en los kioskos cuyo atractivo principal es traer la noticia fresca, ni se difundirían tantos programas noticiosos (o chismográficos) por la radio y la TV.

Esas publicaciones y esos programas viven de la curiosidad del público por saber qué ha ocurrido en las últimas horas, y rara vez invitan a sus lectores, o a sus oyentes, a reflexionar sobre el significado, o la trascendencia, de los acontecimientos locales o mundiales que presentan. Si nosotros leyéramos esos diarios, u oyéramos esas noticias, en oración, es posible que el Señor nos hablara y nos hiciera ver qué hilos se mueven detrás de la trama de los sucesos cotidianos cambiantes, y qué espíritu mueve a los personajes que aparecen en los titulares.

Pero Pablo, siempre atento para aprovechar la menor oportunidad que se le presentara para predicar el Evangelio, se puso de pie en medio del Areópago -posiblemente sobre un podio que le permitiera ser escuchado por todos y dominar a la audiencia- y pronunció un discurso (5) que procuró adaptar a la mentalidad de sus oyentes atenienses.

Lo hace con bastante habilidad pues empieza halagándolos y refiriéndose a cosas que estaban a la vista de todos. Él elogia el sentido que tienen de los elementos invisibles y espirituales de la vida, pues honran a las divinidades conocidas con monumentos y templos, dándoles el culto que creen se merecen (6). E incluso, les dice él, habéis dedicado, por si acaso, una estatua al dios que todavía no conocéis, pero cuya existencia os parece probable, si no segura.

Fíjense en el sentido de oportunidad que tiene Pablo. Él ha identificado un objeto singular en el Acrópolis, en medio de los templetes y las estatuas que lo adornan, e inmediatamente lo aprovecha para dirigir su plática al objetivo de sus palabras: presentar a Cristo.

Pablo dice: Yo vengo a hablarles del Dios a quien ustedes adoran sin conocer (v.22,23). No podía haber escogido una frase mejor para capturar la atención de sus oyentes. Sus palabras siguen luego un curso racional, explicando en un lenguaje que se asemeja al de los filósofos, lo que las Escrituras hebreas dicen acerca de Dios, esto es, en primer lugar, que Dios creó el mundo y todo lo que existe, lo cual incluye a todos los seres que lo habitan.

Por tanto, en segundo lugar (v. 24), Él es el Señor de toda la creación. Implícitamente ahí está contenida la idea de que Dios es más grande que el universo creado por Él. De donde se desprende que Él no habita en templos edificados por el hombre, como los que se veían en esa ciudad –en donde en cada templo había una estatua, si no varias, dedicada a una divinidad- puesto que el universo entero no lo contiene. ¿Cuántos de sus oyentes captarían la fuerza de su argumento contra la idolatría?

En tercer lugar, Pablo les habla de la futilidad de los sacrificios de animales que se ofrecen en los templos como si Dios tuviese necesidad de ellos para alimentarse ya que, por el contrario, Él es quien da aliento y vida a todos los seres que pueblan la tierra (v.25; cf Is 42:5) (7).

En cuarto lugar, Dios ha creado a la raza humana de un solo primer hombre –lo que significa que todos los hombres son iguales porque descienden del mismo antepasado- para que habiten y pueblen toda la tierra. Les ha fijado los lugares donde pueden establecerse y ha fijado, por medio de las estaciones, los tiempos sucesivos que regulan sus actividades (v. 26).

Todo lo ha hecho Dios de esa manera, en quinto lugar, para que los hombres lo busquen, aunque Él es invisible, palpando en la oscuridad como el ciego palpando encuentra su camino, reconociendo su existencia en la multiforme variedad de las cosas creadas. Aquí expresa Pablo una idea que aparece también en el primer capítulo de Romanos, esto es, que Dios se revela a sí mismo en su creación: “Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Rm 1:20), de modo que los hombres no tienen excusa si no reconocen su existencia, pues Él no está lejos de elos, sino que, al contrario, “en Él vivimos, nos movemos y existimos”. El hombre está rodeado de Dios, inmerso en Él y no puede escapar de su presencia, pues está en todas partes. La frase que Pablo cita es un verso del poeta Epiménides, que Pablo intercala en su discurso, junto con otro de Aratus a continuación: “Pues linaje suyo somos” (Hch 17:28).

