LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS ANUNCIA SU MUERTE I
Un Comentario de Mateo 16:21-25
Después de que Pedro,
bajo inspiración divina, confesara que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios
vivo, como preparación, o paso previo a su viaje final a Jerusalén, Jesús
confió en Pedro la responsabilidad de asumir el liderazgo de la iglesia que Él
anuncia que va a edificar (Mt 16:16-18).
21. “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a
sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los
ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y
resucitar al tercer día.”
A partir de este momento
la vida pública de Jesús toma un nuevo y dramático giro inesperado e
incomprensible para sus discípulos: Su carrera hacia su trágico destino final.
Jesús anuncia que “le era necesario”,
esto es, no era un capricho inesperado de su parte, sino que estaba previsto en
los planes de su Padre para Él. “Le era necesario”. (Nota 1) Tenía que cumplir la
misión para la cual había venido a la tierra.
Tenía que padecer de manos de las autoridades religiosas de Jerusalén
(esto es, del Sanedrín), morir y resucitar al tercer día. (2)
Parece que esto último no fue captado por sus discípulos pues, de haberlo
sido, debió haberlos asombrado y, aunque no lo comprendieran, debió haberlos
tranquilizado acerca del anuncio de su muerte. Pero es obvio que no lo captaron,
pues continúa diciendo el Evangelio:
22. “Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó
a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te
acontezca.”
Pedro, en su
impetuosidad, no tiene pelos en la lengua para regañar a Jesús por lo que acaba
de decir. ¿Y qué le dice Pedro? Ten compasión de ti mismo.
¡Qué consejo tan humano! Lo primero que tienes que hacer, tu más alta
prioridad, es preservar tu vida, buscar tu bien, no tu mal. Además, si mueres
¿cómo vas a cumplir tu misión como rey de Israel? Cuando agrega: “De ninguna manera esto te acontezca”
Pedro está diciendo que Jesús tiene los medios, o el poder, para evitar ese
cruel destino.
Pero notemos que lo hace en privado, “tomándolo
aparte”, no delante de sus compañeros. Él no se atreve a contradecir a
Jesús delante de todos. Pero es obvio que los sentimientos que él expresa eran
compartidos por los demás. Todos ellos consideraban impensable que su Maestro
pudiera sufrir tal suerte.
La reconvención de Pedro estaba inspirada por su sincero amor a Jesús y
por su esperanza en la restauración del trono davídico. Sin embargo, Jesús no
lo toma así, sino al contrario:
23. “Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro:
¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira
en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.”
¡Qué tal reproche! Lo
llama Satanás a Pedro. Es decir, mi enemigo, mi adversario. Le acaba de
declarar que le entregará las llaves del Reino y que sobre él edificará su
iglesia, pero ahora le reprocha: Tú eres como Satanás para mí, eres un
obstáculo. ¿Por qué? Porque no piensas en las cosas de Dios, es decir, no las
tienes presente. Sólo piensas en los fines y propósitos de la carne, que sólo
piensa en satisfacerse a sí misma, y aborrece el sacrificio (Rm 8:7). Tus
palabras están inspiradas por el afecto que me tienes, pero desconoces el
propósito redentor por el cual mi Padre me envió al mundo.
¡Cuántas veces nosotros, aun sirviendo a Dios, no entendemos sus
propósitos y, peor aún, pensamos en
nuestro beneficio, no en las miras superiores de Dios! ¿Qué beneficio personal
voy a obtener de esta obra, de esta prédica, de esta campaña que estoy llevando
a cabo? ¿Aumentará con ella mi prestigio? ¿Asegurará mi futuro económico?
Nuestro amor a Dios no es desinteresado, sino al contrario, mayor es el amor
con que nos amamos a nosotros mismos, que el amor que tenemos por Dios y su
obra.
Enseguida Jesús aprovecha este intercambio para darles a sus discípulos, y
darnos a todos, una gran lección, una de sus lecciones más importantes:
24. “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y
sígame.”
Habiendo reprendido
severamente a Pedro en privado, Jesús se torna a los discípulos que estaban
cerca, y quizá sorprendidos de lo que ocurre entre su Maestro y Pedro, y dice
una frase que es uno de los principios básicos de su doctrina y del
cristianismo: “El que quiera ser mi discípulo –y por tanto, parecerse a mí-
niéguese a sí mismo.” Detengámonos en esta palabra un momento antes de seguir
adelante.
