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jueves, 3 de octubre de 2019

DEFENSA DE PABLO ANTE AGRIPA III


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
DEFENSA DE PABLO ANTE AGRIPA III
Un Comentario de Hechos 26:24-32

Invitado a exponer su caso en la audiencia solemne convocada por el rey Herodes Agripa II, a sugerencia del gobernador Festo, Pablo ha hecho la reseña de su vida, primero como fariseo convencido, perseguidor de los nazarenos, y luego como apóstol de Jesucristo, del que dice que hubo de padecer y morir para resucitar de entre los muertos.
24. “Diciendo él estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco.”
Llegado a este punto, el gobernador Festo, para quien la noción de que un muerto pudiese resucitar era algo extravagante que ninguna persona sensata podía aceptar, interrumpió al acusado gritándole: Estás loco Pablo, estás loco. El mucho estudio te ha trastornado la mente y estás diciendo insensateces. Para él era inconcebible que un hombre sensato se hubiera enfrentado a las autoridades de su pueblo por una noción tan absurda. Pero nosotros sabemos que el conflicto de Pablo con el sanedrín tenía otra causa: Su prédica acerca de Jesús.
No es nada inusual, dice John Gill, que los ministros del evangelio sean tomados por locos, y que las doctrinas que predican sean tenidas por locura, si el mismo Jesús fue acusado de estar fuera de sí y de tener un demonio (Mr 3:21,22; Jn 10:20). Lo mismo decían de los apóstoles (2Cor 5:13). No debe sorprendernos que el hombre natural pensara así, puesto que lo que ellos enseñaban estaba fuera de su esfera y experiencia.
No está demás observar, como hace Mathew Henry, que los apóstoles fueron despreciados por el sanedrín porque no eran hombres instruidos (Hch 4:13), mientras que Pablo, que sí lo era, es despreciado por haber estudiado demasiado para su daño. De ahí podemos ver que el mundo siempre tiene algo que reprochar a los ministros del Evangelio.
25,26. “Mas él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura. Pues el rey sabe estas cosas, delante de quien también hablo con toda confianza. Porque no pienso que ignora nada de esto; pues no se ha hecho esto en algún rincón.”
Pablo inmediatamente se defendió en términos corteses diciendo que lo que él afirmaba no era locura alguna, sino cosas que concuerdan con los anuncios de los profetas. Él afirma además que las cosas que él proclama acerca de Cristo, de su crucifixión y resurrección, son públicas y notorias, y sobre todo, verdaderas; y que él, Festo, comprensiblemente las ignora porque él recién ha llegado a nuestra tierra, pero el rey Agripa que está delante de mí, las conoce muy bien como todo aquel que vive en Judea.
27, 28. “¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees. Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano.”
Entonces Pablo dirige sus palabras directamente al rey para preguntarle si él creía o no en el mensaje de los profetas. Esta pregunta ponía al rey en una posición incómoda, porque aunque él fuera un escéptico, no podía negar públicamente la verdad de las escrituras de Israel sin perder la cara ante sus súbditos. Pablo afirma que él está seguro de que el rey –que pasaba por ser un profundo conocedor de las Escrituras y un experto en asuntos judíos- sí creía en el mensaje de los profetas, y si creía en su mensaje, ¿por qué no creía en el de Cristo?
La pregunta de Pablo no podía dejar de remover la conciencia de Agripa, y su respuesta indica que había dado en el blanco. Nosotros no sabemos cuál puede ser el efecto de las preguntas que dirigimos a las personas que conocen las verdades del Evangelio, pero que se resisten a creer en ellas.
Mucho se ha escrito acerca de estas palabras: “Por poco me persuades”, como si dijera: Casi me convences que crea en lo que proclama el Evangelio. Poco faltó para ello, pero ese poco decidió el destino de la persona que estuvo a punto de creer, pero no creyó y se condenó. Hay muchos que juegan con las verdades del Evangelio, las aprecian, las admiran y las estudian como objetos dignos de ser investigados, pero no las hacen suyas por la fe, y como consecuencia, se pierden.
No basta admirar la filosofía de Jesús, como muchos hacen, su entereza heroica en la persecución, su valentía para afrontar el tormento, como hacen muchos que incluso han escrito biografías de Él, si no se cree que Él es lo que dijo que era: el Hijo de Dios vivo que se hizo hombre para salvar al mundo. ¿Crees tú eso, amigo lector, moderno Agripa? ¿O son estas cosas para ti sólo motivo de conversación frívola?
El rey entonces se escapa del estrecho en que lo ha puesto Pablo con una frase irónica, (que en el texto original está formulada en forma de pregunta, una forma común de evadir una pregunta incómoda) diciéndole que poco faltaba para que Pablo lo convenciera de hacerse cristiano.
29. “Y Pablo dijo: ¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!”
La respuesta evasiva del rey excitó el celo evangelístico de Pablo haciendo que proclame: ¡Qué más quisiera yo que no sólo tú, oh rey, sino todos los que están aquí presentes, lleguen a la convicción que yo tengo y se hiciesen como yo, exceptuando las cadenas, es decir, mi condición de prisionero. Porque en verdad él era en Cristo más rico que el más rico de sus oyentes, y más afortunado que todos ellos, aunque las apariencias lo negaran.
Al decir esto Pablo no sólo reitera su consagración a la tarea que Dios le ha dado, sino también su aceptación de su condición de prisionero de Cristo, a quien él sirve con todas las fuerzas de su ser, esto es, su alma y su cuerpo. ¡Oh, cómo pudiéramos todos los que nos consideramos cristianos mostrar una consagración semejante a la tarea que nos señala  nuestro Señor y Maestro! ¡Cómo pudiéramos servirle con igual dedicación!
Las cadenas que lleva Pablo, que para otros hubieran sido motivo de humillación y tristeza, para él eran motivo de gloria, pues por ellas se asemeja a Cristo, y por eso él las menciona con frecuencia con orgullo (Hch 28:20; Ef 3:1; 6:20; 2Tm 1:16; 2:9; Flm 1,9).
30-32. “Cuando había dicho estas cosas, se levantó el rey, y el gobernador, y Berenice, y los que se habían sentado con ellos; y cuando se retiraron aparte, hablaban entre sí, diciendo: Ninguna cosa digna ni de muerte ni de prisión ha hecho este hombre. Y Agripa dijo a Festo: Podía este hombre ser puesto en libertad, si no hubiera apelado a César.”
Con las últimas palabras de Pablo la sesión estaba concluida porque no había más que decir, y los asistentes, precedidos por los huéspedes reales, se levantaron de sus asientos.
Como suele ocurrir en esos casos, una vez retirados, comentaban entre sí lo que habían espectado, llegando a la conclusión de que Pablo no era culpable de ningún delito por el que mereciera ser condenado a prisión, o a muerte.
El rey Agripa comentó a Festo que si no hubiera sido por el hecho de que Pablo hubiera apelado al César, bien podía ser dejado en libertad. ¿Cómo se enteró Lucas de ese comentario del rey? No sabemos, pero al menos el procurador Festo ya sabía qué tenía que escribir al emperador acerca del prisionero que había apelado a su tribunal, y si no, Agripa seguramente lo ayudaría a redactar la carta correspondiente. No conocemos cuál fue el texto de esa carta, pero podemos suponer que ella fue, en efecto, tan favorable a Pablo que permitió que, al llegar a Roma, él estuviera sujeto sólo a arresto domiciliario, y no echado en prisión, y que pudiera recibir visitas, y predicar con libertad (Hch 28:17-31), y que, al fin, fuera absuelto y libertado.
Cuando suceden estos hechos, el año 59, la situación del cristianismo en el imperio era todavía favorable, siendo los cristianos considerados como una secta dentro de la religión lícita que era el judaísmo.
Esta situación cambiaría muy pronto, pero no antes de que Pablo fuera liberado el año 62. Ese año trajo un cambio radical en la actitud del imperio respecto de los cristianos cuando Nerón se divorció de Octavia y se casó con Popea. Ésta era, según Josefo, no sólo muy amiga de los judíos, sino de hecho una “temerosa de Dios”, es decir, creía en el Dios de Israel, y había adoptado hasta cierto punto las costumbres judías. Es muy probable que ella influyera en el cambio de actitud de los romanos respecto de los nazarenos, que dejaron pronto de ser considerados como un movimiento más dentro del judaísmo y, por tanto, dejaron de gozar del privilegio de ser considerados una religión lícita. Ese cambio en su status legal explicaría que Nerón pudiera echarles la culpa del incendio de Roma el año 64, incendio que él mismo, como bien sabemos, había provocado.
NB. Puede ser interesante hacer un pequeño estudio de algunas de las palabras que figuran en los vers. 24 y 25, porque son sumamente significativas.
Festo le grita a Pablo: Estás loco, las muchas letras te vuelven loco.” Las palabras griegas que figuran en el original son respectivamente maínomai y manía. La primera es un verbo que significa “estar loco”, o “volverse loco”, y se aplica a las personas que hablan, o actúan, de una manera que produce la impresión de estar fuera de sí, o de haber perdido el juicio. Alguna vez se aplicó a Jesús (Jn 10:20). Viene de la segunda, que es un sustantivo que significa “locura”, de la cual deriva nuestra palabra “maníaco”.
“Las muchas letras” tiene el sentido de “mucho estudio”. La palabra griega subyacente es gramma, que significa “lo que está escrito”, letra, o libro, carta, o cuenta. Pablo la usa en algunos casos en el sentido de la “letra de la ley”, es decir, su sentido literal, en contraste con pneuma, el espíritu, el principio divino interno que da vida. El plural grammata, con el artículo definido ta, significa estudio, conocimiento, erudición ganada mediante la lectura. Con el tiempo llegó a significar ciencia. Ta hierá grammata designa a las santas Escrituras. De grammata deriva la palabra grammateus, escriba, persona conocedora de la ley y, por tanto, con frecuencia funcionario, no sólo en Israel sino en otros países de esa época. Nuestra palabra “gramática” deriva de ella.
“Verdad y cordura” son los atributos que Pablo afirma que caracterizan sus declaraciones. Aléthia es una palabra muy importante que tiene múltiples aplicaciones en la ciencia sagrada. Significa básicamente “verdad”, la realidad que subyace toda apariencia, con la cual con frecuencia está en contraste. Se dice de lo que es verdadero en sí mismo, en oposición al error y a la falsedad. Jesús dijo que Él era la verdad, esto es, la verdad encarnada.
Sofrosuné, palabra formada por sôos, sano, y fren, mente, entendimiento. Se aplica a la mente sana, sobria y moderada, que se manifiesta en la conducta que tiene esas cualidades e inspira, por tanto, respeto. Es lo opuesto a la locura, a la precipitación, a la inmadurez, o lo irregular y desordenado.

Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#977 (28.05.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 19 de julio de 2019

DEFENSA DE PABLO ANTE AGRIPA II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
DEFENSA DE PABLO ANTE AGRIPA II
Un Comentario de Hechos 26:12-23
En el artículo anterior hemos visto cómo Pablo, presentado en audiencia solemne ante el rey Herodes Agripa II, hace una corta reseña de su vida previa como fanático fariseo, y cómo consideraba su deber perseguir a los seguidores de Jesús de Nazaret en Jerusalén y en las ciudades de la diáspora.
12-14. “Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo. Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.”
Yendo camino a Damasco para llevar adelante esta tarea, de pronto vieron él y los que lo acompañaban una luz deslumbrante que los hizo caer al suelo, y él oyó una voz potente que le hablaba en su propio idioma (Nota 1) y le preguntaba ¿Por qué me persigues?, añadiendo “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón”. (2). Este es un conocido refrán de la época referido al hecho de que cuando los pastores llevaban al ganado de un sitio a otro en el campo, para impedir que se detuvieran a mordisquear el pasto o algún arbusto, les daban hincones con un palo largo armado de una punta. Los animales reaccionaban dando patadas con las patas posteriores, que siendo cortas, no alcanzaban al que los aguijoneaba.

Jesús le está diciendo a Saulo: De más está que tú trates de sofocar la voz de tu conciencia y mi llamado para que me sirvas, porque no puedes escapar de mí. Ese dicho nos sugiere que Pablo, posiblemente desde que presenció el lapidamiento de Esteban (Hch 7:58), sentía en el fondo de su corazón la verdad del mensaje del Evangelio, y que, no queriendo renunciar a lo que él siempre había creído, perseguía a los cristianos con furia para acallar esa creciente convicción interna.
15. “Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.” 
Saulo no dudó un instante de que era una voz de lo alto la que le hablaba, y preguntó a su vez: ¿Quién eres Señor? ¿Quién eres tú que eres capaz de aparecerte a mí envuelto en una luz más brillante que el sol? La respuesta vino clara y contundente: “Yo soy Jesús a quien tú persigues”.
Yo soy Aquel a quien tú realmente persigues y acosas en la persona de mis seguidores; soy Yo, tu Señor y tu Dios, y no ellos el blanco de tus ataques y de tu furia. Pero cesa ya de resistirte, porque yo tengo una misión que encargarte.
A propósito de la luz resplandeciente que vio Pablo en esa ocasión y cuyo brillo lo dejó ciego, el padre de la iglesia, Efrén, el sirio (306-373), comenta que si hace daño mirar directamente a la luz del sol, que pertenece al mismo orden físico natural que los ojos humanos, cuánto mayor será el daño que cause mirar una luz de lo alto, que es de un orden sobrenatural al que nunca los ojos humanos han estado acostumbrados.
16-18. “Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.”
En estas frases Pablo resume el llamado repetido que él ha recibido del Señor en diversas ocasiones, sea directamente (como cuando estando orando en el templo, oyó la voz de Jesús, 22:18), o a través de Ananías (22:14-16), agregando esta vez algunos elementos nuevos que no se  mencionaron en el primer relato de su conversión (9:7).
Las palabras de esta comisión: “Levántate y ponte en pie”, y “a quienes ahora te envío”, recuerdan las frases del llamado inicial que Dios hizo al profeta Ezequiel: “Me dijo: Hijo de hombre, ponte sobre tus pies, y hablaré contigo” y “yo te envío a los hijos de Israel” (Ez 2:1,3); así como el llamado hecho al joven Jeremías: “Porque a todo lo que te envíe irás tú y dirás todo lo que te mande”, “porque yo estoy contigo para librarte”. (Jr 1:7,8).
“Porque para esto me he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti.” (cf 22:14,15). Estas palabras incluyen  las experiencias que Pablo tuvo, o tendrá, desde que recibió su llamado camino a Damasco, y las cosas que el Señor le ha revelado directamente, como, por ejemplo, la visión que tuvo en Éfeso ordenándole que predicara sin temor en esa ciudad, porque Él tenía ahí mucho pueblo (18:9,10); o también en Jerusalén, cuando estando orando en el templo, le ordenó que se fuera de la ciudad porque no recibirían su testimonio, y que fuera a predicar a los gentiles (22:17-21); o más adelante, anunciándole que daría testimonio de Él en Roma (23:11); o cuando estando en medio de la tempestad con grave peligro de sus vidas, el Señor le aseguró que todos los ocupantes del barco se salvarían (27:23-25). En 2Cor 12:1-7 Pablo cuenta cómo una vez fue arrebatado hasta el tercer cielo, y oyó palabras que no ha sido dado al hombre expresar. Por todo ello él pudo afirmar en Gálatas que el evangelio que él predicaba no le fue enseñado por ningún hombre, sino que le fue revelado directamente por Jesucristo (1:11,12).
“Librándote de tu pueblo y de los gentiles, a quienes ahora te envío”, tal como Dios, siglos atrás, llamó a Isaías: “Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones” (Is 42:6, cf 49:6).
Se recordará que cuando Pablo hizo su defensa ante el pueblo, al citar la frase del llamado que le hizo Jesús, que se refería a los gentiles (Hch 22:21), provocó un alboroto tal entre sus oyentes que no pudo seguir hablando. Ésta era la gran piedra de tropiezo que para los judíos tenía el ministerio de Pablo, que el mensaje de Dios, que ellos consideraban que estaba exclusivamente dirigido a ellos, como pueblo escogido, se hiciera extensivo a todos los pueblos de la tierra, esto es, a los no judíos, que ellos despectivamente llamaban “gentiles”. Ése era el motivo por el cual le odiaban tanto.
