martes, 22 de septiembre de 2009

¿QUÉ ES EL JUDAÍSMO? I

En nuestra iglesia, como es común en muchas iglesias evangélicas, tenemos una gran estima por la nación de Israel. Recordamos que el pueblo hebreo, del que el pueblo judío fue el remanente que sobrevivió a la conquista babilónica (587 AC), fue el pueblo elegido por Dios para ser su testigo ante el mundo y en cuya simiente, el Mesías (Gal 3:16), según la promesa hecha a Abraham (Gn 22:18) la humanidad entera sería bendecida.

La resurrección de Israel como nación –proclamado estado independiente en 1948- fue el fruto de un movimiento migratorio a la Tierra Santa iniciado en la primera mitad del siglo XIX, que fue auspiciado en sus inicios por personalidades evangélicas británicas (Nota 1) y que recibió un gran impulso posteriormente gracias al movimiento sionista surgido a finales de ese siglo bajo el liderazgo de Teodoro Herzl. Este verdadero milagro histórico es una prueba de la verdad de las promesas divinas –y, por tanto, de la existencia de Dios- que anunciaban que al final de los tiempos el pueblo hebreo volvería a juntarse en la tierra prometida a sus mayores, de la que habían sido expulsados por los gentiles 1800 años antes. (Véase lo que dice Pablo en Romanos 11 acerca del tiempo de los gentiles).

Pero pese a esa simpatía, o entusiasmo en algunos, poco es lo que el evangélico promedio sabe acerca de la religión que el pueblo judío ha practicado desde poco más de veinte siglos. Esa religión no es idéntica a la religión del Antiguo Testamento, aunque se deriva de ella, porque le falta lo que era el elemento esencial de su culto, el templo de Jerusalén, mientras que, de otro lado, el papel central que antes desempeñaban los sacerdotes del templo ha sido asumido por los rabinos, sucesores de los fariseos.

Sería muy tedioso y requeriría de muchas páginas hacer una descripción, aunque fuera sumaria, de todos los aspectos del judaísmo como religión (2). Yo me limitaré a enfocar básicamente uno de los tres aspectos principales del judaísmo, la Torá, que es quizá el que lo define con más precisión. Me basaré para ello en el excelente capítulo que le dedica a ese tema, el rabino Stephen M. Wylen en su libro “Settings of Silver”. También voy a usar como fuente auxiliar de mi estudio otro libro del mismo autor titulado “The Jews in the Time of Jesús”, así como el libro del prolífico erudito Jacob Neusner, “Judaism When Christianity Began”, el libro “Living Judaism” del rabino Wayne Dosick, y el popular volumen, “What is a Jew?” del rabino Morris N. Kertzer. Por último, he consultado con mucho provecho el libro “Judaism and Christian Beginings” de Samuel Sandmel, un autor por cuyo espíritu irénico siento gran simpatía y respeto.
Dedicaré cierto espacio también al tema del pecado y de la expiación, y a la relación de Jesús con el judaísmo de su tiempo. A lo largo de este estudio haré, cuando sea oportuno, comparaciones entre lo que judaísmo propugna y lo que el cristianismo enseña. Esa comparación es útil para entender lo que separa ambas religiones, pero también para ver hasta qué punto la fe cristiana hunde sus raíces no sólo en el Antiguo Testamento, sino también en el judaísmo de tiempos de Jesús, que Él practicó, -pues Él fue un judío practicante, como espero demostrar en otra ocasión. Dedicaré por último posteriormente un artículo a reseñar la historia del judaísmo en la era cristiana.

Para no ser pedante remito a una nota al final de esta serie de artículos la lista de los otros libros sobre el judaísmo que he consultado y que no haya mencionado en las notas.

El Judaísmo rabínico (o talmúdico), pese a las discrepancias internas, fue básicamente el mismo durante los primeros 1800 años de nuestra era (3), pero a inicios del siglo XIX, por influencia de la filosofía de la Ilustración europea, surgieron en el judaísmo corrientes de pensamiento y de liturgia, que llamaríamos liberales, que buscaban adaptar la antigua religión al mundo moderno. Dichas corrientes son hoy día mayoritarias entre los judíos practicantes. En nuestro tiempo el judaísmo rabínico tradicional está representado por la corriente ortodoxa que, a su vez, tiene varias ramas. Mi estudio está orientado principalmente a describir el judaísmo rabínico tradicional que estaba en proceso de formación en tiempos de Jesús y que se consolidó después de la destrucción del templo de Jerusalén el año 70 DC.