Su vida en la tierra no fue otra cosa sino un constante negarse a sí
mismo, al aceptar y someterse a todas las incomodidades que la naturaleza
humana padece: hambre, sed, cansancio, dolor, frío, tentaciones, incomprensiones,
ataques, odio, etc. No sabemos si Jesús estuvo alguna vez enfermo –Él que era
la vida misma- pero no podemos descartarlo, pues fue como uno más de nosotros
en todo menos en el pecado.
¿Y qué mayor negarse a sí mismo que renunciar a lo que estaba fácilmente
en sus manos, cuando iba a ser arrestado en Getsemaní? Cuando Pedro trató de
defenderlo, Jesús le dijo: ¿Acaso no puedo pedir a mi Padre que mande doce
legiones de ángeles para protegerme de estos esbirros? Jesús se entregó
mansamente en sus manos –como oveja que es llevada al matadero- cuando podía
haber escapado de sus captores con sólo desearlo.
(En otra ocasión Él les dijo a sus discípulos: El que no renuncie a sus
afectos naturales para amarme a mí, no es digno de ser mi discípulo: Lc 14:26).
Pero notemos –como escribe Juan Crisóstomo- que Jesús no dice: Quieras o
no quieras, tienes que pasar por esto, sino dice: “Si alguno quiere…” Yo no fuerzo ni obligo a nadie. Es voluntario;
libre eres de tomarlo, o dejarlo.
Pero ¿en qué consiste en concreto negarse a sí mismo? Negarse
satisfacciones en sí lícitas, comodidades y ventajas; o ayunar, o dejar de ver
espectáculos, o la TV, para ir a buscar a un perdido; tomar de mi bolsillo el
dinero que hubiera podido gastar en mí mismo para dárselo a un pobre; armarse
de paciencia para escuchar a un desventurado que busca con quien compartir sus
desdichas y consolarlo. Más aun, puede ser negarse sueños y aspiraciones
personales por amor de Dios y del prójimo; despreciar riquezas, honores y
gloria; afrontar peligros y soportar insultos y humillaciones por Cristo, como
Él sugirió en Mt 5:11, etc.
Jesús continúa diciendo: “Tome su
cruz y sígame.” Él podía decirles eso a ellos, y a todos nosotros, porque sabía
que en poco tiempo Él iba a cargar con el madero en el que iba a ser
crucificado para morir. Él tomó sobre sí el cruel instrumento de tortura en el que
iba a exhalar el último suspiro. La cruz fue para Él el lecho donde moriría.
¿Qué cosa es nuestra cruz que Jesús nos exhorta a tomar? El lugar, la
ocasión, el momento, las circunstancias en que morimos a nosotros mismos. Así
como Él no rechazó cargar con la cruz que le imponían, nosotros no debemos
rechazar la cruz que Dios nos presente para morir a nosotros mismos. ¿Qué cosa
es esa cruz? Cada cual lo sabe y alguna vez la ha tomado, y en otra quizá, la
ha rechazado. ¡Y no sabe lo que se ha perdido! Porque tomar la cruz que Jesús
nos ofrece nos hace semejantes a Él.
En otra ocasión Jesús dijo que el que no tomaba su cruz y lo seguía
(entiéndase: en el camino del negarse a sí mismo) no podía ser su discípulo (Lc
14:27). Anteriormente había sido incluso más directo: “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.”
(Mt 10:38). En otras palabras, al que no esté dispuesto a morir en la cruz que
yo le presente, yo lo rechazo como discípulo. Éstas son palabras duras. Pero
¿acaso vino Jesús a la tierra a divertirse, o a gozar? ¿Puede el discípulo ser
más que su Maestro? ¿Puede el discípulo gozar de gollorías de que no gozó
Jesús? Por algo dijo Jesús en el mismo contexto que el que quiera seguirlo debe
primeramente calcular el costo para asegurarse, de que está realmente dispuesto
a asumirlo y a perseverar hasta el fin. (Lc 14:28-30). De lo contrario,
terminaría siendo objeto de burla. ¿Puede alguien pretender ser discípulo de
Jesús sin tomar su vida como modelo?
¡Ah no, Jesús, lo que tú me pides es demasiado! Yo no quiero renunciar a
todo lo bueno y lícito que el mundo y la vida me ofrecen. Yo no quiero ser
echado al ruedo para ser comido por leones. Yo creo en ti ciertamente, y en tu
sangre que ha lavado mis pecados, pero ahora que soy salvo quiero llevar una
vida cristiana cómoda, no sacrificada. Aunque sea paradójico, quiero seguir tus
enseñanzas sentado plácidamente en mi sillón.
