miércoles, 25 de marzo de 2015

LA CONFESIÓN DE PEDRO

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA CONFESIÓN DE PEDRO I
Un Comentario de Mateo 16:13-17
13. “Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”
Después de haber advertido a sus discípulos acerca de las doctrinas falsas de los fariseos y saduceos, Jesús se fue con ellos a la zona cercana a Cesarea de Filipo, llamada así para distinguirla de la otra Cesarea, que está a orillas del Mediterráneo, ciudad puerto donde estuvo Pablo dos años preso (Hch 23:23ss hasta 27:1), y a donde Pedro había ido a predicar en casa de Cornelio (Hch 10). Las ciudades que llevan ese nombre lo recibieron porque sus fundadores quisieron honrar al César, esto es, al emperador romano. El puerto de Cesarea fue construido y embellecido con enorme gasto por Herodes el Grande. La otra Cesarea recibió ese nombre cuando su hijo, Felipe, Tetrarca de Iturea (Nota 1), no queriendo ser menos que su padre, agrandó y cambió de nombre a una ciudad ya existente, que se llamaba Paneas, del nombre del dios Pan, que era venerado en una gruta cercana, célebre en el mundo griego.
Esta Cesarea menor se hallaba a unos 40 Km de la ribera norte del mar de Galilea, en la falda meridional del monte Hermón, lo cual nos hace darnos cuenta de que Jesús hizo una larga caminata de más de un día para llegar a esa región (2). En ese territorio de población mayormente pagana, Jesús no tenía nada que temer de los agentes de Antipas, ni de los fariseos.
Estando allí Jesús (después de haber orado, según Lc 9:18) les hizo a sus discípulos una pregunta crucial: ¿Quién dice la gente que soy yo? Es decir, ¿por quién me tienen? En última instancia, ¿qué piensan de mí? Jesús no les pregunta eso porque le interesara saberlo. De hecho Él lo sabía muy bien, sino para que, al declarar cuál era la opinión común, ellos tuvieran ocasión de confesar lo que ellos creían.
Cabría preguntarse ¿qué valor podía tener la opinión de gente no regenerada acerca de Jesús entonces? Ninguno, pues estaban alejados de la verdad. Similarmente en nuestro tiempo, la opinión que tenga la gente del mundo acerca de Jesús tiene poco valor, porque su intelecto no ha sido iluminado por la fe.
Cabría también además preguntarse ¿por qué les hace esa pregunta a sus discípulos estando en territorio de gentiles y no en Judea? Porque serían los gentiles, antes que los judíos (salvo unos pocos), los que confesarían por la fe, que Él es el Hijo de Dios.
Notemos que al hacerles esa pregunta Jesús se refiere a sí mismo usando la expresión “el Hijo del Hombre”, que emplea en otros lugares, cuando por ejemplo, afirma su poder para perdonar pecados (Mr 2:5-11), o dice que Él es señor del sábado (Lc 6:5). Este título aparece más de cincuenta veces en los Evangelios, y siempre, con una excepción (Jn 12:34), en boca de Jesús mismo. En sus labios tiene siempre el sentido mesiánico que le dio Daniel 7:13,14: “Miraba yo la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo, venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de Él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.”
Llamándose así en esta ocasión, y no Cristo, o rey de Israel, o hijo de David, Él quiere recalcar su condición humana, a cuyas limitaciones está sujeto, pese a ser Dios. Al fin se verá que el Hijo del Hombre no es otro sino el Hijo de Dios.
14. “Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.”
Cogidos por sorpresa, pero sabiendo lo que la gente dice acerca de Jesús, ellos le contestaron: Unos creen que tú eres Juan el Bautista, que ha resucitado –como de hecho temía el que, para complacer a su sobrina Salomé, lo mandó matar, Herodes Antipas (Mt 14:1-12). Otros creen que tú podrías ser Elías, quien, según la tradición judía basada en Malaquías 4:5,6, debe venir al final de los tiempos. Otros creen que podrías ser Jeremías, aunque nunca se dijo que él había de volver; otros, en fin, que algún otro profeta. (3)
Estas nociones estaban basadas en la creencia generalizada de que algunos grandes personajes del pasado podían resucitar y aparecer en momentos de gran trascendencia histórica. Todas tienen como elemento común la creencia de que Jesús es un personaje sobrenatural. Pero es sorprendente que alguna gente pensara que Jesús podía ser Juan Bautista resucitado, cuando muchos los habían visto juntos en el Jordán al ser Jesús bautizado (Mt 3:13-17), y Juan había dado testimonio público de Él.