Pero vayamos sin más preámbulo a nuestro tema. La Biblia de los judíos es lo que nosotros llamamos “Antiguo Testamento”. Ellos naturalmente no la llaman así sino “Tanak” (que se pronuncia “tanaj”), palabra que es un acrónimo formado por las iniciales de sus tres partes constitutivas, según la tradición judía: Torá, Nevim y Ketuvim, esto es, Ley, Profetas y Escritos. (4).

La Torá está compuesta por los cinco libros que conforman el Pentateuco, los que, según el judaísmo (y el cristianismo), contienen las palabras que Dios habló personal y directamente a Moisés en el Monte Sinaí. La división de los Profetas (Nevim) comprende los libros de Josué, Jueces, Samuel, Reyes, y los libros de los cuatro profetas mayores y de los doce profetas menores. Estos libros contienen –nótese la diferencia con la Torá- el mensaje de Dios comunicado a través de las palabras escritas por los propios profetas. Los “Escritos” (Ketuvim) comprenden el resto del Antiguo Testamento, esto es, Salmos, Proverbios, Job, los llamados Cinco Rollos o Megillot (Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester) y los libros de Daniel, Esdras, Nehemías y Crónicas. Todos éstos fueron inspirados por Dios, pero sus autores fueron seres humanos. En las tres divisiones hay un orden descendiente de inspiración y de santidad. Para los cristianos toda la Biblia está igualmente inspirada, no hay diferencias de inspiración ni de inerrancia entre sus libros. (5)

Es importante notar que las leyes y las prácticas del judaísmo se derivan exclusivamente de la Torá, es decir, de lo que nosotros llamamos Pentateuco. Los demás libros tienen para ellos fines únicamente inspiracionales.

Sin embargo -y en esto el judaísmo difiere sustancialmente del cristianismo- la religión judía reconoce la existencia de una doble Torá o revelación mosaica: la Torá escrita (Torá je bi Jjtav) y la Torá oral (Torá je be al Pe). La primera comprende como ya se ha dicho, los cinco libros de Moisés, e.d. el Pentateuco. La Torá oral comprende todas las interpretaciones, comentarios y aplicaciones de la Torá escrita, transmitidas oralmente y retenidas en la memoria de generación en generación por los rabinos (lo que Jesús llama “vuestras tradiciones”, y a las que Él se opuso, especialmente cuando ellas eran usadas para anular la palabra de Dios: Mt 15:1-9; Mr 7:8,13) hasta que fueron finalmente fijadas por escrito en el Talmud entre el segundo y el sétimo siglo de nuestra era. El propósito de la llamada Torá oral (que ya dejó de ser oral) es enseñar cómo vivir de acuerdo a la Torá escrita.

Pero Jesús y sus discípulos no fueron los únicos en rechazar la Torá oral. También se opusieron a ella, entre otros, los saduceos y los sectarios de Qumram -cuya vasta literatura fue descubierta en 1947, escondida en unas cuevas cercanas al Muerto, y a quienes generalmente se les identifica con los esenios. Es interesante que en las cuevas del Mar Muerto se hayan encontrado papiros que contendrían fragmentos del Nuevo Testamento, lo que indicaría que los esenios se preocuparon por conocer qué cosa decían los “nazarenos” acerca de su Mesías.

La palabra “Torá” tiene un significado más amplio que “ley”, que es como desgraciadamente la Septuaginta (LXX, Véase Nota 6 más abajo) casi siempre la traduce. Más propiamente Torá significa enseñanza, instrucción. Para los judíos practicantes Torá puede significar: 1) el Pentateuco; 2) éste más los profetas y los escritos, es decir, toda la Tanak, lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento; 3) lo anterior más la Torá oral, es decir, el Talmud y los escritos legales posteriores. Adicionalmente el término Torá puede incluir toda la enseñanza religiosa emitida por los rabinos y sus discípulos en las academias a lo largo del tiempo. Es importante notar esto porque quiere decir que para ellos la revelación no está cerrada.

Además de la Torá con mayúscula se encuentra ocasionalmente esa palabra en minúscula: dvar torá, una enseñanza piadosa de persona a persona basada en la Torá.