En otro lugar Pablo ha dicho que a él le fue revelado el misterio que no había sido revelado anteriormente, “que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio.” (Ef 3:6, pero léase todo el párrafo del 1 al 7). La predicación del evangelio a los gentiles no era un capricho de Pablo, sino era parte del plan de Dios para la redención del género humano, y fue la misión específica que el Señor le confió como apóstol, tal como le dijo más de una vez, y él con frecuencia afirma (Rm 11:13; 15:16; Gal 1:16; Ef 3:8; 1Tm 2:7, etc.)
Por lo demás la salvación de los gentiles había sido repetidas veces anunciada por los profetas, en especial por Isaías (42:1-6; 49:6 –pasaje que Simeón cita en su himno, Lc 2:32- 60:3; 66:12-21), pero también Jeremías 16:19-21; y Malaquías 1:11. Al oponerse a la predicación a los gentiles, los judíos se oponían al designio manifiesto de Dios, que ya Moisés había dejado entrever (Dt  32:21).
“Para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios”. Estas palabras son un eco de las dichas a Isaías: “Para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas.” (42:7; cf 16) y se encuentran también en la carta que el apóstol dirige a los Colosenses: “Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por susangre, el perdón de pecados.” (Col 1:12-14; cf 1P 2:9. Véase  también 2Cor 4:4).
He aquí, sucintamente descrita, la gran obra que realiza la predicación del evangelio, donde quiera que es creído: Saca a las personas de la esclavitud del pecado en que vivían, y las hace criaturas nuevas, capaces de resistir a las tentaciones por el poder de Cristo que habita en ellas, a la vez que les revela las verdades sobrenaturales que hasta entonces desconocían.
Las últimas palabras del llamado de Pablo apuntan a un aspecto nuevo en el mensaje del Evangelio: “para que reciban por la fe que es en mí perdón de pecados…” La fe en Cristo borra los pecados y nos hace hijos de Dios (Jn 1:12), a la vez que nos abre las puertas de la salvación (Hch 10:43; Lc 8:48; Ef 2:8).
Pablo lo expresa claramente en Gálatas: “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (3:26), tal como expone en Rm 3:21-24, y en Rm 8:17: “Y si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo…”.
Con buen motivo, pues, a la salvación se le llama “herencia entre los santificados”. Herencia es una posesión que se recibe gratuitamente, es decir, sin haber tenido que ganarla con esfuerzo, y que, a la vez, se recibe como un derecho, en este caso, que otro ganó para uno. Todo el que pertenece a Cristo, y ha sido revestido del hombre nuevo (Col 3:10), al recibir el espíritu de adopción como hijo (Rm 8:15), es heredero de las promesas hechas a Abraham (Gal 3:29).
¿Quiénes son los santificados? Los que han lavado sus ropas con la sangre del Cordero (Ap 7:14b), es decir, aquellos cuyos pecados han sido perdonados porque creyeron en el sacrificio de Jesús. El versículo 18 de este capítulo es como un título de propiedad que recibe todo cristiano por el hecho de haber creído y ser hijo de Dios. Atesóralo en tu corazón como tu posesión más valiosa.
19-21. “Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento. Por causa de esto los judíos, prendiéndome en el templo, intentaron matarme.”
Pablo dice que él obedeció inmediatamente al llamado de Jesús. “No fui rebelde”, esto es, no me resistí a hacer lo que se me pedía, a pesar de que iba en contra de todo lo que había hecho antes. Fue un “volte face” súbito, un giro repentino de 180 grados. Eso es lo que ha llamado la atención de muchos en la conversión de Pablo: Que de pronto, sin ninguna etapa de transición, pasara a hacer apasionadamente lo contrario de lo que antes hacía con todo empeño. En efecto, en adelante Pablo conocerá un solo Señor, a Jesús crucificado y resucitado, y él hará sin dudar todo lo que su Señor le ordene. ¡Oh, cómo tuviéramos todos una consagración semejante! Que su caso nos sirva de ejemplo.
Enseguida empezó Pablo la obra de evangelización que lo convirtió en el más grande de los apóstoles, primero entre los de su pueblo, y luego entre los gentiles que fueron siempre considerados como excluidos de las promesas de Dios, por lo cual él era perseguido encarnizadamente por los judíos, que llegaron incluso a querer matarlo cuando fue encontrado en el templo de Jerusalén. Ellos consideraban inaudito, y como una traición a su pueblo, que él ofreciera a los gentiles los mismos privilegios espirituales que se preciaban de que fueran exclusivos de ellos. (3)
¿Y qué predicaba él a unos y otros? Lo mismo que predicaba el Bautista (Mt 3:2,8; Lc 3:8), y Jesús al inicio de su ministerio, esto es, el arrepentimiento (Mt 4:17). El mensaje no ha cambiado: Lo que se debe predicar a los incrédulos es que crean en Jesús y se arrepientan de sus pecados cambiando de vida. No el amor, o que sean buenas personas, o buenos ciudadanos, o que adquieran ciertas cualidades. Eso lo hará la gracia después.
22,23. “Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder: Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles.”
Pablo reconoce que Dios vino en su ayuda para librarlo de los peligros que lo acechaban, y que eso le ha permitido perseverar en la misión que Dios le ha dado de hablar tanto a los grandes de este mundo como a las personas del pueblo, de las cosas de las que él ha sido testigo. Pero asegura que él no afirma nada que no sea lo anunciado por los profetas antiguos de Israel, y por el mismo Moisés en la ley, esto es, que el Mesías esperado por Israel tenía que ser rechazado por las autoridades de su pueblo, que lo iban a juzgar y hacer condenar a muerte injustamente, pero que Dios lo levantaría de los muertos por el poder de su Espíritu como primicia entre los muertos, para que en su Nombre se anunciase la salvación a todos, tanto a los de su propio pueblo, como a los gentiles, a quienes también ahora la gracia de Dios alcanza. (4)
Cuando Pablo dice que Jesús fue el primero en resucitar de los muertos, está diciendo que a su resurrección seguirá la de otros. La resurrección de Jesús es la garantía de la resurrección de todos (1Cor 15:20-23).

