martes, 1 de septiembre de 2009

CARTA A UN RACIONALISTA

Ha sido siempre muy estimulante para mi fe conversar con personas que carecen de ella, o que tienen sinceramente serias objeciones contra ella y que, no obstante, tienen suficiente sensibilidad para reconocer la existencia de la espiritualidad; personas cuyas inclinaciones son filosóficas, o científicas, o artísticas, para quienes la fe del creyente es un fenómeno incomprensible. Y cuando hablo de conversar, el diálogo puede ser también epistolar.

Quiero aprovechar el texto de una carta escrita hace algún tiempo a una persona como la que describo arriba, con quien me une un fuerte lazo de afecto, pese a nuestras discrepancias. La he revisado eliminando los detalles personales y le he añadido algunos conceptos que complementan las ideas expresadas originalmente, en la esperanza de que pueda provocar en los lectores preguntas que los obligue a interrogarse para entender su propia fe.

1. Mucha gente se pregunta: ¿Cómo puede ser Dios un ser personal tan cercano al hombre y a la vez un ser infinito y absolutamente trascendente? Siendo Él tan grande ¿cómo puede fijarse en mí, que soy una minúscula criatura? (Es como si una persona se fijara en una minúscula partícula de polvo que hay en el piso y le diera toda su atención.) Yo mismo me hacía en el pasado muchas veces esa pregunta. Ahora me lo explico de esta manera: Dios está cerca del hombre porque lo ha creado, él es su imagen, se le parece. El hombre es persona porque Dios lo es. Sin embargo, lo personal de Dios es como la corona del sol, que está constantemente sacudida por tempestades e irradia calor. Los cambios en la corona solar son los infinitos incidentes de la relación que Dios mantiene con sus criaturas, a los que la Biblia se refiere cuando habla de la ira de Dios, o de su compasión, de su ternura. Pero eso es sólo la superficie. Detrás de la corona están la masa del sol y el núcleo, algo a lo que el hombre normalmente no tiene acceso ni puede comprender. Eso es lo incognoscible de Dios. La teología dice que Dios es a la vez inmanente y trascendente. Está presente en el mundo que ha creado, pero existe fuera y más allá de él.

2. En sí misma la fe no es racional. No necesita de argumentos porque es experiencia, y el que experimenta algo no necesita probar que su experiencia es real, a menos que piense que sueña. Lo que se llama racionalidad de la fe consiste en convertir, o traducir esa experiencia en un lenguaje coherente que satisfaga a la razón humana, lo cual es conveniente pues somos seres racionales. Sin embargo, no todo es explicable racionalmente, por dos motivos: 1° Porque la razón como instrumento de comprensión es en sí misma muy limitada; y 2° porque hay experiencias que trascienden lo racional. Es decir, se sitúan en otra dimensión de la realidad, que algunos niegan pero cuya realidad no puede negarse (Nota 1). Es una realidad inaccesible para los medios de que dispone el hombre actualmente, pero no tiene por qué serlo siempre. De hecho el campo de la realidad sensible se ha ido ampliando enormemente en los últimos 200 años. Para poner un ejemplo, las ondas hertzianas (2) estaban más allá de la realidad conocida hace apenas 150 años. Pertenecen a otra dimensión de la realidad física, aquella a la que sólo se tiene acceso mediante instrumentos apropiados, porque nuestros sentidos no la perciben. Esos instrumentos convierten las ondas inaudibles e invisibles en audibles y visibles. Gracias a ellas existen la radio, la comunicación inalámbrica y la TV. Pero si a un hombre culto de hace 300 años se le colocara en el oído una radio transistor y empezara a escuchar la voz de su esposa que está muy lejos, gritaría “¡Milagro!”. Pero no es milagro sino la simple utilización de un fenómeno de la naturaleza que el hombre ha aprendido a manipular.

Yo no creo dicho sea de paso que todo fenómeno extranatural sea inexplicable ni que el milagro consista en una violación de la ley de Dios. Yo creo que Dios nunca viola las leyes de la naturaleza que Él ha creado. Simplemente al hacer lo que solemos llamar “milagro” emplea un medio o una fuerza que desconocemos. Por ejemplo, cuando Josué oró e hizo que el sol se detuviera, yo no creo que la tierra dejara de girar sobre su eje. Todo habría salido disparado por el espacio en virtud de la fuerza centrífuga. Simplemente Dios hizo algo para que se prolongara el día y el sol siguiera brillando. Notemos que la Biblia dice que el sol se detuvo, aunque sabemos por la astronomía que el sol no se mueve respecto de la tierra, sino que es la tierra la que gira sobre sí misma. La Biblia describe los fenómenos del cielo tal como los ve un observador terrestre.