De acuerdo al judaísmo la extensísima Torá oral (La edición Standard del Talmud de Babilonia comprende 22 volúmenes) fue revelada a Moisés en el Sinaí, junto con la Torá escrita. Moisés en obediencia a las instrucciones de Dios, puso por escrito los cinco libros que conforman el Pentateuco pero, según dice el “Pirké Avot”, (Dichos de los Padres) transmitió la Torá oral a Josué, Josué la transmitió a los ancianos, los ancianos a los profetas, y los profetas a los hombres de la Gran Asamblea, los cuales, a su vez, la enseñaron a sus discípulos de generación en generación. (7) En otras palabras, todo lo que los rabinos enseñaron y discutieron en sus academias durante los siglos posteriores había sido ya enseñado a Moisés por Dios en el Monte Sinaí. Esto es lo que el erudito judío Jacob Neusner llama “el mito hebreo”, según el cual toda esta vastísima literatura, que versa sobre tantos y variados asuntos, fue memorizada y transmitida sin error de padres a hijos, de maestros a discípulos durante siglos. (8)

Ahora bien, para entender bien lo que ese mito implica, debe tenerse en cuenta que los libros del Talmud –en particular, su primera parte, la Mishná- consisten en buena medida en debates entre rabinos, en los que el rabino Tal (en una frase tersa de pocas líneas) afirma tal cosa, y el rabino Cual, afirma tal otra, con frecuencia contradiciendo, o poniendo en duda, lo que dijo el anterior. La primera pregunta que surge entonces es: ¿Cómo puede la palabra revelada de Dios contener discusiones y contradicciones que en algunos casos versan sobre temas nimios o frívolos?

Los rabinos son concientes de esta seria objeción. La solución encontrada por ellos -según Wylen- es que todas esas opiniones que se contradicen constituyen aspectos de la multiforme revelación divina, pero la opinión aceptada por la mayoría de los rabinos que participan en la discusión, es la que se convierte en ley para todos los tiempos. En apoyo de ese dicho suelen citar, fuera de contexto, una frase de Éxodo: “No seguirás a los muchos para hacer el mal” (Ex 23:2). De otro lado, cuando había una discrepancia entre “La casa de Hillel” y “La Casa de Sammaí”, se debía dar la preferencia a la primera. (9)

Ahora bien, como he dicho, el Judaísmo está basado en el concepto de la doble Torá: la Torá escrita y la Torá oral. La Torá oral le dice al judío cómo vivir de acuerdo a la Torá escrita. Por eso motivo, comenta Wylen, los judíos no dan mucho valor a la lectura de la Biblia. Su lugar en la práctica viene a ser ocupado por el Talmud (que para los cristianos contiene palabra humana, no divina). "Puesto que la Torá oral contiene las instrucciones para vivir de acuerdo a la Torá escrita ¿para qué estudiar la Biblia? En las leyes rabínicas está todo lo que la Biblia tiene que decirnos,” escribe Wylen. De hecho el Talmud dice: “Hijo mío, sé más cuidadoso en observar las palabras de los escribas (e.d. el Talmud) que las palabras de la Torá.” (10)

Este sentido de la superfluidad de la Biblia fue aumentando durante la Edad Media al mismo tiempo que aumentaba la importancia que se le daba al Talmud. No quiere decir esto que los judíos ignorasen la Biblia. Su estudio formaba y forma parte de la educación escolar inicial, una materia reservada a los niños y a las mujeres. (11)

La Biblia tiene también su lugar en la liturgia. Pero al judío educado el texto simple de la Biblia le parece superficial, dice Wylen.

"Dios no habla a través de las Escrituras sino a través de las tradiciones", sostienen los rabinos. Por ese motivo las ediciones tradicionales de la Biblia judía colocan una porción del texto bíblico en hebreo en el centro de la página, rodeada de 3 o 4 comentarios famosos (Mikraot Gedolot). De esa manera el judío piadoso puede estudiar la Torá junto con la tradición oral. Sin embargo, el judaísmo reformado, surgido en el siglo XIX, y los otros movimientos surgidos después (de los que hablaremos más adelante) han tratado de restaurar la primacía de la Biblia, restando importancia al Talmud. No obstante, las corrientes más liberales modernas (como el movimiento reconstruccionista) han dejado de lado también la Biblia y prefieren concentrarse en la historia judía y en las promesas hechas por Dios a Israel, que son la base de su derecho a la posesión actual de la tierra prometida.

