jueves, 6 de abril de 2017

JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESUS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN I
Un Comentario de Lucas 21:5-11


Después de su entrada triunfal en Jerusalén el día domingo, Jesús está enseñando en el atrio del templo y discutiendo con los escribas y saduceos. El capítulo 21 de este evangelio se inicia con el episodio de la ofrenda de la viuda, y continúa con unas palabras solemnes de advertencia:
5,6. “Y a unos que hablaban de que el templo estaba adornado de hermosas piedras y ofrendas votivas, dijo: En cuanto a estas cosas que veis, días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida.”
Ya en aquel tiempo era costumbre adornar los templos con diversos objetos preciosos, como se hace en las iglesias, sobretodo, pero no únicamente, católicas. Se decoraban y embellecían todos los templos, comenzando por los paganos, lo cual nos hace ver que es un instinto natural del hombre embellecer los ambientes en que vive y en los que rinde culto a Dios. (Nota 1)
  De hecho, sabemos por las descripciones acerca del tabernáculo en el desierto y del templo de Salomón, que leemos en la Biblia, que sus ambientes estaban sumamente decorados. ¿Añade eso a la piedad? Más se podría pensar que distraen. Sin embargo, a mucha gente la decoración del templo, junto con el incienso y los ritos, le ayuda a concentrarse en un ambiente de recogimiento y adoración.
Pues bien, todo el fastuoso lujo arquitectónico del que los judíos estaban orgullosos (2), -aunque fuera obra de un rey odiado, como lo fue Herodes el Grande- será enteramente reducido a ruinas y escombros, y no quedará piedra sobre piedra (3). Ese anuncio inesperado hecho por Jesús a sus discípulos debe haberlos impresionado inmensamente.
Jesús dice que toda esa belleza acumulada en las piedras cuidadosamente talladas del templo desaparecerá, y que no quedará una sobre otra, subrayando el grado absoluto de destrucción que se abatiría sobre ese lugar, como efectivamente ocurrió 40 años después cuando las legiones romanas, al mando de Tito, después de un largo sitio, ocuparon la ciudad. (4)
Sin embargo ¿qué cosa hay en la tierra, qué monumento humano, que no sea algún día destruido por el paso del tiempo? Las cosas en las cuales el hombre pone su confianza y que considera más firmes, son meras sombras y apariencia que desaparecen, no son duraderas. Claro está que, en el caso del templo de Jerusalén, la destrucción no ocurriría como consecuencia del paso normal del tiempo, sino por una intervención providencial ordenada por Dios a través de manos humanas.
7. “Y le preguntaron, diciendo: Maestro, ¿cuándo será esto? ¿y qué señal habrá cuando estas cosas estén para suceder?”
Al escuchar el anuncio lo primero que viene en mente a los apóstoles es preguntar cuándo ocurriría esa catástrofe. No preguntan cómo ni por qué sucedería, algo que a nosotros nos parece que debería interesarles en primer lugar saber. Dan por sentado que lo que anuncia Jesús se cumplirá de todas maneras. Sólo les interesa saber cuándo ocurrirá. Si nos llama la atención su poca curiosidad sobre esos dos aspectos conviene recordar que la población judía vivía entonces en un ambiente mental de expectativa escatológica, por la convicción de que vivían en los últimos tiempos predichos por los profetas antiguos, en los que Dios intervendría poderosamente; como ya lo había hecho en el pasado (Véase al respecto 2 Reyes, cap. 25 y 2 Crónicas, cap. 36).
Si los apóstoles preguntan por una señal que indique que el día anunciado se acerca, es porque los judíos estaban acostumbrados a que los grandes acontecimientos desatados por el juicio de Dios estuvieran precedidos por señales que anunciaban su proximidad. Jesús mismo les habló en varias oportunidades en esos términos. “Cuando veáis todas estas cosas…” (Mt 24:33) “Estas señales seguirán …” (Mr 16:17).
8. “Él entonces dijo: Mirad que no seáis engañados; porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, y: el tiempo está cerca. Mas no vayáis en pos de ellos.”
Jesús no contesta a ambas preguntas sobre el cuándo; las soslaya como si no fuera necesario ni importante para ellos saber el momento. En efecto, lo que sí importa para ellos, y para todos, es estar preparados para cuando venga ese día. (Véase la Parábola de las Vírgenes Sabias y las Vírgenes Necias, Mt 25:1-13).
Una de las estrategias que con más efectividad usa el diablo para engañar a la gente, es imitar lo que Dios dice o hace, induciéndoles a creer que lo que ven u oyen viene de Dios. De esa manera logra que lo sigan. Por eso Jesús les advierte: “No os dejéis engañar ni vayáis tras ellos”. Pero no les dice cómo diferenciar de manera segura los anuncios falsos de los verdaderos; cómo distinguir entre el modelo y la imitación.