De igual manera cuando Jesús caminó sobre las aguas Dios no suspendió la ley de la gravedad que hubiera hecho que Jesús se hundiera. Simplemente, creo yo, empleó una fuerza desconocida por nosotros que contrarrestó el peso de su cuerpo.

3. Todo esfuerzo por explicarse la fe, por valioso que sea, es sólo un acercamiento imperfecto. Aunque no sea propiamente una definición, la mejor definición de la fe que conozco es la que da Hebreos 11:1: “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” Las verdaderas certezas carecen de argumentos probatorios, o no serían certezas.

En realidad la fe en su sentido más profundo no está referida a dogmas ni a conceptos sino a una persona: “El que cree en mí tiene vida eterna”, dijo Jesús (Jn 6:47). Por una transición natural la palabra “fe” llegó a significar la aceptación de las verdades reveladas, tal como están expuestas, por ejemplo, en el Credo. Pero “el depósito” – implícitamente- de la fe, que menciona Pablo varias veces (2Tm 1:12,14), y que engloba las verdades aceptadas, es sólo uno de los aspectos de la fe, y no el más importante ni el decisivo porque no es la fe que salva. Esa es la fe que ayuda a vivir y a pensar bien. Pero yo creo que es una debilidad de la teología histórica confundir la fe en la persona de Cristo, con el asentimiento intelectual a las “verdades de la fe”. Muchas personas creen en esas verdades pero no son salvas. Para ser salvo se requiere de una fe más personal y vital en Jesús, como la de los primeros cristianos, que incluía el compromiso de seguirlo cualquiera que fuera el sacrificio que costara.

Es un hecho que la naturaleza de la mayoría de los seres humanos no requiere de una fe racional. Al contrario, la fe de los simples suele ser más poderosa. Llamarla superstición es prejuicio arrogante. Yo me atrevería a postular que lo racional no abarca ni el 5% de las experiencias humanas de todo tipo. El resto es infra o suprarracional. Lo infrarracional es lo instintivo. Lo suprarracional es lo mejor de la vida: el amor en sus diferentes formas, la percepción de la belleza, el sentimiento de felicidad, etc. ¿Cómo explicarse racionalmente esos aspectos de la vida? Decir que son fenómenos del cerebro –como sostienen algunos científicos ociosos- es como decir que el sonido no es otra cosa sino variaciones microscópicas en los surcos de un disco, o vibraciones de la membrana del tímpano. Es decir, confundir el fenómeno mismo con la huella que deja en un aparato electrónico o en el órgano auditivo.

Lo suprarracional no es irracional. Está simplemente por encima de lo racional. Lo racional es ciertamente muy útil: provee una estructura lógica relativamente coherente que nos permite comprender, o encontrar sentido a lo que experimentamos. La razón ha permitido también al hombre dominar la naturaleza y fabricar todos los elementos materiales que facilitan la existencia.
Pero pretender que todo sea racionalmente explicable, con la limitadísima razón que posee el hombre, es una fantasía. El arte musical es un ejemplo típico. ¿En qué consiste la belleza del Allegretto de la Sétima Sinfonía de Beethoven, cuyo tema inicial es armónicamente pedestre y rítmicamente monótono? Sin embargo, su belleza nos sobrecoge. Eso es lo que se llama inspiración. Beethoven captó algo de orden espiritual cuando concibió esos compases y nos lo transmite cuando los escuchamos.

Creo que fue Sócrates quien, por boca de Platón, habló de la inspiración artística como de algo “daimónico” (3). En efecto, la inspiración es un fenómeno espiritual, suprarracional. Eso me recuerda lo que cuenta un amigo de Brahms que se lo encontró un día corriendo por el bosque como un loco, pasó a su lado y ni siquiera lo vio. Estaba componiendo, totalmente absorbido en los sonidos que su mente concebía. La inspiración se da no sólo al componer sino también al interpretar. Es una forma de unción que procede de Dios (en el caso de la música clásica) que cautiva a los asistentes, aunque también hay una unción satánica que asiste a muchos intérpretes de jazz y de rock, y que seduce al público.

