LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA CONFESIÓN DE PEDRO III
Un Comentario de Mateo 16:18-20
Después de haber examinado en el artículo anterior lo que Jesús dice
acerca de Pedro en el vers. 18, veamos enseguida lo que Jesús dice ahí acerca
de la iglesia.
Jesús le dice a Pedro: “sobre esta roca edificaré
mi iglesia.” Subrayo el pronombre “mi” porque la iglesia es suya, es Él quien la
edifica y es a Él a quien pertenece.
Es notable que la palabra “iglesia”, que ocupa un lugar prominente en el
libro de los Hechos, aparezca sólo dos veces en boca de Jesús y en los
evangelios: en este pasaje, y en Mt 18:17, cuando Él habla de la solución de
entredichos entre creyentes.
Esta palabra, “ekklesía”,
viene del verbo ekkaleo (convocar,
congregar), de modo que su sentido primario es el de una asamblea de
ciudadanos, como la que se menciona en Hch 19:39, pasaje en el que la palabra
griega que es traducida por “asamblea” es ekklesía.
Pero Pablo en tres ocasiones se refiere a la “iglesia” en casa de
alguien (Rm 16:5; Col 4:15; Flm 2). En este caso la iglesia es un grupo de
personas que celebra reuniones de culto de manera regular en casa de un
creyente.
En el lado opuesto vemos que en la Septuaginta, la palabra ekklesía es usada para traducir la
palabra hebrea qahal (congregación,
convocación, asamblea) como en Sal 22:22, la cual, como es el caso de ekklesía, viene también de un verbo que
significa “convocar”.
Pero el sentido en el cual Jesús parece usar esta palabra tiene un significado
espiritual más profundo, que apunta al que aparece con claridad en Ef 1:22, por
ejemplo, donde se afirma que la iglesia es el cuerpo de Cristo (cf Col
1:18,24). Él usa esta palabra en oposición conciente a la otra palabra con que
se solía traducir qahal, esto es, “sinagoga”.
Todos los cristianos son miembros de esta congregación que es edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Ef
2:20). En ella sus miembros son “piedras
vivas”, edificadas como “casa espiritual”
y cuya “cabeza del ángulo” es la
piedra que los edificadores anteriores desecharon y que, por ese motivo, se
convirtió en piedra de tropiezo para muchos (1P 2:4-8).
Es interesante notar que mientras que a la congregación, o casa de
Israel, se pertenecía por nacimiento físico, a la iglesia, o congregación de
los santos, se pertenece no automáticamente al nacer, sino en virtud de un
nuevo nacimiento diferente, de orden espiritual, como le explicó Jesús a
Nicodemo (Jn 3:3-6), por el cual el Espíritu Santo viene a morar en el creyente.
Por ello a la iglesia, cuerpo de Cristo, pertenecen no necesariamente todos los
llamados –que son muchos- sino sólo los escogidos –que son pocos (Mt 20:16;
22:14).
Jesús continúa diciéndole a Pedro en 16:18b: “Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.”
El Hades, o Sheol, no es aquí el lugar de tormento,
lo que nosotros llamamos “infierno” (aunque con frecuencia la frase es
traducida como “las puertas del infierno”), sino simplemente el poder o dominio
de la muerte. El significado básico de esta frase es que la iglesia no será
tocada o absorbida por la muerte, sino que subsistirá eternamente, porque
eterno es el que la fundó y sostiene, Aquel que constituye su fundamento.
Ésta es una predicción muy osada si se tiene en cuenta, primero, que
todas las instituciones humanas son pasajeras; y, segundo, que fue dicha por un
maestro itinerante, en un pequeño país dominado por fuerzas extranjeras, y que
Él mismo no contaba con ningún apoyo ni sello de aprobación oficial que pudiera
dar cierta semblanza de credibilidad a sus palabras.
La expresión “Las puertas del
Sheol” (o del Hades) es muy común en la literatura pseudoepigráfica, y en
la literatura griega, y es usada en el Antiguo Testamento para significar la
cercanía de la muerte, como en el caso del rey Ezequías cuando, habiendo
enfermado, estaba a punto de morir, y después de llorar, exclamó: “A la mitad de mis días iré a las puertas
del Sheol; privado soy del resto de mis años.” (Is 38:1-10. Pasar a través
de esa puerta es morir. (Como sabemos, en respuesta a su oración, Dios le
prometió, por boca de Isaías, quince años de vida adicionales.) Expresiones
similares se encuentran en Jb 38:17 y en los salmos 9:13 y 107:18. (Nota 1)
En Hebreos se dice que Jesús por medio de su muerte destruyó “al que tenía el imperio de la muerte, esto
es, al diablo” (2:14). Satanás es el enemigo jurado de la iglesia, que ha
suscitado, y sigue suscitando, enemigos de la iglesia que lucharán contra ella,
buscando destruirla, como vemos claramente en nuestros días.
