LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS ANUNCIA SU
MUERTE II
Comentario de Mateo
16:26 al 28
Jesús continúa con la enseñanza que
ha iniciado después haber anunciado su próxima pasión y muerte en Jerusalén.
26. “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere
su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”
¿De qué les sirvió a los grandes
conquistadores, a los grandes tiranos, a los forjadores de las grandes fortunas,
lo que alcanzaron en vida, si al final se condenaron? ¿De qué le sirve al
hombre tener en vida todo lo que quiere, si al final se va a infierno? El bien
que obtuvo aquí fue transitorio, pero lo que viene después de la muerte, no
tiene fin. ¿No es una locura trabajar por lo que no dura y descuidar lo que perdura?
Yo desearía que esta frase de Jesús
sea puesta como lema en grandes letras en los directorios de los grandes
bancos, de las grandes empresas, en las oficinas de los hombres más ricos del
orbe para que les recuerde esta verdad inexorable. ¿De qué sirve acumular todo
el dinero del mundo y ser más rico que Creso, si todo lo que uno tiene no le
alcanza para comprar el ingreso al cielo?
El disfrute del dinero puede durar cincuenta
o más años, pero ¿qué es eso comparado con la eternidad? Menos que una milésima
de segundo. ¿Quién sería el insensato que optaría por gozar de un segundo de
placer a cambio de que le pongan una plancha ardiente sobre la piel durante un
minuto? Nadie, a menos que esté loco.
Un millón de millones de siglos es
nada comparado con la eternidad. ¿De qué le sirve al dictador controlar la vida
de sus conciudadanos con el puño –como ocurre en algunos países- si después no
puede evitar que lo arrojen para siempre a un calabozo de fuego? ¿Al lugar del
llanto y del crujir de dientes? (Mt 8:12; 13:42; 24:51; 25:41)
El dólar, la libra esterlina, el
Euro, no se cotizan en el más allá. Todo el oro acumulado en Fort Knox (Nota 1) no alcanzaría para
pagar un instante de alivio a las llamas del infierno. El que es condenado al
infierno ¿con qué podría pagar el rescate de su alma?
Sólo el que no cree que hay un más
allá donde se cosecha el fruto de nuestras obras se burla de esas preguntas.
Pero cuando muera se llevará una sorpresa terrible. Aullará de pavor. Si
pudiéramos escuchar sus gritos se nos romperían los tímpanos.
Alguien escribió: “Si has de perder
todo, salva al menos tu alma.” Porque todos los bienes de este mundo, riquezas,
honores, placeres, pueden ser recobrados, si se pierden; pero el alma, una vez
perdida, es irrecuperable. Todas esas cosas son extrínsecas a nuestra persona,
pero el alma es lo más intrínseco, lo más íntimo de nuestro ser, es uno mismo (Lapide).
Satanás compra el alma humana al precio más bajo, por el vil placer de los
sentidos, que no dura y al final produce hastío; pero una vez que la atrapa, la
atormentará por toda la eternidad. Como dice Bernardo de Claraval: “Ofrece al
hombre una manzana, y lo priva del paraíso.”
27. “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus
ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.”
Sí, y ese día –el día del juicio
final- todos recibirán el pago que se merecen. Nadie puede eludirlo. El que
creyó y el que no creyó. El que siguió las normas de Dios, y el que siguió los
consejos del diablo. Nadie escapará. Día terrible, día de ira, día de oscuridad
para algunos; día de júbilo, día de gloria, día de victoria para otros. ¿Qué es
lo que quieres para ti? ¿En qué lado quieres estar ese día, a la derecha o a la
izquierda del Hijo del Hombre? (Mt 25:33)
Esta es la primera vez que en el
evangelio de Mateo se menciona el fin de los tiempos, pero es una de las tantas
en que se menciona la verdad más repetida de toda la Biblia, que Dios pagará a
cada cual según sus obras (Sal 62:12; Pr 24:12 ;
Jr 17:10; Ez 18:30; Rm 2:6 ;
Ap 2:23; 22:12). Y si eso es cierto, ¿para qué quieres vivir? ¿Para hacerte un
tesoro indestructible en el cielo? ¿O para acumular una deuda impagable en el
infierno? Escoge.