4. Es muy difícil hablar de la santidad aparte de la fe porque la santidad es su fruto. La santidad que exhibió Jesús en su vida no es algo que se dio una vez en el mundo y que se transmite en delante de generación en generación por imitación de su ejemplo. Ni es tampoco un asunto de convicción. Sino que es algo incesantemente renovado en cada individuo, algo por lo cual hasta el más santo lucha cada día, porque cada día es tentado. De un lado la santidad es una obligación para el cristiano (“Sed santos porque yo soy santo” dice el Señor, Lv 11:44,45; 1P 1:15,16). Pero de otro, es una gracia, porque nadie puede ser santo en sus propias fuerzas. Ni el más santo una vez que llega a un alto nivel puede confiar en que se quedará ahí. Más bien, cuanto más santo llegue a ser, más fuertemente será tentado, y en mayor peligro estará de caer, porque ya no sólo la carne sino también el orgullo lo empujarán hacia abajo. Por eso Jesús dijo : "Velad y orad para que no caigáis en tentación.” (Mt 26:41) El que no ora es presa fácil de las tentaciones. Ezequiel explica bastante claramente cómo el hombre puede caer de la gracia en 18:21-32.

Veamos las dos vertientes de la santidad, simplificando: De un lado consiste en evitar el pecado, algo imposible para el hombre según Romanos 7 sin la ayuda de Dios . La otra vertiente es el amor de Dios que lo impulsa a vivir sólo para Él y a servirle. Pero nadie ama a Dios espontáneamente, salvo en un nivel elemental, sino que “el amor de Dios ha sido derramado en nosotros con el Espíritu Santo que nos fue dado” (Rm 5:5). Es decir, nadie es santo por sí mismo sino porque Dios lo escoge para serlo. A la vez la santidad es una conquista diaria lograda con la ayuda de la gracia. El que quiere ser santo libra un implacable “combate espiritual” cotidiano; una lucha sin cuartel, en primer lugar, contra sí mismo, contra la concupiscencia; y en segundo, contra el mundo y contra el demonio. El que crea que puede ganarlo en sus propias fuerzas está de antemano perdido. Muchos son los que caen por el camino, como el corredor que se cansa y abandona la carrera. “Muchos son los llamados pero pocos los escogidos”, (Mt 20:16; 22:14) esto es, los que perseveran, o los que responden como Dios quisiera.

5. El poder de convicción inherente en el Evangelio, es decir, en la predicación, en la palabra escrita, en la enseñanza, radica no en la elocuencia o sabiduría del individuo sino en la unción del Espíritu Santo. No son las palabras del hombre las que convencen o reprenden, sino el Espíritu Santo que usa esa palabra como vehículo. Aunque Dios es soberano y puede hablar a través de una burra, como ocurrió con Balaam (Nm 22:26-33), normalmente el Espíritu Santo unge sólo la palabra del que ha dedicado su vida a Dios y trata de vivir santamente, y la unge por lo general en la medida de su consagración y de su santidad. Hay hombres que han estado tan llenos de Dios que hasta la naturaleza sentía esa presencia. Del franciscano Antonio de Padua se decía que cuando predicaba los peces de un lago cercano sacaban la cabeza del agua para escucharlo.

Hay algunos que responden a la predicación y otros a quienes el diablo ha taponado los oídos. Uno se pregunta cuál puede ser el destino eterno de esas personas de buena voluntad que quizá hubieran querido creer, pero cuya formación intelectual, o cuya experiencia vital levanta una barrera para la fe.

¿Cuál puede ser su destino? Hasta cierto punto eres tú el que lo decide. Tú tienes su destino en tus manos porque puedes interceder por ellos para que la gracia de Dios los alcance. Es la oración del creyente la que decide el destino eterno de muchos. Cuántas personas ha habido, hombres o mujeres, que han llevado una vida de pecado, alejados de Dios, pero que tenían una madre, o un hermano, o un amigo, que oraba por ellos. Llegado el momento de su partida, cuando estaban suspendidos inconcientes entre la vida y la muerte, sintieron que muy pronto, en un momento, se presentarían delante del tribunal de Dios para ser juzgados, y en un último instante de lucidez clamaron: “¡Señor sálvame!”. (Rm 10:13) En una fracción de segundo Dios les perdonó sus pecados y los vistió con las vestiduras blancas sin las cuales nadie puede entrar al cielo. ¿Qué fue lo que obró ese milagro? (Y aquí sí puedo usar esa palabra). La oración de una o muchas personas buenas, que colaboró con la misericordia de Dios que deseaba salvar a esos perdidos, pero esperaba que alguien se pusiera en la brecha a interceder por ellos.

Notas: 1. Siento tener que usar la palabra “realidad” en dos sentidos diferentes, como sustantivo y como atributo.
2. El físico alemán Heinrich Hertz del siglo XIX descubrió las ondas electromagnéticas, y fue el primero en producirlas en laboratorio.
3. El Daimón para Sócrates es una fuerza espiritual interna que le permite estar en comunicación con Dios, que le habla y le aconseja.

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