Notas: 1. El texto dice “en lengua hebrea”. ¿Quiere decir la lengua que se hablaba comúnmente en Judea, esto es, en arameo, o propiamente el antiguo idioma hebreo que según algunos había caído en desuso? Aunque el tema sea ahora muy debatido, tradicionalmente se ha pensado que, salvo en Apocalipsis, siempre que en el Nuevo Testamento se menciona al idioma hebreo, se refiere al arameo.
2. Según Hch 22:9 sus acompañantes vieron la luz –aunque seguramente no con la misma intensidad con que la vio Pablo- y oyeron la voz, pero no entendieron lo que decía.
3. Era muy importante para la causa de Pablo que el rey Agripa, dada su cercanía con Nerón, estuviera bien enterado de la causa de la animosidad de los judíos contra él, porque su opinión tendría peso cuando se le juzgara en Roma.
4. Es probable que Pablo citara en este punto todos los pasajes del Antiguo Testamento que habían encontrado su cumplimiento en la vida, muerte y resurrección de Jesús.
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
   "Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
 #976 (21.05.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


viernes, 12 de abril de 2019

PABLO ANTE AGRIPA Y BERENICE


 LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PABLO ANTE AGRIPA Y BERENICE
Un Comentario de Hechos 25:13-27
Enfrentado al peligro de que el gobernador quiera llevarlo a Jerusalén para ser juzgado por él allá, Pablo hace uso de su derecho como ciudadano romano de apelar el tribunal del César, a lo que el gobernador, como es su obligación, accede, esperando sólo la oportunidad adecuada de enviarlo a Roma.
13. “Pasados algunos días, el rey Agripa y Berenice vinieron a Cesarea para saludar a Festo.”
La indicación temporal que nos da Lucas no es muy precisa, pero podemos suponer que sería entre una y dos semanas después del episodio anterior como máximo. Antes de proseguir con el relato conviene que nos detengamos en estos dos personajes reales que vienen a visitar, acompañados posiblemente de algunos de sus cortesanos, al nuevo representante del emperador.