En referencia a ese día de gloria,
en el pasaje paralelo de Marcos figura esta frase notable: “Porque el que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación
adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando
venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.” (Mr 8:38; cf Mt 10:33 ).
¿Quieres tú que Jesús se avergüence
de ti ese día? Nadie lo quisiera. ¿Pero cuántos alguna vez, y por respeto
humano, no nos hemos avergonzado de ser discípulos suyos? ¿Cuántos hemos
querido ocultarlo para que no se burlen de nosotros? Nos portamos como émulos de
Pedro.
28. “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no
gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su
reino.”
Este es uno de los versículos más
intrigantes y enigmáticos de los evangelios y uno de los que más discusiones ha
ocasionado.
Hay dos maneras principales de
entender esta declaración solemne de Jesús, hecha inmediatamente después del
anuncio de su segunda venida, esta vez no para morir, sino para juzgar. La
primera es asegurar que esa venida ocurrirá pronto, puesto que afirma que
algunos de los que le están oyendo, es decir, algunos de sus apóstoles, estarán
todavía vivos cuando Él venga. ¿Quiénes estarán vivos? No lo dice, ni lo
sugiere, pero una deducción fácil es que los más jóvenes. Pero eso es
aventurado, porque no tiene en cuenta el desarrollo de la vida de cada cual y
de sus circunstancias.
La segunda posible interpretación es
que Jesús se está refiriendo a la manifestación gloriosa de su identidad divina
que va a ocurrir seis días después, esto es, a su transfiguración en el monte
Tabor, en presencia de tres de sus discípulos. Pero si se trata de algo que
ocurrirá muy pronto, las palabras “algunos
no gustarán la muerte” (2) antes de que lo anunciado suceda, no tienen
sentido: Seis días es un plazo demasiado corto. Por eso la mayoría de los
intérpretes deducen que se trata de un acontecimiento no muy cercano, pero
tampoco muy lejano, dentro de pocas décadas, puesto que ocurrirá cuando algunos
de los que le escucharon estén todavía vivos.
Pero si es así como deben
interpretarse sus palabras, ¿se equivocó Jesús? Pues ya han corrido casi dos
mil años, y aún no ha retornado a la tierra. Lo cierto es que la iglesia
primitiva interpretó el anuncio de la segunda venida de Jesús como un
acontecimiento que iba a ocurrir pronto, casi inminente, al punto que Pablo
consideró necesario moderar la expectativa de los tesalonicenses respecto de
esa venida gloriosa, diciéndoles que antes de que ocurra ha de venir una
apostasía general, y aparecer el “hombre
de pecado” acompañado de manifestaciones engañosas de poder que Satanás le
prestará (2Ts 2:1-12).
Esto es, su retorno a la tierra como
juez no era tan inminente como los primeros cristianos esperaban. Esta
interpretación es apoyada por las últimas palabras que, según Mt 28:20 , pronunció Jesús antes de ascender
al cielo: “He aquí yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo”, o “hasta el fin de los tiempos”, según otra traducción. (3) Es decir, se trata de
un acontecimiento lejano.
No obstante, muchos estudiosos
siguen adoptando la segunda interpretación, pese a las objeciones mencionadas:
Las palabras del versículo que analizamos se refieren a la transfiguración.
Nótese que las palabras de este
versículo no pueden referirse a la resurrección de Jesús, ni a su manifestación
a sus discípulos durante cuarenta días, ni a su ascensión al cielo, porque
cuando ocurrieron esos acontecimientos ninguno de sus discípulos había muerto,
salvo Judas, el traidor. Es decir, los once estaban vivos. Pero las palabras de
Jesús dan a entender que sólo algunos lo estarían.
Pero hay una tercera interpretación
posible de ese anuncio, y es que se refiere a la destrucción del templo de
Jerusalén por los ejércitos romanos, ocurrida el año 70, cuarenta años después
de la muerte de Jesús, y después de un sitio de cuatro años, durante el cual se
cumplieron las palabras proféticas de Jesús acerca de la gran tribulación, y
del gran sufrimiento que padecerían los habitantes de la ciudad, porque “no conocieron el día de su visitación.” (Lc
19:44).