Ése es el poder de las tinieblas que trata de arrastrar al mayor número
de almas a su reino, y que ve en la predicación del Evangelio el más grande
obstáculo para sus propósitos malignos. Y por eso conspira junto con sus
aliados humanos para destruir la obra que hace la iglesia, o para pervertirla o
destruirla, suscitando persecuciones contra sus miembros fieles, suscitando
falsas doctrinas y herejías que desvirtúan su mensaje, extraviando a los
incautos; o inventando “religiones” rivales que atraen a los creyentes, y que
le hacen la guerra al cristianismo tratando de que desaparezca. El salmo 83
describe figuradamente esos esfuerzos: “Oh
Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni te estés quieto. Porque he aquí que rugen tus enemigos, y los
que te aborrecen alzan cabeza. Contra tu pueblo han consultado astuta y
secretamente, y han entrado en consejo contra tus protegidos.” (vers 1-3)
Vemos cómo en nuestros días un espíritu de incredulidad se ha difundido
por los países que eran antes cristianos, y que en el pasado llevaron
valientemente el Evangelio a costas y continentes lejanos. Hemos leído
recientemente que en Inglaterra, un país que se distinguió en el pasado por el
número de misioneros evangélicos que envió por el mundo, una gran cadena
hotelera, con más de quinientos locales, ha decidido terminar con la antigua
costumbre de poner un ejemplar de la Biblia en cada una de sus habitaciones.
Aduce para ello “razones de diversidad”. Es sabido también que muchas empresas,
y algunas líneas aéreas de ese país, prohíben a sus empleadas llevar una cruz,
u otro emblema cristiano, como adorno. El Reino Unido se ha convertido, en
efecto, según estadísticas recientes, en uno de los países más descreídos del
mundo.
Las palabras de Jesús no garantizan que la iglesia no sufrirá
persecuciones, sino que, a pesar de todas ellas, y en medio de la furia del
mundo que busca destruirla (2Cor 4:9), Jesús no la abandonará, sino que la
sostendrá hasta el fin de los tiempos, según su promesa (Mt 28:20). De hecho,
sabemos por la historia que los cristianos fueron perseguidos ferozmente en
Israel desde el nacimiento de la iglesia, habiendo sido Pablo antes de su
conversión, uno de sus más encarnizados perseguidores; y empezaron a serlo en
el Imperio Romano, a partir del año 64 DC por decreto del emperador Nerón, que
los acusó falsamente de ser culpables del incendio de Roma, que él mismo había
provocado, y que luego fueron perseguidos por sucesivos emperadores hasta
inicios del siglo IV.
19. “Y a ti
te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra
será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en
los cielos.”
La expresión “las llaves del
reino” evoca una costumbre difundida en la antigüedad: la de entregar al
vencedor de una batalla las llaves de la ciudad cuando entraba en ella
victorioso (2).
Era un gesto simbólico y, a la vez, práctico, porque con frecuencia el vencedor
reemplazaba en el gobierno al que ejercía el poder anteriormente.
En un sentido elemental, el que posee las llaves de una casa tiene,
primero, la capacidad de abrir y cerrar las puertas para dejar entrar y salir,
o para prohibir el ingreso y la salida. En un sentido figurado, Jesús reprocha
a los intérpretes de la ley el haber quitado, o sustraído, la llave de la
ciencia, (esto es, del conocimiento de la palabra de Dios), sin que ellos
entraran al mismo; y, al mismo tiempo, les reprocha impedir que otros lo hagan
(Lc 11:52). En Isaías 22:22 Dios dice que pondrá sobre el hombro del sacerdote
Eliaquim la llave de la casa de David, “y
abrirá y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá.”
De otro lado, el administrador, o mayordomo, (el ama de llaves en
nuestro tiempo) tiene las llaves de los depósitos, de las alacenas y de los
cajones, para guardar y almacenar, o para sacar lo que sea necesario.
A Pedro se le dio, por tanto, la capacidad de abrir y explicar las
verdades del Evangelio a los que las ignoraban, y con ella la misión de
predicar, primero a los judíos, y luego a los gentiles, como él hizo
efectivamente en Pentecostés, en un caso (Hch 2:14-40), y en el otro, cuando
fue a la casa de Cornelio, y no sólo les predicó sino hizo que fueran
bautizados (Hch 10). Este encargo fue por supuesto después ampliado a todos los
apóstoles, y a la iglesia entera, cuando Jesús les dio el encargo de ir y hacer
discípulos en todas las naciones (Mt 28:19,20). Los ministros del Evangelio
tienen las llaves de un tesoro que está a su cuidado para ponerlo a disposición
de otros que han de ser bendecidos y enriquecidos por ellos, así como son administradores
de los misterios y “de la multiforme
gracia de Dios” (1Cor 4:1; 1P4:10).
En la literatura rabínica la expresión “atar y desatar” tiene el sentido
de prohibir y permitir, ser estricto o ser laxo. Así se decía, por ejemplo, que
la estricta escuela de Shammaí ataba lo que la escuela liberal de Hillel
desataba.