Herodes Agripa II es llamado el último de los Herodes porque cuando él murió sin hijos el año 100, la dinastía herodiana se extinguió. Él era hijo de un antiguo conocido nuestro, el rey Herodes Agripa I, que fue rey de Judea entre los años 41 y 44, e hizo ejecutar a Santiago, llamado el mayor, hermano de Juan (Hch 12:1,2); y queriendo congraciarse con los judíos, mandó apresar a Pedro con el mismo propósito, pero no lo pudo hacer porque el apóstol fue liberado por un ángel (Hch 12:3-19). Él tuvo una trágica muerte, pues según relata el mismo capítulo de Hechos, fue herido por un ángel del Señor por haber aceptado un homenaje que sólo corresponde a Dios (Hch 12:20-23).
A su muerte su hijo tenía sólo 17 años, por lo que el emperador Claudio, con sabio criterio, no juzgó prudente darle al heredero el trono de una provincia tan difícil de gobernar como Judea, por lo que puso al frente de ésta a un procurador, y le dio al muchacho el trono del pequeño reino de Calcis, que había quedado vacante al morir su tío el año 48. El año 53 intercambió su pequeño reino por las tetrarquías de Felipe y Lisanias (Traconite y Abilinia, mencionadas por Lc 3:1), cuyo territorio fue aumentado por Nerón con algunas ciudades en torno al lago de Genesaret, por lo que Agripa –a quien además se había otorgado el privilegio de nombrar a los sumos sacerdotes del templo en Jerusalén- cambió el nombre de su capital, Cesarea de Filipo (que conocemos por Mt 16:13), llamándola Neronías.  ¡Con qué facilidad se intercambiaban en ese mundo cortesano los favores y las cortesías sin consideración alguna de las poblaciones que pudieran ser afectadas! En nuestro tiempo, aunque con menos facilidad, se han seguido adjudicando territorios entre las naciones en las mesas de negociaciones sin mucha consideración de los pobladores. Eso ocurrió al término de la primera guerra mundial, cuando Inglaterra y Francia se repartieron territorios del antiguo Imperio Otomano, en función de sus intereses, de donde ha resultado la inestabilidad que ha plagado al Cercano y Mediano Oriente desde entonces, y los conflictos que ahora sacuden esa región, y amenazan con atentados la seguridad de las antiguas potencias coloniales.
Herodes Agripa II era considerado un buen conocedor de la religión judía, por lo que su visita al gobernador Festo proporcionaba a éste una bienvenida oportunidad para decidir acerca del incómodo prisionero que su predecesor le había dejado.
Su hermana Berenice fue una de esas princesas herodianas que se distinguieron por su belleza y personalidad, pero también por su vida escandalosa. Nacida el año 28 DC ella era hija de Herodes Agripa I y, por tanto, hermana de Drusila, esposa de Antonio Félix (Hch 24:24). A los 13 años la casaron con su tío Herodes de Calcis. Cuando enviudó a los 20 años se fue a vivir con su hermano Herodes Agripa II. Luego lo dejó para casarse con Polemón, rey de Cilicia, pero no tardó en regresar a los brazos de su hermano, con quien estaba en una relación incestuosa cuando escuchó a Pablo. Posteriormente fue amante de los generales romanos Vespasiano y de su hijo Tito, según Josefo. Estando con éste intervino el año 66 valientemente, pero en vano, para tratar de evitar la matanza de judíos perpetrada por el procurador Florus. El año 75 estaba en Roma con Tito, entonces ya emperador, que se habría casado con ella de no ser por la oposición del pueblo que objetaba su origen judío.
El rey Agripa y su hermana vinieron pues, con bastante pompa, a hacer una visita de cortesía al nuevo procurador, y fueron alojados por éste, con todas las consideraciones que se merecían huéspedes tan ilustres, en el palacio que su antepasado, Herodes el Grande, había construido en Cesarea, y que ahora servía de residencia al procurador.
14-16. “Y como estuvieron ahí muchos días, Festo expuso al rey la causa de Pablo, diciendo: Un hombre ha sido dejado preso por Félix, respecto al cual, cuando fui a Jerusalén, se me presentaron los principales sacerdotes y los ancianos de los judíos, pidiendo condenación contra él. A éstos respondí que no es costumbre de los romanos entregar a alguno a la muerte antes que el acusado tenga delante a sus acusadores, y pueda defenderse de la acusación.”
Gracias a la hospitalidad que les brindó Festo la visita se prolongó posiblemente por dos o más semanas, tiempo que Festo aprovechó para hablarle a Agripa de la papa caliente que tenía entre manos, el prisionero que su antecesor le había dejado sin darle suficiente información que le permitiera hacer un reporte coherente sobre su caso al emperador.
Festo le cuenta a Agripa cómo cuando subió en primera visita a Jerusalén, las autoridades judías con las que él recién tomaba contacto, aprovecharon la ocasión para hacer graves acusaciones contra Pablo, demandando que se le condenara a muerte.
Pensemos cuán grande era el odio que estos hombres tenían a Pablo, que apenas tienen ocasión de hablar con la nueva autoridad la aprovechan para acusarlo seriamente. Festo les respondió, según le cuenta a su huésped, que de acuerdo a las leyes romanas, el prisionero debía ser objeto de un juicio formal en el que él tuviera ocasión de defenderse de los cargos que se presentaran contra él, y que los invitaba a venir a Cesarea para que comparecieran ante él.
17-19. “Así que, habiendo venido ellos juntos acá, sin ninguna dilación, al día siguiente, sentado en el tribunal, mandé traer al hombre. Y estando presentes los acusadores, ningún cargo presentaron de los que yo sospechaba, sino que tenían contra él ciertas cuestiones acerca de su religión, y de un cierto Jesús, ya muerto, el que Pablo afirmaba estar vivo.”