Cuando Pablo habla en una sinagoga judía él refuerza sus argumentos citando pasajes de las Escrituras hebreas que sus oyentes conocen. Es natural que, dirigiéndose a un público griego, él apoye su discurso citando a algunos de sus poetas más conocidos (prueba, dicho sea de paso, de que los conocía bien).

En sexto lugar, siendo pues nosotros linaje de Dios, esto es, familia suya, como acaba de decir, –y aquí apunta él implícitamente a la idea del Génesis de que Dios nos hizo a su imagen y semejanza- no debemos nosotros pensar que Dios esté hecho de cosas materiales, (“oro, o plata, o piedra”) como las esculturas e ídolos que el hombre fabrica usando su imaginación, y que se ven en vuestros templos, les dice él; es decir, no debemos pensar que Él sea obra humana, hecha de cosas de las que el hombre dispone, cuando es al revés, el hombre fue hecho, creado, por Dios (v.29).

Pero así como el hombre es muy superior a las cosas que él crea, de manera semejante Dios está muy por encima de sus criaturas y de toda su creación.

Llegado a este punto él expone a sus oyentes el objetivo de todo su discurso, el llamado al arrepentimiento. Él les dice que Dios ha pasado por alto los tiempos en que el hombre ha vivido en ignorancia de su existencia, así como todos los pecados que por causa de esa ignorancia ha cometido (8), pero ahora exige de ellos que se arrepientan de sus malas obras, porque ha fijado un día, que no ha de tardar, en que va a juzgar al mundo entero por medio de un hombre al cual ha confirmado para esa exaltada misión al haberlo resucitado de entre los muertos (v.30,31).

Antes de llegar a este punto el discurso de Pablo ha estado perfectamente adaptado a la mentalidad de sus oyentes, pero la mención de la resurrección provoca en ellos un inmediato rechazo, mezclado con burlas y desprecio. ¿Por qué esa reacción? Porque dentro de su mentalidad racionalista la posibilidad de que el hombre muerto pueda volver a la vida, está totalmente excluida, y quien hable de ese fenómeno como de una posibilidad efectiva está mezclando fábulas con la realidad.

Siglos atrás, Esquilo, uno de sus más grandes poetas, había puesto en boca del dios Apolo estas palabras: “Una vez que el polvo ha absorbido la sangre del hombre y él está muerto, ya no hay resurrección.”

Es posible que el rechazo y la burla de los asistentes impidiera a Pablo culminar su discurso haciendo una presentación completa del mensaje de salvación. Sin embargo, pese al rechazo general, hubo algunos que sí creyeron en su mensaje, y que se le juntaron. Entre ellos figuraba un tal Dionisio, a quien el texto llama “el areopagita”. Que se le llame así podría indicar que se trataba de un miembro de la corte de hombres ilustres que sesionaba en el Areópago y que examinaba las credenciales de los maestros visitantes (9). Figuraba además una mujer llamada Dámaris (que según algunos manuscritos sería su esposa) y a quien no se vuelve a mencionar.

Es de notar que no se tiene noticia de que Pablo fundara una iglesia en Atenas, o de que regresara a esa ciudad. Pero hay un pasaje en Primera de Corintios que ha hecho pensar a algunos que él no quedó muy contento de haber adaptado su mensaje a la mentalidad pagana y de no haber mencionado la cruz en su discurso: “Así que hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.” (1 Cor 2:1,2. Pero léase el pasaje hasta el v.5). Esto es, en adelante voy a dejar todo alarde de filosofía para hablarles sólo de la redención obrada por Cristo.

Después de estas cosas –empieza diciendo el siguiente capítulo- Pablo salió de Atenas y fue a Corinto”, donde se le abriría un nuevo y fecundo campo de trabajo, como veremos a continuación.