La señal que indica Juan en su primera epístola para reconocer al espíritu que viene de Dios –esto es, si confiesa que Jesús vino en carne, e.d. que hubo verdadera encarnación (1 Jn.4:1,2), como algunos herejes de los primeros siglos negaban- es poco aplicable a nuestros días, porque ya no se dan las controversias teológicas acerca de la naturaleza de Cristo que agitaron a la iglesia de los primeros siglos.
La verdad es que no hay un método que sea a la vez fácil y seguro. No obstante, Juan nos da en el pasaje citado una indicación muy pertinente: No debemos creer a todo espíritu que se manifieste, o que pretenda hablar por boca humana en nombre de Dios. Debemos probarlos a todos (5).
Hay un don específico para este fin entre los que enumera Pablo: el discernimiento de espíritus (1 Co.12:10). Sin embargo el pasaje de la 1ª Epístola de Juan nos da una pauta muy actual y vigente sobre cómo reconocer al espíritu que anima determinadas declaraciones: Si el que habla confiesa que Jesús es Dios. Porque hay muchos hoy día -como los había entonces y los ha habido en todos los tiempos- que se dicen cristianos, y que incluso ocupan cátedras de teología, pero que ponen en duda, o niegan, la divinidad de Cristo, o su nacimiento virginal, o que efectivamente resucitara de los muertos. Indaguemos qué creen, o qué predican acerca de esos puntos esenciales de nuestra fe, antes de prestar crédito a lo que dicen.
Por supuesto podría decirse que Jesús les da a sus discípulos efectivamente la señal que ellos piden: Habrá muchos que vendrán queriendo pasar por mí. No les hagáis caso. Mi venida será con tal fuerza que no habrá la menor duda de que Yo Soy.
9,10. “Y cuando oigáis de guerras y de sediciones, no os alarméis; porque es necesario que estas cosas acontezcan primero; pero el fin no será inmediatamente. Entonces les dijo: Se levantará nación contra nación, y reino contra reino;”
Tampoco será señal de la proximidad del fin el que haya terribles guerras entre las naciones, como las hay hoy día. Sin embargo, eso es algo que tendrá que ocurrir previamente, aunque será sólo una señal distante, o como dijo en otra ocasión, “principio de dolores” (Mt 24:8), sufrimientos que, como dolores de parto, precederán al nacimiento de la era gloriosa del reino mesiánico.
Es interesante -por su referencia al presente- que Jesús hablara de “etnós” (que Reina Valera traduce por “nación”, palabra que para nosotros tiene la connotación de “estado”, pero que en el contexto bíblico quiere decir más propiamente “pueblo”). En nuestros días, incluso al interior de las naciones, los pueblos dispares que las conforman se hacen internamente la guerra. Los ejemplos son numerosísimos (los vascos separatistas contra el resto de España; o la ex Yugoslavia donde se produjo un festival sangriento de todos contra todos; en Nigeria y otros países africanos, como Ruanda y Burundi, donde grupos tribales enemigos se agredieron hasta exterminarse; los terribles atentados perpetrados por el Estado Islámico, no sólo en las ciudades europeas, sino también en territorios musulmanes, etc. etc.). Al mismo tiempo vemos cómo surgen también súbitamente conflictos entre países que solían vivir en paz, o que se toleraban.
Pero ¿por qué es necesario, como dice Jesús, que se produzcan guerras, y en qué sentido lo es? ¿Como signo del fin, o hay una razón intrínseca para que ello ocurra?
11. “y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo.”
Hacia el año 70 se produjeron frecuentes terremotos y erupciones volcánicas, como la que destruyó la ciudad de Pompeya en Italia. Pero los sucesos que Jesús anuncia se están produciendo también en el presente en muchas partes. Los terremotos y las inundaciones son muy frecuentes (6). Hay hambruna en muchos lugares, mientras que en otros sobran los alimentos; pese a los grandes adelantos de la medicina, las epidemias, como el Sida y la gripe aviar, el dengue y el zika, están a la orden del día, y están arrasando con muchas poblaciones, o las han diezmado recientemente. (7)
Lo que no se puede decir que ocurre ahora de forma constante son las grandes señales del cielo que provoquen  terror, a menos que se considere como tales a los huracanes -que ciertamente provocan pánico en las poblaciones- o los pretendidos avistamientos de naves espaciales. Pero lo que la gente entendía entonces por “señales del cielo” era más bien la aparición de cometas, u otros cuerpos celestes, o fenómenos como los eclipses, o el oscurecimiento del sol.
¿Existe alguna relación entre las guerras y las catástrofes naturales? Las guerras se originan en el campo emocional (rivalidades entre pueblos, ambiciones territoriales); las catástrofes naturales, en el plano físico. Ambos son reflejo de un estado de cosas perturbado. Si pensamos que todo lo que ocurre en el mundo está bajo el control de Dios y que nada es casual, tenemos razón para pensar que esos dos tipos de fenómenos están relacionados.