Inspirado en ese uso, lo que Jesús le está diciendo a Pedro con esta
frase es que Dios avalaría todo lo que lo que él prohíba o disponga en la tierra
respecto de la vida de la iglesia. Nótese, sin embargo, que en Mt 18:18 Jesús
hizo extensivo este poder a todos los apóstoles y, por extensión implícita, a
la iglesia, incluyendo el poder de perdonar, o no perdonar los pecados (que es
lo que retener quiere decir), que Él confirió a sus discípulos al aparecérseles
después de su resurrección (Jn 20:22,23). Esta facultad sólo puede ser ejercida
de una manera responsable, porque el que la ejerza tendrá que dar cuenta ante
el tribunal de Dios de cómo lo haga.
Así por ejemplo, podría decirse que en el Concilio de Jerusalén,
convocado unos años después de la muerte de Jesús para resolver algunas
controversias que habían surgido respecto de la necesidad de que los gentiles
que creyeran en Jesús se circuncidaran y se abstuvieran de comer los alimentos
prohibidos por la ley de Moisés, Pedro recomendó desatar lo que los judaizantes
querían atar (Hch 15:7-11). Al no exigir que los cristianos no judíos se
circuncidaran y respetaran las normas alimenticias de la ley, el Concilio
estaba usando la autoridad de desatar que Jesús le había otorgado a Pedro y a
los apóstoles en forma colegiada y, por tanto, a toda la iglesia reunida.
Pablo da cuenta del hecho de que los cristianos no están obligados a
guardar los días, los meses, los tiempos y los años (Gal 4:9,10), así como
tampoco los días de fiesta, las lunas nuevas y los días de reposo (Col 2:16),
que los judíos de la sinagoga estaban obligados a guardar. Éstos seguían atados
por normas que para aquéllos habían sido desatadas. En adelante (según Gal
3:28; Hch 10:28; 11:2,3,18) a los cristianos les estaba permitido (desatado)
tener trato con gentiles, entrar en sus casas y comer con ellos, algo que a los
judíos les estaba estrictamente prohibido (atado). La novedad que para el
partido de la circuncisión significó ese cambio explica el reproche indignado
que le dirigen a Pedro cuando regresa de casa de Cornelio: “¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con
ellos?” (Hch 11:3).
20. “Entonces
mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que Él era Jesús el Cristo.”
¿Por qué Jesús no quería que sus discípulos divulgasen que Él era el
Mesías esperado por Israel? Porque esa revelación habría frustrado el plan de
salvación del género humano concebido por Dios, que consistía en que Jesús
fuera crucificado en expiación de los pecados de todos los hombres. De haber
sido conciente el pueblo de quién era Jesús en realidad, no lo hubieran acusado
ante los romanos, ni habrían exigido que fuera ejecutado.
Sin embargo, puede decirse que Jesús dio suficientes signos durante su
vida pública de que Él era el Mesías y el Hijo del Dios vivo. Pero el reconocer
estas señales estaba reservado para aquellos a quienes Dios había escogido
otorgar esa gracia. Eso no libra, empero, a sus acusadores de la
responsabilidad de su ceguera. La mesianidad y deidad de Jesús debían ser
reveladas al mundo plenamente sólo una vez que Él hubiera resucitado. (3)
Es de notar que, de haberlo sido antes, la revelación de que Jesús era
el Mesías hubiera excitado el fanatismo de las masas que esperaban la aparición
de un rey guerrero que empuñara las armas y se rebelara contra los romanos (4). Esa sublevación masiva ocurriría de
hecho cuarenta años después, y conduciría al aplastamiento sangriento de la
rebelión, y a la destrucción del templo de Jerusalén que Jesús había previsto y
anunciado (Lc 21:5,6, 20-24, Mt 24:1,2; Mr 13:1,2), como castigo porque la
ciudad no conoció el día de su visitación (Lc 19:43,44).
Notas: 1. Las puertas de las ciudades en la antigüedad solían ser lugares
fortificados, coronados por torres, porque en la guerra eran el primer objetivo
de los que atacaban una ciudad para apoderarse de ella. De allí que la
expresión. “tomar las puertas de una ciudad” era sinónimo de conquistarla.
2. Todavía
en nuestros días se entrega una copia de las llaves de la ciudad a los
visitantes distinguidos para honrarlos.
3. No
es la primera vez que Jesús no desea que sus milagros se divulguen (Mt 8:4;
9:30). De igual manera Jesús prohibiría más adelante a sus discípulos que
revelaran lo que habían visto en la transfiguración hasta después de su muerte
(Mt 17:9).
4. Para
evitar precisamente que los que habían sido alimentados en la multiplicación de
los panes, asombrados por el milagro, quisieran proclamarlo rey, Jesús se
retiró al monte a orar en forma discreta (Jn 6:14,15).
Amado lector: Si
tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de
Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente
oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar
en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo
sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
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