Notas: 1. Atenas, cuyo origen se remonta al siglo XII AC, si no antes, es con razón llamada la cuna de la democracia, pues en ella se forjó este sistema de gobierno. Era la principal de las ciudades-estado griegas a inicios del siglo V por el destacado papel que jugó en la derrota de los invasores persas (490-478 AC). Vencida por Esparta en la guerra del Peloponeso (431-404 AC), recuperó el liderazgo al resistir la agresión macedonia. Aún después de la victoria de Filipo en 338 AC, retuvo parte de su antigua libertad. Después de la conquista de Grecia por los romanos (146 AC), éstos le permitieron conservar sus instituciones como una ciudad aliada del Imperio, que estaba además exenta del pago de impuestos. La literatura, escultura y oratoria atenienses de los siglos V y IV AC nunca han sido superadas. En sus academias enseñaron filosofía Sócrates, Platón, Aristóteles, además de Epicuro y Zenón.
2. El poeta satírico Petronio hace decir a uno de sus personajes que Atenas es un lugar tan lleno de divinidades que es más fácil toparse allí con un dios que con un hombre.
3. Los epicúreos seguían la escuela filosófica fundada por Epicuro (341-240 AC) que basaba su doctrina en el atomismo de Demócrito (circa 460-370 AC), según el cual el universo es el resultado del choque casual de los átomos, los dioses no se interesan por los asuntos humanos, y al llegar la muerte los átomos constitutivos del ser humano se dispersan. No hay pues castigo que temer después de la muerte. Apoyado en esas ideas Epicuro sostenía que el fin de la existencia es experimentar emociones y sensaciones placenteras, y llevar una vida serena rodeado de amigos, libre de pasiones perturbadoras. La noción de que los epicúreos iban tras los placeres sensuales extremos es una deformación calumniosa de sus enseñanzas.
El estoicismo es una escuela filosófica fundada por Zenón (335-263 AC), sistematizada por Crísipo (280-207 AC) y que luego fue modificada absorbiendo elementos del platonismo. Tomó su nombre del pórtico (stoa en griego) en Atenas bajo el cual Zenón empezó a enseñar. Grandes pensadores estoicos romanos fueron el educador Séneca, el político y orador Cicerón, el emperador filósofo Marco Aurelio, y el esclavo Epicteto.
El estoicismo considera que detrás de la realidad material se encuentra el Logos, o razón dinámica del universo, del cual las almas humanas son una emanación, que controla el destino de todas las cosas, y que es sabio y bueno. La virtud –y la felicidad que depende de ella- consiste en adaptarse al impulso del destino dominando las pasiones y emociones. Por ese medio puede llegarse a la indiferencia frente a las situaciones cambiantes, favorables o desfavorables de la realidad. De ahí que popularmente se diga que estoico es alguien que lo soporta todo.
Pese a algunos puntos de contacto con el pensamiento paulino y el cristianismo en general, el estoicismo no reconoce la existencia de un Dios personal y no tiene una concepción radical del pecado. No obstante, el estoicismo influyó en la teología y en la ética de los primeros padres y apologistas cristianos, que se apropiaron de algunos de sus términos y conceptos.
4. Ya Demóstenes (384-322 AC) les había echado en cara ese rasgo de su carácter: “Ustedes se contentan con correr de un sitio a otro preguntando: ¿Hay alguna noticia hoy día?” cuando la amenaza que Filipo de Macedonia representaba exigía acciones y no palabras.
5. El discurso pronunciado por Pablo ha sido llamado “Areopagítica” en la literatura especializada, y ha sido objeto de multitud de estudios de los eruditos.
6. Él emplea el comparativo de una palabra (deisidaimonía) que puede significar tanto “muy religioso” como “muy supersticioso”, en el sentido de reverencia o temor de la divinidad. (Véase Hch 25:19).
7. Aquí naturalmente pudiera objetarse que el mismo Dios de quien él habla prescribió a los israelitas que se ofrecieran sacrificios y holocaustos en el templo de Jerusalén. Es cierto, pero eso fue antes del sacrificio de Jesús en la cruz que anuló e hizo obsoletos todos los sacrificios del templo. Pero debe tenerse en cuenta además que, aparte de los holocaustos en que todo era quemado, una parte de la carne de los animales sacrificados en el templo servía de alimento a los sacerdotes y levitas, y que la mayor parte de lo sacrificado era comida por las propias personas que ofrecían la carne a Dios. Esto es, no era una ofrenda presentada como alimento para Dios.
8. A los de Listra Pablo les dijo que Dios había permitido que los hombres siguieran sus propios caminos, aunque no dejó de darles testimonio de sí mismo (Hch 14:16,17).
9. A inicios del siglo VI empezó a circular una obra de teología mística neoplatónica atribuida a “Dionisio, el Areopagita”, que ha ejercido mucha influencia en el desarrollo de la mística cristiana. Naturalmente el nombre del supuesto autor de ese escrito es un seudónimo detrás del cual se oculta el verdadero autor.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#720 (01.04.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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