jueves, 11 de febrero de 2010

LA SAMARITANA I

Hace 20 años yo me alimentaba con las prédicas del pastor John Osteen, fundador de Lakewood Church en Houston, que recibía regularmente en cassette. Este artículo y el siguiente del mismo título son la trascripción de una charla dada en Radio Inca el 22.10.88, que a su vez estaba basada en una de las prédicas de John Osteen que más me habían impactado. Los publico como un homenaje a su memoria.

El Evangelio de San Lucas nos cuenta que Jesús, después de haber sido tentado por el diablo y de haberlo vencido, fue a su pueblo natal, a Nazaret, y entró en la sinagoga, que es como si dijéramos, al templo del lugar. Y ahí, según la costumbre, se levantó a leer un pasaje de las Escrituras. Le alcanzaron el rollo del profeta Isaías y Él escogió el pasaje que dice así:

"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar las buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos y a dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año agradable del Señor." (Lc 4:14-21).

Al leer esas palabras en la sinagoga, al comienzo de su vida pública, Jesús estaba anunciando cuál era la finalidad de su venida al mundo. Mucho se discute entre los entendidos, especialmente entre los agnósticos, acerca de la misión de Jesús. Pero he aquí que Jesús, en unas sencillas palabras, lo dijo muy claro:

"El Espíritu del Señor está sobre mí...para anunciar las buenas nuevas a los pobres..." Si tú eres pobre y te falta dinero para comer, si te falta trabajo para ganar el pan de tus hijos; si te faltan los recursos para subvenir a tus necesidades y a las de tu familia, mira, Jesús te dice: Yo he venido para traer la solución a tus problemas; yo tengo el poder que te permitirá encontrar lo que necesitas; yo sé cuál es tu necesidad y puedo ayudarte.

El Espíritu del Señor... "me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón...". Si tu corazón está quebrantado, si tienes una gran pena, Jesús ha venido para consolarte, para darte sosiego. Él no está lejos de ti, sino cerca de tu corazón humillado. Vuélvete hacia Él.

El Espíritu..."me ha enviado a pregonar libertad a los cautivos". Si tú estás preso en la cárcel, injusta o merecidamente, para Él no hay diferencia. Él ha venido a darte libertad; la libertad interior y la libertad exterior. Él ha venido para sacarte de esa situación.

Si tú estás preso de algún vicio, de un mal hábito, Él tiene el poder de libertarte de esa atadura; Él tiene la fuerza que necesitas para sobreponerte y salir adelante.

Tú quizá te digas: ¿Cómo se va a interesar Jesús por mí si yo he cometido ese crimen, si yo he hecho esto malo o lo otro; si yo no soy bueno, si yo me desprecio a mí mismo. Pues si tú eres eso que dices, tú eres justamente la clase de gente que a Él le interesa, la clase de gente por la cual Él vino al mundo. Él no vino por los santos; no vino por los buenos. Vino por los indignos, por los despreciados, por los pecadores. En verdad, Él está más atraído por la miseria humana que por nuestros méritos.

Jesús en ese pasaje habla del mundo que sufre, del mundo que llora, del mundo que tiene penas, del mundo de los oprimidos. Él ha venido a invadir con su amor el mundo de los que sufren. Él está interesado en la gente desesperada, que ya no puede más. Él busca a la gente que está en el fango, en el arroyo, que ha descendido a lo más profundo de la vileza humana. No hay bajeza que a Él lo espante o lo escandalice, porque Él conoce el corazón humano. No hay envilecimiento que Él no pueda restaurar.

Ah, si tú eres uno de esos, que tu alma se llene esperanza. Jesús ha venido por ti.
Él dijo: "El diablo no ha venido sino para robar, matar y destruir, pero yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia." (Jn 10:10) El enemigo de nuestra alma está empeñado en hacer desgraciada a la gente, en romper hogares, en dividir a las familias, en atraer a los jóvenes a los malos caminos y destrozar sus vidas, en esclavizar a los hombres con el hechizo de los vicios y de las drogas. Pero Jesús vino a destruir esa obra del maligno. Él vino a reconciliar a los que están de pleito, a consolar a los que sufren, a liberar a los enviciados, a devolver la dignidad a los que la han perdido.

Él es el mismo ayer, hoy y siempre. Tal como hacía cuando vino a Galilea hace dos mil años, sigue Él actuando hoy en día.

El episodio de la samaritana que narra el Evangelio de San Juan en su 4to. capítulo es un claro ejemplo de cómo actúa Jesús en el caso de las personas que han tenido grandes caídas. Él no se escandaliza por esa clase de gente. No la desprecia.