Jesús advirtió
solemnemente a sus discípulos: “Cuando
veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos sabed entonces que su destrucción ha
llegado.” (Lc 21:20) y los instó a alejarse lo más rápido posible de la
ciudad (Mt 24:16-18). Para esa fecha algunos de sus apóstoles estarían todavía
vivos, aunque no sabemos quiénes, salvo Juan. La destrucción del templo
significó el final de los sacrificios de animales y de todas las ceremonias
conectadas con ese santuario, y enseñó a los cristianos judíos, de una manera
práctica y contundente, que esos ritos, a los que algunos todavía se aferraban,
ya no debían ser observados. En suma, significó la victoria definitiva del
cristianismo sobre el judaísmo.
Pareciera que Jesús, en los vers. 27 y 28, hubiera juntado dos
acontecimientos diferentes y distantes entre sí en el tiempo: El juicio de la
humanidad al final de los tiempos, y la destrucción del templo de Jerusalén el
año 70, tal como hace también en Mateo 24.
Cabría mencionar todavía el punto de
vista muy plausible, expresado por Gregorio Magno (siglo VII) y otros exégetas
posteriores, de que esa frase se refiere a la venida del Espíritu Santo en
Pentecostés, y al rápido crecimiento de la iglesia durante las décadas
siguientes. Esta posición identifica el reino de Dios con la iglesia, posición
que muchos niegan. Sin embargo, esta interpretación del versículo que nos ocupa
podría derivarse de su redacción en Mr 9:1: “De
cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte
hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder.” Estas palabras
bien podrían aplicarse al crecimiento fulminante experimentado por la iglesia a
partir de Pentecostés, y que narra el libro de Hechos, el cual sería
inexplicable si no hubiera sido obrado por el poder de lo alto.
Notas: 1. Lugar donde se
guardan las reservas de oro de EEUU.
2. ¿Puede gustarse la muerte, es
decir, encontrar algo agradable en ella? El verbo geúo significa “percibir el sabor” (Mt 27:34; Lc 14:24; Jn 2:9 ; Hch 23:14; Col 2:21 ) y también “tomar alimentos” (Hch
10:10; 20:11). Pero en conexión con la muerte significa simplemente
experimentarla. Así, por ejemplo, en Hebreos 2:9, o en Juan 8:52 (sufrir la
muerte). Pero el verbo empleado en la versión Reina Valera 60 suscita un interrogante:
¿Puede la muerte ser una experiencia agradable? Generalmente se suele pensar
que la muerte es una experiencia desagradable, dolorosa, a la que la gente le
tiene espanto. Y lo es efectivamente en muchísimos casos, sobre todo cuando
llega como consecuencia de una enfermedad penosa. Lo es también muchísimo para
el que muere impenitente e intuye que lo espera el infierno, pero no quiere
arrepentirse.
Lo es, además, porque morir
significa abandonar esta vida que tanto amamos. Pedro, incluso, al hablar de la
resurrección de Jesús el día de Pentecostés, dice que Dios lo levantó “sueltos los dolores de la muerte” (Hch
2:24), algo así como los que experimenta la mujer en el parto. La muerte es,
efectivamente, una forma de parto, porque el alma y el espíritu del ser humano
abandonan el cuerpo en el que han estado alojados durante un tiempo, tal como
el feto abandona el seno materno, para nacer a una nueva vida. Esta última
realidad, que es la definitiva, explica que el salmista pueda decir: “Estimada es a los ojos de Jehová la muerte
de los santos” (Sal 116:15) en un verso que parece insertado en medio del
texto, sin conexión aparente con lo que viene antes, ni con lo que viene
después, y que significa que Dios vela sobre la muerte de aquellos que le han
servido, y hace que su lecho de muerte “sea tan suave como almohadas de
plumas”, como dice un poeta. Para aquellos que se duermen en el Señor, y que
están seguros de la recompensa que les espera, la muerte puede ser una
experiencia dulce, así como puede ser también edificante para los que los
rodean. La muerte es en realidad –como reza la expresión popular- “pasar a
mejor vida”.
3. Se trata aquí de la presencia
constante de Jesús en la iglesia, mediante la predicación de la palabra, la
Cena del Señor, y la inhabitación del Espíritu Santo en los creyentes.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr
8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la
presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay
seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin
yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón
a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar
en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo
sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero
recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que
he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu
sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para
ti y servirte.”
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#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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