Así se procedió de manera que apenas bajaron ellos a Cesarea, continúa narrando Festo, me senté en el tribunal para oír su causa teniendo al acusado delante pero, para gran sorpresa mía, los cargos que se le hacían no tenían nada que hacer con las leyes romanas, sino con asuntos relativos a su religión (Nota 1) y, sobre todo, acerca de un tal Jesús, que ya había muerto, pero de quien el acusado decía que estaba vivo. Al bien intencionado, pero pagano gobernador romano, se le escapaba el significado que este hecho extraordinario representaba, y que había de revolucionar en pocos siglos la historia de la humanidad.
Festo estaba perplejo porque él ignoraba prácticamente todo acerca del judaísmo y del nuevo movimiento que había surgido dentro de él, con la muerte y resurrección de Jesús. Él sólo percibía que la tesis de Pablo había suscitado disputas dentro de las autoridades, y no se dio cuenta de que con sus propias palabras él había descrito el meollo del asunto. Pero el rey Agripa sí conocía de estas cosas lo suficiente para que su curiosidad se despertara.
Los comentaristas antiguos han subrayado el hecho de que Festo, con sus propias palabras, insista en destacar la inocencia del acusado (vers. 18,19). Nótese que, en cumplimiento de lo anunciado por Jesús en Hch 9:15, Pablo ha dado testimonio de Él ante el sanedrín (22:30-23:10), ante dos gobernadores (24:10-21; 25:6-12); y ahora lo va a hacer delante de un rey y de su numerosa comitiva. Los enemigos de Jesús sin querer conspiraron para que Pablo pueda dar testimonio ante una gran audiencia.
20-22. “Yo, dudando en cuestión semejante, le pregunté si quería ir a Jerusalén y allá ser juzgado de estas cosas. Mas como Pablo apeló para que se le reservase para el conocimiento de Augusto, mandé que le custodiasen hasta que le enviara yo a César. Entonces Agripa dijo a Festo: Yo también quisiera oír a ese hombre. Y él le dijo: Mañana le oirás.”
Admitiendo Festo que él no conocía nada de estas cosas le propuso a Pablo ser llevado a Jerusalén para ser ahí juzgado por las autoridades judías que eran competentes en estos asuntos, pero como ya hemos visto, Pablo se dio cuenta inmediatamente del peligro que esto representaba para su vida, y para escapar de él apeló al César.
Aquí Agripa aprovechó la ocasión para decirle a Festo que a él sí le gustaría escuchar lo que Pablo tenía que decir. Festo le respondió cortésmente que al día siguiente podría hacerlo, con lo que se preparaba una nueva audiencia en la que Pablo tendría ocasión de testificar ante todos, incluyendo al rey y al propio Festo, acerca de su fe en Jesucristo. ¡Por qué caminos inesperados Dios abre puertas para que Pablo pudiera predicar! ¡Quién sabe si entre los cortesanos y curiosos que le escucharon disertar no habría alguno a quien sus palabras no tocaran una fibra de su corazón endurecido y creyera!
23. “Al otro día, viniendo Agripa y Berenice con mucha pompa, y entrando en la audiencia con los tribunos y principales hombres de la ciudad, por mandato de Festo fue traído Pablo.”
He aquí pues que se convoca, con toda la solemnidad del caso, a una audiencia especial a la que asisten, aparte del rey y de su hermana como invitados de honor, todas las personas que ocupaban alguna posición de autoridad, o de relieve, en la ciudad de Cesarea. Ante esta asamblea Pablo va a tener oportunidad una vez más de contar su historia, que no es otra sino la de la irrupción de Jesucristo resucitado en su vida.
24, 25. “Entonces Festo dijo: Rey Agripa, y todos los varones que estáis aquí junto con nosotros, aquí tenéis a este hombre, respecto del cual toda la multitud de los judíos me ha demandado en Jerusalén y aquí, dando voces que no debe vivir más. Pero yo, hallando que ninguna cosa digna de muerte ha hecho, y como él mismo apeló a Augusto, he determinado enviarle a él.”
Festo abre la reunión con una alocución dirigida al rey y a los asistentes explicando los motivos por los cuales los ha convocado. Él les presenta al prisionero que ha mandado venir, con las palabras de “este hombre”, no mencionando su nombre, no obstante ser él ciudadano romano. Todas las miradas se clavaron en el prisionero a quienes la mayoría de los asistentes veían por primera vez. Algunos con curiosidad, otros quizá con desprecio. Pablo podría quizá sentirse humillado, o aterrorizado, por esas miradas, pero él no era hombre a ser atemorizado fácilmente. Él sabía quién era él en Cristo y cuál era la misión que se le había encomendado. (2)
A este hombre, dice Festo, las autoridades de Jerusalén lo acusan airadamente de haber cometido un crimen digno de muerte, pero yo no hallo nada en él que merezca esa pena bajo las leyes romanas, pero como él ha apelado al tribunal del César, como es su derecho como ciudadano de nuestra nación, he decidido enviarlo a él según su deseo.
26,27. “Como no tengo cosa cierta que escribir a mi señor, le he traído ante vosotros, y mayormente ante ti, oh rey Agripa, para que después de examinarle, tenga yo qué escribir. Porque me parece fuera de razón enviar un preso, y no informar de los cargos que haya en su contra.”
El procurador expone francamente la encrucijada en que se encuentra. Yo no encuentro que él haya cometido ningún crimen bajo nuestras leyes, y como los delitos de los que se le acusa atañan a la legislación de los judíos que no caen bajo la jurisdicción de ningún tribunal romano, y menos del tribunal del César, no tengo nada que pueda informar al emperador acerca del acusado. Como no sería razonable enviar a un preso sin poder dar una explicación de los cargos que se le imputan, me he permitido traerlo delante de ustedes, y en particular delante tuyo, oh rey, para que después de que lo interrogues, tenga yo algo que escribir acerca de él.