La samaritana era una mujer con grandes problemas, una mujer había tenido cinco maridos y el hombre con el que ahora vivía ni siquiera era su marido. Era una mujer como esa de que habla la canción gitana, que es como la moneda de cobre, que rueda de mano en mano pero ninguno se la queda. Una de esas mujeres que la gente desprecia. Pero noten lo siguiente: ¿Hay algún pasaje en los Evangelios que narre el encuentro de Jesús con una mujer del gran mundo, con una señora elegante? ¿Conoce alguien ese pasaje? Nadie lo conoce porque no existe.

En lo que respecta a mujeres los Evangelios narran los diálogos que tuvo Jesús con una pecadora pública, a quien nadie invitaría a su casa; con una samaritana, perteneciente a un pueblo al cual los judíos despreciaban; con una mujer pagana de Sidón, habitante de una ciudad idólatra; con una viuda que había perdido un hijo, y por tanto, desamparada; y con las hermanas de Lázaro que había muerto, que habían sufrido una gran desgracia.

Dice el Evangelio de San Juan que Jesús partió de Judea para ir a Galilea, que queda al Norte, y que tenía que pasar por Samaria. ¿Porqué tenía que pasar por Samaria, si podía haber escogido la ruta más fácil por el Jordán, que era más llana? Sin embargo Él escogió el camino escarpado y fatigoso por las montañas de Samaria. No sabemos por qué, pero quizá por que Él tenía que llegar al pueblo de Siccar, para encontrarse con esa samaritana.

Aunque ella no lo sabía, Él tenía una cita con ella e iba a llegar al pueblo justo cuando ella salía a buscar agua en el pozo, y allí la encontraría. Así era Jesús. Es como si Él se hubiera dicho: Yo tengo que ver a esa mujer desgraciada. Y hoy Él se dice: Yo tengo que ver a ese delincuente; yo tengo que hablar con ese drogadicto; yo tengo que buscar a ese borracho; yo tengo que rescatar a ese ladronzuelo. Tengo que visitar a ese enfermo desahuciado, a esa madre desesperada, a ese huérfano abandonado.

Jesús le dice: “Dame de beber.” Y la mujer le contesta: ¿Cómo tú, siendo judío, me hablas a mí que soy samaritana? Jesús era judío y los judíos despreciaban a los samaritanos; no se hablaban, estaban de pleito.

Y tu quizá te preguntes: ¿Cómo así me va a buscar Jesús, si yo estoy lejos de Dios? ¿Si nunca voy a la iglesia? ¿Si yo más bien, ando por los antros de mala vida, frecuento las cantinas, me paso el día entero en un hueco, volando?

Es que Jesús rompe todas las reglas, todas las convenciones, para ir a buscar a los que están perdidos. Él vino al mundo para eso, y para eso sigue viniendo aún todos los días.

Y Jesús le responde a la mujer: "Si tú conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a Él y Él te daría agua viva?" A veces Jesús nos llama, pero no le hacemos caso, no le damos importancia. ¡Si supiéramos lo que Él puede hacer por nosotros!

Y la mujer se sorprende y le contesta: ¿Cómo me vas a dar agua tú a mí, si no tienes balde ni soga para sacarla del pozo?

Pero Jesús le dice: "Cualquiera que beba de esa agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daría, no tendrá sed jamás."

Es que en todo ser humano hay una sed que ninguna cosa de este mundo puede calmar. Ni el dinero, ni el éxito, ni la posición social, ni las drogas, ni el sexo. Hay un vacío en todo hombre y mujer que sólo Dios puede llenar. Y la mujer le dice: "Dame esa agua" Yo quiero esa agua.

Ésa es la frase de la humanidad dolida, la frase que expresa el ansia por ese algo que sólo Dios puede dar.

Dame esa agua, grita el encarcelado, quiero salir de Lurigancho.

Dame esa agua, dice el desesperado, quiero que soluciones este conflicto.

Dame esa agua, dice el marido que abandonó su casa, quiero que mi mujer me perdone, quiero amistar con ella.

Dame esa agua, dice la mujer golpeada, yo quiero que mi marido no siga bebiendo y no me siga pegando.

Dame esa agua, dice la prostituta, no quiero seguir vendiendo mi cuerpo.

Dame esa agua, dice el drogadicto, no quiero seguir drogándome.

Dame esa agua, dice el enfermo, no aguanto más este dolor.

Dame esa agua dice el desdichado, no soporto tanto sufrimiento.

Jesús antes de morir, dijo en la cruz: “Tengo sed”. (Jn 19:28) El padeció una sed terrible, para que la humanidad no tuviera que padecerla. El sufrió la sed de todos los seres humanos, para poder calmarla. Sufrió sed por todas las almas que Él quiere salvar, y para que ellas no tengan necesidad de sufrirla en el infierno de esta vida, o en el infierno que está más allá de la tumba.

El sufrió la sed que tú tienes ahora y que tú no tienes necesidad de sufrir, porque él ya sufrió esa sed por ti.

Búscalo a Él, cuéntale tus desdichas, háblale de tus penas.

Él te escucha. Él te comprende. Él está a tu lado y quiere que le hables.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#611 (24.01.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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