Notas: 1. Véase el libro “Bible and Sword” de Barbara Tuchman, así como “Jews, Gentiles and the Church” de David Larsen. Ambos autores mencionan también el interés que los teólogos puritanos tenían en la restauración de Israel a su tierra.
2. La palabra “judaísmo” aparece por primera vez en el 2do. libro de Macabeos (2:21;8:1;14:38) refiriéndose a la religión de Israel y sus prácticas, como contraste al modo de vida llamado “helenismo” que prevalecía en el Medio Oriente desde las conquistas de Alejandro Magno, y que los reyes seléucidas quisieron imponer por la fuerza a toda la población judía.
3. Esta afirmación no quita que haya habido en la historia del judaísmo algunos movimientos disidentes que rechazaron la Mishná y el Talmud –cristalización de la Torá oral. El más importante de ellos fue el movimiento de los Caraítas, fundado por Anan ben David el año 767, que propugnaba un retorno a la Biblia -de donde su nombre, que quiere decir “partidarios del Libro”. En el Medio Oriente y en Israel aún subsisten algunos pequeños remanentes del Caraísmo.
4. En relación con esta división de las Escrituras recuérdese que al referirse a ellas, Jesús habitualmente dice: “La ley y los profetas” (Mt 5:17; 7:12; 11:13; 22:40), pero en una ocasión usó la triple división: la ley, los profetas y los salmos (Lc 24:44). Suele afirmarse rutinariamente que el canon de las Escrituras hebreas fue fijado definitivamente por los rabinos en Yavné después del año 70. Pero en realidad ocurrió mucho antes y por etapas. Cuando el sacerdote y escriba, Esdras, lee públicamente la Torá hacia el año 450 AC (Nh 8), ya el contenido del Pentateuco estaba plenamente fijado. El canon de la segunda división de la Tanak (los profetas) lo fue al término del período persa, hacia el año 320 AC. La canonización de los Escritos siguió después. En vida de Jesús sólo había dudas respecto de los libros de Ester y Eclesiastés, y éstas fueron resueltas, después de algún debate, en Yavné. No podía haber sido de otra manera, porque Jesús nunca habría citado como palabra de Dios a los profetas, o a los salmos, si en su tiempo existieran dudas acerca de su carácter revelado.
5. Cuando Jesús menciona las Escrituras sus citas están tomadas de las tres divisiones con la misma frecuencia descendente, aunque tomados individualmente, los libros que más cita son Salmos, Isaías y Deuteronomio. Los evangelios de Mateo y Marcos muestran una preferencia por el Pentateuco; Lucas por Salmos e Isaías; Juan no cita el Pentateuco, sino sólo Salmos, Isaías y Zacarías, pero el desarrollo de su evangelio está marcado por la recurrencia de las fiestas de Israel, especialmente Pascua y Tabernáculos, que fueron establecidas en el Pentateuco, y para celebrar las cuales Jesús subía a Jerusalén.
6. La Septuaginta (LXX) es la traducción al griego que, según la leyenda que figura en la Carta de Aristeas, el faraón Ptolomeo Filadelfo encargó a 70 sabios de Israel (de donde su nombre) para los judíos residentes en Egipto que habían olvidado el hebreo. La LXX contiene todos los libros de la Biblia hebrea más aquellos libros que fueron escritos, o se conservaron, en el idioma griego, que son los que nosotros llamamos “apócrifos”, y constituyen la sección de los libros que los católicos llaman “deuterocanónicos”. Incluye además algunos libros apócrifos que no figuran en la Biblia católica. La LXX fue la Biblia que usaban los apóstoles –aunque no se sabe con certidumbre qué libros incluía en ese tiempo- y es la Biblia que usan las iglesias orientales de habla griega. En la LXX los libros históricos están dispuestos en el orden cronológico que hoy siguen las biblias cristianas.