Notas: 1. La palabra que aparece aquí en el texto griego es deisidaimonías, que quiere decir “superstición”, y que la versión Reina-Valera respetuosamente traduce como “religión”. El hecho de que Festo use esa palabra expresa el poco aprecio que él, como romano escéptico, sentía por las convicciones religiosas del prisionero.
2. F.F. Bruce hace la atinada observación de que si Herodes Agripa II y Berenice son conocidos hoy en el mundo es gracias a que sus vidas se cruzaron un día con la de Pablo, miserable prisionero al que ellos miraban con desprecio. ¡Cómo podrían ellos imaginar que “este hombre” sería algún día admirado y famoso en el mundo entero, y sus escritos leídos y estudiados por millones! Ironias de la vida.

Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
   "Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#974 (07.05.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 21 de septiembre de 2018

GRAN COMISIÓN Y DESPEDIDA


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
GRAN COMISIÓN Y DESPEDIDA
Un Comentario de Mt 28:16-20
Un autor reciente ha escrito: “El efecto de esta corta escena en la vida de la iglesia ha sido incalculable. Ninguna parte de la Biblia ha hecho tanto para dar a los cristianos una visión de la universalidad de la iglesia.”

16. “Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado.”
Mateo omite relatar lo ocurrido durante los cuarenta días en que, según Hechos 1:3, Jesús se siguió apareciendo a sus discípulos, y lo da por sabido por sus lectores, y dice simplemente que a continuación de lo relatado (esto es, lo del soborno de los soldados que fueron testigos de la resurrección, para que digan que los discípulos se robaron el cuerpo de Jesús, Mt 28: 11-15), los discípulos se fueron al monte de Galilea que Jesús les había indicado, tal como Él anteriormente les había anunciado que haría después de resucitar (Mt 26:32; Mr 14:28). Notemos que la promesa de que le verían en Galilea había sido reiterada por el ángel que se apareció a las mujeres (Mt 28:7), y por Jesús mismo al aparecerse a ellas (v. 10). Mateo resume en un brochazo lo sucedido entre la resurrección y la ascensión, que está relatado con más detalle en Lucas y en Juan. ¿Cuándo se fueron a Galilea? No sabemos exactamente, pero debe haber sido no menos de ocho a diez días después de la resurrección, o más probablemente, hacia el final del período de cuarenta días. (Nota 1)
Tampoco sabemos cuál era el monte en cuestión, pero lo más probable es que se tratara del monte Tabor, donde ocurrió la transfiguración que, por su altura aseguraba mejor la privacidad del encuentro. Pero podría haber sido también, según piensan algunos, la montaña donde Jesús predicó las bienaventuranzas y el largo sermón que siguió (Mt 5-7).
Recordemos que el último mensaje que Moisés dirigió al pueblo de Israel fue dado también desde una montaña, el monte Nebo, a la vista de la Tierra Prometida, a la cual él no iba a entrar (Dt 32:49; y todo el cap. 33). Jesús, el nuevo legislador, obra como su predecesor, a la vista de la Tierra Prometida celestial a la cual Él se va precediéndonos, y en la que nos prepara un lugar (Jn 14:2,3).
Mateo no consigna la ocasión en que Jesús les dio esa orden precisa. Su relato en muchos aspectos es esquemático. Sin embargo, él dice que “los once” fueron a Galilea, que es el número de los discípulos que quedaron después de la defección del traidor. Su despedida de la tierra y su mensaje final estaban reservados para ellos solos. No incluía en principio al círculo más amplio de discípulos cercanos.
No deja de ser notable el hecho de que los once, que habían visto al Resucitado varias veces en Jerusalén, emprendieran el largo viaje a Galilea sólo porque Jesús les había dado una cita ahí. ¿Haríamos nosotros un sacrificio semejante?
17. “Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban.”
¿Cuál podría ser su reacción al verlo de nuevo, sino postrarse y adorarlo? Ellos habían caminado con Él durante tres años, le habían escuchado enseñar y visto hacer milagros, conscientes de la presencia del Espíritu de Dios en Él. Pero ahora, después de su resurrección, tenían la convicción de que Él no sólo era un maestro de una doctrina ética revolucionaria, sino que era Dios mismo hecho hombre. Nótese que ésta es la primera vez que los evangelios dicen que sus discípulos le adoran.
No obstante, hubo algunos que, al verlo de lejos, dudaron de que fuera realmente Jesús. Pero la suya fue una duda momentánea que se desvaneció apenas Él se les acercó y escucharon sus palabras.
Jerónimo dice que su duda aumenta nuestra fe, porque muestra que no eran crédulos. La fe sincera, en efecto, no excluye la duda cuando trata de cerciorarse.
Podemos preguntarnos cuál era el aspecto de Jesús cuando le vieron. ¿Sería en pleno fulgor de su cuerpo de gloria, tan brillante que cegó a Pablo cuando le vio camino a Damasco? (Hch 9:3-9). Más bien debemos pensar que la gloria de su cuerpo resucitado en ésta, como en otras apariciones anteriores, estaba como velada, porque sus débiles ojos no hubieran podido resistirla, ni hubiera podido dejar dudas acerca de a quién estaban viendo.
De otro lado, recordemos que, antes de ascender al cielo, Jesús, para demostrar a sus discípulos que el suyo era un cuerpo de carne y hueso, y no un espíritu, comió lo que le alcanzaron (Lc 24:41-43), y dijo a Tomás que pusiera el dedo en sus llagas (Jn 20:27-29; cf Lc 24:36-40). No obstante, y esto debe haber sido lo más sorprendente para sus discípulos, Él se presentó tres veces delante de ellos súbitamente, sin haber entrado por la puerta (Jn 20:19,26; Mr 16:14). Se dice que el cuerpo resucitado de Jesús tenía la capacidad de atravesar las paredes. Pero no necesitaba tener esa capacidad. Él simplemente estaba donde quería estar. Vivía en una dimensión celestial.
Muchos intérpretes piensan que esta aparición de Jesús, que parece ser la última, es la misma que menciona Pablo cuando escribe: “Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen” (1Cor 15:6), porque sólo en Galilea habría más de quinientos seguidores suyos que se reunieran en un mismo lugar, y que los que dudaron eran parte de ese número, no de los once, pues éstos habían tenido pruebas concluyentes de que Jesús había resucitado. No es imposible que así fuera y que los quinientos se hubieran mantenido a la distancia, y que sólo lo hubieran visto, pero no hubieran escuchado sus palabras.
18. “Y se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.”
Sin tomar en cuenta la actitud dudosa de algunos, Jesús se les acercó para hablarles y decirles algunas palabras de despedida que incluían su última orden, su último encargo: Toda autoridad (exousía) sobre la creación entera, -esto es, sobre todo lo que los cielos y la tierra contienen- me ha sido dada. Es una autoridad que ningún gobernante terreno puede tener, pues no hay hombre que tenga autoridad sobre los astros del firmamento.
En verdad, Jesús podría haber dicho, me ha sido restituida, porque al hacerse hombre su poder se vio limitado por la condición humana, aunque no dejó de manifestarse cuando enseñaba (Mt 7:29), o perdonaba los pecados (9:6), o cuando ofrecía descanso a los que están fatigados (11:27,28), y les dijo: “Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre” (Véase Jn 3:35; 5:22; 13:3; 17:2). Pero ahora ese poder y autoridad le es restituido plenamente en virtud de los méritos de su pasión y muerte, al haber vencido no sólo a la muerte, sino también al pecado, al infierno y a Satanás. Pero notemos que no dice que Él ha asumido esa autoridad, sino que le ha sido dada por su Padre, quien una vez proféticamente dijo: “Pídeme y yo te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra.” (Sal 2:8).