¿Quién no ha sido tentado alguna vez a pensar de esa manera? Yo confieso
que alguna vez lo he sido. Quizá la mayoría de los cristianos sinceros del
mundo ha cedido a esa tentación, y por eso el testimonio que da la iglesia es
tan débil, y por eso tan pocos la siguen.
Nadie podrá acusar a Jesús de haber sido un hipócrita, de haber ofrecido a
sus seguidores una vida fácil. Lo que Él ofrece es “sangre, sudor y lágrimas”,
como reza el título de una canción. Lo que Él ofrece es una vida como la suya,
una vida sacrificada. Nadie te obliga a aceptarla, nadie te obliga a seguirlo.
Pero si quieres hacerlo, calcula primero el costo, y asegúrate de que puedes
pagarlo hasta el fin.
25. “Porque todo el que quiera salvar su vida,
la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.”
Esta frase de Jesús
puede entenderse de dos maneras: Una dentro del contexto del anuncio que ha hecho Jesús de su próxima pasión y
muerte, y otra en un sentido más amplio.
Veamos la primera. Si yo voy a ir a Jerusalén a cumplir la misión por la
cual he venido al mundo, a afrontar la muerte por la redención de los
pecadores, el que quiera seguir en pos de mí no puede ser menos que yo; es
decir, si quiere salvar su pellejo, por así decirlo, si quiere conservar su
vida negándome, la perderá.
En cambio, el que permanezca fiel a mí y pierda su vida por mi causa (y
por causa
del Evangelio, como se dice en Mr 8:35), lo cual es el “súmmum” del
negarse a sí mismo, ése tal se salvará una vez muerto, porque será recibido en
los cielos. Este es el sentido que Jn 12:25 recalca: El que aborrece su vida,
es decir, en el sentido de que la deseche por causa mía, la está guardando para
la vida eterna. Como señala “The Jewish Annotated New Testament”, Jesús formula
en este versículo una paradoja: El que se aferra fuertemente a algo, corre el
riesgo de perderlo; en cambio, el que lo suelta por una buena causa, lo
preserva.
El segundo sentido indirecto es: El que quiere gozar de esta vida, el que
la ama y quiere disfrutar de todos los placeres que ella le ofrece, desechando
todo llamado mío al arrepentimiento, se condenará. Pero el que rechace la
seducción del mundo para seguir mis pasos, negándose a sí mismo, como se ha
dicho antes, ese tal recibirá una gran recompensa en los cielos. A eso apunta
lo que dirá unas líneas más abajo: Que cuando Él venga en la gloria de su
Padre, pagará a cada cual según sus obras (Mt 16:27).
Los mártires de los primeros siglos tomaron muy en serio estas palabras de
Jesús en el primer sentido que hemos señalado, pues ellos estuvieron dispuestos
a afrontar la muerte, negándose a ofrecer sacrificios a los dioses, como les
exigían las autoridades romanas, y confesando su fe en Cristo sin importarles
las torturas a los que los sometían, y con las que querían obligarlos a
apostatar de su fe. De ellos se dice en Apocalipsis: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la
palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.”
(12:11).
El ejemplo que dieron de entereza hizo que muchos paganos se convirtieran
a Cristo y engrosaran las filas de la iglesia, estando incluso dispuestos a
ofrendar también sus vidas. La sangre de los mártires –dijo Tertuliano- es la
semilla del Evangelio.
Notas: 1. En griego dei: Una necesidad
urgente, inevitable, exigida por la naturaleza de las cosas (cf Jn 3:7; Lc
2:49; 4:43).
2. Es interesante que Jesús diga que tiene que padecer en Jerusalén, la
ciudad santa, que fue fundada por David, y donde su hijo Salomón construyó un
gran templo dedicado a la gloria de su Padre, y que tenga que sufrir y morir de
manos precisamente de aquellos que tenían un mayor conocimiento de las
Escrituras, de los que esperaban ardientemente el advenimiento del Mesías, y
que hubieran debido reconocerlo. Nótese que si bien fueron los romanos quienes
lo ejecutaron, ellos lo hicieron por instigación de las autoridades judías (Hch
3:17; 4:10; 7:52).
Amado lector: Si tú no
estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo
te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
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