Ahora podemos contestar a la pregunta que hicimos al comentar el versículo anterior: Es inevitable (esto es, necesario) que los enfrentamientos, los odios entre las personas y las rivalidades entre los pueblos se manifiesten en conflictos armados, porque esos sentimientos fomentan la agresividad. Pero así como la paz suele ser un premio que Dios otorga a las naciones por su fidelidad y buena conducta, las guerras son de hecho también con mucha frecuencia, consecuencia de la ira de Dios frente a la impiedad y la inmoralidad que reina en la sociedad.
            La primera guerra mundial (1914-1918), que causó millones de bajas entre las tropas rivales y la población civil, fue consecuencia de la gran inmoralidad que prevaleció en las naciones europeas al final del siglo XIX. Pero los sufrimientos causados por esa guerra no provocaron como reacción una mejora de las costumbres, sino lo contrario, por lo que a esa guerra siguió una segunda conflagración mundial (1939-1945) que causó una destrucción masiva mucho mayor, porque los ejércitos disponían de armas aún más mortíferas, como las bombas atómicas. Recién entonces las grandes potencias y las naciones del mundo reaccionaron creando la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que estableció mecanismos para evitar los grandes enfrentamientos armados entre los pueblos. Si bien el estallido de una tercera guerra mundial ha podido ser evitado, los enfrentamientos armados locales entre los pueblos no se han detenido, y siguen provocando mucho sufrimiento, muertes y desplazamiento de poblaciones.
Notas: 1. Naturalmente se suscita la cuestión: ¿Es el culto pagano legítimo y aceptable a Dios? El instinto religioso es innato en el hombre. Aunque pueda estar mezclado con errores y supersticiones, todos los seres humanos (salvo el hombre racionalista occidental de los dos últimos siglos) intuye y reconoce la existencia de un Ser Supremo, origen de todas las cosas y de quién depende. Véase al respecto el comienzo del discurso de Pablo en el Areópago de Atenas (Hch 17:22,23). En la epístola a los Romanos Pablo explica cómo la intuición primitiva de la divinidad degeneró en idolatría (Rm 1:20-23) con todas sus consecuencias (1:24-32). Eso no impide que haya habido siempre, y haya actualmente, hombres que, sin tener el conocimiento del Dios verdadero, vivan de acuerdo al testimonio de su conciencia, que es también innato en el ser humano. (Rm 2:14-16).
(2) El historiador Josefo nos da una idea de lo que era el esplendor del templo: su fachada estaba cubierta por grandes placas de oro macizo que reflejaban el brillo del sol al amanecer con tanta intensidad que no se le podía mirar de frente. El exterior del templo mismo tenía la apariencia de una montaña cubierta de nieve, pues sus muros estaban vestidos de mármol blanco. En sus atrios y pórticos había columnas de mármol de más de 10 metros de altura.
(3) Esa destrucción masiva la llevaron a cabo las tropas romanas el año 70 por consigna, a fin de humillar a los judíos.
(4) Los romanos saquearon los tesoros del templo. Uno de los frisos que adornan el arco del triunfo de Tito, que todavía puede verse en Roma, muestra en bajo relieve a sus soldados llevando en cortejo triunfal el famoso candelabro de oro de siete brazos que estaba en el lugar santísimo.
(5) Notemos que algunas veces detrás de ciertas prédicas se esconde un espíritu de avaricia o de codicia. Desconfiemos de ellas. No buscan nuestra edificación sino nuestra billetera.
(6)  De hecho las estadísticas que mantienen las compañías de seguros acerca de las catástrofes naturales, que ellas muy pertinentemente llaman “acts of God” (“acciones de Dios”), -y que es un tema que les interesa mucho porque ellas asumen el riesgo de cubrir el costo de sus consecuencias materiales- muestran que la frecuencia de los huracanes, inundaciones y movimientos sísmicos, se ha incrementado considerablemente en las dos últimas décadas.
(7) El porcentaje de adultos infectados por el Sida en algunos países africanos supera el 50% de la población. Es interesante observar que esas altas proporciones se alcanzan en países que tienen un pequeño porcentaje de población cristiana, mientras que en los países donde los cristianos conforman una proporción muy considerable, como en Uganda, por ejemplo, el porcentaje de infectados de Sida es bajo. Eso nos muestra elocuentemente que el factor principal de contagio es el comportamiento de la gente.
NB. En octubre de 2005 se publicaron dos artículos con el mismo título del epígrafe. Su contenido ha sido revisado y ampliado para ser nuevamente publicado en tres partes.
Amado lector: Jesús dijo: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados: "Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#937 (07.08.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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