Es una autoridad absoluta que no tiene límites. Por eso Él podía decir  acerca de la creación: Yo soy su soberano y la gobernaré de acuerdo a mi omnipotencia, mi misericordia y mi sabiduría. Este dominio eterno sobre todos los pueblos, naciones y lenguas fue anunciado en la visión que tuvo Daniel acerca del Hijo del Hombre, cuyo reino nunca será destruido (Dn 7:13,14). Le fue reiterado a María cuando el ángel le anunció que concebiría un hijo que heredaría el trono de David su padre, cuyo reino no tendría fin (Lc 1:31-33; cf Is 9:6,7). El hecho de que se mencione tantas veces en las Escrituras, nos muestra la importancia de esta verdad.
Nótese que Él como Dios, igual al Padre, tuvo desde la eternidad todo poder sobre la creación, pero ahora, en tanto que Mediador entre Dios y los hombres, y como Dios hecho hombre, este poder le es dado para llevar a cabo los propósitos divinos, y completar la obra de nuestra redención.
19,20. “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Literalmente “hasta la consumación de la era.”) (2)
Mi deseo y mi orden es que vayáis por todo el mundo a enseñar a sus habitantes sin distinción todo lo que yo os he enseñado, para que ellos también crean en mí como habéis creído vosotros, y sean salvos al ser bautizados en el nombre de mi Padre, del mío propio, y del Espíritu Santo, y proclamen sin temor la fe que han recibido y que transforma sus almas. Notemos que ésta es la primera afirmación solemne y explícita del misterio de la Trinidad que figura en el  Nuevo Testamento. Éste es un misterio que no es mencionado en el Antiguo Testamento, y que los judíos desconocían.
Por tanto, es decir, en virtud de la autoridad de la que yo soy investido, os doy autoridad para continuar la obra de salvación del mundo que yo he empezado.
Vemos en este pasaje tres cosas: discipular, bautizar, enseñar. La misión de los apóstoles será tan universal como el poder que les ha sido dado. La restricción de ir sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel, por un tiempo vigente (Mt 10:5,6), es ahora levantada. Esa restricción transitoria se explicaba porque la misión de Jesús en vida había estado también limitada sólo a esas ovejas (Véase (Mt 15:24). Nótese de paso que la frase “a todas las naciones” podría también traducirse “a todos los gentiles”, esto es, a los no judíos. Esto era lo que los judíos que odiaban a Pablo consideraban tan ofensivo: que la revelación de Dios y las Escrituras, que ellos consideraban que estaban reservadas para ellos exclusivamente como pueblo escogido, pudieran ser compartidas con otros pueblos.
La misión dada a los apóstoles es una misión profética, prefigurada por la que Dios dio a Jeremías al inicio de su carrera: “Diles todo lo que yo te mande” (1:17), después de haberle asegurado que estaría siempre con él (v. 19).
La orden es de ir a discipular, no de esperar que vengan a ellos para hacerlo. ¿Cuántos cristianos tienen eso claro? (3)
“Haced discípulos…” Discípulo es no sólo el que escucha las enseñanzas de un maestro y las sigue, sino es alguien que, además, trata de conformar su vida en todo a la de su maestro, constituyéndolo en modelo no sólo de su conducta, sino también de su pensamiento, para ser en todo como él, de manera que se convierta en un fiel reflejo suyo. Yo te pregunto, amigo lector, como yo me pregunto también a mí mismo: ¿Eres tú un discípulo de Jesús? ¿Piensas tú como Él?
Pablo lo expresó una vez: “Sed imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo.” (1Cor 11:1). Cristiano en sentido pleno es pues no sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios que murió para salvarlo de la condenación eterna, sino el que trata de ser como Él.
Notemos que la orden de ir fue dada no sólo a los apóstoles que estuvieron presentes en ese momento, y a sus sucesores en el gobierno de la iglesia, sino a todos los cristianos de todos los tiempos, es decir, también a nosotros.
No hay obra más sublime y valiosa que la de traer a los pecadores a los pies de Cristo, y enseñarles el camino de la salvación; y no hay virtud más valiosa para Dios que el celo por las almas, porque eso fue lo que hizo venir a Jesús a la tierra.
En efecto, lo que solemos llamar “La Gran Comisión” es la obra más grande emprendida por el ser humano en la historia, una empresa en verdad revolucionaria, imposible de alcanzar en términos humanos: Hacer que la humanidad entera, acostumbrada a rendir culto a muchos dioses, adore al único Dios verdadero. Pero como el que ordenaba llevarla a cabo es Dios mismo, y tiene todo el poder, su éxito estaba asegurado de antemano.
Es curioso, sin embargo, que a pesar de que la orden dada a los apóstoles era de ir por todo el mundo (o más concretamente, según Hch 1:8, de ser testigos de Cristo en Judea, en Samaria, y hasta los confines de la tierra) fue necesario que se desatara una persecución contra la iglesia en Jerusalén con ocasión del martirio de Esteban, para que los discípulos salieran a predicar el Evangelio a todas partes (Hch 8:1,4).
Pero mirad, les dice Jesús, aunque yo regreso ahora a mi Padre, yo permaneceré con vosotros mediante mi Espíritu de una manera constante, sin fallas, y estaré en todo momento a vuestra disposición, hasta el día en que regrese de nuevo corporalmente, con mi ángeles y mis santos, para juzgar a todas naciones de la tierra (Mt 25:31-46), y dar consumación a todas las promesas que os hemos hecho desde el principio.
La promesa final de Jesús ahora es: “Yo estoy con vosotros todos los días”, un vosotros que nos incluye a nosotros que hemos creído en Él, para ayudarnos, fortalecernos, consolarnos y guiarnos en la tarea que nos ha encomendado, de manera que lo imposible se vuelva posible, y lo difícil, fácil.
Notas: 1. Según el recuento que hace J. Broadus, en total Jesús se apareció diez veces después de resucitar, cinco en el mismo día de su resurrección, y cinco, sin contar la ascensión, en los días posteriores. Al primer grupo pertenecen la aparición a las mujeres, en Mt 28:5-8; a María Magdalena, en Jn 20:11-18; a Pedro, en Lc 24:34; a los dos discípulos que iban a Emaús, en Lc 24:13-35; y a los apóstoles, estando Tomás ausente, en Jn 20:19-24. Al segundo grupo pertenecen la aparición a los apóstoles ocho días después, estando Tomás presente, en Jn 20:26-29; a siete discípulos que pescaban en el mar de Galilea, en Jn 21:1-14; la aparición a los once, que comentamos en este artículo, que pudo haber coincidido con la aparición a los quinientos, que menciona Pablo en 1Cor 15:6; a Santiago, en 1Cor 15:7; y a los apóstoles, poco antes de ascender al cielo, en Lc 24:36-49, Mr 16:14-18, y Hch 1:4-8.
2. Aunque a veces se les considera palabras sinónimas, hay una notable diferencia entre aion (olam en hebreo) y kosmos. Mientras que la primera se refiere a “era”, o a “tiempo”, y tiene a veces un contenido ético, la segunda se refiere a “gente”, o a “espacio”, y designa al universo material y a toda la gente que vive en él. Las palabras de la traducción “hasta el fin del mundo” han hecho creer equivocadamente a muchos que el mundo material va a desaparecer cuando Jesús retorne. Pero en verdad, lo que Jesús anuncia es que cuando Él vuelva se va a iniciar una nueva era, o etapa, del mundo cuya grandiosidad y belleza es para nosotros inimaginable.
3. Esta orden coincide con los términos de la Gran Comisión que consigna Marcos: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura.” Ahí Jesús, sin embargo, añade una advertencia muy clara: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.” (Mr 16:15,16; cf Jn 3:18). Tu salvación depende de que creas o no, esto es, de tu fe.
NB. Este artículo está basado en una enseñanza dada recientemente en el ministerio de la Edad de Oro.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos diciendo: Jesús, yo te ruego que laves mis pecados con tu sangre. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.
#966 (12.03.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).