15. “Él les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy?”
Esta pregunta, que los confronta en lo más profundo de sus convicciones, por así decirlo, los cuadra. Vosotros habéis estado conmigo desde hace ya buen tiempo, hemos compartido casa y comida, y habéis escuchado mis enseñanzas. ¿Quién creéis pues que soy yo? Que es como si les preguntara: ¿Por qué habéis dejado todo para seguirme? En realidad esa pregunta nos confronta a todos los cristianos, e incluso a los que no lo son: ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Quién es Jesús para ti, amigo lector? ¿Te importa realmente Jesús? Es decir, ¿cuánto peso tiene en tu vida, lo que Él enseñó e hizo? ¿Podrías negarlo como Pedro, si estuvieras en un aprieto? ¿O la historia de su vida te deja indiferente? ¿O dudas quizá de que realmente existiera, como algunos sostienen?
Notemos que Jesús no pregunta a sus discípulos ¿quién creen ustedes que soy yo? sino ¿quién dicen ustedes que soy yo? Porque, como apunta acertadamente J. Gill, no basta con creer quién es Jesús. Es necesario confesarlo. En verdad, ambas cosas son necesarias, creer y confesar, para ser salvos, como afirma Pablo (Rm 10:9,10), y para dar testimonio de Él.
Notemos finalmente, que Él hace a sus discípulos esa pregunta no al comienzo de su predicación, sino después de haber hecho muchos milagros, y de haberles dado muchas pruebas de su deidad y de su unión con el Padre, cuando ya su fe había madurado.
16. “Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”
Pedro, como respondiendo a una inspiración súbdita, le dice: “Tú eres el Cristo.”, es decir, el Mesías anunciado por los profetas, y que todo Israel espera que ha de venir, el Salvador que su pueblo ha esperado ansiosamente durante siglos. Pero le dice aún más: “Tú eres el Hijo del Dios viviente.”
¿Por qué le dice: “del Dios viviente”? Porque los dioses de los paganos eran ídolos sin vida, a diferencia del Dios de Israel, que no estaba representado por ninguna imagen o escultura sin vida, sino que, siendo invisible, actuaba y respondía a las oraciones de su pueblo, e intervino, como bien sabemos, muchas veces en su historia. Pero no solamente por eso, sino también porque Dios tiene vida en sí mismo, como la tiene también Jesús (Jn 5:26; cf Jn 1:4), y es la fuente y el origen de toda vida.
La frase: “el Hijo del Dios viviente” o vivo, es una afirmación de la divinidad de Jesús. Es una expresión que se encuentra en algunos lugares del Nuevo Testamento, como por ejemplo, en boca de Caifás, cuando conjura a Jesús que diga si Él es el Cristo (Mt 26:63), o en boca de Pedro, cuando hace una confesión semejante a la que estamos estudiando (Jn 6:69); o en las epístolas de Pablo (Rm 9:26, citando a Os 1:10; 2Cor 6:16; etc.). En el Antiguo Testamento se encuentra, por citar algunos ejemplos, en Dt 5:26; en Jos 3:10; en boca de David, desafiando a Goliat, 1Sm 17:26,36; en Jr 10:10; y en el Salmo 42:2: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.”
Que el Mesías fuera el Hijo del Dios vivo era mucho más de lo que Israel esperaba, esto es, que Dios mismo hecho hombre los visitara, viviera y caminara con ellos, excedía en mucho sus esperanzas, pues ellos sólo esperaban a un hombre. Y he aquí que viene a ellos Uno que no sólo es más que Salomón (Lc 11:31), sino que existía antes que Abraham fuese (Jn 8:58); y que dijo de sí mismo: “Yo y el  Padre uno somos.” (Jn 10:30). Por todo ello la confesión que hace Pedro, es una confesión que todo cristiano verdadero debe hacer.
17. “Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.”
Es obvio que una revelación de una verdad de esa naturaleza tan trascendente no podía venirle a Pedro de su mente, de sus conocimientos humanos, que eran limitados, sino que tenía que haberle sido inspirada de lo alto. Por eso Jesús le dice: “Bienaventurado eres”. A ninguna otra persona específica lo llamó Jesús “bienaventurado”. Ese honor estaba reservado para Pedro. (4)
Jesús menciona el nombre del padre de Simón para darle a la declaración que viene en seguida (vers. 18) un carácter más solemne y, a la vez individualizada. En cierta manera le está también diciendo: Tú no eres bienaventurado en virtud de tu nacimiento de un padre humano, sino de un Padre divino, quien, mediante su Espíritu te ha otorgado un segundo nacimiento espiritual.