7. Los hombres de la Gran Asamblea, con Esdras a la cabeza, que estuvieron activos 50 años después del retorno del exilio babilónico, hacia el año 450 AC, recibieron el nombre de “soferim”, porque ellos podían contar las letras de la Torá (“sofer” quiere decir entre otras cosas “contar”). Su misión principal fue volver a dar la Torá a Israel (véase al respecto Esd 7:10 y Nh 7b-8:8). Muchas de las primeras decisiones legales tomadas por ellos son llamadas “divré soferim” (“palabras de escribas”). Los sabios les acordaban tanto valor o más que a los mandamientos bíblicos: “Más preciosas que las palabras de la Torá escrita son las palabras de los escribas; quienes las incumplan incurren en un castigo más grande que los que violen las palabras de la Torá”, dice el Talmud de Jerusalén. (Wigoder, “Dictionnaire Encyclopédique du Judaisme”). No puede dejar de sorprender el hecho de que asumiendo la Torá (el Pentateuco) el carácter sagrado que el judaísmo le atribuye, al punto que su estudio sea la actividad piadosa más importante, como veremos luego, se deba dar mayor importancia a las palabras de sus intérpretes, es decir, de los escribas, que a las de la Torá misma. Es contradictorio.
8. Sin embargo el erudito rabínico Zacarías Fraenkel (1801-1875) ha demostrado contundentemente que la llamada Torá oral fue una creación humana que surgió y se desarrolló en respuesta a condiciones históricas específicas (Nicholas de Lange, “Penguin Dictionary of Judaism”). De otro lado, buen número de eruditos modernos piensan que la noción del supuesto origen sinaítico de la Torá oral obedece al deseo de los rabinos de Yavné de fortalecer su autoridad afirmando el origen divino de sus tradiciones (Lawrence H. Schiffman, “From Text to Tradition”).
9. Hillel y Shammaí fueron dos rabinos que vivieron unos 50 años antes que Jesús y que fundaron las escuelas que llevan sus nombres. Hillel suele ser considerado la figura más importante en la historia del judaísmo.
10. Erubin 21b, citado por R. Schoeman, “Salvation is from the Jews”.
11. A fin de formar a la juventud en la cultura helenística prevaleciente en el Medio Oriente en el siglo II, los reyes hasmoneos establecieron en Israel “gimnasios”, según el modelo griego (1Mac 1:14; 2Mac 4:9). Esa palabra no guarda relación –salvo indirectamente- con lo que nosotros llamamos “gimnasia” sino se refiere a estudios escolares. Para contrarrestar la influencia pagana los rabinos –posiblemente por iniciativa de Simon bar Shetá- establecieron, un siglo antes de Jesús, un sistema universal de educación escolar para los varoncitos a partir de los 5 años. La materia de estudio era la Torá, comenzando por el libro del Levítico, y el método de enseñanza era el usado entonces, la memorización. Al graduarse del “heder” (escuela inicial) el niño de 10 a 12 años, se sabía de memoria todas les Escrituras. Esto explica el hecho de que el niño Jesús pudiera departir con los doctores de la ley exhibiendo una gran familiaridad con la Tanak (Lc 2:41-50). Si bien la sabiduría que Él demostraba y asombraba a sus oyentes era un don del Espíritu Santo, su conocimiento de las Escrituras lo había adquirido posiblemente en la escuela inicial. Existe mucha controversia entre los eruditos sobre el grado de instrucción subsiguiente a la primera etapa que Jesús pudo haber recibido como adolescente, pero no es del todo improbable que Él obtuviera esa formación en la escuela adosada a la sinagoga de Nazaret (Beit ha Midrash) aunque el episodio que narra Mr 6:1-6 conspira contra esa suposición (John P. Meier, “A Marginal Jew”). En todo caso Él exhibió a lo largo de su vida pública un gran conocimiento de las Escrituras y una gran habilidad para interpretarlas, así como para sostener con ventaja discusiones acerca de ella con los escribas y fariseos, que sí habían recibido una formación esmerada. El intenso entrenamiento al que eran sometidos los jóvenes de tradición piadosa en la Yeshivá que sucedió a las Beit Midrash, puede explicar la opinión expresada por el historiador cristiano Eusebio (comienzos del siglo IV) acerca de los maestros judíos de su tiempo, de los que dice que eran “personas dotadas de una fuerza de intelecto poco común y cuyas facultades han sido entrenadas para penetrar hasta el corazón mismo de las Escrituras.” (James Parkes, “The Conflict of the Church and the Synogogue”).

NB. Quiero expresar mi agradecimiento al rabino Guillermo Bronstein por haber tenido la gentileza de revisar estos a0rtículos. Sus oportunas observaciones han contribuido a mejorar su texto. Sin embargo, yo asumo plena responsabilidad por su contenido.

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