La frase “carne y sangre” era una expresión hebrea de origen rabínico (Sir 14:18) corriente entonces, que significaba la naturaleza humana terrena, y que encontramos también, por ejemplo, en Pablo (Gal 1:16; 1Cor 15:50; Ef 6:12). Esa frase quiere decir, en esta instancia, que no fue ninguna persona de su entorno, o de afuera, quien le dijo a Pedro quién era Jesús.
¿Captarían los demás discípulos la trascendencia de esa revelación? Ellos lo habían seguido hasta ahora como seguía mucha gente en Israel a los maestros que tenían alguna enseñanza que transmitir; lo seguían, además, porque lo amaban; porque le habían visto hacer milagros asombrosos, que les hacían entrever que su Maestro era un ser muy especial, muy diferente del resto de los mortales. Pero ¿contestarían ellos “amén” en su espíritu a la revelación inesperada de Pedro? ¿Pensarían cada uno de ellos en ese momento “yo también lo creo”? Es obvio por la frase que Jesús dice más abajo (vers. 20), que sí lo creyeron.
Éste fue un momento muy importante en la tarea de formación de sus discípulos que había emprendido Jesús. A partir de este momento ya no cabían dudas. Lo seguían porque creían que Él era el Hijo de Dios mismo, aunque no comprendieran claramente cómo era posible que lo fuera, pues si era Hijo de Dios tenía que ser Dios Él mismo.
Aún no se había desarrollado la teología que lo explica –lo que ocurrió durante un largo proceso de tres siglos de mucha controversia y disputas contra las herejías que negaban esa verdad (5). Pero ellos lo captaron y lo creyeron. A partir de este momento ya no podía haber dudas en su espíritu de por qué seguían a Jesús.
Notas: 1. Este Felipe, hermano de Antipas, no fue el primer marido de su sobrina Herodías (que lo fue otro hermano, Herodes Felipe), pero se convirtió en su yerno al casarse con Salomé.
2. En esta ciudad Herodes el Grande había construido un templo en honor de César Augusto, en el cual el general romano y futuro emperador, Tito, celebró su aplastante victoria sobre los judíos en Jerusalén el año 70. Según el historiador Josefo, en esa ocasión Tito arrojó a las fieras a algunos de sus cautivos judíos.
Un viajero del siglo XIX describe esa zona florida en estos términos: “Llégase a ella por el valle superior del Jordán, subiendo una serie de pequeñas mesetas superpuestas… Allí las aguas saltan por todos lados. A medida que uno se acerca a las fuentes del Jordán la verdura se presenta frondosísima, aumenta su lozanía y los árboles parecen más espesos. Se olvidan los parajes áridos de Palestina, y se camina alegremente hacia los grandes montes de donde bajan los ríos… Después de atravesar numerosas corrientes que corren entre las piedras se acaba por divisar los macizos de higueras, terebintos, sauces, álamos, adelfos y almendros…”
3. La mención de Jeremías podía deberse a que 2Mac 2:1-8 consigna una tradición según la cual ese profeta, antes de la llegada de Nabucodonosor, y por orden divina, escondió el arca de la alianza en una cueva del monte Nebo que sólo él conocía, diciendo que ahí debía permanecer hasta que el pueblo elegido deportado, fuera de nuevo reunido. O quizá podría deberse al hecho de que ellos sabían que Jesús desde niño había mostrado estar lleno de sabiduría (Lc 2: 46,47, 52), así como también Jeremías había sido escogido desde niño para ser profeta de Uno que sería un Profeta más grande que él (Jr 1:4-7); de un Profeta además en quien se cumplirían plenamente las palabras que sólo se cumplieron parcialmente en Jeremías: “Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar.” (Jr 1:10).
4. En el curso de sus enseñanzas, y aparte de las Bienaventuranzas, Jesús llamó “bienaventurado” en singular, a alguno que cumplía ciertas condiciones, pero a ningún otro lo llamó “bienaventurado” por su nombre, sino a Pedro.
5. La más grave de esas herejías fue el arrianismo que negaba la divinidad de Jesús.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#862 (04.01.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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